domingo, 26 de febrero de 2017

LA ‘MISMISIDAD’ DE FERNÁNDEZ RETAMAR

¿POR QUÉ no pensar América Latina desde su mismisidad? Esa es la propuesta de Fernández Retamar. ¿Por qué debemos mirarnos desde el espejo del otro? Del europeo, precisamente. El crítico cubano da un paso adelante y parece preguntarnos: “¿Acaso desde este continente no hemos sido capaces de recrear esa lengua llegada aquí con violencia hace más de quinientos años, con obras que han tenido alcance mundial?”. Y si hemos podido hacer eso, ¿no podemos ser capaces también de generar corrientes filosóficas con categorías propias que permitan entender nuestro pensamiento sin tener que estar supeditados al cotejo foráneo? Todas estas reflexiones surgen de la lectura del libro de Fernández Retamar, Para una teoría de la literatura en Hispanoamerica. A diferencia de nuestro Riva Agüero, quien creía que nuestra literatura era un capítulo de la hecha en España, el crítico cubano sostiene un estado de independencia en la que la literatura de esta parte del mundo deba ser entendida con conceptos propios.

La ‘mismisidad’ (opuesta a la otredad, desde el lugar del otro), nos dice Fernández Retamar, no significa empezar de cero. Es reconocer que formamos parte de una tradición occidental, “que es también nuestra tradición, pero en relación con la cual debemos señalar nuestras diferencias específicas”[1]. Y para lo cual, anota el cubano, ya existen aportes como los de Mariátegui, Pedro Henríquez Ureña y el chileno Felix Martínez Bonati (cuyo libro, La estructura de la obra literaria, destaca, sea “probablemente la única teoría literaria completa escrita en Hispanoamerica”), entre otros. El escritor uruguayo Benedetti, citado por Fernández, lo dice de otra forma: “¿Debe la literatura latinoamericana, en su momento de mayor eclosión someterse mansamente a los canones de una literatura de formidable eclosión [la de la Europa occidental], pero que hoy pasa por un período de fatiga y de crisis… ¿Debe considerarse la crítica estructuralista como el dictamen inapelable de nuestras letras? ¿O, por el contrario, junto a nuestros poetas y narradores, debemos crear también nuestro propio enfoque crítico, nuestros propios modos de investigación, nuestra valoración con signo particular, salidos de nuestras condiciones, de nuestras necesidades, de nuestro interés?”[2].

Lo que nos dicen Fernández Retamar y Benedetti, es que debemos tener nuestros propios Saussure, Jakobson, Bally o sus epígonos más actuales. Que el eurocentrismo en el cual aún orbitamos en nuestras artes (en las llamadas perfomances, por ejemplo) y los estudios literarios, debe ser superado con un corpus crítico propio. Se vive espiritualmente sometido y tenemos, como diría Fromm, miedo a la libertad.

De allí la valoración al crítico cubano Fernández Retamar en estas líneas: la de pensar por sí mismo y no con la cabeza de otro. Tal vez eso nos falte todavía para alcanzar la mayoría de edad en el estudio de nuestras letras.

Freddy Molina Casusol
Lima, 26 de febrero del 2017




[1] Ver Para una teoría de la literatura hispanoamericana. Roberto Fernández Retamar, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, Santafé de Bogotá, 1995, p. 87
[2] Ibíd., 89-90.

domingo, 19 de febrero de 2017

LEER A BLOOM

SOLO hay una forma de leer a Bloom: con amplitud. Él gusta de la estética, del juego literario de por sí, de la magia de las palabras. Ajena a su concepción se encuentra la oscuridad sociologizante –que él fustiga llamándola “Escuela del Resentimiento”–. Claro, Rama y Fernández Retamar tienen lo suyo en los estudios literarios y no hay que perderlos de vista; pero Bloom te hace amar la literatura. Cuando uno lee Shakespeare. La invención de lo humano –uno de sus libros más célebres quizás, después del afamado El canon occidental–, tenemos al mismo tiempo que al degustador de un buen texto, a un perspicaz crítico capaz de desmontar los mecanismos de relojería que componen este. Por ejemplo, cuando te involucras en su análisis sobre La comedia de los errores, de inmediato quieres leer la obra para corroborar lo que dice. Y esa es la originalidad de Bloom: la de ser capaz de seducirte con sus interpretaciones como lo podría hacer un buen escritor de ficciones. Él busca que veas la literatura como quien contempla la Mona Lisa: extasiado y suspendido en el tiempo, sin reparar en las fuerzas histórico-sociales que la han hecho posible. Bloom es un amante del arte por el arte, te enriqueces leyéndolo.

Lo mismo no pasa con Ángel Rama. Cuando uno lo lee de pronto en alguno de sus ensayos, se ve envuelto en una especie de torbellino cuyo centro son las condiciones políticas y sociales que hicieron posible el  texto literario; en otras palabras, el modo de producción. Rama, y otros como él, parten de la idea que un autor está sometido a esos condicionantes, los cuales son una especie de titiritero invisible que someten los hilos de la ficción o la poesía. Un creador pasaría ser algo así como un modesto operador de la ouija. Precisamente esto es lo que combate Bloom. Él devuelve la dignidad perdida al autor de un texto en esas escaramuzas sociologizantes impregnadas de marxismo. Vive y compara escritores de otras épocas con el que es motivo de la reseña. En ese momento, uno nota su gusto por la literatura, por la buena literatura. En ese instante, un mecanismo de selección le permite discenir lo substancioso de lo banal. En Genios se lo puede ver así, en acción, cuando, desde diversas interpretaciones, habla de “El Yavista”. Simplemente magnífico.

Respecto a Bloom y un escritor de nuestros tiempos. Cuando Alvaro Vargas Llosa colocó a Bloom y su libro El canon occidental en una entrevista a su afamado padre, Vargas Llosa lo obvia, con lo cual un puede pensar o que no lo ha leído o que nunca ha escuchado de su existencia –lo que sí sería un tanto sorprendente, pues Bloom es bastante conocido en el ámbito anglosajón por donde se mueve nuestro premio Nobel–. El hecho aconteció en 1995, un año después que apareció El canon[1]. Lo que llama la atención es que en teoría Bloom sería el tipo de crítico que encajaría perfecto con el productor literario Vargas Llosa: distante de la oscuridad sofocante consagrada por cierta señoreante crítica, y cercano a sus puntos de vista en cuanto al amor por la literatura en sí. Vargas Llosa siempre menciona a Edmund Wilson como su modelo de crítico literario; pero nunca a Bloom. A menos que la admiración del escritor peruano por Wilson sea superior al influjo que ejerce Bloom, se puede comprender esa extraña omisión.

Bloom brilla solitario en el espectro de la crítica literaria actual, dominada por enfoques de corte marxista, posmoderno y de género. Es el último de su especie. Por eso hay que leerlo: porque ya no hay otros –ni habrá en el futuro cercano– que rompan lanzas como él.

Freddy Molina Casusol
Lima, 19 de febrero del 2017




[1] Ver Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas. Selección y prólogo de Jorge Coaguila. Tierra Nueva Editores, 2010, p. 290.

domingo, 12 de febrero de 2017

LA POLÉMICA DEL INDIGENISMO

Creo sinceramente que quien ganó la polémica del indigenismo, ocurrida a inicios del siglo pasado, fue Luis Alberto Sánchez. Y no es que a José Carlos Mariátegui le faltaran argumentos. Basta apreciar el desplazamiento conceptual de Mariátegui frente a tan temible rival como era Sánchez. Lo que pasaba, a mi juicio, es que el autor de los Siete ensayos otorgaba a su defensa del indio un toque ideológico que lo perdía a la hora de aterrizar la discusión. Han pasado muchos decenios de dicho enfrentamiento que se aireó en las páginas de la revista Amauta, y no he vuelto a leer, ni por casualidad, un debate de ideas de tal magnitud sobre un tema crucial del Perú contemporáneo. Decíamos que Luis Alberto Sánchez ganó el debate porque fue quien sostuvo que el futuro del país estaba en el mestizaje; en cambio, Mariátegui –insistiendo en la fórmula aparecida en su ensayo sobre el problema de la tierra– creía que su salvación recaía en el indio. Este legado, por cierto, no era negado por Sánchez, pero él creía inequívocamente que era importante recoger la totalidad de experiencias culturales que nos identificaran como nación. La certeza de Sánchez –la de un Perú mestizo– se ve corroborada en la actualidad en las expresiones culturales del nuevo habitante de la capital que toma, a través de la música, el legado andino y oriental. El rostro del nuevo poblador de la ciudad es mestizo, y ya hay una aceptación del pasado andino pero fusionado con los legados provenientes de la costa norteña y la Amazonía, las que hacen pensar que, aunque dificultosamente, la peruanidad ya está en proceso de construcción. La polémica del indigenismo fue muy instructiva porque permitió problematizar un país balbuceante; lástima que no se haya vuelto repetir con otros actores. Sin embargo, allí están los esfuerzos pioneros de Matos Mar sobre las barriadas de los cincuenta, cuyos protagonistas iniciaron el lento proceso de conquista cultural de la Lima oligárquica. O los de Hernando de Soto, desde otra perspectiva. Sobra decir que en estos tiempos en los que parece irse sin derrotero a la vista, la polémica entre Sánchez y Mariátegui puede servir aún para indicarnos hacia dónde vamos. Su relectura nos podría dar nuevas luces.

Freddy Molina Casusol
Lima, 12 de febrero del 2017

LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señ...