UNO
Durante estos días he tenido oportunidad de leer los dos, y
hasta casi tres, primeros capítulos de “La Fiesta del Chivo” y mi primera
impresión es de que la crítica especializada ha exagerado en sus apreciaciones
–negativas, por cierto– y que ésta es una buena novela. Por supuesto que éste
es un análisis todavía parcial y no da una muestra del conjunto, faltando
desglosar lo que sigue. Eso es cierto, eso es exacto. Pero en esos dos primeros
capítulos he podido comprobar que el mejor Vargas Llosa se encuentra allí, y
que éste, Flaubert y Faulkner están yendo de la mano. Eso se dejaba extrañar en
Vargas Llosa, sobre todo en esos intentos fallidos de novelas como “Los
Cuadernos de don Rigoberto”, y en especial “Cartas a un joven novelista” que le
salió muy forzada, como sacando camotes con los pies. En cambio, en “La Fiesta
del Chivo”, Vargas Llosa, demuestra porque es considerado uno de los mejores
exponentes de las letras hispanas y porque está en tal sitial. En esta novela
se puede sentir a través de Urania, una de las protagonistas, la presencia de
los dos maestros anteriormente mencionados. Los cambios de tiempo son sutiles,
leves, y transportan al lector a lo que quiere el novelista, vivir el tiempo de
la realidad ficticia. Quizás lo mejor y lo que causa una grata impresión es la
redondez, el tiempo de circularidad que rodean a esos primeros capítulos que
salen muy bien mondados, con un acabado impecable, terso, apenas lesionado, tal
vez, cuando se aborda al dictador Trujillo y en él al “mariconazo de Betancourt”
y la OEA, pero esto es leve, como una brizna, una pelusa que afea el cuadro,
cosa que no sucedió en “Historia de Mayta” que se le estropeó en diferentes
tramos por su afán de dejar malparada una ideología –la socialista–. Sin
embargo, a lo mejor, esta puntualización sea una exageración, producto de una
mala lectura, un digerimiento apresurado, pues el resto es melodioso, armónico,
bien encajado. Si los siguientes capítulos contienen ese aliento, Vargas Llosa
habrá redondeado una buena faena y se entenderá una vez más el por qué a los
críticos se les debe tomar con pinzas y más bien de las veces fondearlos en el
olvido.
DOS
Luego de la lectura de los cinco primeros capítulos de “La
Fiesta del Chivo”, última novela del escritor Mario Vargas Llosa, uno puede
comprobar cuán errada puede estar cierta crítica. Nos referimos, en este caso,
al señor Garavito de “El Espectador” de Bogotá, quien no muy recientemente ha
publicado unas líneas sobre esta novela (reproducidas en el diario
“Liberación” de Lima), atreviéndose a señalar que “Vargas Llosa se ha olvidado
de escribir” y descalificando al escritor por los errores gramaticales que
comete éste en algunos pasajes de la misma. Es menester recordar que muchos
escritores, comenzando por Cervantes, pasando por Proust, y terminando por
Neruda –quien tenía terror a las comas y tildes–, les ha sido señalado
problemas en su idioma natal. Para enjuiciar una obra literaria no se puede
echar mano sólo de la cuestión lingüística, sino de los tópicos referentes a la
parte artística, estética. Si uno se dedicara a desgajar páginas, líneas o
párrafos, de las mejores obras de la literatura universal, éstas con seguridad
no nos dirían nada. La combinación de las partes, sumadas al talento y el genio
del creador dan la belleza del conjunto. Desacreditar la labor artística
remitiéndose a fallas nimias es un absurdo, una mezquindad. Si hubiera sido ese
el patrón para evaluar lo artístico, entonces en donde quedarían ciertas obras
de arte como la Mona Lisa, de la que no se sabe con certeza si su sonrisa es ex
profesa o un yerro de Leonardo da Vinci. Lo que pasa es que el señor Garavito
en sus ánimos de pontificar no ha entendido las intenciones del novelista, a
pesar de que su especialidad, la de crítico, ha debido darle el entrenamiento
adecuado. Él ha pensado que “La Fiesta del Chivo” iba a darle la imagen
fidedigna de la dictadura de Trujillo, y eso es un error, por no decir una
gaffe, pues lo que recrea ésta es una ficción. Vargas Llosa, fiel a sus
postulados de “deicida” (ver su ensayo “García Márquez, historia de un
deicidio”) es quien mueve los hilos de la trama y es el dios de la novela. Él
ha “creado” su propia dictadura, su propio Trujillo y ha recogido elementos de
la “realidad real” para darle forma, vida. Que algunos críticos, como Garavito,
no comprendan esa intención no es culpa de Vargas Llosa, sino de las
limitaciones del primero, cuyas anteojeras le impiden ver mejor el horizonte.
TRES
Al parecer la crítica no ha comprendido a Vargas Llosa.
Quizás se deba esto a ciertas limitaciones para percibir el uso adecuado de la
técnica narrativa. Hace poco, uno de ellos, el Sr. Planas (de la revista
“Caretas” de Lima) –según me han contado– habría revivido viejas tesis de un
antiguo crítico –Chavez de Paz– consistente en que Vargas Llosa primero escribe
sus novelas, las troza y luego las rearma para dar la sensación de ruptura y
continuidad. Una tesis un tanto incrédula y facilista. Por qué no pensar que
Vargas Llosa, en todo caso, hace uso de la argucia para dar efecto a la trama.
No sería una mala opción. Sin embargo, se repite esta especie para desmerecer
“La Fiesta del Chivo”. Si fuera así, a cualquiera se le ocurriría escribir una
novela de manera lineal y luego rearmarla para generar la sensación de suspenso
y expectativa. ¿Por qué no lo intenta la crítica? Tal vez con el método de la
prueba se le puedan aclarar algunos vacíos y de pasada nos despejarían la duda
a nosotros también. Sería de mucha utilidad que demuestren que una novela se
puede hacer haciendo uso de ese tipo de artificios. Imagino las dificultades
que se les va a presentar y los problemas que van a tener que afrontar para
hacer coincidir las rupturas, que en las novelas de Vargas Llosa aparecen
naturales en los capítulos alternados. Ya veremos uniones de cinta scotch
pegando artesanías de barro y problemas para utilizar la técnica de los vasos
comunicantes y los saltos de tiempo del pasado al presente y viceversa, que en
Vargas Llosa aparecen muy naturales y nada forzados en los cortes. Sería un
buen ejercicio y un buen adiestramiento. Un buen entrenamiento para ser de una
vez por todas verdaderos creadores.
CUATRO
Terminar de leer y releer “La Fiesta del Chivo” es como
saborear un buen vino. Es comprobar que Trujillo y Johnny Abbes, se parecen
tanto a nuestros Fujimori y Montesinos que las diferencias parecen disolverse.
Pero, más allá de ello, esta novela nos da un fresco de las interioridades,
psicologías y atrocidades de las dictaduras latinoamericanas. Aquellas que
introducen sus raíces en la piel y poros de nuestros gobernantes. Nadie que
haya leído esta última novela de Vargas Llosa podrá negar que el oportunismo y
la mala laya se encuentran fielmente retratados en personajes como Henry
Chirinos, El Constitucionalista Beodo; la crueldad y la perfidia en Abbes; y la
sinuosidad y la astucia en la política, en Balaguer. Vargas Llosa ha construido
bien sus personajes y ha realizado al final de esta novela, trenzada en las
historias paralelas de Urania, la hija del senador Agustín Cabral –caído en
desgracia y sometido a prueba por capricho de Trujillo– y los actores del
atentado contra el dictador, un ajuste de cuentas con el género policial, con
aquel que le jugó una mala pasada en “¿Quién mató a Palomino Molero?”, que,
como sabemos, se le cae de las manos en los momentos de resolución de la misma.
En cambio, en “La Fiesta del Chivo”, el novelista ha cogido firmemente las
riendas y ha dejado que las elaboraciones poéticas tomen forma y ganen espacio.
He allí la maestría de Vargas Llosa, la de dosificar el tiempo y no dejarse
avasallar por la ansiedad en contar una historia. No hay duda de que en esta
novela está el mejor Vargas Llosa, el de los destellos técnicos de “La Casa
Verde”, el de la profundidad poética de “La Ciudad y los perros” y el de la
gran visión de conjunto de “La Guerra del Fin del Mundo”. Una novela que, como
lo dicen las líneas de su presentación, “ya es historia”.
Freddy Molina Casusol
Lima, agosto-setiembre del 2000
jueves, 2 de agosto de 2007
LA FIESTA DEL CHIVO: UNA NOVELA QUE YA ES HISTORIA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
"QUELOIDE", DE CARLA GARCÍA
ES un trabajo juvenil, de alguien que comunica sentimientos muy personales. Se llama “Queloide” porque es el nombre de su blog. Los relatos ...
-
CREO que fue Rosa María Palacios la que dijo que se había tirado un balazo en el pie por la publicación de su libro. Beto Ortiz escribe de...
-
FUE PINTADO en los años ochenta cuando los grupos de izquierda en San Marcos tenían la hegemonía política en el campus universitario. Exacta...
1 comentario:
Estaba buscando información para un trabajo que tengo que entregar en la Universidad a cerca de la recepción crítica de La Fiesta del Chivo, afortunadamente me encontré con este blog y con tu maravilloso "ensayo", por caracterizar el texto. Ciertamente es una gran novela y quizá la que mayor trabajo le costó a Vargas Llosa, creo que el resultado fue abrumador. Muy buen argumento, excelentes referencias y gran manejo del lenguaje.
Publicar un comentario