lunes, 3 de octubre de 2016

EL “CAPITALISMO” DE FERNANDO O.

MI AMIGO Fernando O. se ha empeñado en estudiar El capital de Karl Marx. Tamaña empresa no es nada fácil, pues entre los que se reconocen como marxistas, hay muy pocos que puedan decir: 1) Que lo hayan leído; y 2), Que lo hayan comprendido. La única vez que yo intenté hacerlo fue cuando estaba en la universidad. Le pedí prestado a una amiga uno de los gruesos volúmenes de la edición argentina de Cartago –“expropiada” a su “ex” cuando ambos terminaron– para escudriñar un punto: la idea de Marx sobre los medios de comunicación que un profesor, muy alegremente, había interpolado en un texto suyo para intentar formular una teoría marxista en relación a ellos (¿podían ser los medios de transporte, vías, o, mejor dicho, los rieles, que aparecían anotados por Marx, contrafuertes para fundar seriamente una?).

Pero, mejor, regresemos con mi amigo.

Fernando robándole el tiempo a su esposa, a sus hijos, y, sobre todo, a sus amigos que lo queremos tanto, se ha sumergido en las aguas de El capital para desentrañar sus misterios. Se ha pasado estos meses examinando los temas del valor, la importancia en el pasado del patrón oro y la circulación del capital. Atrás ha dejado su afición por la Física y la Mecánica Cuántica.

Su persistencia en el tema –donde me abruma de datos– ha tenido la virtud de hacerme volver la mirada hacia un libro, del cual ya no tenía sino un viejo recuerdo, y que he vuelto a recuperar en una librería de viejo para comentarlo aquí.

A finales de los ochenta, en la vorágine sanmarquina, donde las citas de Marx salpicaban en los vasos de cerveza que apurábamos en La Curva, había un librito, delgadito él, de Ernest Mandel, un economista trotskista, acerca del trabajo que a mi amigo Fernando le estaba quitando el sueño. El capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx, así se llamaba. Yo, por esos años, no lo pude leer porque había conceptos que no podía entender; pero, transcurridas tres décadas, y con varias lecturas encima, ya pude atisbar, con cierta dificultad, lo que decía.

Mandel escribe su análisis como una introducción a El capital. Lo hace con un conocimiento de las varias versiones que componen los capítulos del estudio principal de Marx; conoce el plan de trabajo inicial y las modificaciones sucesivas que tuvo (Como se sabe, en vida Marx solo pudo editar el primer volumen; en tanto que los siguientes fueron ensamblados por Engels con los materiales que aquel dejó tras su partida); y tiene un buen manejo de las fuentes, hecho que el lector debe agradecer pues se convierte en una guía autorizada para seguir el rastro de su redacción. (Anteriormente había escrito La formación del pensamiento económico de Marx. De 1843 a la redacción de El capital: estudio genético. Para quienes están interesados en el tema, pueden empezar por allí. Es un texto más asequible).

Mandel era un intelectual serio –como buen trotskista que se lo precie–, pero eso no lo eximió de cometer el mismo error común de los marxistas –que es el de su mentor, Marx–: profetizar el derrumbe del capitalismo. Desde la primera edición de su libro en 1976, han pasado cuarenta años desde que anunció, refiriéndose a las crisis cíclicas del sistema, que era “sumamente improbable que el capitalismo sobreviva otra media centuria de crisis (militares, políticas, sociales, monetarias, culturales), como las que han ocurrido ininterrumpidamente desde 1914. Es muy probable además, que El capital y lo que representa –a saber, un análisis científico de la sociedad burguesa que representa la conciencia de clase del proletariado en su nivel más alto– terminará por probar que ha hecho una contribución decisiva a la sustitución del capitalismo por una sociedad sin clases de productores asociados”[1].

Pues bien, a pesar de todo lo predicho por Mandel, ha sucedido todo lo contrario, quince años después que arribara a esta conclusión se derrumbó la Unión Soviética y la sociedad comunista instaurada, vía golpe de estado, por Lenin en 1921. El mismo año de su anuncio, la viuda de Mao y la Banda de los cuatro salieron del poder en China, poniéndose fin al experimento social llamado Revolución Cultural, que fue el preludio de la apertura comercial –o, mejor dicho, la entrada del capitalismo– estimulada por Deng Tsiao Ping, su nuevo primer ministro. Claro, de todas las experiencias político-sociales, inspiradas en el credo de Marx –y Lenin–, la única que queda en pie, a costa de una gran impopularidad (y debido a la insularidad que la favorece), es la de Fidel Castro. Sostenida en el pasado con el petróleo de la ex URSS –y hasta hace poco con el de Venezuela–, esta vieja dictadura caribeña que pasa, ella sí, la media centuria, ahora coquetea por una apertura comercial, para lo cual pide que EE.UU. la desbloquee y así abrirse al mundo capitalista. Es decir, el mundo ha ido por otro rumbo que las intenciones de Mandel no hubieran querido aceptar. Algún lector avisado podría decir: “Pero aún faltan diez años, Mandel habló de cincuenta años y solo han transcurrido cuarenta”. Es cierto, pero todo conduce a pensar que es dudoso que el capitalismo sea sustituido por otro sistema que lo supere en eficacia; y si lo hay bienvenido sea, pero el comunismo no es. Porque no ha sido nada más irónico que descubrir en las últimas décadas que la etapa superior del esclavismo, feudalismo y capitalismo, como sus apologistas defendieron era el comunismo, terminó negado en las sociedades donde se impuso para convertirse de nuevo al capitalismo.

No he visto a mi amigo Fernando las últimas semanas. Tengo dos hipótesis al respecto: 1) Que sigue imbuido en El capital (en su versión audio-libro, con el cual duerme por las noches); o 2) Que ha tirado la toalla y no estoy enterado de que ha vuelto a la normalidad. Pienso que la primera es la más probable, conociéndolo. Mientras se dilucida el tema, la pesadilla que fue para mí entender los vericuetos económicos en los que se metía Marx para entender el capitalismo de su época, solo ha durado un par de semanas, en las que robándole tiempo a otras lecturas volví al pasado, con alguna poca nostalgia, para escribir este comentario al que pongo fin en esta última línea.

Freddy Molina Casusol
Lima, 2 de octubre de 2016



[1] Ver El Capital. Cien años…, Siglo Veintiuno Editores, 1985, p. 84.

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