jueves, 23 de agosto de 2007

EL BUEN SALVAJE DE CARLOS RANGEL

Por: Freddy Molina Casusol 

I


Carlos Rangel. Su nombre, para ser sinceros, me sonaba esotérico, como el de una figura lejana o de un escritor de moda, quizá. Pero Carlos Rangel, allá por los setenta, había escrito un libro importante, ahora poco mencionado y sólo resucitado por quienes libran una batalla constante contra las ideas conservadoras de izquierda. Del buen salvaje al buen revolucionario, el libro de Rangel, es el equivalente, desde el liberalismo, a Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, ensayo que ha llenado el imaginario de los socialistas románticos, émulos del “Che” Guevara. ¿Pero qué expone el libro? El libro de Rangel presenta que los males de América Latina se deben a los propios latinoamericanos, quienes se han dedicado a culpabilizar de sus derrotas al fantasma del imperialismo norteamericano, suerte de chivo expiatorio y piñata ocasional para el caso, en vez de encontrar la responsabilidad de sus desdichas en ellos mismos. Rangel hace una especie de exorcismo y revisa la historia de América Latina y EE.UU. con un escalpelo en la mano, y encuentra que somos herederos de la civilización occidental europea, reflejada en nuestras instituciones y códigos, y no hay razón para no tener un destino común. Rangel piensa además que mientras los latinoamericanos han gastado energías demonizando a la CIA por sus males, los norteamericanos –quienes recién fundan su primera universidad en 1630 (la de Boston), mientras Perú y México ya la tenían desde 1551– han fundado su prosperidad y progreso en el trabajo y el comercio, los cuales se forjaron en el rigor y la disciplina del protestantismo, el mismo que fue estudiado por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.


II

Una de las mayores sorpresas del libro es el reconocimiento a la figura de Víctor Raúl Haya de la Torre y su visión de un marxismo original para América Latina. Para Rangel, Haya sería un verdadero marxista ortodoxo, en la medida que éste interpretó con autenticidad a Marx, quien pensó que el ingreso del capitalismo imperial inglés a la India sería beneficioso para transformar una sociedad tradicional de organización aldeana, capturada por el despotismo oriental y el hechizo de la superstición. Esta incursión serviría para la formación de un proletariado moderno, coadyuvando, en teoría, la llegada del socialismo. Haya, explica Rangel, se desmarca del marxismo soviético al considerar que el imperialismo en América Latina no es la última, sino la primera del imperialismo, provocando con ello la iras del Partido Comunista sujetado de las bridas por Stalin. Este reconocimiento de Rangel a la figura del fundador del Apra se debe tomar en el contexto general de la época, en la cual todo pensamiento disidente, como el de Roger Garaudy, era relevado y destacado para oponerlo a los dictados de Moscú, y a la esfera de pensamiento del propio autor, quien, inicialmente, tuvo afinidad intelectual con el ideal socialdemócrata.


III

¿Quién sería el buen revolucionario para Carlos Rangel?


El buen revolucionario sería el prototipo de guerrillero de izquierda, como el “Che”, solidario con los cambios sociales, y que, incontaminado de las taras estalinistas de sus pares del Viejo Mundo, las desecha para engendrar un hombre nuevo –un superhombre– que, continuador de la pureza adánica del buen salvaje, genere con su accionar una sociedad ajena a la ambición y la codicia traídas por la civilización occidental y europea. 

Ésta, al mismo tiempo, tendría su origen en el cristianismo primitivo y el segundo advenimiento de Cristo, quien establecería un reino perfecto de mil años. 

Ese milenarismo, de transformación súbita del mundo (en el que la propiedad privada, producto de la “caída” del hombre, sería abolida), está conectado íntimamente con los revolucionarismos. 

De allí se entiende que sacerdotes como Camilo Torres, amigo del “Che”, se hayan adherido a la Revolución, porque la fe milenarista y la revolución social se han dado la mano para consagrar un mito religioso.


IV

Rangel presenta a los ojos de sus lectores la inocencia arcádica del primer habitante de América Latina –o el “buen salvaje”–, quien habiendo sido sustraído de su estadio de inocencia por manos europeas, es ahora redimido por estos en artículos y libros en la creencia que se debe a ellos, con la llegada de la civilización occidental, que este se haya “corrompido”; por lo tanto todo lo que conduzca a un retorno al estado de pureza original es bien visto por sus redentores.


Esto, para Rangel, sería el origen de la mitología de izquierda que ha penetrado en las capas dirigenciales latinoamericanas para incentivar el odio a EE.UU como proyecto político (al cual, se pregunta, si no se le debe reconocer los efectos benéficos de su influencia, como las doctrinas y aspiraciones políticas y sociales que se expandieron por el continente). 

Por eso hay que celebrar la existencia del libro de Carlos Rangel: porque demuestra que las raíces de nuestros males se encuentran en nosotros mismos y no necesariamente en el imperialismo yanqui. 

Lástima que Rangel no viviera para ver la caída del muro de Berlín y la agonía del socialismo realmente existente. Empero, donde él esté debe estar satisfecho de este logro: su libro sirve para no vivir en la equivocación. 




jueves, 2 de agosto de 2007

LA FIESTA DEL CHIVO: UNA NOVELA QUE YA ES HISTORIA

UNO

Durante estos días he tenido oportunidad de leer los dos, y hasta casi tres, primeros capítulos de “La Fiesta del Chivo” y mi primera impresión es de que la crítica especializada ha exagerado en sus apreciaciones –negativas, por cierto– y que ésta es una buena novela. Por supuesto que éste es un análisis todavía parcial y no da una muestra del conjunto, faltando desglosar lo que sigue. Eso es cierto, eso es exacto. Pero en esos dos primeros capítulos he podido comprobar que el mejor Vargas Llosa se encuentra allí, y que éste, Flaubert y Faulkner están yendo de la mano. Eso se dejaba extrañar en Vargas Llosa, sobre todo en esos intentos fallidos de novelas como “Los Cuadernos de don Rigoberto”, y en especial “Cartas a un joven novelista” que le salió muy forzada, como sacando camotes con los pies. En cambio, en “La Fiesta del Chivo”, Vargas Llosa, demuestra porque es considerado uno de los mejores exponentes de las letras hispanas y porque está en tal sitial. En esta novela se puede sentir a través de Urania, una de las protagonistas, la presencia de los dos maestros anteriormente mencionados. Los cambios de tiempo son sutiles, leves, y transportan al lector a lo que quiere el novelista, vivir el tiempo de la realidad ficticia. Quizás lo mejor y lo que causa una grata impresión es la redondez, el tiempo de circularidad que rodean a esos primeros capítulos que salen muy bien mondados, con un acabado impecable, terso, apenas lesionado, tal vez, cuando se aborda al dictador Trujillo y en él al “mariconazo de Betancourt” y la OEA, pero esto es leve, como una brizna, una pelusa que afea el cuadro, cosa que no sucedió en “Historia de Mayta” que se le estropeó en diferentes tramos por su afán de dejar malparada una ideología –la socialista–. Sin embargo, a lo mejor, esta puntualización sea una exageración, producto de una mala lectura, un digerimiento apresurado, pues el resto es melodioso, armónico, bien encajado. Si los siguientes capítulos contienen ese aliento, Vargas Llosa habrá redondeado una buena faena y se entenderá una vez más el por qué a los críticos se les debe tomar con pinzas y más bien de las veces fondearlos en el olvido.



DOS

Luego de la lectura de los cinco primeros capítulos de “La Fiesta del Chivo”, última novela del escritor Mario Vargas Llosa, uno puede comprobar cuán errada puede estar cierta crítica. Nos referimos, en este caso, al señor Garavito de “El Espectador” de Bogotá, quien no muy recientemente ha publicado unas líneas sobre esta novela (reproducidas en el diario “Liberación” de Lima), atreviéndose a señalar que “Vargas Llosa se ha olvidado de escribir” y descalificando al escritor por los errores gramaticales que comete éste en algunos pasajes de la misma. Es menester recordar que muchos escritores, comenzando por Cervantes, pasando por Proust, y terminando por Neruda –quien tenía terror a las comas y tildes–, les ha sido señalado problemas en su idioma natal. Para enjuiciar una obra literaria no se puede echar mano sólo de la cuestión lingüística, sino de los tópicos referentes a la parte artística, estética. Si uno se dedicara a desgajar páginas, líneas o párrafos, de las mejores obras de la literatura universal, éstas con seguridad no nos dirían nada. La combinación de las partes, sumadas al talento y el genio del creador dan la belleza del conjunto. Desacreditar la labor artística remitiéndose a fallas nimias es un absurdo, una mezquindad. Si hubiera sido ese el patrón para evaluar lo artístico, entonces en donde quedarían ciertas obras de arte como la Mona Lisa, de la que no se sabe con certeza si su sonrisa es ex profesa o un yerro de Leonardo da Vinci. Lo que pasa es que el señor Garavito en sus ánimos de pontificar no ha entendido las intenciones del novelista, a pesar de que su especialidad, la de crítico, ha debido darle el entrenamiento adecuado. Él ha pensado que “La Fiesta del Chivo” iba a darle la imagen fidedigna de la dictadura de Trujillo, y eso es un error, por no decir una gaffe, pues lo que recrea ésta es una ficción. Vargas Llosa, fiel a sus postulados de “deicida” (ver su ensayo “García Márquez, historia de un deicidio”) es quien mueve los hilos de la trama y es el dios de la novela. Él ha “creado” su propia dictadura, su propio Trujillo y ha recogido elementos de la “realidad real” para darle forma, vida. Que algunos críticos, como Garavito, no comprendan esa intención no es culpa de Vargas Llosa, sino de las limitaciones del primero, cuyas anteojeras le impiden ver mejor el horizonte.



TRES

Al parecer la crítica no ha comprendido a Vargas Llosa. Quizás se deba esto a ciertas limitaciones para percibir el uso adecuado de la técnica narrativa. Hace poco, uno de ellos, el Sr. Planas (de la revista “Caretas” de Lima) –según me han contado– habría revivido viejas tesis de un antiguo crítico –Chavez de Paz– consistente en que Vargas Llosa primero escribe sus novelas, las troza y luego las rearma para dar la sensación de ruptura y continuidad. Una tesis un tanto incrédula y facilista. Por qué no pensar que Vargas Llosa, en todo caso, hace uso de la argucia para dar efecto a la trama. No sería una mala opción. Sin embargo, se repite esta especie para desmerecer “La Fiesta del Chivo”. Si fuera así, a cualquiera se le ocurriría escribir una novela de manera lineal y luego rearmarla para generar la sensación de suspenso y expectativa. ¿Por qué no lo intenta la crítica? Tal vez con el método de la prueba se le puedan aclarar algunos vacíos y de pasada nos despejarían la duda a nosotros también. Sería de mucha utilidad que demuestren que una novela se puede hacer haciendo uso de ese tipo de artificios. Imagino las dificultades que se les va a presentar y los problemas que van a tener que afrontar para hacer coincidir las rupturas, que en las novelas de Vargas Llosa aparecen naturales en los capítulos alternados. Ya veremos uniones de cinta scotch pegando artesanías de barro y problemas para utilizar la técnica de los vasos comunicantes y los saltos de tiempo del pasado al presente y viceversa, que en Vargas Llosa aparecen muy naturales y nada forzados en los cortes. Sería un buen ejercicio y un buen adiestramiento. Un buen entrenamiento para ser de una vez por todas verdaderos creadores.



CUATRO


Terminar de leer y releer “La Fiesta del Chivo” es como saborear un buen vino. Es comprobar que Trujillo y Johnny Abbes, se parecen tanto a nuestros Fujimori y Montesinos que las diferencias parecen disolverse. Pero, más allá de ello, esta novela nos da un fresco de las interioridades, psicologías y atrocidades de las dictaduras latinoamericanas. Aquellas que introducen sus raíces en la piel y poros de nuestros gobernantes. Nadie que haya leído esta última novela de Vargas Llosa podrá negar que el oportunismo y la mala laya se encuentran fielmente retratados en personajes como Henry Chirinos, El Constitucionalista Beodo; la crueldad y la perfidia en Abbes; y la sinuosidad y la astucia en la política, en Balaguer. Vargas Llosa ha construido bien sus personajes y ha realizado al final de esta novela, trenzada en las historias paralelas de Urania, la hija del senador Agustín Cabral –caído en desgracia y sometido a prueba por capricho de Trujillo– y los actores del atentado contra el dictador, un ajuste de cuentas con el género policial, con aquel que le jugó una mala pasada en “¿Quién mató a Palomino Molero?”, que, como sabemos, se le cae de las manos en los momentos de resolución de la misma. En cambio, en “La Fiesta del Chivo”, el novelista ha cogido firmemente las riendas y ha dejado que las elaboraciones poéticas tomen forma y ganen espacio. He allí la maestría de Vargas Llosa, la de dosificar el tiempo y no dejarse avasallar por la ansiedad en contar una historia. No hay duda de que en esta novela está el mejor Vargas Llosa, el de los destellos técnicos de “La Casa Verde”, el de la profundidad poética de “La Ciudad y los perros” y el de la gran visión de conjunto de “La Guerra del Fin del Mundo”. Una novela que, como lo dicen las líneas de su presentación, “ya es historia”.

Freddy Molina Casusol
Lima, agosto-setiembre del 2000


miércoles, 1 de agosto de 2007

"VARGAS LLOSA, EL ÚLTIMO EXTIRPADOR DE IDOLATRÍAS” (Entrevista a Miguel Ángel Huamán Villavicencio)

Por: Freddy Molina Casusol

25 de mayo de 1999


Miguel Angel Huamán es uno de los más ponderados críticos y estudiosos peruanos de la obra de José María Arguedas. Merced a ello, hemos querido recoger sus puntos de vista respecto del análisis exegético que ha hecho en La Utopía Arcaica el escritor Mario Vargas Llosa, a quien en esta entrevista cuestiona su mirada romántica del quehacer literario y sobre todo su visión de Arguedas. A Miguel Angel, de igual modo como le sucede al escritor confrontado, se le escaparon de hito en hito algunos “demonios” que tenía guardados franciscanamente. Sería que el tema era picante o que el clima estuvo propicio, pero él no dejó escapar la oportunidad para sumarse también a la crítica que otro crítico, Tomás Escajadillo, ha hecho del abordamiento arguediano de Vargas Llosa. No sabemos si hemos sido una especie de redivivos “extirpadores de idolatrías”, pero la intención de fondo fue reavivar el debate en torno a uno de los titanes de la literatura peruana que todavía sigue siendo José María Arguedas, colocando sobre el tapete del Index el libro de un hereje y narrador como aquél.
Has dicho en la revista Quehacer, a propósito de La Utopía Arcaica escrita por Vargas Llosa, de que “se trata de un libro muy bien escrito con una intención muy seria de trabajo, como todos los grandes escritores sus puntos de vista son siempre enriquecedores”; hablas enseguida de que se trata de una crítica hermenéutica y pasas a refutar el texto para luego decir que “a mí personalmente no me enriquece en nada”. ¿Podrías explicar esta contradicción?

Claro, digamos, cuando yo digo que está muy bien escrito y que enriquece, lo afinco en el plano hermenéutico, me refiero al hecho de que cualquiera que participa de la experiencia artística, en el nivel de la creación o de la interpretación, fundamentalmente tiene una visión que depende de su grado de identidad y empatía con el fenómeno artístico en sí, con la obra en sí. Vargas Llosa es definitivamente un escritor importante y maneja definitivamente niveles de interpretación que están marcados por esa participación, esa experiencia con el hecho en sí literario. Pero eso no supone necesariamente que lo que se diga ahí tenga la calidad de un hecho analítico, confrontable con otras versiones y otras opciones que es lo que supone los estudios literarios. Los estudios literarios suponen un nivel de observación y análisis, que van más allá de la participación e identidad con el objeto de estudio. Es en un segundo nivel donde Vargas Llosa hace evidente un concepto, un aparato categorial, digamos ya superado en la perspectiva de los estudios literarios.
Has manifestado también de que Vargas Llosa “no entiende ni ve las estrategias de la cultura andina”, de que basa su análisis en una oposición entre la racionalidad y la modernidad –enmarcándolo con seguridad dentro de lo utópico, una utopía liberal quizás–, y lo andino. ¿No es también utópico, por decir, que en lo andino también está presente como una cuestión bastante utópica –y derrepente idílica e irrealizable– el mito del Inkarri?

Vamos por partes, en primer lugar, desde el punto de vista de la actividad artística, de la creación literaria, Vargas Llosa se mueve en un terreno evidentemente de una concepción moderna de la actividad literaria, entendiendo la obra como una relación ficcional, una creación ficcional. Pero desde el punto de vista de su concepción sobre esos fenómenos, él sigue conservando una perspectiva de carácter evidentemente romántica porque él sigue creyendo que la fundamentación del hacer del escritor se encuentra en su vivencia, en su talento, entonces esa es la contradicción cuando evalúa a Arguedas, le critica en cierta medida su relación referencial, pero él interioriza también en su análisis, Vargas Llosa, la relación referencial, porque sigue juzgándolo en función de su propio trauma y sus conflictos vitales, ¿no es cierto?

¿No crees que, por ejemplo, a Vargas Llosa le faltó leer a profundidad, a pesar de que lo menciona en la bibliografía, el libro de Carmen María Pinilla, Arguedas, conocimiento y vida, donde justamente trata ese punto que acabas de mencionar, del carácter de la literatura de Arguedas, de la relación entre su obra y sus vivencias personales?

Él probablemente, si se trata de lecturas importantes que él obvia, no estaría solamente el libro de Pinilla, sino estarían los textos de Lienhard que él trata superficialmente; los trabajos de William Rowe que menciona solamente en su primera parte, y muchos otros trabajos que enriquecen la comprensión del hecho textual arguediano. Pero lo más importante, quizás, es entender, es que desde la perspectiva que él desarrolla su fundamento no está en una capacidad analítica de observación, sino él encuentra argumentos para refrendar su propia experiencia con respecto al arte, lo cual le plantea un nivel de acercamiento pálido pero no exhaustivo, no en el sentido de una explicación textual de una comprensión teórica del fenómeno arguediano. Es por eso que cuando él aborda la temática más allá del hecho en sí y trata de evaluar el mundo andino cae necesariamente en un reduccionismo y una idealización utópica también, ya no en este caso a partir del mundo andino, sino a partir del mundo occidental, a partir de la creencia en una racionalidad supraindividual que rige todos los acercamientos. Y de hecho allí, en ese terreno, pues está años luz de todos los desarrollos antropológicos estructurales, como el caso de Lévi Strauss. O sea sostener como él sostiene en uno de sus capítulos, casi textualmente, habla de que “existen evidentemente ciertas culturas que tienen cierto desarrollo, pero que van a seguir siendo primitivas en la medida de que no lleguen a la razón”, es pues una lectura pre - Lévi Straussiana digamos y seguir manteniendo esa concepción ya superada en las Ciencias Sociales, por un lado; y por otro lado entender que lo artístico es reductible solamente a las intencionalidades implícitas o explícitas de un creador, es evidentemente una concepción pre-moderna.


Te has referido a que “los términos del debate en relación con el indigenismo han cambiado” ¿Entonces, para ti, cuáles serían los nuevos términos del debate? ¿Cuáles son las fronteras, los limites, en todo caso?
Un componente central de las observaciones que desliza Vargas Llosa en el mundo andino, es esa suerte de creencia que el polo de lo tradicional y el polo de lo moderno son irreductibles, que no hay posibilidad de contacto. Tomás Escajadillo lo ha calificado muy bien, a Vargas Llosa, como “el último de los extirpadores de idolatrías”. Y cuando yo hablo de un nuevo estado de la cuestión me refiero precisamente a eso, ver al mundo andino no como un elemento intocado, una quinta esencia, sino como un proceso de continuas transformaciones, de cambios e incorporaciones, creaciones nuevas, donde el polo de lo tradicional no está reñido con el polo de la modernidad, sino al contrario están en permanente diálogo. Allí radica, tal vez, la utopía de Vargas Llosa, creer digamos que la modernidad y el proyecto de la razón moderna es todavía un proyecto cerrado y perfecto.

¿Ahora que has recordado a Tomás Escajadillo, que con Vargas Llosa tiene una vieja rencilla, no piensas que en los términos del debate, hay detrás de todo, y en cuanto a la apreciaciones de Vargas Llosa respecto a Arguedas, como telón, un tinte político, que detrás están lo andino, o lo indígena, versus lo cosmopolita?

Bueno, tal vez, tu línea de observación me permite inducir en tus propias palabras una lectura que yo no había visto. Vargas Llosa, en su lectura del mundo andino a través de Arguedas, está también exorcizando sus propios demonios del candidato que perdió por el mundo andino, precisamente. Yo creo que eso es factible de hacer como todo tipo de comprensión hermenéutica, pero no es mi interés como estudioso de la literatura. Mi interés va más allá de la simple focalización de determinados rasgos particulares. Mi pregunta como interesado en el fenómeno literario es, quizás, por qué es que se producen, en qué condiciones se producen esos discursos, de qué manera se producen esos discursos y por qué tienen tal resonancia. Yo no trato de juzgar en términos cognitivos o negativos los diferentes discursos de la práctica textual, heterogénea que hay en el país. Mi lectura va para el otro lado, va para la interrogante de las condiciones en que aparecen y por qué funcionan, no asignándoles verdades o falsedades. En ese sentido, como te decía, son niveles distintos. Por eso la lectura de Vargas Llosa sobre Arguedas es una lectura que más o menos se ha repetido varias veces ya se ha conocido, se ha conocido varias veces y que no aporta nada. Pienso que hay otras lecturas que están en pleno curso, eventualmente de gente más joven que ve las cosas de otra manera.
¿Entonces no crees de que la sensibilidad de Arguedas, plasmada en su obra artística, no haya colisionado con ese mundo moderno que llama Vargas Llosa, y que vio Arguedas como un mundo calculado en el cual no se sintió demasiado inserto?

Mira, las citas que hace Vargas Llosa de Arguedas, tendenciosas, mal leídas, mal interpretadas, podrían ser usadas también en algunos casos, y otras citas también, para demostrar exactamente lo contrario, la apertura de Arguedas al mundo occidental, a la modernidad desde las raíces andinas. El mismo texto clásico de Arguedas No soy aculturado, precisamente habla en ese sentido, y quizás la expresión más cabal de esa apertura y no contradicción irreconciliable entre tradición y modernidad lo plantea el poema Llamado a unos doctores. Entonces yo creo que la lectura de Vargas Llosa es una lectura marcada por la pasión del escritor, y no es la lectura del que analiza un discurso, del que trata de explicar las condiciones en que se producen. Es una crítica y una interpretación bastante autoritaria que surge desde sus propios criterios que los da como universales. Por eso es que yo decía que no me enriquece, porque ese tipo de crítica fue rara y más o menos consistente en un momento dado en la recepción de la obra de Arguedas, y ya se ha superado largamente.

¿No piensas que Arguedas, así como Vargas Llosa, a quien criticas con dureza, no ha sido tendencioso? Me viene en este momento a la memoria la serie de ensayos reunidos en Indios Mestizos y Señores, y en especial el ensayo principal Razón de ser del Indigenismo, donde éste se refería a Riva Agüero y Víctor Andrés Belaunde con bastante dureza, cuando ellos, así como él, relevaban el mestizaje como la, digamos, una nueva fundación de un nuevo Perú, ¿no? O quizás entre esas dos posiciones haya existido una diferencia, en el sentido de que unos levantaban lo hispano sobre lo andino y, del lado de Arguedas, lo andino sobre lo hispano.

Mira la impresión que tengo es que hay que precisar bien los niveles de las lecturas. Yo creo que cuando decía que Vargas Llosa como escritor es extraordinario, que no es lo mismo que cuando él hace el papel de exegeta, interprete de determinados autores, donde lleva agua para su molino, igual podría decir exactamente de Arguedas en sus varias dimensiones. Una cosa es Arguedas el escritor, el autor, pues, de El zorro de arriba y el zorro de abajo, los poemas de Katatay, y otra cosa es el Arguedas político, el Arguedas etnólogo; son diferentes dimensiones. Yo no puedo juzgar solamente por criterios excesivamente ambiguos y lábiles como la sensibilidad o la identidad con determinadas vivencias. La producción textual de un autor es también subsidiaria de su época, es una época marcada tal vez por ese componente. Pero el sentido que yo le doy no es un sentido racista. Precisamente con el devenir de los años esta palabra se entiende, no desde un sentido reduccionista a nivel de vivir todas las razas, sino en el sentido de vivir todas las culturas, todas las voces, todas las expresiones, bajo un criterio simbólico a nivel cultural, que precisamente haga de nuestra diversidad nuestra fuerza y no al revés. Entonces ese tipo de lecturas yo no comparto, me parece que no están ni siquiera textualmente bien sostenidas, porque las mismas citas podría leerlas de otra manera, y que en Arguedas hay infinidad de otras propuestas más valiosas que simplemente marcar las citas para ese lado.

¿Por último no crees que a José María Arguedas le está pasando lo que le ha pasado a Mariátegui en su visión del Perú de los veinte y treinta, que ha perdido peso, especificidad en las gentes?

Bueno, al José María Arguedas político, probablemente si le pasó y terminó suicidándose; pero al José María Arguedas escritor, autor de El zorro de arriba y otros poemas mencionados sigue vigente. Tu mismo interés por el Arguedas escritor da cuenta de ello.


LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señ...