martes, 16 de enero de 2024

UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CUMBIA Y SU ACEPTACIÓN EN LA SOCIEDAD PERUANA

Introducción

La cumbia es uno de los fenómenos que ha revolucionado ciertos espacios de consumo musical en el país. Desde Agua Bella hasta –si nos remontamos a un par de décadas atrás– Ana Kholer y el grupo Euforia, Rosy War y Ada Chura, la cumbia ha sabido ingresar a todos los estratos sociales del país. Antes de esto, las radios nacionales colocaban mayormente en su programación baladas y rock en inglés. Muchos años atrás el concurso La más más de Radio Panamericana encumbraba en los primeros lugares música foránea. La incursión de la cumbia puede considerarse como la valorización de un género que recoge sonidos nacionales y extranjeros. En la capital, una de sus variantes, la “chicha”, ha sido vista con desprecio por su asociación con lo informal y, en muchos casos, lo marginal. Las siguientes líneas tratan sobre este género musical e intenta explicar el por qué se baila mayoritariamente en diferentes sectores de nuestra sociedad.


Tongo y la “pituca”

¿Por qué la mayor parte de los peruanos, de acuerdo al sondeo de opinión de GFK (2017) referido al gusto musical de los peruanos, baila la cumbia (aunque su mayor preferencia sea la salsa)? Hay que intentar algunas aproximaciones. Hace algunos años Tongo, el popular músico del distrito limeño de El Agustino fue invitado al exclusivo balneario de Asia, lugar de veraneo de los ricos de la capital. A Tongo lo recibieron auspiciosamente y, hasta incluso, tocaron una de sus canciones que más sonaba en ese momento, “Tengo una pituca”, que aludía, precisamente, a ese estrato social. Esa participación del músico en estos espacios sociales, fue una concesión voluntaria de los sectores A/B quienes, posiblemente, lo veían no en tono de respeto sino de mofa. 

Para tratar de dar una idea sobre el punto, quisiéramos recordar la anécdota narrada por Vargas Llosa en Contra Viento y Marea (1962-1982) donde se rememora un relato de la escritora Isak Dinesen, quien decía que “las aristócratas danesas del siglo XVIII solían llevar monos importados del África a sus fiestas, para saciar su sed de exotismo y porque, comparándose con esos peludos saltarines, se sentían más bellas”. Podría alguien exaltarse con esta comparación –que, por supuesto, no tiene la intención de maltratar la imagen de Tongo–, pero puede resultar útil para exponer una percepción: el cantante de “Sufre peruano sufre” hacía sentir hermosos a los concurrentes a Asia. 

Por otra parte, uno podría legítimamente interrogarse, si la misma invitación hubiera sido cursada a Tongo para que cante en el Club Nacional, donde solo entran los que ostentan poder económico (las mujeres se exhiben con vestidos largos de lujo hechos en las mejores tiendas de vestir; y los hombres en un terno de marca reconocida). Tongo, evidentemente, no habría ingresado, pues no exhibe ningún blasón de nobleza, ni vestimenta ni estilo de vida suntuoso que lo acompañe. Su estética es otra; es la del pueblo, la cual se ve reflejada en su atuendo –una corbata y un terno de colores chillones, color pastel–. Visto esto así, la razón por la que fue recibido por sus jóvenes anfitriones de Asia, se debe, probablemente, a que los sectores A/B tuvieron curiosidad (sazonado de diversión) por verlo; porque, en el fondo, su sentimiento es semejante al que siente Lorena Tudela Loveday (La China Tudela), personaje de Rafo León que reproduce las costumbres, modas, excentricidades y el inconsciente de los sectores sociales acomodados del país.


Tongo por más que hubiera pisado –y se ufanaba de ello– un espacio simbólico de los sectores A/B, no estaba en pie de igualdad con sus jóvenes anfitriones. Las relaciones existentes con ellos son las que podrían tener un dueño de un bar de Asia y un mozo. Hay estructuras sociales adheridas al inconsciente de los individuos. Así, Tongo se queda en Tongo y un Bayly, Brescia o Berckemeyer en lo suyo. Su música –la “chicha”– no iba a ocupar el centro de una actividad importante; era para distraer a los ‘boys’ y para que conozcan qué se consume en la Lima que nunca pisarán (la de El Agustino, Comas o Villa El Salvador).













Los Destellos y la guitarra eléctrica

La cumbia peruana es una fusión de la cumbia colombiana, el rock psicodélico y los ritmos de la costa, la sierra y la selva peruanas, de acuerdo al portal Ipe[1]. Fueron Los Destellos los primeros que introdujeron la guitarra eléctrica en sus presentaciones. Vamos a detenernos un poco en el tema de la guitarra eléctrica, para descifrar el carácter simbólico entre los músicos peruanos de la cumbia. La guitarra eléctrica era tocada en los años veinte por los grupos de jazz en EE.UU. El jazz es una música que tiene como origen la llegada de los esclavos del África al sur de ese país. Los esclavos eran víctimas de sinnúmero de abusos y explotación. Eran parte de los bienes de sus dueños. La esclavitud se mantenía porque se encontraba entretejida en el sistema económico estadounidense. De allí que fuera el punto central del conflicto en la Guerra de Secesión. Los primeros sonidos musicales de los esclavos negros –que reflejaban la melancolía y el dolor de su situación– derivaron en su evolución en el blues y, al final, en el sofisticado jazz. El jazz parte de abajo y consigue elevación porque los sectores altos de la sociedad lo incorporan a su repertorio, y en su afán de estilización, inserta nuevos instrumentos para hacerlo más cercano a sus gustos musicales. La guitarra eléctrica fue un símbolo de rebeldía en los sectores acomodados de la juventud norteamericana. Su sonido fuerte sobresalía por encima de otros instrumentos que acompañaban a las bandas musicales. La guitarra eléctrica era el instrumento musical que acompañó a Elvis Presley, quien solía interpretar canciones afroamericanas.

La guitarra eléctrica, que es incorporada en las perfomances musicales de Los Destellos en sus inicios, recoge el aire de rebeldía que la caracterizaba; pero, al mismo tiempo, significa la reapropiación, para el gusto popular peruano, de un instrumento que, seguramente, consideraban modernizador. La guitarra eléctrica es una apropiación simbólica de una tradición rupturista, contestataría, en otra sociedad, a través de su juventud.












Los gustos de A, B, C y su opuesto

El campo musical en el que, en apariencia, se mueve los sectores A/B es el de ciertos programas de música clásica como Filarmonía, música dirigida para ese sector cultivado en este género. Y el campo musical de los sectores D y E es el de la llamada despectivamente “chicha” (variante pobre de la cumbia). Dos campos que tienen sus propios actores. Mientras una señora de La Molina, formada en una high school de la capital, tiene una formación musical en Brahms o Verdi, la empleada lo tiene en Chacalón y la nueva crema, que escucha a ocultas, y a muy bajo volumen. Los gustos de los sectores acomodados del país están relacionados a los espacios sociales en que se desplazan (El Club Nacional, el Law Tennis o el Club Regatas). Entonces, ¿cómo se debe entender la preferencia mayoritaria de los peruanos por la cumbia y la salsa en los sectores A, B y C (según la encuesta de GFK que no mide el consumo de música clásica)? El gusto del consumidor de “chicha”, derivado de la cumbia, por ejemplo, es distinto. Gusta de ropa que imita los grandes productos de marca y de colores encendidos, hace uso de la replana o jerga para comunicarse y, en algunos casos, en voz alta y chillona para llamar la atención. La procedencia de este consumidor es la de los cerros de El Agustino, San Cosme, Collique y la Pascana, por dar algunos nombres de lugares de manera arbitraria, y sus espacios de socialización, por lo general, son los conciertos de la carretera central. En ellos encuentra la aprobación social que busca. 

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo la cumbia ha podido situarse mayoritariamente en el gusto de los peruanos? La respuesta, tal vez, puede hallarse en la resistencia simbólica que ha hecho la cultura popular desde la cumbia, y esta, en algún momento de su expansión por las ciudades, a través de la radio u otros medios de comunicación como la televisión, fue venciendo las barreras de la discriminación, para, poco a poco, imponerse en el imaginario sonoro de diversos sectores, que antes la postergaban y que fue, sin proponérselo, asimilando los sonidos de los arreglos y fusiones de la cumbia peruana.


Una entrevista

Yuliana H. (hemos cambiado su nombre para fines de nuestro trabajo) es una mujer de 40 años que vive en San Juan de Miraflores. Ella es una actriz que ha participado en varias películas nacionales. Vivió fuera del país por varios años y tiene dos hijos, frutos de una relación con un noruego. Cuando la interrogo sobre el tipo de música que escucha, me dice que suele oír música romántica (“Me gusta Leo Dan porque a mi mamá le gustaba y a mí me ha quedado un poquito”), música europea (Roxeanne Hazes y Marlous, dos cantantes holandesas), rock en español y a Vicentico, un cantante y compositor argentino, y ex integrante de la banda Los Fabulosos Cadillacs. “¿Y la cumbia? ¿Qué te parece la cumbia?”, pregunto. Se ríe y me dice que le gusta escucharla cuando está en una pollada, o en una fiesta (a las que no va muy seguido porque prefiere quedarse en casa) o cuando está haciendo la limpieza. Con esta última respuesta, uno puede deducir que, en el fondo, ella reduce el consumo de cumbia, a labores domésticas (la casa, donde nadie te ve o escucha) y a espacios de cierta relevancia social (“polladas”). Pero para su consumo musical personal opta, largamente, por ritmos extranjeros con los cuales se siente identificada (“Porque me trae recuerdos”). No obstante, cuando escucha a las cantantes de su preferencia, Marlous y Hazes, cuyos ritmos recuerdan, por lo menos en el primer caso, al de Shakira, uno puede darse cuenta que, aunque ella no lo perciba, se encuentran aún, posiblemente, instalados en su mente los ritmos que marcan su entorno social; esto es, la cumbia, a la cual no desprecia, pero sí pone en un segundo orden de su consumo musical.

A modo de colofón

La cumbia peruana, cuya variante “chicha” ha tenido destacados exponentes como Lorenzo Palacios, “Chacalón”, se ha convertido en un elemento de unificación. Los sonidos venidos de la costa norte, la Amazonía y el Valle del Mantaro han hecho un caldo de fusión sonora. Luis Alberto Sánchez, en la polémica del indigenismo con José Carlos Mariátegui, a diferencia de este apostaba por el mestizaje como el futuro de la identidad peruana. Toño Azpilcueta, personaje de la última novela de Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, sueña de manera quijotesca con unir a los peruanos en torno al vals. Miguel Laura, un estudioso de los últimos tiempos, describe la cumbia como “unificadora, diversa, vital, bella, desde su nacimiento”. La cumbia parece pues la encargada de hacer esa tarea. Enrique Delgado, Wilindoro Cacique, Agua Marina y otros son los precursores de un ritmo que ha calado hondamente entre los peruanos de diversos sectores sociales a los que le están proporcionando unidad, unidad que nos es negada en otros temas y nos divide.


 

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