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jueves, 21 de agosto de 2025

PLAGIO

ME llamó la atención que la trama de un homicidio tuviera como escenario la Facultad de Letras de San Marcos. Me llamó más la atención que el hecho de que se desarrollara dentro del contexto de la dictadura fujimontesinista (tópico que ha devenido en un lugar común). 

Plagio (2016) tiene como un componente principal la relación homosexual que tiene Ignat, el alter ego del autor, con Murillo, un estudiante de filosofía, que se entrega a juegos sexuales como en Historia de O, y es sodomizado por su ocasional acompañante en un cuartucho misérrimo de un hostal barato y sucio, tras tomarse un vino en un parque cerca de San Marcos o en el Sky Room, bar de los sanmarquinos ubicado en el segundo piso de una tienda de la zona.

La libertad de ejercer la coyunda contranatura, estirando el erotismo de George Bataille, héroe de Ignat, al que apela como un tótem, se establece en un primer plano.

«Ninguna libertad más grande que someterse por completo, la liberación del cuerpo solo era posible en la confusión entre el placer y el dolor…», reflexiona Ignat con los libros de Bataille al lado.

(Luego le pidió Murillo que lo matara para consumar su “obra”, como en la película Seven.)

En Plagio es reconocible como locación el patio y el Bosquecito de Letras, la huaca, donde van a amarse Ignat y Murillo, cerca del estadio donde, a mediados de los noventa, fecha en la que desarrolla la trama, se podían encontrar condones usados como vestigios de la refriega corporal de las parejas.

Esta novela corta tiene cuatro amigos y una chica como protagonistas. Tony, Zeta, Josué, Ignat y Ana forman parte de una sociedad secreta, similar al que aparece en La Sociedad de los Poetas Muertos, y las ideas de Bataille les sirven de guía. 

El más misterioso y elucubrativo es Zeta, un muchacho que alimenta de ideas conspiranoides a Ignat, y le hace imaginar que Ana forma parte de un complot para atraerlo al grupo. Incluso le cuenta cómo la conoció y fueron amantes ocasionales (“tirábamos”) para poner en duda su propósito de casarse con ella (había quedado embarazada de él). Le llega a decir que todo lo referido a ella no se sabe con certeza ni siquiera si su nombre es verdadero, sugiriendo que sea una agente del gobierno. La presenta como un personaje que tiene un objetivo desconocido y que ese embarazo no es tal y que supone que Ignat no ha creído que sea cierto, planteando un juego mental tratando de involucrarlo en él.

Un asesinato planificado, el lugar escogido con cuidado para efectuar el sacrificio humano y pasar de lo profano a lo sagrado, de acuerdo a la antojada lectura de los textos de Bataille considerados casi sagrados en esa sociedad secreta. 

Cuando parecía que el relato de Francisco Ángeles, en flash back, nos iba a ofrecer detalles de la muerte de Murillo, mediante “El viejo”, que es el propio Ignat, y quien cree que nadie había descubierto su crimen, hay una voltereta en la trama, que ya plantea la falta de cordura del protagonista.

Ignat había resultado ser Murillo, que asesina al primero cuando se infiltró como estudiante de San Marcos siguiendo las órdenes de sus superiores en el ejército que buscaban elementos subversivos entre el alumnado. Era, pues, un espía. 

Pero luego resulta que no era ni Murillo ni Ignat, era los dos simultáneamente. Ese giro inesperado, ese trasvasarse de una personalidad a otra, recuerda el thriller psicológico protagonizado por Kevin Costner, Mister Brooks. Y también, por asociación de ideas, con El cartero llama dos veces, de James Cain, por sus dos finales.

Y, a continuación, pasamos a un Murillo/Ignat que mata a Ana.

Plagio es una novela corta de identidades dobles. Tiene algunos escenarios de la ciudad conocidos: el jirón Quilca, Camaná, Petit Thouars, entre otros. Una novela nacida de “descuartizar” otra que fue su génesis. A casi diez años de su publicación se deja leer aún, como lo son las buenas novelas.

sábado, 13 de mayo de 2023

RYUNOSUKE AKUTAGAWA

ES comparado con William Faulkner. Ryunosuke Akutagawa es conocido en nuestro mundo porque su compatriota, el realizador Akira Kurosawa, trasladó uno de sus cuentos (“En el bosque”) al celuloide con el nombre de Rashomon.

Como era de esperarse, Borges, muy inclinado al relato corto, le dedicó unas líneas que sirvieron de prólogo para uno de sus cuentos, “Vida de un loco”.

La influencia del haiku es detectable en la estética de Akutagawa, hecho que es anotado por Kazuya Sakai, un estudioso de su obra.

“En el bosque”, la medula del film de Kurosawa, es una pequeña obra maestra. La responsabilidad del crimen del hombre de kimono de seda pasa por varias manos. Al final, no se sabe quién ha sido, si el bandido Tajomaru o si la propia víctima se dio fin. La trama que semeja el múltiple enfoque de una mosca sobre un mismo hecho, permite penetrar en la psicología de los personajes.

Ese tipo de juegos con la trama, recuerda lejanamente El cartero llama dos veces de James Cain, novela corta incluida por Borges y Bioy Casares en las ediciones de séptimo círculo que dirigían.

Toshiro Mifune, en el film, recoge el desprecio y el brillo de los ojos del marido herido en su honor por la esposa mancillada delante suyo. La postura camaleónica y la traición ulterior de su mujer, Masago, recae en la soberbia interpretación de Machiko Kyo.

Rashomon, el pueblo, es el escenario de la puesta en escena.

En su biografía figura que se suicidó con una dosis de barbital a los 35 años, la misma edad que tenía el ensayista peruano José Carlos Mariátegui cuando murió, y con quien compartió, en espacios geográficos diferentes, una época: finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.

En la edición peruana de Rashomon y otros relatos (Adobe Editores S.A., 1999) se puede leer “La nariz” un relato jocoso. Cuenta la historia de las tribulaciones de un hombre con una nariz desproporcionada (podía llegar a hundirse en un plato de sopa al menor descuido). Akutagawa aquí da a conocer su vena humorística. El final, que se dobla como un bucle, es paradojal: después de intentar diversos métodos para retirársela, una vez hecho se percata que es motivo de burla y vuelve a extrañarla. Cuando la recobra –no sabe cómo le vuelve a crecer– siente alivio tenerla de vuelta. Es un relato que pudo haber sido guion para una película de Chaplin.

En esa misma línea se puede considerar “Los piojos”. A continuación de que un hombre, estrambóticamente, criara piojos para, según él, obtener calor de las picaduras de los bichos por las noches, otros dos, por oposición a esa teoría, se los comían. Un día, uno de ellos, el más radical, se comió los del otro. Ambos, samuráis consumados, se trenzaron en un duelo sangriento. Todo por culpa de los piojos.

Ryunosuke Akutagawa es muy popular en el mundo de los animes japoneses. Incluso hay un personaje estilizado, pálido y cubierto de un abrigo largo y negro, inspirado en él.

Eso habla de su aún vigencia y de las poderosas imágenes cargadas de violencia y contradicción en su literatura.


Crédito de la foto: Librería del GAM 

domingo, 16 de octubre de 2011

BONDY Y OTROS RELATOS

MUY BUENOS, los cuentos de Juan Carlos Bondy son muy buenos, son de clara estirpe ribeyriana. Especialmente destacables son “Ayuda por teléfono” (que da nombre a la colección) y “Torres”, cuyas hilarantes escenas evocan las guerrillas literarias de nuestros narradores limeños. Bondy escribe bien, es pausado, tranquilo, no apura el ritmo de la prosa, se toma su tiempo, fuma su cigarrillo, deja que las frases se acomoden solas, reposa un momento y continúa el hilo del relato hasta darle la puntada final. Es una grata sorpresa en medio de una fauna de cuentistas insípidos y sosos. (Hasta el momento no surge un digno sucesor de Luis Loayza, o del propio Ribeyro). Llama la atención, por otra parte, que en los tres primeros cuentos de Bondy haya puesto como uno de los escenarios un diario, al cual dirigen sus cartas el profesor Mendoza, Carlos Torres y el protagonista de “Ayuda”, cuyo nombre tiene claras reminiscencias chilenas: El Mercurio. ¿Por qué? ¿Es que el autor de estos textos vivió en el país del sur y tuvo una grata estadía que ha querido inmortalizar ese recuerdo? ¿O es por puro afán lúdico? Del buen trato que tiene Bondy con el idioma, ya se tenía conocimiento en las páginas del desaparecido suplemento cultural de La Primera. Allí Bondy aparece como un buen redactor de notas culturales, provisto de un lenguaje cuidadoso que piensa en el lector y lo respeta. En Ayuda por teléfono y otros cuentos (Tierra nueva editores, 2009), ratifica esa impresión.

Flaco, silencioso, y hasta un poco enigmático, la figura de Bondy aparece replegada entre los no tan jóvenes narradores nacidos en la década del setenta –entre los que se encuentra Enrique Planas con Orquídeas en el Paraíso.

Finalmente, con Ayuda por teléfono, Juan Carlos Bondy no tiene motivos para mantenerse más en el anonimato. Es un buen narrador, con la salvedad de que debe desprenderse del aura de Ribeyro para expresar una voz propia, so pena de confundirse con su maestro. Eso creemos.


Freddy Molina Casusol
Lima, 16 de octubre de 2011

sábado, 27 de marzo de 2010

EL PRIMER INVIERNO DE DIANA FRENZY

ARRANCÓ mal. Recordó el mal inicio de La Guerra del Fin del Mundo de Vargas Llosa –que Ribeyro criticó en alguna parte–. Debió empezar por: “Lo supo cuando abrió las persianas y observó la calle Colón empapada por esa mezquina lluvia que anunciaba su primer invierno” y no por: “Esta era la última noche que Diana Frenzy....”. Paul Alonso, el autor de la novela corta El primer invierno de Diana Frenzy tiene recursos interesantes, como el uso del monologo interior –que utiliza al final para construir la personalidad de Hormigón, uno de los personajes de su ficción– y los flash backs para ocasionar contrapuntos en la trama. Sin embargo, el relato que en algunos momentos gana interés con una prosa fácil y entretenida, pierde consistencia al incluirse el narrador como protagonista. Pero no la pierde por la inclusión en sí, sino por el tratamiento que hace el escritor. Alonso, posiblemente, quiso hacer lo que Bryce Echenique y Vargas Llosa han hecho en alguna de sus obras: convertirse en personajes de sus propias ficciones. Es decir, verse reflejado en dos espejos que repiten al infinito sus imágenes. Esto no es logrado por Alonso, la presentación que hace de Paul –que es la de él mismo– y de la historia que está escribiendo no pasa de ser una propaganda barata de sí mismo. Quizás en su mente estuvo lo hecho por Vargas Llosa en Historia de Mayta, la del novelista que se desdobla al mismo tiempo para ser personaje y protagonista de la ficción con el propósito de discutir el hecho de la creación literaria. Alonso, a pesar de su empeño, no logra esa perfomance, ni siquiera la raspa. Ahora, su novela es interesante, por otra parte, porque complementa la imagen de la ciudad que dio Rilo en su Contraeltrafico, con la diferencia de que una se desarrolla en el jirón Quilca y la otra en las discotecas y bares de Barranco (Curiosamente ambos relatos tienen un punto en común: en los dos a las mujeres les gustan los hombres que las traten mal en un inicio). Otro punto a favor de Alonso es el uso del elemento sorpresa. Esto ocurre cuando el lector intempestivamente descubre que Diana Frenzy, una muchacha que oficiaba de traductora en un Instituto, era en realidad Daniel, un joven que años atrás había embarazado a Carmela, cuya hija fue asesinada por Pablo, incitado por Paul, su amigo de la universidad, con el frívolo argumento de utilizar esta muerte para dar un buen fin a la historia que estaba escribiendo, pues resultaba que era escritor. Esto último recuerda filmes como La ficción del crimen (2006), una película que narra los propósitos retorcidos de un joven escritor para hacerse famoso aprovechando la muerte de su novia, que el mismo provocó. Es decir, como en esta película, Alonso ha apelado la fórmula del exitismo, la cual de una manera u otra nos informa de cierta ausencia de imaginación para trasladar a la ficción historias originales. Por último, hay que reconocer la preocupación del escritor por darle redondez a su historia. Hay la intención de darle circularidad a la trama y de completar la resolución de los enigmas que paso a paso plantea la novela, las cuales se pueden apreciar, por ejemplo, en el caso de Gunter, un enano metido a director de películas porno y exterminador solapado de gatos del barrio donde vive ¿El propósito? Culminar su obra artística: una serie de catorce cuadros tratados con piel de felino. En suma, Paul Alonso, haciendo uso de un discurso narrativo facilista, el cual que puede lindar con lo no mejor logrado por Bayly, ha escrito una novela con ciertas virtudes –lastimosamente, el tema detectivesco, encarnado en el personaje de Teo Mayer, no termina de convencer–, que puede ser que sea atractiva para pasar el rato, pero no para mantenerse en el horizonte perpetuo de la literatura nacional.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 27 de marzo de 2010

 

El primer invierno de Diana Frenzy

Edición de La Toronja Hidráulica

2006


martes, 9 de febrero de 2010

Rilo y una novela marginal

Desde el título mismo anuncia irreverencia. Alude, procaz, a las relaciones sexuales contranatura y el irse contra el mundo y contravenir sus reglas. Su autor, Rilo, siguiendo a su maestro Bukowski, detesta el orden, el status quo establecido. Como éste intenta ser rudo, chocante, confrontacional. Su estética es la de la calle, la de los bajos fondos, la del mundo marginal donde se siente cómodo. A través de sus páginas, se puede observar un mundo putañero al que pocas veces puede asistir, el del jirón Quilca y alrededores. Por eso despierta curiosidad. Porque Rilo, si un mérito tiene, es que ha hurgado en la basura y lo ha hecho por nosotros. No es un arquitecto de las palabras, pero sí sabe, de manera intuitiva, contar una historia. Sabe hacer los cortes debidos y dejar el suspenso en cada uno de los relatos que dan forma a su libro. A veces con un final abierto por allí, invita al lector para que, con morbosa imaginación, complete el desenlace. Rilo ha tenido buenas lecturas, pero no ha alcanzado la perfomance de Lowry, Carver y menos de su admirado Bukowski. Interesa porque ha hecho un retrato de la Lima de los noventa, con niñas prostitutas en las esquinas y ambulantes derramándose por sus arterias principales, que puede servir a un sociólogo o antropólogo que quiera reconstruir la imagen de la ciudad en esos años. O a un psicólogo que pretenda estudiar la conducta de los personajes del libro –entre ellos Rilo, encubierto bajo el nombre de Rufo– librados a la violencia y sexo en la sociedad. A una feminista podría interesarle también para entender por qué ciertas chicas bonitas gustan de machos underground, que buscan ayuntarse con ellas. En suma, Rilo, tomando como fondo el paisaje suburbano de la capital, teje una historia alrededor de su musa, Sofía, quien asiste a su decadencia y degradación, presentándose a veces como un maldito –cuando le pega por gusto a un homosexual en un micro o deja que sus amigos violen a su eventual amiga de aventuras, La Pelucona–; y otras como un tipo que a pesar de exaltar una existencia llena de alcohol y droga, tiene el arrojo de enfrentarla de acuerdo a los códigos que le han impuesto. Una existencia que, a juzgar por una nota que le hicieron, extraña desde una ciudad como Miami, en donde ya debe haber concluido, alejado de la droga y el trago, una tesis de doctorado que, para no caer en la inconsecuencia, suponemos, exudará un aroma antisistema.

Freddy Molina Casusol
Lima, 9 de febrero de 2010

Contraeltráfico
Ediciones El Santo Oficio, 1997

sábado, 7 de julio de 2007

"LOS SENTIMIENTOS DE LUCIANO" Y LA LITERATURA EN EL PERÚ

EN 1985 Melvin Ledgard publicó Los sentimientos de Luciano. Una novela de clase media que recrea la dictadura militar y la etapa adolescente del autor. La novela de Ledgard, en su momento, casi pasó desapercibida.
Opacada por el triunfo de Alonso Cueto y El tigre blanco, pasó a ser una imitación menor de las novelas de Vargas Llosa y Bryce.
Dieciocho años después, tenemos el derecho a cambiar de opinión.
Comparada con las de los jóvenes escritores de ahora, la novela de Ledgard sale ganando.
El afán totalizador, el manejo de los personajes, el uso de diversas técnicas narrativas, la ambición por atrapar una realidad, están allí presentes.
Hecho que no se ve usualmente en los narradores jóvenes.
Sucede que para las nuevas promociones de escritores, seguir la moda es la máxima del momento.
Bellatín, Thays, Ampuero, Fuguet, Bayly, son sus ídolos.
Han reemplazado a Faulkner, Flaubert, Joyce, como sus maestros.
A lo mucho, siguiendo preceptivas de otros mundos, aspiran a manejar uno o dos personajes en sus historias.
Como que tienen miedo a lanzarse, para no quedar en ridículo.
Se escudan en el pretexto de “explorar las intimidades y pliegues del ser humano”.
O sea se han convertido en redomados discípulos de Freud y malos imitadores de novelistas europeos (mejor lo hizo Marguerite Duras con El amante).
Es decir, esconden sus limitaciones.
No han estudiado a Faulkner con lápiz y papel en la mano, como si lo hicieron Vargas Llosa y García Márquez en sus inicios.
Se niegan a sentarse 4 o 5 años y buscar durante semanas y meses la palabra exacta, como lo hizo Flaubert en Madame Bovary.
Se resisten a escribir solos “en un barco, como Melville; en una selva, como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner”, como bien recuerda Sábato en Abaddón el exterminador.
Y a poblar sus historias.
Y a sufrir como Vallejo en “Masa”.
Y a traducir la ternura como Arguedas en Los ríos profundos.
Prefieren una banca snobista de Barranco, el “Haití” de Miraflores; o quizás, muy humildemente, una esquina cervecera del jirón Quilca.
Infatuados por la esporádica fama que les da un rincón de Somos, pintan sus historias de efectos para venderlas. Y para ganar premios literarios de algún banco.
Porque eso da plata y las “hembritas” más ricas.
Dice bien Selenco Vega (Quehacer No.122) cuando se pregunta: “¿Resiste acaso un Jaime Bayly la comparación con un Edgardo Rivera Martínez, aun cuando venda miles de ejemplares y sus obras tengan ese extraño privilegio a pérdida que es el pirateo editorial?”.
Es que con País de Jauja, Rivera Martínez, demostró que el narrador omnisciente no era un ente dormido; era una realidad literaria.
Pasa de que a los jóvenes narradores les hacen creer, desde alguna columna de algún amigote que trabaja en un periódico local, que son lo máximo, el non plus ultra, los sucesores naturales de Milan Kundera.
Así, entonces, visionado el estado actual de la cosa, la pregunta de rigor es: ¿a dónde va la literatura en el Perú?
Con estos aprendices de los aprendices de Faulkner y de Kafka, a dudoso lado.
Quizás su futuro se halle fuera de las fronteras del país.
Con un Jorge Eduardo Benavides, que, silenciosamente, sale a la luz con un libro allá en España, y que sirve para demostrar que la talla del artista no necesita de la publicidad barata.
O con un Luis Nieto Degregori, que escribe desde el Cuzco y no publica en Alfaguara-Perú.
O con Josué Suárez Flores y el minimalismo de la ciudad, que el propio Thays ha descubierto en su debut literario.
Por ello hay que celebrar, muchos años después, la novela de Ledgard. Porque tuvo el coraje de hacer lo que no hacen los de ahora.
Y que hablan de “su obra” como si fueran autores consagrados.
Y que mandan a las redacciones sus libros para hacer el favor de “comentarlo” (y no criticarlo).
Si Ledgard se tomara el trabajo de corregir su novela para una edición final, “Luciano” estaría en condiciones de dar unas cuantas lecciones.
Porque se nota que hay trabajo de orfebre.
Y toques de poética.
Claro, sin estar exento de ciertas banalidades y alguna superficialidad, por cierto.
Pero, si uno lo ve a la distancia, es el libro auspicioso de un debutante.
Que tenía 27 años.
Casi la misma que tienen los que ahora presumen de “malditos” y leen a Rimbaud (en castellano) para solazarse.
Y que hablan y escriben sobre algún “escritor de culto”, para posar de inteligentes.
Y que creen que citando a Oscar Wilde a uno lo impresionan.
Cuando no han pasado del prefacio de El retrato de Dorian Gray.
Así, visto el asunto de esta forma, Los sentimientos de Luciano, ha sido un buen motivo para enjuiciar a los narradores jóvenes.
Claro, es la opinión de un lector, de un individuo de la calle.
Los aludidos están en todo el derecho de desecharla, como desechan una colilla de cigarro en “El Averno” o arrojan un poco de espuma en el “Queirolo”.
Porque para eso están... para ser “malditos”.

Freddy Molina Casusol
Lima, 04 de febrero del 2003


Imagen de Bukowski: http://img.stern.de/_content/55/96/559610/bukowski_250_250.jpg

«EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO» VISTO POR TOMÁS ESCAJADILLO

ORIGINALMENTE formaba parte del cuerpo de la tesis, pero se desgajó para ser un libro independiente. El trabajo de Escajadillo no solo tuvo...