sábado, 28 de julio de 2012

CINCUENTA AÑOS DE “LA CIUDAD Y LOS PERROS”

Vargas Llosa en el Leoncio Prado (1964). Foto: Caretas
Por: Freddy Molina Casusol

LA COMENZÓ en Madrid en el otoño de 1958, en una tasca de Menéndez y Pelayo llamada El Jute, que miraba al parque del Retiro, mientras hacia sus estudios de doctorado en la Universidad de Madrid –hoy Complutense–; y la terminó en un departamento de la rue de Tournon, en París, tres años después, fatigado y sin saber que había escrito una de las obras fundacionales del “boom” de la novela latinoamericana.


Vargas Llosa (1961)

Génesis de una novela

La ciudad y los perros nació de una experiencia vital del escritor. Su padre, cuando estaba por cumplir catorce años, lo inscribió en el Colegio Militar Leoncio Prado. Allí descubrió “que la realidad peruana no era una realidad de niños bien, de pituquitos miraflorinos, sino una realidad extremadamente compleja, de blancos, de negros, de indios, de chinos, que había pobres, que había ricos…”, cargados de “prejuicios, complejos, animosidades y rencores sociales y raciales”[1], que marcaron profundamente su vida adolescente.

Para escribirla debió resucitar los tortuosos años de cautiverio en el Leoncio Prado.

 En una carta, fechada en Madrid el 11 de diciembre de 1958, dirigida a un amigo de juventud, Abelardo Oquendo, describe ese proceso:

“Pero yo voy a salir loco: frente a la maquina [de escribir] siento malhumor, palpitaciones, odio, impotencia, excitación (…) una inexpresable y espantosa desesperación. Dejo la máquina y me acuesto: sueño despeñarme por abismos larguísimos y siniestros en cuyas simas me aguardan las lucientes bayonetas del Colegio Militar como una anchurosa cama de fakir, o revivo los malditos sábados de consigna, paseándome como una fiera rabiosa dentro de la grisácea cárcel de La Perla, sin poder salir, y las humillaciones matutinas, vespertinas y nocturnas, constantes, ineludibles, bochornosas, de suboficiales, oficiales, brigadieres (…) y, en fin, toda la tragedia y el sufrimiento de dos años, que creía olvidados”[2].

 Cuando Vargas Llosa puso fin a este desgarramiento personal, en el invierno parisino de 1961, e hizo una revisión de lo escrito en febrero de 1962, tenía 700 páginas:

“Me deprime su dimensión páginas, su tema, y ya no tengo simpatía por los personajes. Me parece que le he dedicado demasiado tiempo, es mejor que pase a otra cosa. Ojalá se pueda publicar allá [en España], aunque su extensión espantará a los editores. Sería triste que se quedará inédita”[3].



Las dudas de un joven novelista

Sería a fines de 1961, o comienzos de 1962, cuando Vargas Llosa, siguiendo el consejo de un amigo francés, el hispanista Claude Couffon, envió el manuscrito de su novela a la editorial Seix Barral; pero pasaban los meses y el escritor no obtenía respuesta alguna:

“Pasaron muchos meses, y en esos meses yo me había decepcionado de la novela. Había sido rechazada por varios editores: además había trabajado tanto en ella que estaba saturado, harto; ya estaba escribiendo otra [“La casa verde”]. Pensaba que el libro no había salido en absoluto. Pensé que el silencio de Seix Barral era una manera diplomática de rechazarla, de decirme que la novela no les había gustado, pero siempre recordaré una mañana que, al despertarme, me sorprendió la llegada de un telegrama, un telegrama de Carlos Barral. Habían pasado, por lo menos, ocho o diez meses desde que mandara el manuscrito. El telegrama decía: «Paso por París tal día. Búsqueme en el hotel Port-Royal»”, rememoró el escritor años después[4].

¿Qué había pasado? Que Carlos Barral, editor de Seix Barral, revisando los manuscritos de novelas que el novelista Luis Goytisolo –lector profesional de la editorial– había desechado, se topó una tarde con el original de La ciudad y los perros y quedó embelesado con su lectura.

El editor español, entonces, envió un telegrama a Vargas Llosa para verse con él en París. Cuando lo vio, Barral le propuso que presentara La ciudad y los perros –por entonces llamada La morada del héroe[5]– al premio Biblioteca Breve. Vargas Llosa, confundido, dijo que lo iba a pensar.

José Miguel Oviedo, crítico literario y compañero de carpeta de Vargas Llosa en el colegio La Salle, al respecto cuenta:

“Hay testimonios de que Vargas Llosa tomó el consejo [de Barral] con reticencia: le parecía imposible alcanzar el premio o le entraron dudas de su obra o lo alarmaron los precedentes del mismo premio (de cinco convocatorias, cuatro veces habían ganado novelistas españoles; en la otra, el fallo fue desierto). Lo consultó, lo pensó; finalmente presentó su novela al concurso bajo el título de Los impostores. A los veintiséis años hacía su mayor apuesta”[6].



Cable informando sobre el fallo del jurado

Recepción de la crítica

La ciudad y los perros se impuso en el concurso Biblioteca Breve de 1962 a 81 originales que llegaron a disputarle el premio. El fallo del jurado, compuesto por José María Valverde, José María Castellet, Víctor Seix, Carlos Barral y Juan Petit, fue otorgárselo por unanimidad al novelista peruano.

Con ese fallo, como ha escrito Oviedo, “la vida y la obra de Vargas Llosa dejaron de ser, para siempre, anónimas”[7].

Sin embargo, el escritor tuvo que esperar un año para ver su novela publicada. La censura franquista en España le ponía trabas a la publicación en España. Al final la superó con la ayuda indesmayable de Carlos Barral.

“El libro –ha recordado Vargas Llosa– salió con un tiraje de dos mil ejemplares que se agotó muy rápido, en días. Comenzaron las reediciones y, pasado un tiempo, llegaron las noticias de la quema en Lima [de la novela], lo que le dio al libro una enorme publicidad. De pronto, ante mi gran sorpresa y la de la propia editora, el libro empezó a agotarse una edición tras otra. Lo presentaron al Premio Formentor de editores, que existía en ese tiempo, y quedó segundo; pero los diez editores lo contrataron para ser traducido” [8].

La novela, que salió a la luz en octubre de 1963, tuvo un éxito indiscutible, fue traducida a diez idiomas y ganó el Premio de la Crítica Española de ese año.

En Lima, cuando al fin la novela pudo leerse (sobre todo en la edición de Populibros de Manuel Scorza), críticos como Alberto Escobar –que en el pasado, había escuchado con desdén la lectura pública de un cuento suyo, “La Parda”[9]– se doblegaron ante la variedad de recursos narrativos del joven novelista Vargas Llosa[10].

Y de todos los elogios recibidos, el de José María Valverde fue el que tuvo más recordación con el paso del tiempo: “Es la mejor novela en lengua española desde Don Segundo Sombra”.



Primera edición en Populibros

Cincuenta años después

La historia del Poeta, el Jaguar y el Esclavo, cincuenta años después, es aún motivo de admiración por la arquitectura de la historia –devota de la técnica de Faulkner y de la teoría del relator invisible de Flaubert–, y por la precocidad literaria de su autor –26 años– que resultó, a juicio de Juan José Armas Marcelo, biógrafo español de Vargas Llosa, “insultante” para la época.

Hace algunas semanas, la Real Academia, en coordinación con la Asociación de Academias de la Lengua Española, ha publicado una edición conmemorativa –revisada por el propio autor–, para celebrar el cincuentenario de su aparición.

Atrás, pues, han quedado los tiempos cuando La ciudad y los perros pugnaba por salir a la luz: ahora todos se disputan el honor de publicarla.

Lima, 28 de julio del 2012



[1] Ver El inconquistable, Beto Ortiz, Editorial Estruendomudo, 2011, p. 48; y El pez en el agua, Mario Vargas Llosa, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1993, p. 104.

[2] Ver “Cartas del sartrecillo valiente (1958-1963) / Abelardo Oquendo”, en Hueso Húmero No. 35, diciembre de 1999, pp. 90-91.

[3] Ibíd., p. 96.

[4] Ver Semana de autor. Mario Vargas Llosa, Ediciones de Cultura Hispánica. Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1989, p. 14.

[5] El título final, La ciudad y los perros, es sugerido por Oviedo. Ver “La primera novela de Vargas Llosa”, José Miguel Oviedo, en La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa, edición conmemorativa del cincuentenario, Real Academia Española / Asociación de Academias de la Lengua Española, 2012, p. XXXIV.

[6] Ver Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad, José Miguel Oviedo, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1982, p. 34.

[7] Ibíd., p. 35.

[8] Ver “La total vigencia de los derechos humanos es central”, entrevista de Federico de Cárdenas a Mario Vargas Llosa (1 de enero de 1984), en Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas (Selección, prólogo y notas de Jorge Coaguila), Tierra Nueva Editores, 2010, p. 182.

[9] El incidente completo se puede leer en El pez en el agua, pp. 281-282.

[10] Ver “Impostores de sí mismos”, Alberto Escobar, en Revista Peruana de Cultura, No. 2, Julio de 1964; también en Mario Vargas Llosa y la crítica peruana, Miguel Ángel Rodríguez Rea (editor), Universidad Ricardo Palma. Editorial Universitaria, 2011, pp. 43-51.

Publicado en Revista Domingo del diario La República (5 de agosto del 2012) como: "La ciudad y los perros cincuenta años después. Bautizo real y literario"
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miércoles, 25 de julio de 2012

“ESCÁNDALO DE MIEL”


La única vez que la vi fue en Junio de 1986. Había sido invitada a la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (SICLA). Larga, delgada, blanca como un amanecer, bellísima como una madonna, allí estaba Gioconda Belli en una mesa del Hotel Crillón, acompañada por dos o tres poetas, cuyos nombres ya no recuerdo. Tiempo atrás había leído algunos poemas suyos, sobre todo el impactante «Reglas del juego para hombres que quieran amar mujeres mujeres». Lo había leído completo en un suplemento cultural ahora desaparecido, y desde ese momento quedé seducido por su vigorosa personalidad femenina.

Porque Gioconda Belli no sólo es intensa, sino que, también, contraría esas leyes no escritas de la dialéctica de la poesía, aquellas que indisponen y someten la forma al contenido para obedecer al compromiso social.

Expresión viviente de lo que cierta versificación poética es capaz de hacer: transformar la materia más espuria en poesía pura, la Belli es la personificación de lo que Simone de Beauvoir avizoraba en El segundo sexo, una mujer libre, fuerte y emancipada; pero, al mismo tiempo, tierna, dulce y maternal, capaz de vencer la resistencia de cualquier hombre escurridizo al amor de una hembra, sobre todo de una hembra transgresora de la sociedad patriarcal.

En esta su personalísima antología, Escándalo de miel (2009), Gioconda Belli invierte el signo de eso que Patricia Kaas titulaba en una canción: “This is a man’s world” –“Este es un mundo de hombres”–. De entrada lo marca con su “Y Dios me hizo mujer”, que recuerda, por el título, la película de Roger Vadim, “Y Dios creó la mujer”, protagonizada por Brigitte Bardot –quien como la Belli erotiza con su cuerpo hecho metáfora la audiencia masculina–.

En esta muestra, por otra parte, hay dos momentos con los que esta poetisa –aunque no se lo proponga– estimula la lubricidad del otro sexo.

El primero se encuentra en el poema “Recorriéndote”. Ella declama en la mitad del poema: «[quiero] irte besando, mordiendo/ hasta llegar allí/ a ese lugarcito –apretado y secreto– que se alegra ante mi presencia/ que se adelanta a recibirme/ y viene a mí/ en todo su dureza de macho enardecido».

 Como hemos podido apreciar son pocas mujeres que se atreven a evidenciar ese tipo de confesiones. Quizás la peruana Marita Troiano en Extrasístole o Almudena Grandes en La edades de Lulú se acerquen a esa intencionalidad (en realidad, esta última hace algo mucho más atrevido al describir el sabor de un falo en la novela).

El segundo está en “Anoche”: «[Abría los ojos/y todavía estabas como herrero/ martillando el yunque de la chispa/ hasta que mi sexo explotó como granada».

Gioconda Belli sabe ser, pues, una hembra lujuriosa, capaz de gritar sus orgasmos a medio mundo.

Pero de todos sus poemas, el más bello es «Reglas del juego…» (poema que, en mi opinión, alcanza las cimas alcanzadas por el poema veinte de Neruda)–: “El hombre que me ame/ reconocerá mi rostro en la trinchera/rodilla en tierra me amará/mientras los dos disparamos juntos/contra el enemigo”.

Aquí la poetisa demuestra que su compromiso político va de la mano del hombre que ha escogido para amar. Un compromiso que no la ha atado de manos para escribir en el aire un canto a la libertad.

En fin, el lector se puede deleitar con la poesía de Gioconda Belli en este volumen envuelto en fragancia de mujer, una fragancia embriagadora que ni la misma alquimia de Circe hubiera podido lograr.

Freddy Molina Casusol
Lima, 25 de julio de 2012

jueves, 5 de julio de 2012

HISTORIA DE UN EMBAUQUE

ES UN BUEN LIBRO. Descubre el verdadero rostro de Alejandro Toledo y su mujer Eliane Karp. El autor se ha tomado la molestia de cruzar información y mostrar pruebas concluyentes. Pero nadie le ha hecho caso; su denuncia no ha tenido ningún eco. Más bien, por allí se ha recordado, para descalificarlo, su oscuro pasado con el gobierno de Fujimori, cuando se entendía bien con Vladimiro Montesinos para coordinar los contenidos de un importante programa televisivo. No obstante, Historia de dos aventureros (2005) podría pasar perfectamente como un modelo de periodismo de investigación, al nivel –tal vez en una versión reducida– de los trabajos de Oppenheimer o de cualquier otro periodista de prestigio. Para escribirlo Umberto Jara se ha tomado su tiempo, como debe hacerse en este tipo de investigaciones, sopesando la información, conteniendo la respiración ante cada nuevo descubrimiento, pista o hallazgo. Lamentablemente tuvo que conformarse, debido a sus malos antecedentes o a que el momento no era propicio (el fiscalizado ocupaba el sillón presidencial), a que ninguna editorial de importancia lo publicara. De allí que no figure en Historia el nombre de una editorial y sí el del tiraje: 15.000 ejemplares, como para asegurarse que alguno llegara de todas maneras a las manos de Toledo. O también se puede pensar sobre esto último –esta es otra lectura– que quien se encargó de hacerla –quizás un enemigo del expresidente–, la financió para, utilizando las indagaciones de Jara, dañar su reputación. De cualquier forma, uno no puede dudar de la buena pluma del escritor de Historia de dos aventureros. Es un buen narrador. Si su propósito era llevar de la mano, desde el comienzo hasta el fin, al lector con su relato, lo ha cumplido con creces. Jara lo entretiene y mantiene en vilo, pero sobre todo –y eso es lo que más importa– saca a la luz las mentiras de Toledo, aquellas que, por un mal entendimiento de los peruanos de lo que es la benevolencia, le han perdonado. Toledo, para empezar, nunca estudió Economía en Harvard. (Es, sí, doctorado en Stanford, pero en Educación, desde 1992; antes, en 1972, obtuvo una maestría en esa misma universidad en Educación y, en 1974, la de Economía de Recursos Humanos.) Pero su mentira mayor fue presentarse como “profesor” de esta universidad. Esto lo hizo por primera vez en 1995, cuando fue candidato a la Presidencia de la República, enfrentando a Fujimori, quien ganó esa elección, quedando muy rezagado con apenas tres puntos porcentuales. “Nunca fue profesor de Harvard –escribe Jara–. Solo [fue] un investigador visitante que pagó por su matrícula en un instituto al que podía acceder cualquier profesional para escuchar clases, leer o investigar los temas de su elección sin el extenuante rigor académico de los matriculados en las carreras regulares”. “Cuando la prensa –prosigue el periodista en su descripción del personaje– lo enfrentó con las evidencias, Toledo afirmó tener los cheques con los pagos hechos por Harvard y se comprometió a mostrarlos. En el instante de afirmarlo sabía que nunca los iba a exhibir porque no existían, pero lo dijo con una convicción de militante y esa audacia llevó la mentira al confuso cajón de las dudas. Había aprendido que, en política, lo que cuentan son las imágenes, los fulgores, la confusión del tumulto”. Mejor dicho, los peruanos, si damos credibilidad a lo indagado por Jara, fuimos víctimas de un embauque. Pero el asunto no queda allí nomás. Su mujer, Eliane Karp le siguió los pasos en estas malas artes. Apurada por conseguir financiamiento de una lujosa casa en La Molina, engañó a Eugenio Bertini, funcionario del Banco de Lima Sudameris, firmando un documento donde decía que estaba casada con Toledo. Lo hizo porque era la única manera de conseguir un préstamo de esta entidad bancaria: afirmando en 1997 que todavía mantenía una sociedad conyugal con su exmarido –de quien se divorció en 1992 y con quien se volvió a casar, discretamente, en el año 2000–. Es decir, cometió un delito[1]. Karp y Toledo eran, pues, una pareja de inescrupulosos que podían valerse de cualquier artimaña para conseguir sus objetivos, como ocurrió en el caso de las firmas falsas en que se vio involucrado el partido del expresidente, Perú Posible, que, junto a otras agrupaciones políticas –entre ellas Perú 2000, que alentaba la re-reelección de Alberto Fujimori–, sorprendentemente habían superado para su inscripción el medio millón de firmas, las cuales, en las sumas y restas hechas por Jara ese año 2000, llegaban en conjunto a los veintidós millones –seis menos que la totalidad de habitantes del país–, cosa que no hubiera sido posible sin una “fabrica de firmas” y la participación de Montesinos y el Servicio de Inteligencia Nacional. “Si se quiere ver desde otro ángulo –advierte Jara–, se presentaron más firmas que el padrón de electores que suma 14 millones”. Audios, atestados policiales, conversaciones con un extraño informante, Markus Wolf –reedición de “Garganta Profunda”–, le sirvieron a Umberto Jara para reconstruir el itinerario político del hombre que se comprometió con el rescate de la democracia en tiempos de dictadura y se erigió como el nuevo “Pachacutec”. Un hombre plagado de falsedades que nos recuerdan que en política no siempre los más idóneos son los que la ejercen. Quizás, por último, en algunas partes de su investigación Jara haya cometido inexactitudes –señaladas por el periodista Gustavo Gorriti como desinformación–, y que no sea la persona más idónea para poner al descubierto la mascarada de la expareja presidencial, puesto que la verdad en él –como reza un viejo dicho– suena dudosa; pero lo que ha hecho al escribir este libro, es un servicio a la sociedad para que, con información en la mano, en una próxima oportunidad no se deje engañar por la voz engolada de un falso inca y de una mujer belga “progresista” hablando un quechua improvisado, cuyo propósito en la vida, tal como se desprende de la lectura del texto, es en realidad alimentar la vanidad del poder.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 5 de julio del 2012

 


[1] Beto Ortiz en su libro Maldita Ternura (2004) presenta a Eliane Karp con el nombre cambiado de Julianne Park, pidiendo que le den las respuestas de una encuesta televisiva sobre cultura nacional. Con ellas, aprendidas de memoria, apareció en el programa de Ortiz, Beto a saber, engañando al electorado que la vio y que creyó en la campaña del 2000, que tenía un profundo conocimiento del país. Ver Maldita Ternura, Beto Ortiz, Alfaguara, pp.82–85.

 

LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señ...