sábado, 19 de marzo de 2011

MVLL. BIOGRAFÍA DE UN NOBEL

ES el primer esfuerzo serio –desde la perspectiva peruana– por biografiar a Vargas Llosa. En la vasta bibliografía sobre el escritor, el trabajo del español Juan José Armas Marcelo –Vargas Llosa, el vicio de escribir– es el único que aborda de manera orgánica su vida en relación a su obra literaria. Existen además los libros de Ricardo Setti –Diálogo con Vargas Llosa– y el publicado por la UPC –Mario Vargas Llosa. La vida en movimiento– que, aun siendo preparados como entrevistas, contienen materiales para delinear una biografía. A estos se suma, por supuesto, la recopilación de Jorge Coaguila –quien no hace poco ha hecho una nueva entrega de su Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas (Tierra nueva editores, 2010) ampliándolas a quince más– y el exaltado libro de Sergio Vilela –El cadete Vargas Llosa –que desde Enero cuenta con una nueva edición en Planeta–. No hay que olvidar en este apretado recordatorio, el valioso estudio de los profesores españoles Ángel Esteban y Ana Gallego –De Gabo a Mario– que intenta iluminar ese aspecto poco claro en la vida del escritor: su abrupta ruptura con el novelista colombiano Gabriel García Márquez. También, si se trata de armar el itinerario vital del premio Nobel peruano, tenemos, obviamente, su propia voz en El pez en el agua o el volumen dedicado a su obra lanzado por Ediciones de Cultura Hispánica y el Instituto de Cooperación Iberoamericana –Semana de autor. Mario Vargas Llosa–. Es decir, existen materiales dispersos que nos pueden ayudar a reconstruir e interpretar la vida de Vargas Llosa, esto sin contar –nos estábamos olvidando– las cartas del escritor dirigidas a Abelardo Oquendo, publicadas en Hueso Húmero, cuando estaba en pleno proceso de escritura de La ciudad y los perros y le asaltaban las dudas sobre la calidad literaria de su primera novela. Por ello, este esfuerzo de Pamela Cueto y Mariano Orozco por biografiar al escritor peruano debe ser aplaudido. Caminando con las puntas de los pies sobre los temas controversiales –como el del primer matrimonio de Vargas Llosa con Julia Urquidi o el puñetazo propinado a García Márquez en México– y observando una estricta atención en los tópicos literarios, MVLL. Biografía de un Nobel, debe entenderse como una primera aproximación panorámica en la vida del Nobel peruano. Puntual y preciso, sin pasarse de la raya trazada, se puede decir que este pequeño volumen de 94 páginas cumple con su objetivo: el de llegar, con una prosa no recargada, a la mayor cantidad de gente interesada en la vida y obra del peruano más notable de los últimos tiempos. El prólogo de César Silva Santisteban, dotado de la levedad de la buena poesía que él cultiva, y la magnífica diagramación que acompaña a los textos realizada por Mauro Zumaeta, confieren a esta edición –ambiciosa– de treinta mil ejemplares, un carácter único, aquel que otorga el placer de la lectura. La literatura, pues, otra vez está de fiesta, aquella que se inició en octubre del año pasado y que gracias a este libro aún continúa para deleite y felicidad de los admiradores del primer Nobel peruano, Mario Vargas Llosa.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 19 de marzo de 2011


lunes, 14 de marzo de 2011

LA “VERDAD” Y LA “MENTIRA” EN JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

NO ES Vargas Llosa quien establece la "verdad de las mentiras" en las ficciones indigenistas de José María Arguedas, sino Sebastián Salazar Bondy en la mesa de debates de 1965, con ocasión del Primer Encuentro de Narradores Peruanos celebrado ese año[1]. Salazar, en esa oportunidad, se enfrascó en una guerra de conceptos con Arguedas sobre la realidad verbal y la realidad real, que éste no supo encajar bien. La tesis de aquél consistente en que la literatura era una gran mentira, colisionó frontalmente con las del autor de Todas las sangres, fundadas en la verosimilitud de sus ficciones amparadas en la realidad india. En realidad, la discusión que se hizo célebre y se prolongó hasta la mesa del siguiente día, que tocaba el tema de las técnicas literarias, se inició con un llamado de Salazar acerca del significado de la realidad. “¿Qué es la realidad?[2]”, se preguntó el autor de Pobre gente de París, para luego esbozar un discurso donde establecía un paralelo entre la parcela de la realidad y la parcela de la verdad. “La realidad puede no ser verdadera, la verdad puede no ser real, entonces cuando nos ponemos a hablar de realidad y novela, ¿nos estamos refiriendo a novela y verdad?”, preguntaba Salazar, para luego concluir: “La novela es una invención, el arte es una invención, es una gran mentira, es la más maravillosa de las mentiras”[3]. Esto alarmó a Arguedas, quien tocado seguramente en su fibra más íntima –la de sus ficciones– se alistó a contradecir a su oponente –su amigo Salazar Bondy–. “Yo creo que la literatura es una gran verdad, no una gran mentira; si fuera una gran mentira estaríamos muy mal”[4], replicó éste, quien tomando como ejemplo el Quijote, se apresuró a señalar que “el Quijote es una gran mentira desde el punto de vista de que no existió, de que es imposible que hubiera existido, pero todos nosotros sabemos que es quizá la más grande verdad en la literatura universal”[5]. Salazar no se quedó atrás e hizo una duplica en lo que más concernía a Arguedas, a la creación de sus personajes: “Yo creo que Rendón Willka es absolutamente real, pero ésa es la maravilla de la creación: que de una mentira haya terminado siendo una realidad, como Don Quijote es una realidad.”[6] Entonces ocurrió algo inesperado, que José María Arguedas, a continuación de la exposición de Salazar, se esforzara en demostrar la veracidad de la representación de sus ficciones indígenas, tomadas de una realidad que él mejor conocía, la andina, de la sierra sur del país. Pero peor aún, en un cuestionamiento ético-moral que revelaba la incomprensión de la función de la mentira en la literatura, hizo un deslinde con la mentira en general. “Yo pues, no quiero aceptar la palabra ésa; no la acepto porque tiene un sentido para mí, yo no soy académico, y no lo voy a ser nunca, para mí la mentira es la mentira, puede ser que en la literatura tenga otro sentido, eso a mí no me importa, que los académicos, que los estudiosos de la literatura tengan otro concepto de la mentira que el del vulgo, me importa un pito, lo que me importa es la opinión de la gente común sobre la palabra mentira. Y en la literatura no hay mentira, hay ficción.”[7]

Arguedas tampoco aceptaba que el Rosendo Maqui de Ciro Alegría y por ende su Rendón Willka de TLS fueran una realidad verbal, una realidad de palabras, como parecía sostener Salazar, sino una verdad palpable en la realidad: “... pero Sebastián –interrogaba Arguedas–, por qué diablos usamos la palabra realidad verbal? Digamos realidad literaria; si se dice “realidad verbal” podemos llevar a un extravío a la gente que no está dentro de la jerga de los estudiosos de la literatura. Yo le decía a Ciro: ¿Cómo diablos va a ser realidad verbal Rosendo Maqui? ¡Es realidad! Que esté dicho en palabras eso no quiere decir que sea solamente realidad verbal.”[8] El crítico José Miguel Oviedo, quien participaba también del debate tomó partido por Salazar e hizo una importante precisión a Arguedas: “Rosendo Maqui, José María, ¿existe en qué contexto? En el contexto llamado El mundo es ancho y ajeno, ¿verdad? Es una realidad de palabras aunque aluda a una realidad histórica, social, política económica, aunque aluda a la experiencia de Ciro; Ciro ha visto muchos indios y de esos indios ha sintetizado un personaje literario...”[9] Arguedas sin embargo insistió en su postura, y en una última intervención puntualizó: “...bueno lo diré en forma arbitraria, me molesta la frase realidad verbal, porque cuando se dice realidad verbal me parece que no se dijera que es realidad objetiva, es decir realidad nacida del hombre y del paisaje”[10]. Ciro Alegría, por su parte, aludido por Arguedas, añadió un poco más de confusión en la mesa y dijo: “Yo creo que Salazar Bondy, al decir eso de realidad verbal, quiere más bien expresar realidad vital, ¿no?”[11]. “Realidad verbal”, “realidad literaria”, “realidad vital”, no son sino términos, creemos, que encierran un drama y/o angustia de José María Arguedas, el de demostrar la veracidad de sus narraciones indigenistas[12]; la que alcanzaría su punto de clímax en la fatídica mesa de 1965, de la que saldría espiritualmente herido tras ser literalmente tasajeado por un selecto grupo de sociólogos. Y ese punto de quiebre, que generaría la discusión entre ambos amigos, fue retomado treinta años después por Vargas Llosa en La utopía arcaica cuando el escritor dice que la obra de Arguedas, “en la medida que es literatura, constituye una negación radical del mundo que la inspira: una hermosa mentira”[13]. Eso que en Salazar Bondy pasaría oscurecido, no le sería perdonado a Vargas Llosa por los admiradores de Arguedas.

NOTAS
[1] Primer encuentro de narradores peruanos, 1965. Para los fines de reproducción del debate utilizamos la segunda edición publicada por Latinoamericana Editores en abril de 1986.
[2] Ibíd., p. 104.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd., p. 106.
[5] Ibíd., p. 107.
[6] Ibíd., p. 112.
[7] Ibíd., p. 140.
[8] Ibíd., p. 140-141.
[9] Ibíd., p. 141.
[10] Ibíd., p. 146.
[11] Ibíd., p. 147.
[12] Carmen María Pinilla y Melisa Moore han hecho alusión a este incidente; sobre todo la primera que ha estudiado las intervenciones de Arguedas en la mesa redonda sobre Todas las sangres, organizada por el I.E.P. Ver Arguedas, conocimiento y vida, Carmen María Pinilla, Pontificia Católica del Perú, Lima, 1994, pp. 183-184; y Las ciencias sociales y la novela en el Perú. Lecturas paralelas de Todas las sangres, Melisa Moore, p. 189.
[13] Ver La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, Mario Vargas Llosa, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 84.

sábado, 12 de marzo de 2011

RIKKI-TIKKI-TAVI Y “EL LIBRO DE LA SELVA”


Cuando era un niño leí la historia de Rikki-tikki-tavi, la mangosta que enfrentó a Nag, una cobra que mataba mangostas como ella. Recuerdo cómo mi mente infantil fantaseaba y se llenaba de imágenes cuando Rikki-tikki, agazapado en la hierba, con el lomo arqueado y tenso y los pelos erizados, esperaba a Nag para pelear con ella. En aquellos memorables combates, yo siempre me ponía de parte de Rikki-tikki cuando Nag, intentando un golpe letal, quería aniquilarlo. Pero no, allí estaba Rikki-tikki desafiante, parándose después de caer revolcado en la tierra y otra vez luchando por su vida. 

Así pasé muchas horas en mi casa leyendo, en mi colección de El tesoro de la juventud (que aún conservo), la historia de Rikki-tikki-tavi. A pesar de haber leído luego, en la adolescencia, otras historias, como la de Los tres mosqueteros (que me hicieron reír mucho con sus locuras), la del capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino, Sandokan y otras tantas, ninguna igualó la del héroe de mi niñez, Rikki-tikki-tavi. 

De Rudyard Kipling, su autor, sabía muy poco, que era considerado –por sus poemas– el cantor del imperialismo británico, que era inglés y que allá, por 1907, había ganado el premio Nobel de Literatura. 

Yo, claro, esas cosas no las sabía y poco me importaban. Porque realmente lo que a mí me importaba a la edad de diez años era que Rikki-tikki-tavi siempre ganara las batallas a Nag, la cobra mala que quería matarlo. 

Cuando ya estuve en la universidad y husmeaba en los libros de las librerías antiguas, siempre acaricié la idea de toparme en cualquier momento con el libro que otra vez me contara la historia de Rikki-tikki-tavi. Pero eso nunca ocurrió. Yo ignoraba que su historia formaba parte de un libro mayor, El libro de la selva, de modo que cuando saltaba este libro a mis manos, yo lo dejaba desdeñoso a un lado, pues, lo que yo quería era encontrar el nombre de la mangosta de mi niñez en la tapa para comprarlo y eso nunca sucedía. 

Eso hasta que el otro día se me ocurrió hacer lo que debí hacer hace muchos años: hojear el texto. Y allí estaba, en medio de Mowgli, Bagheera, Kaa y otros animales de la selva, la historia de Rikki-tikki-tavi esperando para que la lea de nuevo. Mi emoción fue tan grande que ni siquiera regateé el precio. Simplemente lo compré. Y esta vez leí, desde principio a fin, El libro de la selva de Kipling. Y entendí porque éste había ganado el Nobel, porque aunque sus libros no alcanzan la destreza técnica de otros grandes escritores, éstos habían sabido llegar al corazón de los lectores. 

Nunca terminaré de estar agradecido con Rudyard Kipling –de quien dijo Borges que “era después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario”–, por todos esos momentos maravillosos, sobre todo en la batalla final con la cruel Nag, de la cual emergió, lleno de polvo, victorioso de la contienda. 

Para ti, Rudyard Kipling, estas palabras finales en tu homenaje, impregnadas con el grito de guerra de la mangosta de tu creación, y con la cual coloreaste la imaginación de los niños: ¡Rikki-tikk-tikki-tikki-tchk!

Freddy Molina Casusol
Lima, 12 de marzo de 2011

LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señ...