jueves, 5 de noviembre de 2009

LA MALA NOVELA DE AYN RAND

Soporífera. Así se podría calificar la novela de Ayn Rand, La Rebelión de Atlas (Grito Sagrado Editorial, 2007), que vendría ser la versión liberal de la literatura comprometida en el realismo socialista. Rand utiliza la empaquetadura del género novelístico para promover las ideas liberales, pero no consigue seducir a su lector. Mejor hubiese publicado un ensayo con todas esas ideas que, salpicadas, a lo largo del texto exhiben eso sí las dotes de una pensadora singular a favor del individualismo. Tenía razón Vargas Llosa, en el prólogo de El regreso del Idiota Latinoamericano, al calificar la novela de Rand como “mamotreto ilegible”. Y es que a esta filósofa ruso americana, quien se consideraba asimismo como novelista, no le interesa mucho –o no se da cuenta– que su novela sofoque esas ideas que quería difundir en las voces de Dagny, el hermano de ésta, James Taggart, y un inescrupuloso llamado Francisco d’Anconia, en torno al manejo de una ficticia línea ferroviaria Taggart Transcontinental. No entendemos cómo esta novela tiene una acogida entre ciertos sectores empresariales que la reciben con beneplácito –leímos hace un tiempo atrás en un revista local que un empresario extranjero, entusiasmado con su lectura, la repartió por centenares entre sus empleados–. Tal vez sea que el aprecio va por la identificación con las ideas o por la descripción que se hace de los resortes que mueven el mundo de los negocios. Seguramente. Porque si hablamos de las cuestiones de forma, el libro de Rand es un ladrillo inamovible que golpea, sin respetar las leyes de la elipsis, en la mente del lector para preguntar por un tal John Galt –un millonario, a quien se lo hace surgir como el personaje de una isla misteriosa y pérdida como es la Atlantida–. Nada le hubiera costado a Rand hacer una economía de palabras para ahorrarnos a los lectores el estar zambullidos en una prosa fatigosa para rescatar las ideas esenciales de su pensamiento. Una mala novela que ya, en su página 190 –son 1,251–, nos tienta a dejarla como la vemos: en medio de una hojarasca de texto.

Freddy Molina Casusol
Lima, 5 de noviembre de 2009

lunes, 26 de octubre de 2009

EL SEÑOR CHIRIF Y EL MISTERIO DE LOS INDÍGENAS AMAZÓNICOS

Un documental, presentado hace algunas semanas, por Hernando de Soto –El misterio del capital de los indígenas amazónicos– ha provocado un revuelo en los antropólogos Alberto Chirif y Rodrigo Montoya, quienes han salido al frente con sendos artículos publicados en el diario La Primera con el propósito de intentar refutar los contenidos de éste.

El film, cuya duración es de 30 minutos, muestra de una forma didáctica cómo los indígenas de la Amazonía están atados de manos por formas de titulación –carentes de valor– que les impiden alcanzar el desarrollo a través del capitalismo.

Para el señor Chirif, coautor del Atlas de Comunidades Nativas, cuya primera edición data de 1977, y principal fustigador de lo presentado por De Soto, “el mensaje del vídeo es caritativo y consiste en señalar que los indígenas son pobres a pesar de estar sentados en un banco de oro”.

Nada más inexacto que esto. El doctor Chirif –que basa buena parte de su argumentación en señalar los errores de vestimenta de los nativos presentados en el vídeo–, como todos los críticos del sistema capitalista, hace todo lo posible para desprestigiar la visión liberal de De Soto.

Dice Chirif:

“Los pueblos indígenas no están entrando al mercado: lo están hace muchos años, pero lo están en la única manera como el mercado lo permite en zonas marginales, libradas a la matonería de los más fuertes, amigos de las autoridades locales, con quienes trabajan al alimón para ser explotados. El Estado es un espectador activo, de esos que tiran piedras desde la tribuna al actor más débil y se solidariza con el opresor”[1].

En realidad, lo que ha hecho el señor Alberto Chirif es describir los mecanismos utilizados por el capitalismo mercantilista para favorecer a sus allegados.

De esto y no de otra cosa se refiere el doctor Chirif cuando mezcla ambos capitalismos: el liberal –fundamentado en el respeto de la propiedad privada y la competencia– y el mercantilista –descrito por él mismo líneas arriba–, para confundir a sus lectores.

Para nada remarca en antropólogo en cuestión que los protagonistas del documental son indígenas. Deliberadamente obvia a los personajes que aparecen en él, como Miqueas Mishari –ex Presidente de Aidesep–, Osbaldo Rosas –Jefe de las Comunidades Nativas de Marankiari Bajo–, e Irene Pinedo, todos ellos oriundos de las etnias bora y ashaninka, ambas de nuestra Amazonía, y que por más que no estén vestidos como Chirif quisiera, pertenecen a una realidad que no es la suya: la de la selva peruana.

Lo que pasa es que el señor Chirif, como los destacados antropólogos que menciona Rodrigo Montoya –el otro crítico del documental– en su artículo –Richard Smith, Margarita Benavides, Frederica Barclay y otros–, está alimentado por el mito del Buen Salvaje, el cual hace que se sienta “bondadoso” con los indígenas amazónicos, tal como lo fueron en su momento los escritores indigenistas de inicios del siglo pasado cuando adornaban la figura del indio peruano.

Ya es hora de que sean los propios indígenas los que expresen sus puntos de vista. No sus intermediarios, quienes, explotando sus problemas, los que lo hagan para presentarse como “progresistas” o de “avanzada”.

El mensaje del documental es claro. Trata de reconocer en la cultura de los indígenas, caracterizada por su visión comunitaria y de reciprocidad entre sus miembros, elementos pertenecientes a una cultura empresarial. ¿Esto es malo? ¿Es pecado que se pretenda replicar en los territorios ancestrales de los nativos amazónicos los beneficios económicos que han adquirido sus pares de Alaska y Canada, respetando su hábitat natural y el medio ambiente?

Pareciera que esto es lo que le disgusta a Chirif –y en menor proporción a Montoya, quien se muestra más moderado y fundamentado en sus apreciaciones–: que los hombres de la Amazonía –como ya lo han hecho la gente puneña de Unicachi y Gamarra– descubran el capitalismo y perviertan sus costumbres o peor aún, las olviden.

Ése es el misterio que antropólogos como Alberto Chirif temen sea descubierto. El que los nativos, aprovechando la riqueza de su naturaleza, prescindan de su discurso, reconozcan que no pueden hacer nada con esos títulos que les da el Estado –desceñidos de las herramientas legales para incorporarlos a la modernidad–, y abracen la libertad económica.

Pasa también que a consultores como Chirif les ha irritado que les hayan dicho, de manera indirecta, que han asesorado mal a dirigentes nativos como Alberto Pizango, porque se pone en cuestión la calidad de sus asesorías.

Hernando de Soto, con El Misterio del capital de los indígenas amazónicos, ha lanzado un arma de discusión ideológica que, como en el caso de El otro sendero, ha ocasionado una picazón en las filas de la izquierda intelectual amazónica acostumbrada a que no le disputen el terreno de los pobres que creen es de su exclusividad.

Esta izquierda debe entender que las cosas están cambiando y de que el fantasma de Marx no recorre ya todas las latitudes del mundo, mucho menos en la Amazonía Peruana donde, entre huitotos y aguarunas, empieza a vagabundear como una triste sombra en pena.


Freddy Molina Casusol
Lima, 26 de octubre de 2009

[1] Ver El otro sendero (¿despistado?) de Hernando de Soto, en La Primera, 22 de setiembre de 2009.

miércoles, 5 de agosto de 2009

EL ESTILO DE “LA PRIMERA”

CADA VEZ que leo La Primera tengo la impresión que el país está al borde del caos, que todo marcha mal y que en cualquier momento el gobierno va a ser derribado. Para La Primera, diario que ocupa el espectro político que décadas atrás dejara El diario de marka, nada funciona bien, todo es un desastre y los TLC que firma el Perú con el resto de países del mundo, merecen ser observados de antemano por ser sospechosos de lesionar los intereses nacionales. La Primera, un diario que sigue los lineamientos de César Lévano, periodista de filiación marxista-leninista, quien en el invierno de su vida ha encontrado el lugar adecuado para expresar su descontento con el sistema económico liberal, apuesta por una oposición dura. Sus editoriales, cargados de críticas y denuncias en contra del Estado, disfrazan esa vieja consigna leninista de agudizar las contradicciones punzando en el descontento de la gente, para así encarrilarla sutilmente hacía un terreno peligroso –que no aclara bien, pero que se parece mucho a uno que cruzó alguna vez la Rusia bolchevique en 1917 y la Cuba de Fidel Castro en 1959–.

En las páginas de La Primera uno puede encontrar como columnistas a Ricardo Letts, fervoroso creyente de la insurgencia y la lucha armada para tomar el poder; a Tomás Borge, actual embajador de Nicaragua en el Perú y ex guerrillero sandinista; y a César Hildebrandt, un periodista antes ponderado y ahora ganado por sus excesos verbales que le han hecho perder audiencia en la opinión pública.

La línea de La Primera, antagónica a la del gobierno socialdemócrata del Apra, es nacionalista, izquierdista y defensora de las causas sociales. Así se la podría definir a partir de la lectura de sus diferentes secciones.

La cobertura informativa en Bagua

En el conflicto ocurrido en la zona amazónica de Bagua, La Primera destacó en sus titulares y páginas interiores todo lo relacionado a los levantamientos, paralizaciones y toma de carreteras, presentando al Ejecutivo como incapaz de solucionar y escuchar el punto de vista de la población en relación a dos decretos supremos que supuestamente lesionaban los intereses de la Amazonía Peruana. El diario se las arregló para mostrar una sola cara de la moneda, disminuyendo o devaluando todo tipo de información que condujera a un tipo de solución pacífica. Un ejemplo de ello es el suplemento publicado el 29 de junio (“Bagua: la otra verdad). En éste se consigna sólo la versión de uno de los bandos en contienda: la de los nativos Awajún. La de los compañeros de los policías degollados –cuyos cuerpos sanguinolientos llenaron de horror las pantallas de televisión– no existió en la mente del redactor, limitándose éste a presentar el hecho desde el ángulo que mejor podía explotar el medio: el del minar la credibilidad del gobierno.

Por la ruta de Chávez

Para La Primera, el país debería seguir –no lo dice abiertamente, pero es allí  por donde apunta– la ruta de una Asamblea Constituyente, tal como lo han hecho Venezuela, Ecuador y Bolivia. El periódico se las ingenia para filtrar esta idea en la mente de los lectores a través del sesgo que le da a las noticias. La Primera alienta el proyecto liderado por el presidente venezolano Hugo Chávez, consistente en crear un bloque “bolivariano” para poner freno al “Imperio” –entiéndase los Estados Unidos– en América Latina. Para ello cada nación debe refundarse mediante la dación de una nueva Carta Magna aprobada en una Asamblea Constituyente, la cual debe eliminar todo residuo de iniciativa privada y libre mercado. Lo peligroso del asunto es que detrás de este modelo peligran las libertades de expresión e información, como ha quedado demostrado en Venezuela donde la disidencia es perseguida y la voluntad de Chávez convertida en ley debido a un poder judicial sometido a sus arrebatos.

Periodismo de denuncia, antisistema

Las denuncias de Raúl Wiener sobre los manejos turbios y negociados en el gobierno o los artículos de Zenón de Paz invitando, desde temas educativos, a la discusión de ideas, son dignos de atención. Pero todo aquel como Gonzalo García Nuñez, Sinesio López y Héctor Béjar –el otrora autor de Las guerrillas de 1965–, que diga que por las medidas del gobierno “nos estamos yendo al fondo del pozo”, es inmediatamente bien recibido.

El país necesita diarios de oposición que tengan una clara línea política, que fiscalicen y que ejerzan un tipo de crítica al sistema; pero no para destruirlo desde adentro como parece ser la intención de La Primera. Para eso existieron semanarios como Cambio –vocero encubierto del MRTA– o periódicos como El Diario –dirigido en su segunda etapa por el tristemente célebre Luis Arce Borja y portavoz de "Sendero Luminoso"–. Y ya sabemos cómo acabaron: en el descrédito y la más completa orfandad de lectores.

Freddy Molina Casusol
Lima, 05 de agosto de 2009

Crédito de la imagen: http://www.diariolaprimeraperu.com/online/images/tapas/2009/junio/10.jpg, http://2.bp.blogspot.com/_7wpTPQKv3gI/SjSWqjW5f_I/AAAAAAAAAd4/Sh1YeVTGPgE/s320/bagua1.jpg

martes, 21 de julio de 2009

VARGAS LLOSA Y GARCÍA MÁRQUEZ, historia de una amistad rota


Por
Freddy Molina Casusol

Ha dejado a que sus futuros biógrafos desentrañen el misterio. Ni con Beto Ortiz –en la lejana entrevista televisiva del 2000, la más completa que se ha hecho sobre su vida personal y política– ni con Heidi Grossman
[i], Vargas Llosa ha cedido. Antes ya lo había intentado el periodista Ricardo Setti para el largo libro que éste publicara en idioma portugués allá por 1986[ii]. Con ninguno hablaría sobre el incidente. En los tres casos, una carcajada contenida y juguetona detuvo la curiosidad de los entrevistadores por arrancarle una confesión acerca de los motivos que lo empujaron a endilgarle un fuerte puñetazo hace 33 años a García Márquez, en el Palacio de las Bellas Artes de México.

El incidente

El 12 de febrero de 1976, fecha de la proyección privada del film “Odisea en los Andes”, el novelista peruano Mario Vargas Llosa le propinó un fuerte puñete en la cara a su par colombiano Gabriel García Márquez en un cine de la ciudad de México, en circunstancias en que éste se disponía a abrazar al primero a quien no veía después de una larga temporada.

El colombiano no tuvo tiempo de reaccionar y cayó de bruces. Todavía sorprendido por la actitud del peruano, le contó varios días después al periodista Oscar Alarcón del diario “Correo” de Bogotá, lo siguiente:

“Cuando me vi con Mario, me pareció verlo sonreír y que trataba de abrazarme. A esto se debió que cuando me pegó estaba completamente indefenso y con los brazos abiertos, de lo contrario me hubiera protegido por lo menos la cara. Caí sin conocimiento. Además, Mario tenía un anillo con el que me rompió la nariz”[iii].

García Márquez manifestó igualmente: “La verdad es que ignoro completamente los motivos y sigo sin saber cuál fue la razón que tuvo Mario para pegarme”[iv].

Francisco Igartua, periodista peruano, años después le diría a Juan José Armas, biógrafo español de Vargas Llosa: “Yo estaba presente. Fue terrible. Cuando nos dimos cuenta, Gabriel estaba en el suelo y Mario se había ido. Fui yo quien trajo el bistec para bajarle la hinchazón al ojo del Gabo.”[v]

Sin embargo, en sus memorias, el propio Igartua desmiente haber hecho esto: “luego supe que lo trataron con un trozo de carne, un grueso bistec, que adquirieron en una carnicería vecina y se lo aplicaron al ojo como compota.”
[vi]

Hasta antes del incidente, la amistad que se profesaban ambos novelistas era inmensa. María Pilar Serrano, esposa del desaparecido escritor chileno José Donoso y testigo de excepción del mutuo aprecio que existía entre ellos dos, ha escrito :

“Pero «amistad», verdadera amistad, con profundo cariño, reconocimiento y admiración era la que unía entonces a Mario Vargas Llosa y a Gabriel García Márquez. Vivían a una cuadra de distancia, a la vuelta de la esquina literalmente, en el barrio barcelonés de Sarriá. Se admiraban, disfrutando de su mutua compañía, de sus interminables conversaciones, de los paseos que juntos hacían por las calles de la ciudad y Mario escribía sobre «Gabo». «Le dedicó dos años de su vida, María Pilar», me dijo Patricia (Llosa), al libro-ensayo en el que volcó su admiración por Cien años de soledad, la obra maestra de su amigo. El libro: Historia de un deicidio le sirvió también a Mario a manera de tesis para obtener su doctorado en la Universidad de Madrid........”
[vii]

El testimonio de Serrano –que frecuentó a los Vargas Llosa y García Márquez en la década del 70– es importante para tener una idea de las dimensiones de la ruptura que remeció el ambiente literario por aquel entonces.

Las hipótesis
Son tres las hipótesis que se barajan para explicar la pelea entre Vargas Llosa y García Márquez.

Hipótesis 1: “García Márquez le quiso robar la mujer a Vargas Llosa”.

Esta hipótesis fue la primera que apareció en los cables de las agencias periodísticas que reseñaron el incidente. La agencia de noticias EFE, en su despacho del 13 de febrero de 1976, decía:

“El móvil de la pelea, no podía ser para menos: las faldas. Un asunto de faldas que, al parecer, provocó García Márquez cuando, en Barcelona, intentó una aproximación a la mujer de Vargas Llosa”
[viii].


Esta hipótesis no resiste análisis. No aporta prueba alguna. Es una suposición, una especulación que rondó por la mente de los periodistas, bastante propensos a dejar volar, tanto como el público lector, la imaginación.

Hipótesis 2: “Vargas Llosa estaba ofuscado por las posiciones políticas de izquierda de García Márquez y disimuló su enojo tomando como pretexto lo que supuestamente el Gabo «le había hecho a Patricia en Barcelona»”.

Esto ha sido sostenido por Francisco Igartua. Pero ha sido el propio Vargas Llosa, quien, en la referida entrevista que le hizo Beto Ortiz, ha expresado enfáticamente que: “Lo que ha dicho Igartua es falso”.

Además, para que no queden dudas, ha aclarado que “.... el distanciamiento con él (con García Márquez) se debió a una cuestión personal, fundamentalmente, que no tiene nada que ver con su posición ideológica, de la cual discrepo también profundamente, porque creo que, políticamente, García Márquez no es de ninguna manera el buen escritor que es de literatura.”
[ix]

Queda, pues, para explicar el confuso incidente de 1976, la tercera hipótesis:


Hipótesis 3: “Vargas Llosa se dejó llevar por la ira al enterarse que García Márquez y su mujer le habían aconsejado a su esposa Patricia separarse de él, debido a que éste sostenía un tórrido romance con una modelo norteamericana en Finlandia” (otra versión que circula indica que era una joven sueca).

Esta hipótesis fue expuesta en un artículo por el periodista Juan Gossain del diario “El Heraldo” de Barranquilla[x]. Es verdad que Gossain no señaló cuál era el nombre de la referida modelo y no aportó, como en el primer caso, prueba alguna. Pero pensamos que lo que conjeturó, es lo que más se acerca a la verdad.

La agencia Associated Press (AP) reprodujo parte del artículo de este periodista, quien escribió que la mujer de Vargas Llosa hizo caso a los consejos de los García Márquez y que cuando éste se enteró de todo, “montó en cólera”
[xi].

Eso quiere decir que Vargas Llosa, llevado por el enojo extremo, esperó el momento oportuno, que se le presentó con la exhibición del film “Odisea en los Andes”, para desquitarse de lo que consideró una afrenta a su matrimonio.

Vargas Llosa, asimismo, habría tramado el encuentro entre los dos para vengarse. García Márquez, en conversación telefónica con un redactor del diario “El Espectador”, dijo que “... el director de cine chileno Miguel Littin lo había invitado a sugerencia de Vargas Llosa porque hacía tiempo que no se veían y esa era una buena oportunidad, de lo que se desprende que el peruano lo hizo con premeditación”
[xii].

Esto último es posible. De que Vargas Llosa haya provocado el encuentro deliberadamente, es posible. Hay que recordar que Jaime Bayly, en su columna publicada en el diario “Correo” de Lima, relató que el escritor, molesto por la deserción de su hijo Alvaro de la prestigiosa universidad de Princeton para trabajar como periodista en Lima, pactó una cita con éste en el parque de Miraflores, la cual terminó con el ojo morado del hijo mayor del escritor.

Cuenta Bayly:

“Alvaro terminó asilado en casa de Fernando de Szyslo, amigo de la familia. Cierta tarde, Mario lo citó en el parque de Miraflores para convencerlo de regresar a Princeton. Alvaro volvió a La Prensa con un ojo morado. Mario le había dado un puñete.”
[xiii]

O sea, ya hay un antecedente de las iras del novelista que abonan la tesis de que el escritor se deja a veces ganar por la furia. Esto habría ocurrido en el caso de García Márquez.


Las consecuencias de un puñetazo

Vargas Llosa rompió unilateralmente la amistad con García Márquez. Le dijo a su editor Carlos Barral que no volviera a publicar el ensayo García Márquez. Historia de un deicidio (1971), libro que analizaba la obra del colombiano (por ello esta edición se ha convertido en una pieza de colección para los fanáticos). Barral lo hizo y, lamentándose con el biógrafo Armas Marcelo, confesó: “Sólo pude publicar una primera edición de 20,000 ejemplares, y ahí acabó todo”[xiv]. Tampoco fue traducida a otros idiomas. Así de tajante fue Vargas Llosa.

Posteriormente, la brecha entre los dos escritores se ensanchó al calificar Vargas Llosa, en la polémica con el novelista alemán Günter Grass, a García Márquez como “cortesano de Fidel Castro”[xv].

Colofón

Vargas Llosa ha dicho que ni él ni Gabriel García Márquez hablarán sobre el incidente. Dice que le dejarán el trabajo a sus biógrafos, si es que se lo merecen. Todo conduce a pensar que Vargas Llosa se equivocó, se precipitó. Se dejó llevar por sus impulsos, aquellos que bien canalizados convierte en sus famosos “demonios” literarios. Por eso no quiere hablar del tema. Sabe que está en falta.

Esto explicaría el que Vargas Llosa, no muy recientemente, haya autorizado se publique como prólogo un extracto de Historia de un deicidio para la nueva edición de Cien años de soledad, editada por Alfaguara y la Real Academia Española. Ha tendido el puente para una futura reconciliación. Vargas Llosa habría comprendido, finalmente, que la precipitación no es una buena consejera y que un puñetazo no es suficiente para apagar el recuerdo de una buena amistad.

Lima, 20 de julio de 2009

*Publicado en el diario "La República"(16/08/09) como "Vargas Llosa y García Márquez. Memoria y ruptura".

Créditos de las fotos: (del ojo morado de García Márquez) Rodrigo Moya; (de Patricia Llosa, García Márquez y la poeta Blanca Varela) Carlos "El Chino" Dominguez (¿?) (la copia de esta foto la adquirí en jirón Quilca. En la espalda se podía leer los nombres de éstos y una fecha: 1967. La vendedora me dijo que la hija de "El Chino" le había traído un archivo de fotos donde estaba ésta y otras más); http://www.gentedigital.es/upload/fotos/blogs_entradas/200906/mario_vargas_llosa_1985.jpg .

Notas

[i] Ver “Montesinos es más ladrón”. Entrevista de Heidi Grossman a Mario Vargas Llosa (2000). En Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas. Selección, prólogo y notas de Jorge Coaguila. Fondo Editorial Cultura Peruana, 2004, p. 276.
[ii] Ver Diálogo con Vargas Llosa, por Ricardo Setti. Ensayos y conferencias de Vargas Llosa. Kosmos-Editorial, S.A., 3ra. Edición, 1990.
[iii] Ver “García Márquez. «No sé por qué me pegó Mario»”, en “Correo”, 18 de febrero de 1976. Reproducido en Psicoanálisis de Vargas Llosa, Max Silva Tuesta, Editorial Leo, 2005, p. 231.
[iv] Ibíd., p. 230.
[v] Ver Vargas Llosa. El vicio de escribir, Juan José Armas Marcelo, Grupo Editorial Norma, 1991, p. 121.
[vi] Ver Huellas de un destierro, Francisco Igartua, Editorial Santillana S.A., 1998, p. 106.
[vii] Ver “El «boom» domestico”, María Pilar Serrano. En Historia personal del «boom», José Donoso, Editorial Seix Barral, 1983, p. 107.
[viii] Ver “El novelista Vargas Llosa noqueó a García Márquez”, en “El Comercio”, 14 de febrero de 1976. Reproducido en Psicoanálisis de Vargas Llosa, p. 224.
[ix] Ver Diálogo con Vargas Llosa, p. 30.
[x] Ver “Vargas Llosa fracturó la nariz de García Márquez”, en “La Prensa”, 18 de febrero de 1976. Reproducido en Psicoanálisis de Vargas Llosa, pp. 232-233.
[xi] Ibíd., p. 233.
[xii] Ver “Siguen especulaciones sobre el golpe de Vargas Llosa a García Márquez”, en “La Prensa”, 20 de febrero de 1976. Ibíd., p. 235.
[xiii] Ver “El escritor y el payaso”, Jaime Bayly, 20 de octubre de 2008.
[xiv] Ver Vargas Llosa. El vicio de escribir, p. 124.
[xv] Ver “Respuesta a Günter Grass”, en “El Comercio”, 6 de julio de 1986; y “Günter Grass aclara a Vargas Llosa”, en “Quehacer”, No. 42, agosto-setiembre 1986.





sábado, 30 de mayo de 2009

LA “ÚLTIMA HORA” de Juan Gargurevich

ESTE libro es una prolongación de Mito y verdad de los diarios de Lima (Editorial Gráfica Labor, 1972) –ensayo que no ha sido vuelto a reeditar por razones que no se han hecho conocidas, pero que sospechamos están relacionadas al tono velasquista con que fue concebido– y La prensa sensacionalista en el Perú (Fondo Editorial de la Universidad Católica, 2000).

Juan Gargurevich Regal (Mollendo, 1934), el autor de éste y los otros trabajos arriba mencionados, es un periodista que escribe con soltura y fluidez –sus recientes columnas en “La Primera” lo pueden atestiguar–.

Gargurevich no es un Lorenzo Gomis que ha planteado una teoría del periodismo, ni tampoco un Armand Mattelart que revolucionó en su momento la investigación en la comunicación desde la perspectiva crítica marxista, y menos aún una Rosa María Alfaro –quien sí ha hecho investigación de medios–.

Él es un excelente redactor perteneciente a la vieja escuela de periodistas que se hizo en la calle en la década de los cincuenta, y un buen difusor de las ideas de otros.

No es gratuito que lo mejor de su producción –el antes mencionado Mito y verdad y otro dedicado al joven periodista Vargas Llosa en “La Crónica”– se encuentre precisamente ubicada en ese periodo: es el que mejor conoce.

Sus publicaciones son un esfuerzo de recopilación y almacenamiento de datos, en los que se pueden escuchar las voces de Basadre, Jacques Kayser, Fraser Bond, Porras Barrenechea y otros, a quienes ha leído y presentado bien en sus textos sobre historia del periodismo.

En Última hora. La fundación de un diario popular (Ediciones La Voz, 2005), Gargurevich ha recogido el hilo dejado suspendido en Mito y verdad, cuando cuenta parte de la historia del famoso titular “Chinos como cancha en el paralelo 38”, convertido ahora en leyenda del periodismo peruano.

El autor recorre una serie de episodios y personajes que marcaron época en el país a inicios del siglo pasado: la asunción del Apra en el espectro político, la guerra de Corea de 1950, la vida azarosa de Eudocio Ravines, los apremios de Pedro Beltrán en el lanzamiento de “La Prensa”, la aparición de Dámaso Pérez Prado y los contoneos de las vedettes Betty di Roma, Mara y Anakaona, ilustres desconocidas para la generación actual, pero que por esas fechas despertaban la libido de la juventud limeña.

Gargurevich escribe con una pluma cargada de color y vivacidad y como testigo ocular de estos acontecimientos.

Lo novedoso en Última hora es la propuesta de dividir a los periodistas de antaño en generaciones, partiendo para ello del año 1903 hasta llegar a 1949 y 1950, año de la aparición de “Última hora”.

El autor encuentra hasta cuatro generaciones que ha identificado como: Grupo de La Prensa, Grupo de La Tribuna, Grupo de El Tiempo y Grupo Última hora (que tuvo vigencia hasta 1968, año del golpe militar de Velasco Alvarado).

Este esfuerzo por reagrupar a los hombres de prensa en periodos de tiempo, da cuenta de la preocupación de Gargurevich por sistematizar esta etapa del periodismo nacional.

Cuando, finalmente, toque juzgarse el conjunto de su obra –La historia de la prensa peruana, Introducción a los medios de Comunicación en el Perú, CIA y periodismo y otros títulos que han sido referentes para los estudiantes de periodismo–, se debe recordar lo que dijo García Márquez a Vargas Llosa respecto a los abuelos de la literatura costumbrista: que han removido bien la tierra para que otros, los que vengan, la puedan sembrar más fácilmente. Así se debe evaluar la producción de este buen exponente de la generación periodística de los 50, que es Juan Gargurevich: como perteneciente a la de un abuelo del periodismo peruano.


sábado, 9 de mayo de 2009

“EL CADETE VARGAS LLOSA” de Sergio Vilela Galván

LO ENCONTRÉ en un puesto de periódicos entre las avenidas Universitaria y Venezuela, y me fui caminando con él hasta llegar al cruce de las avenidas Perú y Bella Unión. Cuando despegué los ojos de sus líneas, ya tenía avanzado más de dos tercios de su contenido. Así de envolvente resultó su lectura. Hasta ese instante yo pensaba que Beto Ortiz había sido el único en capturar en un artículo esa etapa del escritor. Hasta ese instante, nomás. Al amigo que visitaba en el cruce de esas avenidas de San Martín de Porres donde detuve mi lectura, le dije, en tono, recuerdo, entre extasiado y eufórico, y blandiendo el texto entre mis manos, que ese libro, de un autor para mí, en ese entonces, aún desconocido, había hecho lo que muchos admiradores del escritor Vargas Llosa hubieran querido hacer: descorrer el velo que cubría la identidad de los personajes de sus novelas. Sergio Vilela Galván, un joven estudiante de periodismo, tuvo el honor, en una travesía de investigación que lo llevó hasta Francia, de revelar la historia oculta y secreta del cadete más famoso del Colegio Militar Leoncio Prado y de su novela La ciudad y los perros. Vilela planeó su proeza en el curso de periodismo literario del profesor Julio Villanueva Chang. Desde allí soñó, imaginó y reconstruyó en su mente La Prevención del colegio. Además, fue el primero en rebuscar en los recuerdos de Víctor Flores Fiol, Max Silva Tuesta, Herbert Moebius, Aurelio Landaure, Enrique Morey y Luis Valderrama, es decir de los integrantes de la sétima promoción de la cual egresó Vargas Llosa, para tomar el material que necesitaba y plasmar el borrador inicial de su futuro libro. El joven Vilela, además, en largas entrevistas que le concedió en su casa de Barranco, removió la memoria del escritor, revisó archivos de calificaciones y tomó notas de quienes lo conocieron por esos años. Es decir, fue a fondo, tomándose muy en serio lo que hacía. Y nunca se dio por vencido en su búsqueda de nuevos datos que alimentaran su historia, ni cuando en el Encuentro Internacional de Pau-Tarbes dedicado a la obra de Vargas Llosa, el peruanista Roland Forgues le dijera que por ningún motivo podía entrevistarlo. En otras palabras, tenía la garra del que lucha por hacer un buen reportaje, conseguir una primicia. Como buen discípulo aprovechado de Vargas Llosa, Vilela, tras descubrir las identidades cubiertas por la ficción de El Jaguar, El Esclavo y el Poeta, que crearon un punto de suspenso en su relato por el carácter inédito de la revelación, organiza con destreza el final intercalando el pasado y presente con el escritor –a quien le hacía la última entrevista para el libro–, con el uso de la técnica de las historias paralelas o vasos comunicantes, para dar el efecto de retardo y manejo del tiempo propios del narrador que conoce bien su oficio. He leído y releído El cadete Vargas Llosa (Editorial Planeta, 2003) cuatro veces. La última para escribir estas líneas. Y en todas he disfrutado de principio a fin el relato. He gozado y reído con las historias de Lola Flores y el profesor Mendoza, y he leído con asombro y desconcierto la confesión del cadete escudado en el anonimato quejándose con el joven Vilela de La ciudad y los perros, y exigiendo, casi cuarenta años después de escrita, que Mario Vargas Llosa se rectifique por lo que considera un daño hecho al colegio. Dudo mucho, por último, que el autor de El cadete Vargas Llosa vuelva reeditar una perfomance de tan magníficas proporciones. Pero si el destino y las musas me contradijeran en un futuro cercano, sería un placer perder una apuesta con Toño Angulo, amigo de Vilela, al respecto. Sí, sería sumamente placentero.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 9 de mayo de 2009


martes, 5 de mayo de 2009

LA “MALDITA TERNURA” de BETO ORTIZ

CREO que fue Rosa María Palacios la que dijo que se había tirado un balazo en el pie por la publicación de su libro.

Beto Ortiz escribe de las mil maravillas, mejor que Bayly incluso.

Bukowski y Henry Miller, quienes hicieron de la miseria de sus vidas un arte, han sido sus maestros.

La confesión pública de sus pecados carnales más “el periodismo es una basura”, han sido la fórmula de su éxito.

Esto es un periodismo beat; es decir, un periodismo que dista mucho del que se enseña en las universidades e institutos a los que los sacrificados padres mandan a sus hijos para aprender el oficio.

Una cámara que filma, dizque, a un ahorcado –que no era sino un trabajador del canal que se presta al juego de una periodista, que esa noche tiene que presentar un reportaje y no tiene la imagen del occiso–; un periodista famoso que, en un hotelucho de mala muerte, se mete en un hilo de coca para salir de la depresión (en la que se hunde más cuando descubre, por casualidad, que su ex flaca es ahora una actriz porno de un canal de cable); un aprendiz de periodista sodomizado por su maestro y su pareja, un “pirañita” de la calle; y un periodista vejete que muere por hacerle “un oral” a los jovencitos que llegan a practicar a un diario de alcurnia.

Esa es la pobreza del medio. 

Todo esto es lo que nos muestra Beto Ortiz. Todo es “bamba” y al mismo tiempo todo es realidad en Maldita Ternura, su libro.

Si la exhibición de las partes íntimas es una forma de perversión, aquí no lo es. Porque Ortiz ha preferido la presentación generosa de su pudibunda verdad a mantener el orden establecido, el no rompan filas. Su técnica: diálogos cortos, notas de prensa ficticias asesinando a su fiel enemiga, La Cuerva –ergo, Magaly Medina–, intercaladas con párrafos largos y un collage, casi al final, de cartas de ida y vuelta con sus amantes fortuitos –siempre masculinos–, es efectiva. 

Buena, Beto, te pasaste pal Cusco, tu vida con Galletita, El General y Kike Teresa y otras pulgas, funciona, le interesa a la gente. 

El periodismo televisivo peruano es así, no te engañes, calichín: destemplado, deslenguado, cuchillero. Por lo menos, el de la esquina de la televisión, que todos conocen, se edifica de esa manera, sobre los hombros de El Serrano Lara, las miasmas de Johnny Sánchez Sierra y las falsas polleras de La Chola Chabuca –mejor los identificamos, ¿no?, qué más da–. 

Ortiz recoge las interjecciones de la calle, los sonidos de los bajos fondos. Tiene un oído aguzado, súper fino. Es impresionante la cantidad de lenguaje “canero” que colecciona. Se nota que sabe usarla, que forma parte de su léxico bacán y, sobre todo, la “lleca”–calle– le ha enseñado como administrarla, mejor dicho, desenvainarla. Ahora se entiende como saca la chaira con Hildebrandt y lo deja mudo en los dimes y diretes desde el diario donde escribe. (Te vengaste bien de El Enano, lo llamaste el mastín más fiero de la perrera y mostraste un chihuahua a la platea. Bien, Ortiz, lo dejaste chiquito a Ampuero).

Siglos de entrenamiento en los huecos de Cárcamo y los cráteres pástrulos de la avenida Wilson –de donde sacó al Taca Taca y al Sicópata–, le han dado la destreza necesaria para batirse a duelo con el más pintado de la prensa nacional. Prensa que, por devaluada y subdesarrollada, va camino a la extinción ahora en las manos de Genaro Delgado Parker.

Beto Ortiz, al igual que los videos de Montesinos, nos ha hecho el favor de descubrirla, de hurgar en sus miserias, de explorarla en su pobreza de espíritu a través de su propio drama personal.

Hay que agradecerle, luego de leerlo, que el estudiante de periodismo exorcise sus ilusiones por ser un Carl Bernstein o Bob Woodward. Algo bueno nacerá de esta masacre, de esta crucifixión y empalamiento –con visos de tortura– que ha publicado Alfaguara. Excelente libro, hay que aplaudir al autor por su valentía y, en especial, por contarnos su verdad, la obscena verdad que pasea desnuda en las salas de redacción.

Freddy Molina Casusol
Lima, 5 de mayo de 2009

domingo, 3 de mayo de 2009

“LAS MUJERES DE HAYA” de MARÍA LUZ DÍAZ

ME DIJERON que fue publicado como una respuesta política al libro de Toño Angulo, Llámalo amor, si quieres. Pero no creo. Yo creo que intentaron utilizarlo como un boomerang para contrarrestar el efecto que podría haber provocado la idea deslizada por Angulo sobre la supuesta homosexualidad del líder del Apra. Además ya estaba en preparación desde hacía cuatro años atrás y uno de los borradores benefició para una de sus historias, precisamente la de Haya de la Torre, al libro del primero. No termino de leerlo y pienso que a su autora le ha ocurrido lo que a las mujeres de su libro: ha sido silenciada por nuestra república de las letras. Es decir, no se le ha hecho justicia. Porque el libro de María Luz Díaz, Las mujeres de Haya (Editorial Planeta, 2007), es un importante trabajo de investigación periodística que recrea con unas palabras como traídas del viento, la participación abnegada de las feminas que aparecieron en la vida de Haya de la Torre, mientras éste se esforzaba en construir un partido de ascendencia popular como era el Apra. En muchos aspectos superior a Llámalo amor, si quieres –con el cual tiene una conexión temática–, que se deja notar en la profusión de las notas al final de cada capítulo, las cuales advierten de la preocupación de su autora por la búsqueda de información, y, sobre todo, en la prosa que aflora cadenciosa y segura, a diferencia de la de Toño Angulo, a quien, aun reconociéndole sus innegables méritos como narrador, en varios pasajes de su obra transmite a sus lectores la sensación del apuro del cierre de edición. De las ocho historias que ha contado María Luz Díaz la más fascinante es la de María Luisa García Montero. Está al final del texto, y me he salteado las que la anteceden porque su foto y su belleza salvaje son subyugantes. Es como la imaginaba cuando leía el libro de Angulo –a quien Díaz acusa de inexactitud en el retrato–, de una hermosura atrevida y sensual. Así se la puede apreciar en Las mujeres de Haya: con el cabello negro azabache recogido al estilo de la época y unas cejas estilizadas, bastante bien marcadas, que denotan una personalidad libre y decidida. Le sigue una sonrisa coqueta invitando a la aventura, y una tez morena que podría competir con facilidad con la de cualquier rostro femenino de Hollywood. La autora de Las mujeres de Haya, de otro lado, desautoriza en su libro a Guillermo Thorndike, que, cediendo a su característica vena sensacionalista, ha filtrado en su trabajo El año de la barbarie. Perú 1932, la leyenda de un Haya enamorado de las mujeres que conoció. Este fue el caso de Ana Billinghurst. Luz Díaz ha demostrado que no hubo amor entre ambos y pone en evidencia la falta de rigor histórico de Thorndike. 

Tan interesante como el de Sergio Vilela –El cadete Vargas Llosa–, pero con diferentes ritmos de narración (el uno ganado por la pasión de la juventud y la otra atrapada por la tersa calma de una línea trabajosamente elaborada), Las mujeres de Haya comparte el hecho con El cadete Vargas Llosa de haber surgido del taller de periodismo literario de Julio Villanueva Chang, convertido, desde la universidad privada donde enseña, en mentor para sus jóvenes discípulos. 

Un libro, en suma, que ayuda a conocer, a través de su vida íntima y personal, a Víctor Raúl Haya de la Torre, un personaje de la política peruana, odiado en su momento por la clase dirigente que vio un peligro su ascenso al poder y, al mismo tiempo, amado por sus seguidores que veían en él a un redentor.

Freddy Molina Casusol
Lima, 3 de mayo de 2009

martes, 28 de abril de 2009

LA VERDAD DE LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO por BAIGENT y LEIGH

La conspiración del Mar Muerto (Ediciones Martínez Roca, 2006) pertenece a la estirpe de libros, como El Código Da Vinci de Dan Brown y ¿Murió Jesús en Cachemira? de Siegfried Obermeier, que han puesto en duda la verdad oficial respecto al origen del Jesús histórico y el nacimiento del cristianismo. Michael Baigent y Richard Leigh, en un trabajo de investigación minucioso, que los ha llevado a revisar y contrastar lo hallado con las fuentes bíblicas, han expuesto los entretelones y el significado del descubrimiento de los “rollos del Mar Muerto” en el desierto de Judea, los cuales informan de la existencia de una secta religiosa que, con sus creencias y rituales, sería la directa predecesora del cristianismo primitivo. El libro pone en cuestión el papel de la Iglesia Católica como directa regente de estos rollos a través de los miembros de una comisión internacional presidida por el sacerdote Roland De Vaux en 1947, quien durante varias décadas se las ingenió para demorar la publicación del contenido de los mismos. Asimismo descubre las coincidencias existentes entre el hombre descrito en los rollos del Mar Muerto como “Maestro de Justicia” y Jesús. Esto último, de trascendental importancia para la cristiandad, pone en entredicho el carácter divino de la figura de Cristo al presentarse en los manuscritos hallados en las cuevas de Qmram a un mesías más bien cercano al mundo terrenal. Basada en las investigaciones de Robert Eisenman, doctor en Lenguas Orientales y Culturas del Medio Oriente de la Columbia University, La conspiración del Mar Muerto es un apasionante relato en el que Baigent y Leigh han seguido la ruta de los rollos desde su descubrimiento por parte de un pastor beduino, pasando por la furias y temores de los miembros católicos de la comisión frente a la disensión (que recuerdan las aprensiones y sobrecogimientos espirituales del sacerdote de la película El cuerpo, interpretada por Antonio Banderas, cada vez que aparecía una prueba confirmando el vínculo de los restos óseos de un cuerpo, hallado en una tumba de Jerusalén, con el de Cristo), el escándalo generado en el mundo académico por el prolongado retraso de su publicación, hasta la posibilidad de que existan otros fragmentos en el mercado negro dominado por anticuarios y coleccionistas, que podrían dar mayor luz sobre el tema. La conspiración del Mar Muerto pone a prueba el dogma y la fe cristianos, los cuales deben recordar como una espada de doble filo, al enfrentar este tipo de desafíos, lo que dijo Jesús: “Sólo la verdad os hará libres”. Una verdad que no parece gustarles mucho.

Freddy Molina Casusol
Lima, 28 de abril de 2009

jueves, 9 de abril de 2009

"LA GENERACIÓN DEL 50" de MIGUEL GUTIÉRREZ


La primera vez que leí el libro de Miguel Gutiérrez –La generación del 50: un mundo dividido– me pareció un libro peligroso. Mucho más peligroso que cualquier panfleto de Marx, Lenin o Engels divulgado con profusión, por aquel entonces, en San Marcos. Gutiérrez, en una curiosa aplicación del marxismo a la literatura, había escrito un ensayo que, por su poder de convicción, podía seducir a cualquier estudiante despistado que creyera que la única salida posible para todos los males del país era la revuelta social. Lo que más me disgustaba del libro era que el autor se las había ingeniado para, en una singular mezcla que combinaba a narradores y poetas con pensadores marxistas (de pronto, cuando uno estaba leyendo de lo más orondo un tópico literario, una especie de salto cualitativo lo hacía a uno tropezar con un análisis clasista del ambiente político o, peor, con un poema de Mao), difundir esta idea subrepticiamente. Recuerdo que por esos años en que salió La generación del 50 –a fines de los ochenta–, el país vivía un ambiente convulsionado: apagones, bombas en las calles, atentados terroristas a lo largo del país. Abimael Guzmán, el jefe inubicuo de Sendero Luminoso, se burlaba de los cercos policiales y sus huestes, aplicando la estrategia maoísta del campo a la ciudad, pretendían capturar el poder. Y San Marcos se había convertido, gracias al descuido de sus autoridades, en refugio de subversivos de todo pelaje que se pasaban la vida pintando la ciudad universitaria con lemas alusivos a la guerra popular y el accionar del MRTA en los vericuetos de la capital. La aparición del libro entonces no hizo sino agitar las aguas ya no de la marea político-social, bastante embravecidas por los conflictos sociales que caracterizaron al primer gobierno de Alan García, sino del ambiente literario-cultural. Recuerdo que un profesor y crítico literario, Luis Fernando Vidal, por esos días me pintó prácticamente a Miguel Gutiérrez como un sedicioso, a quien, en alguna oportunidad, cuando coincidieron en un conversatorio, le había dicho que midiera el tono de sus palabras pues tenían al frente un auditorio infiltrado con elementos de sospechosas simpatías senderistas. De Gutiérrez, por otra parte, decían las malas lenguas que era una especie de comisario cultural de Sendero, asunto que nunca ha sido comprobado y que ha quedado plenamente descartado por las investigaciones a las que ha sido sometido el autor. Han pasado cerca de 20 años desde que vio la luz la primera edición de La generación del 50: un mundo dividido, y Miguel Gutiérrez y sus editores han decidido, acertadamente, lanzar una segunda edición del libro que provocó las iras de la crítica especializada al ver catapultada en sus páginas la figura de Abimael Guzmán como un intelectual de la talla de Ribeyro o Pablo Macera. Esto último puede entenderse como un exceso de Gutiérrez tan parecido –claro está, salvando las distancias ideológicas– como el que tuvo Luis Alberto Sánchez con Haya de la Torre en su Literatura Peruana. Esta nueva edición que suplanta el color azul añil de la anterior por un amarillo ámbar y conserva el diseño de la carátula de Balmes Lozano –quien, curiosamente, no es mencionado esta vez en los créditos–, cuenta además con una nueva introducción del autor. La generación del 50 es, pasada la tempestad que lo censuró, no sólo un libro de imprescindible lectura por ser el testimonio de una época, sino porque Miguel Gutiérrez –quien se ha erigido, debido a la fuerza de su talento creativo, como uno de nuestros escritores mayores– sabe catar y decantar en igual nivel de significación la poesía y narrativa de la generación que ausculta. Un libro, en suma, que da cuenta de la aventura intelectual de un escritor peruano que, por el conjunto de su obra contenida en novelas y ensayos como La violencia del tiempo y La generación del 50, se ha ido convirtiendo con el transcurso de los años en el Victor Hugo de la literatura nacional.

Freddy Molina Casusol
Lima, 9 de abril de 2009




lunes, 23 de marzo de 2009

LO QUE NO DIJERON LAS MUSAS: unas líneas sobre un libro de Julia Urquidi

No sabía que Julia Urquidi se había arriesgado a reeditar por tercera vez su libro Lo que Varguitas no dijo (Editorial Khana Cruz, La Paz, 1995), hasta que lo vi a la venta en el puesto de un librero informal. Esta nueva edición –de excelente presentación–, como las otras dos anteriores que la antecedieron, no cuenta con los capítulos IX y XXIII que la autora consideró conveniente no incluir para no romper con el ritmo de la narración. Tampoco hay una nota introductoria remozada que actualice la visión de Urquidi sobre el libro. Eso hubiera sido importante, porque habiendo transcurrido doce años de la primera edición era necesario conocer si Urquidi Illanes había mejorado su opinión respecto a su ex esposo o se reafirmaba en lo publicado en 1983. Por otra parte, Julia Urquidi no es la única esposa de un escritor peruano que ha publicado aspectos concernientes a la vida de su marido. No hace poco, Dora Varona publicó un volumen biográfico sobre Ciro Alegría, de quien fue su segunda esposa. La diferencia con Urquidi es que ella sí escribió su libro, en cambio aquella tuvo que recurrir a un tercero, al parecer, para que se lo escriban. Presento aquí, con un par de retoques necesarios, la impresión que tuve cuando lo leí por primera vez (Marzo de 2009).


Venciendo un prejuicio alimentado por declaraciones del escritor Mario Vargas Llosa respecto a las cualidades literarias de la obra escrita por su ex mujer Julia Urquidi, Lo que Varguitas no dijo
[1]que sirve de continuación y respuesta a La tía julia y el escribidor, resolvimos adquirir la obra para salir de la duda.

El bicho de la curiosidad y unas cuantas horas nos bastaron para recorrer sus trescientas páginas delineadas en una prosa ajena a cualquier pretensión estilística, como bien advierte la autora en el prólogo, jaloneando su lectura sentimientos de ternura, extrañeza y desgarro muchas de las veces.

Mostrada en los ojos de Urquidi los apuros de esta eventual pareja, nos recordó en algún momento su lectura el sentido testimonio de Matilde Urrutia en Mi vida junto a Pablo Neruda (Seix Barral, 1987), libro de memorias que recuerda su vida al lado del afamado poeta chileno.

Aunque con procesos y desenlaces desiguales encontramos puntos de coincidencia y conexión en estas dos mujeres en el sentido del respaldo y la entrega por secundar las carreras literarias de sus esposos en momentos críticos y de aflicción.

Una de las lecciones que nos brinda el libro de Urquidi está relacionada a esa singular especie humana, a ese becerro de oro dotado de la facultad de hacer fuegos artificiales con la palabra y calificado por las musas para cincelar frases, sueños y odios de las gentes, llamado con solemnidad escritor, y que como cualquier imperfecto miembro del género pensante se compone también de egoísmos, iras y neurosis.

Por ello el mérito del libro es el de desmitificar idealizaciones apresuradas y entusiasmos desentonados para presentarnos en su desnudez adanica al creador y al medio en que se encuentra atado en la producción de sus ideas, interpolándolas y fusionándolas en un contexto de vida en común.

Con su carácter intimista el libro nos invita a descorrer un tanto el velo impreso en el inconsciente del novelista y sus famosos “demonios interiores”, los cuales danzan alrededor del fuego atizado por las aprensiones espirituales, oscilantes entre el amor y desamor conyugal.

Urquidi Illanes al final de esta obra consigue en una terapia de liberación catártica desentenderse –no sin resentimientos ni juicios antelados difíciles de esquivar– de su compañero de ruta, para dar salida a sus propios demonios que atropelladamente se proyectaron luego de veintiocho años de encerrona franciscana.

No faltará sin duda quienes acentuarán seguramente en una visión voyeurista y aguzarán el oído para el comadreo subterráneo y dócil del cuchicheo sonrosado; pero, para nosotros, no son sino los recuerdos sinceros y descarnados de una mujer que supo en su marasmo interior desprenderse del joven transformado en adulto para transportar y entregar a las musas un escritor.


Freddy Molina Casusol
Junio de 1992

 

[1] Juan José Armas Marcelo, biografo de Mario Vargas Llosa –no el mejor, se espera uno menos deslumbrado con el aura de su biografiado– ha revelado en Vargas Llosa. El vicio de escribir (Editorial Norma S.A., 1991) que Julia Urquidi habría recibido la ayuda de un tercero –no se sabe quién es– para escribir su libro y de que la versión boliviana que se conoce actualmente no se asemejaría a la que a él se ofreció para ser publicada en el sello editorial de Argos Vergara, del cual era director literario. Según Armas Marcelo, quien recoge el testimonio del agente literario, escritor y periodista Ramón Serrano, esta versión –escrita por el novelista español Enrique Cerdán Tato– no vio la luz porque la Urquidi no se sintió satisfecha con el resultado y ese manuscrito todavía estaría en poder de ella. De ser así existirían dos Lo que Varguitas no dijo. La que comentamos aquí corresponde a la primera versión que, con seguridad, nació con la asistencia de un desconocido (Junio de 1999).

 

*Para ver más sobre Julia Urquidi, leer la nota de Raúl Mendoza Tume: "Adiós a la tía Julia"



LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señ...