La conspiración del Mar Muerto (Ediciones Martínez Roca, 2006) pertenece a la estirpe de libros, como El Código Da Vinci de Dan Brown y ¿Murió Jesús en Cachemira? de Siegfried Obermeier, que han puesto en duda la verdad oficial respecto al origen del Jesús histórico y el nacimiento del cristianismo. Michael Baigent y Richard Leigh, en un trabajo de investigación minucioso, que los ha llevado a revisar y contrastar lo hallado con las fuentes bíblicas, han expuesto los entretelones y el significado del descubrimiento de los “rollos del Mar Muerto” en el desierto de Judea, los cuales informan de la existencia de una secta religiosa que, con sus creencias y rituales, sería la directa predecesora del cristianismo primitivo. El libro pone en cuestión el papel de la Iglesia Católica como directa regente de estos rollos a través de los miembros de una comisión internacional presidida por el sacerdote Roland De Vaux en 1947, quien durante varias décadas se las ingenió para demorar la publicación del contenido de los mismos. Asimismo descubre las coincidencias existentes entre el hombre descrito en los rollos del Mar Muerto como “Maestro de Justicia” y Jesús. Esto último, de trascendental importancia para la cristiandad, pone en entredicho el carácter divino de la figura de Cristo al presentarse en los manuscritos hallados en las cuevas de Qmram a un mesías más bien cercano al mundo terrenal. Basada en las investigaciones de Robert Eisenman, doctor en Lenguas Orientales y Culturas del Medio Oriente de la Columbia University, La conspiración del Mar Muerto es un apasionante relato en el que Baigent y Leigh han seguido la ruta de los rollos desde su descubrimiento por parte de un pastor beduino, pasando por la furias y temores de los miembros católicos de la comisión frente a la disensión (que recuerdan las aprensiones y sobrecogimientos espirituales del sacerdote de la película El cuerpo, interpretada por Antonio Banderas, cada vez que aparecía una prueba confirmando el vínculo de los restos óseos de un cuerpo, hallado en una tumba de Jerusalén, con el de Cristo), el escándalo generado en el mundo académico por el prolongado retraso de su publicación, hasta la posibilidad de que existan otros fragmentos en el mercado negro dominado por anticuarios y coleccionistas, que podrían dar mayor luz sobre el tema. La conspiración del Mar Muerto pone a prueba el dogma y la fe cristianos, los cuales deben recordar como una espada de doble filo, al enfrentar este tipo de desafíos, lo que dijo Jesús: “Sólo la verdad os hará libres”. Una verdad que no parece gustarles mucho.
Freddy Molina Casusol
Lima, 28 de abril de 2009
martes, 28 de abril de 2009
jueves, 9 de abril de 2009
"LA GENERACIÓN DEL 50" de MIGUEL GUTIÉRREZ
La
primera vez que leí el libro de Miguel Gutiérrez –La generación del 50: un
mundo dividido– me pareció un libro peligroso. Mucho más peligroso que cualquier
panfleto de Marx, Lenin o Engels divulgado con profusión, por aquel entonces,
en San Marcos. Gutiérrez, en una curiosa aplicación del marxismo a la
literatura, había escrito un ensayo que, por su poder de convicción, podía
seducir a cualquier estudiante despistado que creyera que la única salida
posible para todos los males del país era la revuelta social. Lo que más me
disgustaba del libro era que el autor se las había ingeniado para, en una
singular mezcla que combinaba a narradores y poetas con pensadores marxistas
(de pronto, cuando uno estaba leyendo de lo más orondo un tópico literario, una
especie de salto cualitativo lo hacía a uno tropezar con un análisis clasista
del ambiente político o, peor, con un poema de Mao), difundir esta idea subrepticiamente.
Recuerdo que por esos años en que salió La generación del 50 –a
fines de los ochenta–, el país vivía un ambiente convulsionado: apagones,
bombas en las calles, atentados terroristas a lo largo del país. Abimael
Guzmán, el jefe inubicuo de Sendero Luminoso, se burlaba de los cercos
policiales y sus huestes, aplicando la estrategia maoísta del campo a la
ciudad, pretendían capturar el poder. Y San Marcos se había convertido, gracias
al descuido de sus autoridades, en refugio de subversivos de todo pelaje que se
pasaban la vida pintando la ciudad universitaria con lemas alusivos a la guerra
popular y el accionar del MRTA en los vericuetos de la capital. La aparición
del libro entonces no hizo sino agitar las aguas ya no de la marea
político-social, bastante embravecidas por los conflictos sociales que
caracterizaron al primer gobierno de Alan García, sino del ambiente
literario-cultural. Recuerdo que un profesor y crítico literario, Luis Fernando
Vidal, por esos días me pintó prácticamente a Miguel Gutiérrez como un
sedicioso, a quien, en alguna oportunidad, cuando coincidieron en un
conversatorio, le había dicho que midiera el tono de sus palabras pues tenían
al frente un auditorio infiltrado con elementos de sospechosas simpatías
senderistas. De Gutiérrez, por otra parte, decían las malas lenguas que era una
especie de comisario cultural de Sendero, asunto que nunca ha sido comprobado y
que ha quedado plenamente descartado por las investigaciones a las que ha sido
sometido el autor. Han pasado cerca de 20 años desde que vio la luz la primera
edición de La generación del 50: un mundo dividido, y Miguel
Gutiérrez y sus editores han decidido, acertadamente, lanzar una segunda
edición del libro que provocó las iras de la crítica especializada al ver
catapultada en sus páginas la figura de Abimael Guzmán como un intelectual de
la talla de Ribeyro o Pablo Macera. Esto último puede entenderse como un exceso
de Gutiérrez tan parecido –claro está, salvando las distancias ideológicas–
como el que tuvo Luis Alberto Sánchez con Haya de la Torre en su Literatura
Peruana. Esta nueva edición que suplanta el color azul añil de la anterior
por un amarillo ámbar y conserva el diseño de la carátula de Balmes Lozano
–quien, curiosamente, no es mencionado esta vez en los créditos–, cuenta además
con una nueva introducción del autor. La generación del 50 es,
pasada la tempestad que lo censuró, no sólo un libro de imprescindible lectura
por ser el testimonio de una época, sino porque Miguel Gutiérrez –quien se ha
erigido, debido a la fuerza de su talento creativo, como uno de nuestros
escritores mayores– sabe catar y decantar en igual nivel de significación la
poesía y narrativa de la generación que ausculta. Un libro, en suma, que da
cuenta de la aventura intelectual de un escritor peruano que, por el conjunto
de su obra contenida en novelas y ensayos como La violencia del tiempo y La
generación del 50, se ha ido convirtiendo con el transcurso de los años en
el Victor Hugo de la literatura nacional.
Freddy Molina Casusol
Lima,
9 de abril de 2009
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