domingo, 20 de mayo de 2012

RECHAZO A SENDERO EN SAN MARCOS (1989)


ENTRARON en el aula y se dividieron rápidamente en varias columnas. Los alumnos y el propio Krüger –que en ese momento dictaba una clase–  pensaron, tal vez, que era una de esas tantas incursiones que Sendero hacía en los salones para denunciar al gobierno “genocida y hambreador de Alan García” y lanzar unos cuantos estribillos a favor de la guerra popular; pero no, esta vez la cosa era distinta. Ni bien entraron comenzaron a buscar entre los estudiantes un rostro que les fuera familiar. Cuando lo ubicaron, lo rodearon y sin darle tiempo a nada, lo bañaron en pintura negra. Así sancionaban a la “negra reacción”, así castigaban el atrevimiento de quien había tenido la mala idea de desafiarlos unos días antes. Dos o tres días atrás, la víctima había cometido la osadía de arrancar, en el pabellón de Psicología, un afiche senderista. Entre los que presenciaron la acción, muy probablemente, se encontraba algún militante del PCP-SL, quien, luego, informaría a sus camaradas la afrenta que había sufrido la propaganda del Partido. Ahora se lo estaban haciendo pagar. Poco faltó para que le colgaran un cartelito con la expresión: “enemigo del pueblo”, y así consumar mejor la humillación. El decano y los estudiantes que presenciaron el acto, temerosos de ser las próximas víctimas de este escuadrón de encapuchados, nada pudieron hacer. En la Ciudad Universitaria pronto corrió la voz que en la clase del decano de Letras, a un alumno, los de Sendero, lo habían bañado con pintura negra. La alarma se instaló entre sus habitantes. Si esto hacía Sendero a la luz del día, en presencia de una autoridad universitaria, podía hacerlo con cualquiera. Cuando esto llegó a nuestros oídos prendió la indignación. Mery Castillo y yo fuimos donde Krüger para manifestar nuestro enojo. Le pedimos que la Facultad publicara un comunicado a nombre del Tercio condenando la agresión senderista al estudiante de Psicología (que formaba parte, por entonces, de Letras). El decano se negó. No contentos con la negativa le pedimos hablar con Campos Rey de Castro, rector de la universidad. Tomamos un taxi y nos dirigimos, con Krüger a bordo, al edificio Kennedy, donde se encontraban los locales del Rectorado. Campos Rey de Castro nos recibió. Usando las artes de los políticos para darnos largas, alegó, finalmente, razones de seguridad –la nuestra– para no publicarlo. Fastidiados por estas negativas que sonaban a cobardía, me acordé que César Lévano, editor de la revista Sí y profesor de Comunicación, estaba dictando el curso de Historia de los medios. Le dije a  Mery: “Vamos de nuevo a la Ciudad, creo que Lévano puede publicar esto”. “¿Estás seguro?”. “Sí, le dije, vamos”. Y nos fuimos de regreso a la Ciudad. Ya en San Marcos, entré corriendo a la Facultad y subí a grandes trancos la escalera que conducía al pabellón de la Escuela. Busqué a Lévano y lo encontré en un aula finalizando su clase. Toqué la puerta y pedí permiso para ingresar. Me acerqué y le expliqué la situación. “¿Del Tercio Estudiantil?”, interrogó. “Sí”, le respondí. Y se metió el comunicado al bolsillo. Una semana después, en la siguiente edición de Sí, pudimos leer nuestro comunicado a página y media adjunto a una nota (“Rechazo a Sendero en San Marcos”), el único comunicado de esos años que, desde el interior de la universidad, condenó abiertamente a Sendero y sus prácticas de amedrentamiento en el campus universitario.

A continuación damos a conocer el texto de la nota, publicada en el No.100 de (del 23 al 30 de enero de 1989, pp. 24-25):
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RECHAZO A SENDERO EN SAN MARCOS


La bárbara golpiza aplicada en San Marcos por senderistas a un estudiante de Sicología, a quien además embadurnaron con pintura negra, ha tenido la virtud de juntar voluntades en el campus universitario. En la Ciudad Universitaria circula, desde el jueves último, un documento que condena a Sendero y que ha encontrado respaldo en el tercio estudiantil de Letras y entre numerosos alumnos y dirigentes de otras facultades.

El documento refleja asimismo, la condena estudiantil a la quema de la Bandera Nacional realizada el martes 10, a las 8 de la noche, por una veintena de senderistas armados, ante la consternación y la cólera estudiantil.

He aquí párrafos del texto, que abre una etapa en la opinión sanmarquina, que muchos órganos de prensa tildan injustamente de propicia a la organización sanguinaria dirigida por Abimael Guzmán.

“Así como repudiamos y rechazamos la brutal agresión policial que ha cobrado el doloroso saldo de compañeros asesinados impunemente, rechazamos también la creciente práctica de amedrentamiento, amenazas y atropellos del senderismo dentro del campus universitario, con métodos ajenos a la tradición del movimiento estudiantil y que nada tienen que envidiar a los enemigos de clase”.

El documento, que circula mimeografiado, expresa también “honda preocupación ante una nueva paralización de
labores que, convocada en estas circunstancias, significaría un virtual autorreceso y un caro favor a la reacción”.


Otros links sobre el tema: Sendero se pasea en San Marcos y San Marcos en los ochenta de Mario Munive

sábado, 5 de mayo de 2012

MJO, TESTIGO DE SU TIEMPO

Durante las noches lo leo como quien busca a un abuelito para que le cuente una historia. Con él recorro el Africa, Cuba, Praga, Bagdad, Singapur, China e innumerables países y no me canso. Lo leo con curiosidad. Me gusta ver sus correrías, detectar cómo arma sus reportajes, los trucos que emplea para conseguir una primicia. Noto en cada párrafo el respeto único que tenía por el que se cumpla la convención: “tres o cuatro líneas, no más jóvenes periodistas”.

Maestro indiscutible del reporterismo peruano, Manuel Jesús Orbegozo ha dejado en estos dos preciados volúmenes los secretos del oficio. En su hechura, Orbegozo, no agota, como recomendaba Hemingway, el material periodístico de un solo golpe. El periodista debe descansar y dejar una frase “colgada”, y al día siguiente retomar la idea a partir de esta y así todo se vuelve más fácil de redactar.

Esa es la técnica que utilizó el escritor norteamericano en Muerte al atardecer, libro que le dio fama y éxito internacional.

No es difícil detectar en Orbegozo el uso de este artificio. El periodista peruano, como buen admirador de Hemingway –a quien alguna vez entrevistó– lo ha seguido y allí están los resultados: un libro admirable, que se deja leer bien. Como le decía, entusiasmado, a su nuera Paola Jerí, este es su mejor trabajo. Los demás –Tiannamen y MJO. Entrevistas–, son satelitales, giran alrededor de éste.

Este es el libro principal al cual deben acudir los jóvenes estudiantes de periodismo.

Recuerdo, cuando asistía a sus clases, que Orbegozo contaba las veces que era inquirido por un trabajo de largo aliento que reflejara sus experiencias en los medios escritos, que estaba escribiendo sus memorias. Por esas fechas, 1986 o 1987, confesaba que tenía alrededor de quinientas páginas.

El libro, con los años, y a medida que numerosas promociones de estudiantes egresaba de las aulas de San Marcos, se había vuelto mítico. Se hablaba de él en los cafetines, en los reencuentros de ex alumnos, en los diálogos de sobremesa. Se comentaba que ahora tenía mil páginas y que no encontraba editor.

La verdad, yo no le hice caso al libro del maestro. Aún no tan bien impresionado por la lectura de sus libros de entrevistas –que me parecieron de menor envergadura, en comparación con el de Hildebrandt, Cambio de Palabras (que ahora circula por allí en una segunda edición)–, no se me ocurrió buscarlo cuando fue publicado.

Fue en una feria del libro, de casualidad, que lo encontré. “El libro de Orbegozo”, pensé, apenas lo vi.

Lo primero que hice cuando lo tuve en mis manos fue notar que había sido impreso por el Fondo de Cultura Económica. Todo un lujo si recordamos que no hay un periodista peruano –por lo menos de la generación de Orbegozo– que haya publicado en ese prestigioso sello editorial.

Luego me bastó posar la mirada en algunos párrafos del primer volumen, para darme cuenta que estaba frente a un libro escrito con una envidiable prosa periodística. 

Tras comprobar en la noche que mi primera impresión de este volumen no era engañosa, regresé a la feria y me llevé el segundo al día siguiente. Desde entonces, los tengo como libros de referencia y de obligada lectura.

El crítico y novelista estadounidense Waldo Frank decía de Luis Alberto Sánchez que era un “escritor de raza”, si se parafraseara lo mismo para Orbegozo, se podría decir de éste que fue un “periodista de raza”.

Manuel Jesús Orbegozo partió de este mundo en setiembre del año pasado. En su velatorio, que fue muy concurrido, aparecieron muchos de sus ex alumnos que lloraron en silencio su partida.

El día de su entierro recibió el homenaje de la Facultad de Letras de San Marcos que lo vio consagrarse como uno de sus mejores maestros en la antigua Escuela de Periodismo, hoy Escuela de Comunicación Social. Y el arpista Máximo Damián, antes de irse, le tocó una sentida melodía andina.

Dicen, finalmente, que un hombre en la vida debe hacer tres cosas: tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. Orbegozo hizo las tres, y por partida doble. Porque bien puede decirse que Testigo de su tiempo, es las tres cosas a la vez: un hijo, un árbol y un libro.

Así lo creo por las noches, cuando me trepo en sus páginas y leo, disimulando una sonrisa, y con ojos de curiosidad y asombro, que el maestro me dice: “tres o cuatro líneas, no más joven periodista”.

Ya no tanto, maestro. Ya no tanto.

Freddy Molina Casusol
Lima, 5 de mayo de 2012

UNA TESIS SOBRE YEROVI

HAY tesis que se convierten en libros como esta de Paulo Piaggi sobre el destacado dramaturgo Leonidas Yerovi, o como la que no muy reciente...