sábado, 29 de noviembre de 2008

UNA FIESTA NON SANCTA: la corrida de toros

“La Fiesta Brava” le llaman a tamaña cobardía. Pero lo más sorprendente es que en el Perú se lo dediquen al dios cristiano, todos los domingos de octubre. Todos los años, contados desde 1816 –fecha en que un decreto del Virrey Pezuela ordenó que las corridas de toros se realicen en el matadero de Acho[1]–, no hay toro que no sea torturado para satisfacer las inclinaciones sádicas del hombre.

Cada año un rejoneador montado a caballo y provisto de una piqueta, hiere el lomo del animal para iniciar el baño de sangre y circo que tiene, sobre todo, en las señoras y señorones de la alta sociedad limeña sus más enardecidos espectadores.

La corrida de toros podría ser un arte, porque es cierto: las suertes que ejecutan los diestros no carecen de cierto goce estético, de cierto deleite visual. Pero lo que la arranca de plano de esa categoría –para colocarla al nivel de la pelea de gallos o de la otra atrocidad que es la de perros– es el ensañamiento y goce patológico con el cual sus cultores parecen disfrutarla.

Todavía cuesta creer que escritores como Mario Vargas Llosa, cuyo discurso a favor de la modernidad y la civilización es todo lo contrario a este tipo de espectáculos, asistan, desde la comodidad de un asiento de primera fila y la protección de un burladero, a un acto de crueldad contra un animal casi indefenso. Decimos “casi” porque nadie se le va a ocurrir equiparar la cornamenta de un toro, con el filo de la espada de un torero.

“La corrida de toros forma parte de nuestra cultura”, dicen sus defensores. Sí, pero de una cultura primitiva, faltó añadir. Posiblemente sea una extensión de los afanes de sobrevivencia del hombre prehistórico que cazaba un bisonte o un mamut para llevarse algo a la boca. Pero ahora que todo eso ha quedado atrás, y el progreso y los avances en todos los campos de la ciencia suplen esas urgencias, resulta prescindible su práctica, a menos que algún despistado piense por allí que todavía es posible resucitar los tiempos del hacha y el sílex.

Cuando Hemingway escribió su Muerte en la tarde, un bello alegato a la corrida de toros, y nos ocultó con la textura de su prosa el lado oscuro de la tauromaquia, olvidó decir que un sablazo en el corazón –no de amor, sino de barbarie– debe doler mucho. No contó que Manolete y Belmonte murieran atragantados con su sangre o que el gran Joselito haya dejado por descuido sus orejas ante la arremetida de un toro de Miura. Tampoco dijo que Luis Miguel Dominguín fuera arponeado a mansalva por la espalda con una lanceta, ni que Manuel Benites “El Cordobés– a quien no pudo conocer– fuera arrastrado, ya occiso, panza arriba y de las cuatro extremidades. Nada de eso. ¿Por qué lo que habría de ser humillante para estos personajes del mundo taurino, no habría de serlo para el principal actor de semejante encarnizamiento: el toro?

La abolición de la corrida de toros, como viene ocurriendo en algunas ciudades de España y Francia, es un síntoma alentador de que cada vez más son los que deploran, en nombre de la convivencia pacífica y el respeto por todos seres que pueblan el planeta, estos actos desprovistos de humanidad.

En el Perú cuando eso acontezca, las instituciones que ahora bregan para extirpar de nuestra sociedad esta infeliz tradición, ya no tendrán razón de ser. Podrán decir jubilosas que la mejor recompensa fue al fin ver, libre de matarifes y mercaderes de la sangre, la orgullosa estampa de un toro moverse en la amplitud de su querencia. Podrán decir, contrariando a Vallejo, que ay, el cadáver ya no siguió muriendo.

Freddy Molina Casusol
Lima, 27 de noviembre de 2008

Crédito de la fotos: http://cordobaantitaurina.wordpress.com/2008/07/05/pobre-de-mi…ya-llego-el-san-fermin/, http://www.losverdesdeasturias.org/weblog/wordpress/wp-content/mani_oviedo.jpg

[1] Ver De re taurina, Juan Manuel Ugarte Eléspuru, Ediciones Perú Arte, 1992, p. 205.

martes, 25 de noviembre de 2008

HISTORIA DE MAYTA (o el difícil arte de la venganza en Vargas Llosa)

BUENA PARTE
 de la crítica coincide en señalar que el escritor Mario Vargas Llosa zanjó sus diferencias políticas, literarias y personales con sus adversarios en El pez en el agua (1993) Empero, pocos se han fijado que muchos años atrás, en 1984, merodeaba por la mente Vargas Llosa tomarse un desquite con los viejos fantasmas del pasado que giraban alrededor de su anterior vida izquierdista. Historia de Mayta, novela ambientada en torno a un fallido intento de rebelión en Jauja[i], le sirvió para espantar ciertos demonios literarios. Algunos críticos han afirmado que es una novela tendenciosa; es decir que no expresa con autenticidad la atmósfera que pretende reflejar: el drama humano de un revolucionario socialista[ii]. Vargas Llosa, indudablemente, utilizó los personajes de Historia de Mayta, para deslizar sus obsesiones anti-izquierdistas, las cuales salieron con fuerza luego en sus referidas memorias. Con esto no queremos decir que la novela sea “reaccionaria”, como algunos de sus feroces críticos de la izquierda han pretendido presentar. Una novela es una hechura de las filias, fobias y rabias de un escritor. Y eso no es novedad, ya lo han hecho otros. Dante se tomó un desquite de sus enemigos en la Divina Comedia [iii]. Pero en el caso del escritor peruano, este lo ha hecho para ejercer distancia con su pasado “revolucionario”.

Un ejemplo de lo anterior es el ajuste de cuentas contra Julio Ortega, intelectual velasquista de los años setenta, que es mencionado de manera velada en Historia a través del propio Mayta, cuando se hace referencia a “los intelectuales que se venden al Congreso de la Libertad” –institución que se descubrió después recibía financiamiento de la CIA–. El rostro de Ortega aparece iluminado por Vargas Llosa en El Pez en el agua, cuando el escritor recuerda el episodio del Congreso de la Libertad y las bofetadas que Ortega proponía para los diplomáticos que se oponían a la revolución velasquista.

En favor del escritor se puede argüir que por la época en que estaba escribiendo la novela –mediados de los ochenta– se estaba gestando en él una postura liberal[iv], de modo que, para afirmarse, ejerció una acción de violencia consigo mismo y ciertos personajes del espectro intelectual.

Esto es explicable en los intelectuales que se desilusionan y mudan de ropaje ideológico hasta asumir un nuevo aparato de análisis para la comprensión de la sociedad. Vargas Llosa habría ejercido esa violencia con la izquierda y consigo mismo, sumándose ciertos odios y molestias contra socialistas de viejo cuño. Esas molestias se habrían trasladado al personaje central de la novela, Mayta, mezcla de algunas fobias del escritor: izquierdismo y trotskismo, a los que añadió un toque de humor negro: ser homosexual.

A través de la humanidad de Mayta se puede identificar la hartura de Vargas Llosa con el marxismo desde los tiempos que era estudiante de San Marcos. Mayta sería uno de sus mayores ajustes de cuentas[v]. Y nos arriesgamos a decirlo de quién: de Aníbal Quijano, por entonces alumno de Sociología. Alguien que vea con ojos agudos el personaje de Mayta, podrá descubrir tras la pesquisa en artículos y la propia novela que el personaje sin duda está inspirado, en parte, en Quijano y los trostskistas de San Marcos. En Historia… Vargas Llosa hace decir a Mayta:


Mal hecho, Mayta, muy mal hecho. ¿Por qué se dejaba ganar siempre por el mal humor y la impaciencia cuando se hablaba de los intelectuales? ¿Qué otra cosa había sido León Davidovich? Lo había sido, y genial, y Vladimiro Ilich también. (Historia.., p. 28)

que repite con tono irónico el escritor en sus memorias:

Los trotskistas de San Marcos no eran en ese momento más de media docena, congregados en torno a quien creíamos su ideólogo: Aníbal Quijano. El futuro sociólogo peroraba cada mañana en el patio de Letras, con palabra fluida y datos abrumadores, sobre los avances de los partidarios de León Davídovich en la propia Unión Soviética. “Tenemos veintidós mil camaradas trotskistas dentro de las fuerzas armadas soviéticas”, le oí anunciar, con sonrisa triunfante, en una de sus peroratas” (El pez en el agua, p. 243).

Burla que se puede rastrear en un artículo escrito en 1991 sobre los pacifistas británicos:

Fui a curiosear y ahí estaban, redivivas, algunas caras de los sesenta, como la del aristócrata Tony Benn, la de Vanessa Redgrave y la de un irredento amigo trotskista a quien no veía hacía veinte años. Le pregunté qué opinaba de los trastornos en la URSS y los países del Este y me respondió, con un brillo tierno en los ojos cansados: “Que ha llegado la hora de León Davidovich” (“Los pacifistas”, en Desafíos a la Libertad, p. 34).


Pero no solamente en Quijano habría recaído el peso de darle espesor al personaje, sino que Mayta también recogería reminiscencias de un militante de izquierda, a quien Vargas Llosa ha “acusado” de haberle quitado la enamorada: Félix Arias Schreiber. 

Arias Schreiber aparece disfrazado en la novela Conversación en la Catedral como Jacobo, el marxista ortodoxo que planea en la oscuridad la separación del trío de amigos de la célula partidaria, integrada, además de él, por Santiago Zavala (Vargas Llosa) y Aída (Lea Barba). ¿El propósito? Quedarse con la manzana de la discordia, Lea Barba. La imagen de Schreiber “suave y conspirativa, con la misma modestia y abandono en el atuendo y la misma acuciosidad a la hora de preguntar, la siempre excluyente perspectiva política a flor de labios y escribiendo para un periodiquito tan marginal y precario como el que sacábamos en San Marcos”[vi], es equiparable de varias maneras a la descripción que hace el novelista de Mayta en Historia:


De las vagas impresiones que me dejaban de él esas rápidas entrevistas que teníamos a lo largo de los años, una de las más rotundas que guardo es la frugalidad que emanaba de su persona, de su atuendo, de sus gustos. (Historia, p. 24).

Para confirmarla, veamos a Vargas Llosa en El pez en agua, evocando a Lea y Arias Schreiber:

Mientras viví en Europa, apenas supe de ellos. Que se habían casado y tenido hijos, que ambos, o por lo menos Félix, había seguido la fracturada trayectoria de tantos militantes de su generación, yéndose y regresando al partido, liderando o sufriendo las divisiones, fracciones, reconciliaciones y nuevas divisiones de los comunistas peruanos en las décadas de los cincuenta y los sesenta. (El pez…, pp. 248-249).

Imagen que, curiosamente, presenta fuertes semejanzas con el personaje creado por el escritor en Historia:

Mayta era un revolucionario de la sombra. Se había pasado la vida conspirando y peleando en grupitos ínfimos como aquel en el que militó (Historia, p. 77).

Debemos subrayar, por último, que en el caso de Schreiber no hay un deliberado ajuste de cuentas como sí ocurre con Ortega o con Ernesto Cardenal
[vii]

Como contrapunto a lo anterior, se puede mencionar además la complacencia del escritor peruano en colocar antiguos amigos como personajes de sus novelas. Este es el caso de Javier Silva Ruete –el “Javier” de La Tía Julia y el escribidor–, antípoda literario de Enrique Chirinos Soto, vivamente retratado en La Fiesta del Chivo en la figura de Henry Chirinos, y suma perfeccionada del difícil arte de la venganza en Vargas Llosa.



Freddy Molina Casusol
Diciembre del 2000



Crédito de la foto de Felix Arias Schereiber y Lea Barba:
http://librosyrecuerdos.blogspot.com/2010/01/historia-de-mayta-o-el-dificil-arte-de.html


[i] Ricardo Letts, legendario dirigente de la izquierda peruana, fue quien presentó a Vargas Llosa al personaje real que inspiró al Mayta de Historia, y uno de los que recibió los mayores espolonazos del escritor en sus memorias. Ver El pez en el agua, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1993, p. 419, y "El joven Vargas Llosa", Silvia Rojas, en La República, 9 de mayo de 1997, p. 20.
[ii] Ver La Generación del 50: un mundo dividido, Ediciones sétimo ensayo, 1988, p. 157. Ver también los artículos: "El ande en llamas", Dante Castro, en Suplemento Unicornio de Cambio, 7 de mayo de 1990, pp. 12-13; e "Historia de Mayta: la novela y los críticos", Birger Angvik, en Hueso Húmero No. 25, pp. 111-119.
[iii] Ver el prólogo de La Divina Comedía, introducción y cronología Vintila Horia (Editorial EDAF, Madrid, España), donde se habla del tema de la venganza en Dante.
[iv] Vargas Llosa a mediados de los ochenta reclamaba para sí la calificación de pragmático alabando el sentido común de los británicos, quienes lo elevaron a categoría de filosofía política. Ver "Una cabeza fría en el incendio" en Contra viento y marea (III) (1964-1988), Seix Barral-Biblioteca Breve, 1era. edición, marzo de 1998; y las entrevistas "Ahora soy un pragmático", en El Nacional, 2 de noviembre de 1985, y "Soy pragmático, no ideológico", en El Observador, 23 de octubre de 1981.
[v] Revisando materiales para apuntalar esta tesis encontramos que el crítico peruano Miguel Gutiérrez ya había desarrollado un similar planteamiento: “El más alto ejemplo de la literatura como venganza o arreglo de cuentas con el mundo, su ciudad natal y los hombres de su tiempo es, sin duda, Dante. En parte VLl utiliza la novela como instrumento de venganza o de arreglo de cuentas, aunque esto no le confiera sosiego y liberación, sino gratificaciones sadomasoquistas”. Ver La Generación del 50: un mundo dividido, p. 158.
[vi] El pez en el agua, p. 249.
[vii] Con Cardenal, Vargas Llosa no tuvo ninguna concesión y su retrato va en proporción directa a la animadversión extrema que éste incubó en los años setenta y ochenta respecto a sus colegas de izquierda. Ver la serie de artículos publicados en Caretas bajo el título "El intelectual barato", reeditados en Contra viento y marea (1962-1982), Seix Barral-Biblioteca Breve, 1era. Edición, noviembre de 1983. Y más acerca de Cardenal, en Sobre la vida y la política: Diálogo con Vargas Llosa, Ricardo A. Setti, Editorial Kosmos, mayo de 1989.

sábado, 22 de noviembre de 2008

TE QUIERO DEL TAMAÑO DEL MAR (*): Escritura y racismo en un libro de Jaime Bayly


UNO

Jaime Bayly ha publicado un libro. Más bien, debemos precisar, un hermoso libro de memorias que, con seguridad, resistirá en el tiempo y que junto a Los últimos días de La Prensa, se erigen como las dos mejores piezas literarias salidas de su pluma juguetona. Si de él se ha pensado que su especialidad es el escándalo y la estridencia, aquí nos encontramos con un eximio esgrimista de la palabra que hace y deshace el castellano a su antojo. Tenía razón Martha Hildebrandt, cuando refiriéndose a Bayly decía que “escribía bonito”. En Bayly podemos rastrear, a través de esos largos monólogos que dan forma a su inconsciente, la presencia de Joyce. No sabemos si ese uso de la técnica joyciana forman parte de una aprehensión deliberada del maestro irlandés o si es un acierto intuitivo del autor en su andar novelístico. Lo cierto es que su uso confiere al relato una calidez y un intimismo pocas veces visto en la literatura nacional, solamente visto en Vargas Llosa, quien lo emplea con eficacia en La ciudad y los perros. Se ha dicho, por otra parte, que Yo amo a mi mami, el notable libro de Bayly tiene una afinidad temática con Un mundo para Julius. En parte sí, pues el autor aprovecha los recursos del relato para confesar sentimientos infantiles, dándole un aire de ternura a la narración; y en parte no, porque la novela de Bryce es una especie de canto de cisne de una clase social. En estos primeros capítulos de Yo amo a mi mami, se percibe la madurez de un narrador en ciernes, a menos que las páginas que sigan nos engañen despiadadamente borrándonos la ilusión del rostro, en esa grata sorpresa que nos ha causado la incursión de la tierna y dulce Annie, protagonista de una de las historias del libro, en la literatura peruana.



DOS

Salpicado de frases y párrafos bastante significativos, Yo amo a mi mami es una cruda radiografía del racismo en el país. La madre –ficticia– del autor ayuda a reflejar esa situación. Ella, en varios pasajes del libro, hace gala de un menosprecio supino por los cholos e indios del país. “Qué barbaridad, qué insolencia, esta cholita igualada...”, llega a decir en una oportunidad de una enfermera –chola y mestiza de la selva– de una clínica por parecerle demasiado atrevida y mostrar las piernas. “Esta cholada es demasiado para mi gusto, esto no es para una señora como yo...”, dice otra vez cuando le toca asistir a la kermesse organizada por el párroco de Chaclacayo, a cuya iglesia asiste religiosamente todos los domingos llenándola de propinas. “Eres una india bruta y analfabeta, te he dicho cincuenta mil veces que no se dice la calor, la próxima te despido....”, dice en otra ocasión a su empleada, a quien se dirige en tono amenazador por no expresarse bien en castellano. Pero lo que la desnuda de cuerpo entero en lo que a continuación dice Bayly en una parte del libro: “y yo por supuesto me quedé en silencio y aterrado, pues cuando muriese quería irme al cielo con mi mami, mi papi y mi hermana y también, si los dejaban entrar, con los empleados, aunque ellos, según mi mami, vivirían en una zona aparte del cielo, o sea en un cielo más modesto para ellos.”, pensamiento que nos recuerda, pero en sentido contrario, el relato de Arguedas, El sueño del pongo. El racismo, pues, de Yo amo a mi mami es proverbial y merece un estudio aparte (irónicamente, el hijo del embajador inglés, “un rubiecito engreído que nos miraba a los peruanos como si fuésemos vicuñas”, se cobra la revancha por los connacionales indígenas). Hay mucho más, pero eso lo deben registrar los estudiosos del libro que se dediquen en el futuro a desenhebrar la ideología que alimenta a los seres que pueblan Yo amo a mi mami.


TRES

Espléndidamente escrito, Yo amo a mami es un parricidio y un saludable ejercicio del humor. El narrador, lo ejercita con su progenitor, de quien hace un retrato deliciosamente mordaz para el deleite y goce de los lectores. Lastimosamente la ausencia de redondez, esa a la que apelaba Cortazar para cerrar sus cuentos, no se ve en el capítulo final que queda algo corto. Este defecto formal, que se puede atribuir a una comprensible fatiga del escritor para concluir con el relato, no obstante, queda opacado al ser contrastado con el resultado global. Para el lector deseoso en desentrañar la identidad real de alguno de los personajes de Yo amo a mi mami, podemos satisfacer su curiosidad remitiéndolo a un libro singular, el de Ricardo Letts (La izquierda peruana, Mosca Azul Editores, 1981), cuya nota biográfica bien puede servir de apéndice al capítulo “No me digas tío, dime camarada”, en el que aparece magistralmente dibujado el rudo dirigente de la izquierda peruana. No podemos terminar estos apuntes, sin dejar de pergeñar en las páginas dedicadas a la hermana del autor: “¿Te puedo tocar un ratito el pelo?”. Éste es un capítulo notable por la delicadeza del trazo, la elegancia de la descripción y sensibilidad de la remembranza. No sabemos por qué, pero esa suavidad nos ha recordado la tersura descriptiva de Oscar Wilde en El retrato de Dorián Gray. En suma, Yo amo a mi mami es un temprano libro de memorias, una confesión pública de pecados infantiles y un retrato de familia cargado de una ternura y desenfado que hacen de su lectura un buen motivo para jugar un rato con la imaginación.

Freddy Molina Casusol
Lima, octubre de 2003

Crédito foto: http://www.ultimasnoticias.com.ve/ediciones/2002/08/04/unimg/p66s1g1.jpg
[*] Título tomado del capítulo I del libro de Bayly.

viernes, 21 de noviembre de 2008

EL GRUPO CHASKI : UN CINE JUNTO AL PUEBLO (Entrevista a Fernando Espinoza. Director del Grupo Chaski)

Por: Freddy Molina Casusol

La última vez que lo vi fue a mediados de los noventa. Yo salía embalado de la Facultad de Letras de San Marcos, cuando una voz que no alcanzaba a reconocer me llamaba por mi nombre. Alto, moreno, de casi un metro ochenta, estaba allí en el umbral Fernando Espinoza, con unos cuantos años más en el cuerpo y unos cuantos kilos menos. Había ido a la ciudad universitaria para cumplir con una invitación hecha por los estudiantes y formar parte de un panel sobre un tema que lo apasionaba desde que empezó como sonidista de películas décadas atrás: el cine. Todavía conservaba el acento de su voz esa mezcla de inflexiones afroperuanas y cubanas, éstas últimas reclutadas sin duda luego de sus viajes a Cuba y sus inefables simpatías por la revolución castrista. Después de eso no volvería a saber de él, hasta que, hace unos años atrás, una publicación universitaria –San Marcos al día– me informó de su desaparición. Esta entrevista realizada en 1991 da cuenta de la personalidad de Espinoza –a veces abigarrado y ampuloso en sus respuestas– y de la crisis de una experiencia cinematográfica peruana. He aquí lo que me dijo aquella vez en su oficina del Grupo Chaski, cuando las sombras de la vejez parecían no atenazarlo.

¿Luego de casi nueve años de fundación, podríamos calificar –recordando el título de un libro de Sanjinez y el Grupo Ukamau– que la aventura cinematográfica del Grupo Chaski ha sido de “un cine junto al pueblo” ?
Pues, yo creo que si se podría calificar de alguna manera así. Pero, tal vez, el termino “junto al pueblo” queda distante o menos conveniente para denominar lo que ha sido nuestra experiencia. Muchas veces la actividad artístico-cultural o política ha sido asumida por intelectuales como una forma de hacerlo para el pueblo, por el pueblo, y no desde el pueblo. Yo creo que el éxito del acercamiento a lo popular de Chaski fue que se hizo dentro pueblo.

En esta última etapa de la vida del Grupo Chaski, considerado en algún momento la vanguardia de cine nacional, ha venido sufriendo una inocultable crisis. No hace mucho se han retirado varios de sus miembros (Legaspi, Kaspar, Weber, entre otros). ¿A qué factores atribuyes esta crisis, y qué pasó con lo que ustedes llamaban “el voluntariado militante”?


Yo pienso que tendríamos que ubicarnos en la época en que estamos viviendo. Puede ser que uno de los elementos que signe la época es una crisis de lo colectivo, de una crisis de los elementos que han estado afincando lo colectivo desde un punto de vista socialista.

 Otro de los elementos que tampoco es exacto, creo yo, es que todos se van de Chaski. El caso de Stefan Kaspar. Stefan no se ha ido de Chaski; él ha abandonado la condición de trabajador y su condición de Director, un poco porque no cree él lo mismo que creían los otros, pero también, al mismo tiempo, creo yo, con cierto agotamiento y una necesidad de tomar distancia. Pero no ha abandonado su rol de participar en la defensa de Chaski; en la defensa, además, de la posibilidad de la recreación, más que la reconstrucción del grupo, porque ha pasado a ser un asociado con tareas propias. Es en este momento un asesor del grupo para todo lo que es comercialización y relaciones internacionales. Y aquí, delante mío, tengo notas de él, con esa limpieza, asesoría, y entonces se nota que, inclusive, podemos discrepar desde puntos que son opuestos en mucho, pero que en lo principal seguimos amando al hijo que de alguna manera hemos parido dolorosamente durante estos años y hemos visto crecer.

Abordando la heterogénea filmografía de Chaski resalta el mediometraje Imágenes para una Democracia, una película con un montaje que refleja de una manera un tanto forzada nuestro entorno social. Sin dejar de discutir su contenido crítico, nos puedes decir qué pasó con este film.

Bueno, esta película, es una película en la que hicimos un pequeño team de realización en equipo donde estaba Chiara Varese, a quien le dimos la dirección, Alejandro Legaspi y yo. Esta película representa el trabajo tenaz y las ideas encontradas de los tres. Para empezar, esto es producto de un rodaje y de un antiguo proyecto que venía de los años ochenta, por eso tenía el material registrado y en el que había participado tanto Chiara Varese como Alejandro. Y, solamente después, cuando se deshace el grupo que le dio partida al rodaje, es cuando se encomienda la producción a Chaski y se co-produce con Chiara Varese, que a su vez tenía la post-producción en Cuba. En todo caso son acentos distintos. El acento de hacerle decir a algunos personajes cosas que no son exactamente lo que quisieran lo puse yo, porque creo que eso es de alguna manera expresarían si estuvieran obligados a decir la verdad, como es el caso del personaje que dice en un momento que “por los trabajadores no haría ninguna cosa, ni una sola”. Y el acento digamos en el ritmo y la estructura general hasta cerca de la mitad de la película, creo que lo ha puesto Alejandro, aparte de haber sido la cámara principal de la película. Y todo lo que es la parte final de la película, la edición final y su forma final, con ese descreimiento absoluto a la salida democrática, creo es responsabilidad de Chiara, que al final firma toda la obra. La dirección y reportaje a todos los personajes que están ahí, salvo los reportajes que no están en la película, son de responsabilidad mía.

¿Y es cierto que el historiador Flores Galindo, que aparece en algunas secuencias, solicitó a Chaski se le retire de las escenas donde figuraba?

(El rostro de Espinoza se desencaja). Bueno, compañero, Tito no....., un gran compañero, siempre de grata recordación, era muy tímido, no solamente antes de filmar sino también después. El no tenía una idea de cómo iba a verse, ni tampoco lo pensaba. El suponía que iba a lucir de una forma distinta lo que estaba diciendo en la película. No se suponía enfrentarlo a dialogar, obligado a confrontar con el general Cisneros Vizquerra, por ejemplo, como está en la película. Pero, eso sí, eso es patrimonio de los realizadores. Nosotros le explicamos, le explicábamos a él previamente, qué tipo de cine íbamos a hacer, qué tipo de película íbamos a hacer, y qué tipo de personaje. Lo que sí, estamos seguros, es de que no hemos faltado la verdad a sus ideas ni hemos castrado sus ideas. Creo que están completas. Inclusive esto puede ser en desmedro de la película, ¿no?.

 ¿Cómo convencieron a Tito Flores Galindo para que participe en el film?

Fuimos tantos los que intentamos convencerlo. Era tanto Oswaldo Carpio quien intentó hacerlo; por otro lado otros compañeros habían intentado hablar. Yo sabía que teníamos, al día siguiente que filmar. El día anterior, mediante su compañera, había dicho que no iba a poder estar, que tenía un trabajo pendiente. Fuimos con Chiara a la Católica y él estaba dictando clase. Y entonces nos colocamos al costado. Él nos vio, se volteó, interrumpió la clase y salió. Al salir le dije: “Hermano, cómo es eso que no vamos a filmar mañana. Tenemos todo listo, ¿no ?. No me digas que no...¿no? Ya estamos con todo”. Me dijo: “Pero, yo no sé, eso de salir en una película, eh, ¿cómo es eso ?”. “Bueno, pero yo te explico el detalle hermano. Mañana te lo voy a explicar otra vez, pero no nos hagas quedar mal ahora. No nos revientes el trabajo, porque ya habíamos quedado en que íbamos a filmar”. “Bueno pues, ¿y eso cuánto llevará más o menos?”. “Es rápido hermano, es una cosa que la entrevista es a ti, pero como tú mismo eres, o sea sobre lo que tú mismo manejas. Así que eso no será más de una hora, hora y media”. “Bueno pues, entonces si es así, si no pasa de ese tiempo, estaré a esa hora en el IAA (Instituto de Apoyo Agrario), de acuerdo”. Y ahí quedamos pues, y ya está. Me pareció que no lo habíamos terminado de convencer. Hasta que no lo tuvimos en el rodaje yo no tuve la certidumbre que iba a dar el testimonio para nosotros.

¿Dentro de la producción de Chaski, se podría decir que Juliana representa una ruptura con respecto a su antecesora Gregorio, en cuanto la continuación de una línea de compromiso? Se ha señalado en diversas oportunidades que el final de la película es un tanto idílico, irreal, ¿qué piensas de ello, o es que tal vez la cuestión pecuniaria ha operado de manera inconsciente en la elaboración del guión?

 Esto ha sido sostenido en algún momento, cuando recién la película apareció, por un joven crítico, que escribe más o menos con el hígado que con el cerebro a mi entender. Pero no es verdad, tanto no es verdad que su antípoda, es decir, lo que signa el tráfico de la comunicación, en la relación norte-sur, lo que es el interés básico de Europa para comprar nuestros productos, es el tráfico del desastre, de la guerra, del caos, de la miseria a ultranza, de la desesperanza. O sea de la fatalidad absoluta, de la muerte por la muerte; en fin, es lo más contrario al contenido de la película. Es más, en Europa ha sido más cuestionada la película que en nuestro mundo, América nuestra América. Ahora nosotros creemos que hemos permanecido fieles a nuestro concepto, y fieles a lo que sosteníamos para desarrollar el tema. La principal fidelidad, digamos es, haber sido democráticos en la participación de los niños en la película, expresaran sus testimonios; democráticos en estar sujetos como realizadores a que la propuesta de los chicos primara sobre nuestra propuesta.

 (Espinoza explica que no ha habido tal peso del dinero. Afirma, abundando en detalles, que existe un extracto de una investigación efectuada por Sandro Macassi con niños de Villa El Salvador, publicada en el boletín Chaski, No. 3, interpretando el ideal de los protagonistas del film. Lo que no dice el cineasta es que este estudio fue hecho después del rodaje de Juliana, lo cual indica que éste no tuvo ninguna influencia en la elaboración del guión final, a menos que se crea, como parece entenderlo el cineasta, que esto avalaría su tesis del final feliz de la película con el bus paseando a los niños por la ciudad).

¿Entonces no estás de acuerdo con que es una “películita prodiga en mocos y legañas”, como algún crítico sentenció (lo expresó Fernando Vivas en la revista Quehacer)?

Eso me parece insultante, una falta de respeto del crítico que escribió eso. Parece que él tiene la necesidad de expresarse así. Ojalá fuera igualmente de escéptico y de duro con su propia creación.

 En su última producción, Chaski incursionó subrepticiamente en el género cómico, incluso el corto ¿Jonás dónde estás? obtuvo un notable reconocimiento. ¿En la co-producción, todavía inconclusa, que están realizando con Federico García, se proseguirá con este acercamiento?

 No, no ha sido deliberado. En todo caso, aunque el caso del proyecto de Baladas Musicales, que incluyó a Jonás, todos tenían las mismas características de ser digamos irónicos, de hacer una especie de humorismo sutil. Esto no tiene una relación con la co-producción con Federico García. Nosotros no hemos hecho un condicionamiento, salvo nuestros puntos de vista como co-productores. Respecto a la temática, no es una temática de comedia. Es una historia que está enraizada en la costumbre de los Andes y que representa el choque de dos culturas. La relación frente a un miraflorino que llega a esos lugares. Más bien allí hay una fidelidad de Federico García hacia los temas que siempre ha tratado desde un punto de vista que siempre antes trato, antes de por lo menos de la Manzanita del Diablo.

En una mesa redonda declaraste: “Lo absurdo es que alguien netamente citadino se acerque a buscar en lo andino, su motivación, su tema tiene que estar dentro de él”. ¿Crees que el nuevo enfoque de las películas de temas andinos será con esa visión en el futuro?

Para empezar, yo no sé si realmente estamos entendiendo la connotación de andino en su conjunto. Es decir, andino es nuestro país ¿no?, y es andino el habitante de la costa. Es decir, nuestro país es un país andino y todos somos parte de una nación andina. Ahora, andino es el que típicamente proviene de los Andes. Desde esa perspectiva yo no lo haría, yo no me acercaría sino es con la mayor prudencia, el gran respeto hasta poder hacer un tema de los Andes. De eso nosotros tenemos la experiencia, de haber fracasado en mostrar eso en Gregorio. Es decir, yo digo fracasado, porque evidentemente los espectadores, los compañeros del gremio, probablemente no saben que botamos el 95% del material que filmamos en la sierra, para intentar simplemente un collage que expresara que viene de ese mundo. Se veía muy artificial. Yo pienso que hay algunos realizadores que han logrado acercar con éxito al mundo andino, al mundo selvático, es decir a otros mundos que no son el suyo propio, y que algunos realizadores lo han hecho de una manera muy feliz, como es el caso para mí de Nora de Izcue de Runan Caycu, la historia de Saturnino Huillca. Veo la Nora de Izcue de Guitarra sin cuerdas o Color de Mujer, y me admiro de la capacidad, por la emotividad, de poder ligarse a un tema y de sentirlo suyo y de transmitirlo bien. Pero, sin embargo, a mí, personalmente no me basta como requisito. Y yo creo que eso es lo que nosotros hemos sentido en una época, que para acercarnos a este tipo de cine y a las características de este cine, nosotros estabamos obligados a sentirlo propio, no solamente a saber del tema sino a sentirlo dentro de nosotros mismos. Era un requisito sine qua non para ganar la autoridad de trabajarlo.

Chaski e Inca Films de Francisco Lombardi en algún momento se disputaban la hegemonía del cine peruano, ¿qué opinión tienes de Caídos del Cielo?

Yo no siento que hallamos disputado la hegemonía con nadie. Siento que en un momento tuvimos desde nuestra propia trinchera una mejor contribución que ahora a la construcción de un cine nacional, cosa que ha venido permanentemente haciendo “Inca”, con un poco de más antigüedad que nosotros. Si siento, que no es una disputa por ganar mayor espacio sino más bien un esfuerzo grande, por mejor contribuir a la construcción del cine nacional. En lo que respecta a Caídos del Cielo, la última de Pancho, a mí, confieso que es una película que me produce un conjunto de sentimiento variados y algunos muy encontrados. El primero de todos es.... A mí la película me da la impresión de ser muy fiel a lo que Pancho Lombardi piensa. Yo reconozco que Pancho Lombardi es un hombre honesto. Le he preguntado directamente cuando volvíamos de Cuba, el por qué de esta pulsión tanática, tan acendrada, tan marcada. Él niega que esto esté presente, que más bien está rescatando vida al provocar un rechazo a la muerte. Sin embargo, yo no lo veo así. Desde Muerte de un Magnate, Muerte al Amanecer, en fin Maruja, no una sino muchas muertes (Nota: Espinoza quiso decir, Maruja en el Infierno). En fin, yo pienso que el tema de la muerte ha sido siempre una fijación en Pancho. Creo que en esta película no ha existido el manejo cinematográfico que tuvo en La ciudad y los perros, que para mí sigue siendo la mejor de sus obras. Y pienso que esto se podría llamar, el mundo de Lombardi, y el mundo de un montón de creadores. Inclusive algunos de ellos, cinematográficos jóvenes, están mirando de esa manera al pueblo, de esa manera a la clase media, de esa manera a la burguesía –la antigua aristocracia–: a través de una ventanita.

Para finalizar, Chaski se va recuperar entonces.

Su recuperación es una apuesta fija.


Julio de 1991

 

Crédito de las fotos: http://www.grupochaski.org/chaski/v1.3/menu.php,%20http://www.grupochaski.org/index.php?id=229,0,0,1,0,0http://www.grupochaski.org/index.php?id=229,0,0,1,0,0,, http://reportperu.files.wordpress.com/2009/02/nuevo-121.jpg, http://www.omni-bus.com/n4/imagenes/Caidos%20del%20cielo.jpg, http://www.swissinfo.ch/spa/archive.html?siteSect=883&sid=4472121&ty=st, http://www.andes.missouri.edu/andes/Especiales/TitoFlores.jpg, http://3.bp.blogspot.com/_Hv0UKHvctkk/SSRZCIS0x_I/AAAAAAAAEe4/pfnnf5yeusE/s320/foto+fernando+vivas.+peru+21.jpg, http://www.alconet.com.ar/varios/mitologia/leyendas/fotofchamin.jpg

miércoles, 19 de noviembre de 2008

DE FANNY HILL AL MARQUÉS DE SADE: cinco acercamientos a la literatura erótica

Mi primer acercamiento a la literatura erótica se debió a la pura casualidad. Un día paseando por El paraíso de los libros, esa feria de libros viejos anclada en el centro de Lima, me topé con Fanny, una novela escrita por Erica Young –una americana autora del best seller Miedo a volar, libro de referencia para las feministas–, inspirada en la famosa narración erótica de John Cleland, Fanny Hill. Memorias de una cortesana, publicada en el siglo XVIII[1].

La sola mención de Cleland en el prólogo de Young, me abrió el apetito. Dos semanas atrás, recordaba, había tenido Fanny Hill en mis manos pero la había desechado, porque viendo su tapa semi ruinosa y sus hojas amarillentas y maltratadas por la acción del tiempo, no me animé a comprarla.

Pero esta vez apremiado por transitar en el camino de la lujuria, me dispuse a retroceder sobre mis pasos y adquirir ese ejemplar que, solitario y mudo, estaba a la espera de un lector como yo, en el mismo lugar que lo había dejado la última vez: un triste rincón de un puesto de libros viejos.

Fanny Hill narra la historia de una muchacha inglesa, quien tras perder a sus padres a la temprana edad de 14 años decide emigrar de su natal Liverpool, para tentar mejor suerte, a París. Puesta allí por el destino cae en las manos de Miss Febe, quien se aprovecha de su inocencia y la empuja a ofrecer su cuerpo en el burdel que regentaba.

Escrita en bellos trazos, los cuales hacen que el lector la aprecie con admiración y goce estético, incluso en las escenas de mayor contenido sexual, el libro está dividido en dos claros momentos señalados por las cartas que Fanny escribe a su confesora, una mujer velada por la pluma del autor, a quien cuenta sus encuentros sexuales con diferentes hombres desde que fue iniciada en la prostitución por Miss Febe, hasta que decide retirarse de la vida pecaminosa años después, cuando su admirado Carlos la hace madre de dos hermosos niños.

El segundo acercamiento que tuve a la literatura erótica fue con Memorias de una pulga. Este era para mí era un libro mítico. Prohibida su lectura por una tía harto conservadora y mojigata (se refería a éste como un libro “vulgar y asqueroso”), lo adquirí, venciendo cierta resistencia psicológica, en una galería del centro de Lima, a pocos metros de la revista Caretas.

Publicada en París en 1762 por un autor que prefirió el anonimato, tal vez porque no quería ver relacionado su nombre con un texto harto licencioso, Memorias de una pulga cuenta la historia de Bella, una linda francesita de catorce años que se somete a gusto a las exigencias carnales primero de su joven amante, luego de un sacerdote, a quien le siguió un viejo campesino y su hijo, para continuar posteriormente con su tío, el señor Delmont, el cual cayendo en la trampa tendida por su vecino, el señor Verbouc, y el cura Ambrosio, comete incesto con su hija Julia.

Carente de una depurada técnica literaria, puesta en evidencia a lo largo de sus doce capítulos, Memorias de una pulga es un libro, como dicen los franceses, para leer “con una sola mano”.

Escrita en 1930, y dirigida al público americano, Confidencias de una casada fue mi tercer acercamiento a la literatura erótica.

Cuenta la historia de Nelly Rich, una mujer que describe sin pudicia sus peripecias amatorias desde los 18 hasta los 21 años, edad en la que encuentra un marido rico a quien atrae con la vibración de su cuerpo. Libro de bolsillo, que a juzgar por sus editores –quienes lo difunden por nuestras tierras en una edición bastante anónima como su autora– se vendió por millones en Estados Unidos, fue descubierto por el autor de estas líneas un sábado por la noche en un esquina oscura del jirón Cailloma, antiguo habitue de las prostitutas de Lima, en la actualidad regentada por un jovial vendedor de libros usados, de quien luego supe que hacia con su pareja lo que había aprendido durante sus años de lectura –y también venta– de libros y revistas licenciosos para exquisitos pornógrafos de la ciudad que concurren a su negocio.

A pesar de estar en la misma línea de Memorias de una pulga, pero un peldaño más abajo, Confidencias de una casada es un libro condenado al olvido.

La Filosofía en el tocador –el cuarto de mis acercamientos a la literatura de este tipo– es un tema aparte. Para leerlo hay que tener la mente abierta y estar dispuesto a encontrarse con todo tipo de escenarios inesperados.

Leer que Jesucristo era un farsante y que María, su madre, era una “puta judía” puede resultar chocante para los que cultivan el cristianismo como valor supremo[2]. Además su autor, el Marqués de Sade, hace en esta obra una polémica justificación del robo, el delito y el crimen como normal consecuencia de la sobrevivencia en la tierra[3]. Pone como ejemplo, traído de la naturaleza, la poca o ninguna lastima que tiene un animal sobre su presa para prolongar su existencia.

Sade hace del escándalo, la libertad irrestricta y el gozar hedonista del cuerpo, un templo ante el cual uno debe prosternarse. Las orgías armadas con prostitutas de baja estofa, a quienes flagelaba y ultrajaba, atrajo la animosidad de sus contemporáneos, quienes vieron en él una encarnación del mal[4].

El final de La Filosofía en el tocador si es de mal gusto. Eso de sodomizar a la madre de la protagonista, Eugenia, una adolescente de quince años, con un sifilítico y luego cerrarla con siniestras puntadas para asegurar la infección, me pareció de una exageración desorbitada.

Melissa P. y Los cien golpes fue el quinto de mis acercamientos a la literatura erótica. La bella portada de su edición en español (HarperCollins, 2004), donde se ve a una hermosa joven de blonda cabellera estirando y cubriendo con ella la mitad de su rostro, me sedujo de entrada.

Este libro llegó a mis manos de manera inesperada. A la caza de otros libros para leer, un librero avispado del jirón Camaná, pensando no sé por qué me podía interesar su lectura, me lo ofreció en un tira y afloja de precios por una cantidad que hasta ahora me parece una ganga: ocho soles.

Los cien golpes es una delicada narración en forma de diario, de los encuentros sexuales de su autora, una jovencita italiana de dieciséis años, con Fabrizio, un hombre de treinta y cinco años, a quien conoce a través de la Internet.

Con él –y otros– Melissa llega a conocer el sadomasoquismo, la perversión y la lujuria, sin por esto querer decir que su protagonista se deje arrastrar a este mundo, ya que para ella el sexo es solo curiosidad, exploración y nada más.

Acabo mi travesía por el mundo de la lujuria, pasando revista muy rápidamente por el puñado de relatos clandestinos de la Inglaterra victoriana, La Perla, lanzados por la editorial peruana Antigua, de la apreciada serie Popof, que hizo la delicia de sus lectores en la década del 70 con literatura especializada en el tema; las eróticas confesiones de Bruna Surfistinha, cuyo blog en la Internet contando su vida como prostituta en Sao Paulo, antecedió el éxito de su libro El dulce veneno del Escorpión; y el prodigioso uso de la técnica literaria de José Luis Muñoz, galardonado en 1990 con el Premio La Sonrisa Vertical, cuyo relato El combate[5] es una pequeña joya de la literatura erótica y, a nuestro juicio, una buena demostración de cómo la destreza verbal se puede poner al servicio de Eros, sin caer en lo grotesco y simplón como suele suceder en la literatura de este tipo.

Al terminar estas líneas, y dejar en el recuento Paulina. Memorias de una cantante y otras de la colección erótica de Pepe Navarro, estoy a la captura de Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade. No sé por qué, pero el título promete.

Freddy Molina Casusol
Noviembre de 2008.


Crédito fotos: http://images-eu.amazon.com/images/P/185242866X.02.LZZZZZZZ.jpg
http://www.aerotica.com.ar/imagenes_semana-27.html


[1] Escrita entre 1747 y 1748 por John Cleland. Existen varias ediciones populares, entre ellas la de la serie peruana Popof, pero la de la editorial mexicana EDASA, que la publicara en 1963, debe superar a muchas que circulan en el mercado. Su bien informado prólogo, así como su muy erudito apéndice, hacen de esta edición una pieza de colección.
[2] Justine, quizás la otra obra más celebrada de Sade, continúa los tópicos expuestos en La Filosofía en el tocador: recusación del cristianismo y alegato del aborto.
[3] En La Filosofía en el tocador está además presente la defensa del robo, la violación, la pederastia, la sodomía y todo lo que el cristianismo reprueba en sus preceptos, los cuales condujeron a que los libros de Sade fueran incluidos en el Index.
[4] Sobre Sade se puede leer la muy completa y reciente biografía escrita por Francine Du Plessix Gray, El Marqués de Sade, una vida (Suma de Letras, S.L., 2002. Colección Punto de Lectura, No. 287).
[5] Publicada dentro del conjunto de relatos Una historia china (Pepe Navarro. La colección. Madrid, 2000).

viernes, 14 de noviembre de 2008

EL MONEDERO

CUANDO Lituma Samsa bajó la vista, allí estaba. “Un monedero perdido”, pensó. “Qué suerte, ya tengo para comer”, dijo. Ese día Lituma Samsa había despertado hambriento. Las vísceras le crujían y los líquidos que recubrían las paredes de su estómago amenazaban con devorarlo desde adentro. “¿Qué hago?”, preguntó cuando se levantó de la cama ese día y comprobó su triste situación. Dos días sin meter nada a la barriga lo habían puesto en estado de levitación. Miró un punto en el espacio. “No tengo trabajo”, pensó. “¿De qué viviré?”. En su desesperación, escarbó en sus recuerdos. Rememoró las oportunidades perdidas, los amores desafortunados y los desvaríos del destino. “Maldita sea, para qué me peleé con ese cojudo”, farfulló. Ocurrió que un día, en desacuerdo por la forma en que ordenaba el trabajo Artemio Santibañez en la empresa, decidiste hacerle frente y cuestionarlo. “Para qué mierda lo hice”. Sí, Lituma Samsa, para qué lo hiciste, para que todo el mundo, esa tarde de miércoles, te diera la espalda en la oficina y te empujara a botar ocho años de servicios al tacho. “Sí, estamos contigo”, te dijeron los más pendejos que te querían ver fuera por tu excelente trabajo en la oficina de Informática y te envidiaban. Hasta la secretaria de Artemio te alentó en tus despropósitos. “Es un abusivo, hazlo; yo te apoyo”, te dijo. No pensaste en tu hija, Lituma Samsa, en tu mujer que ahora te pide para el diario; en tu gato que merodeaba tus piernas todas las mañanas pidiendo un bocado y que ahora has tenido que regalar porque no tenías que darle de comer y preferías obsequiarlo a verlo morir de a poquitos; en tu barriga que tenías que llenar todas las mañanas y las tardes de tu vida con las salchichas con huevos que te embutías a diario. Lituma, caíste redondito en la trampa que te habían preparado. Un imbécil fuiste, recién te diste cuenta días después, cuando ibas al banco a cobrar tu liquidación, de lo que pasó. Recordaste en el camino la mirada oblicua de la Rochi Fuentes, la secretaria del ogro, los cruces de sonrisas de Toño, Rafael y Ricardo, cuando le decías a Artemio Santibañez que no te parecía bien lo que estaba haciendo y que tenías otras ideas innovadoras para distribuir el personal. ¿Cómo se te ocurrió enfrentar veinte años de burocracia administrativa, Lituma? Eres un ingenuo. Todavía titilan en el fondo de tu iris ese brillo acuoso y acuchillante de los ojos de Artemio, que se supo triunfador desde un comienzo y veía en ti una víctima en quien depositar su ira, después de la bronca que tuvo con su mujer esa mañana. ¿No te dabas cuenta que él estaba “amarrado” con el Gerente de la empresa? Cuando reaccionaste, dos horas después de una ardua discusión, ya te había reventado con esas palabras que tú mismo llevaste al filo de la navaja: “estás despedido”. Te abofeteó, admítelo, pero asimilaste bien el golpe. Pensaste que tu talento e ingenio te abrirían paso y ya conseguirías otro trabajo y que “ya verás gordo pendejo, que te gusta manosear a la Rochi cuando nadie te ve”. Y ya ves, ya han pasado cuatro meses y dos días y nada: no había trabajo en el Perú para un genio como tú, porque te olvidaste que estos tiempos son de vacas flacas y que cualquier hijo de vecino, a menos que sea un sobrino del presidente, no puede conseguir trabajo. Creíste que las puertas de las empresas se te abrirían, que como tú no había nadie, que el mundo era tuyo. Pero te equivocaste. No se te ocurrió ni por un milímetro que el tiempo pasa, que ahora a la gente la jubilan a los treinta años, que a los ingenieros de sistemas se les puede encontrar vagabundeando por las calles y plazas de Lima y peor, desparramados, ofreciendo sus servicios en las páginas de El ComercioPensaste como veinte años atrás, cuando se te ocurrió la idea novedosa de estudiar esa carrera prometedora –la que te había dado harto dinero para burdelear, conocer a tu mujer y hacer una hija–, que aún había futuro y que éste te estaba esperando. Mal cálculo, Lituma. Ahora suspendido en el espacio, cuasi agachado, vas a perpetrar una última humillación: flexionarte, extender la mano y recoger ese monedero que se le ha perdido a alguien, minutos atrás, en un descuido. Tal vez tengas suerte y encuentres dos soles. Dos soles que te servirán para un menú de comedor popular o para comprar El Comercio y probar suerte por undécima vez.

Freddy Molina Casusol

sábado, 1 de noviembre de 2008

LA ERA DE LA IMAGEN: la crisis de la prensa escrita

Vivimos la era de la imagen[1]. El homo sapiens prácticamente ha sido desplazado por el homo videns[2]. La cultura escrita ha sido acorralada por la cultura de la imagen. Sartori, ya lo había predicho años atrás: el hombre escolástico de la antigüedad, que había visto nacer la era de Gutenberg, está siendo fagocitado por su alter ego, el hombre que traduce los conceptos en imágenes. Cuando uno va al cine, por excelencia el medio audiovisual, después de la televisión, que ha tenido mayor éxito en la industrial cultural moderna, puede comprobar lo anterior al ver cómo el lenguaje de la imagen se ha superpuesto sobre el guión, el texto escrito. Es más, la preocupación ha girado en reproducir la simultaneidad del mundo de ahora en las acciones en paralelo, en una especie de fragmentación del discurso visual. Es así como se puede apreciar Hulk, un film del realizador Ang Lee, donde el diálogo con el espectador es provocado por las imágenes viñeteadas que aparecen en la pantalla simulando la temporalidad múltiple del comic. Y es así como también se rinde pleitesía a la imagen, al establecer su primacía sobre lo escrito. De igual forma, en los diarios impresos, la fotografía que ocupa grandes espacios en las portadas, dando a conocer la subordinación de la escritura a la imagen, es otro buen ejemplo de lo anterior. Pero fue la televisión, la que comenzó todo este proceso que ha desembocado en esta edad dorada del multimedia, donde la imagen, lo escrito y lo escuchado se han fusionado, en lo que se ha dado a llamar una nueva revolución de las comunicaciones, tan similar como antaño lo fue la Revolución Industrial. La televisión hizo que el hombre se desciñera de conceptos abstractos y “pensara” en imágenes. Así lo ha dicho Sartori, y no hay motivos razonables para pensar lo contrario. El hombre, el homo sapiens, quien capturó la palabra para, a través de significados y significantes, dar a luz su pensamiento en signos, símbolos y formas escritas, se vio de pronto desafiado –quizás lo propio sea decir intimidado–, por la imagen que traía en sus hombros el homo videns. En vano, no ha sentenciado éste, en la cima pletórica de su reinado, que “una imagen vale más que mil palabras”. La sola presencia de la televisión, posteriormente, ha generado dos nuevas comprensiones del mundo cultural en la actualidad: la de la cultura escrita y la de la cultura audiovisual. Esto último, en las cinco décadas de su dominio, ha impactado enormemente en generaciones de personas de todas partes del mundo, quienes ya no pueden “digerir”, por decir, un texto periodístico si no va, por lo menos, acompañado de una foto que lo obligue ya no a “imaginar” un acontecimiento, sino ayudarlo a “ver” un hecho noticioso. Han quedado descartado de su imaginario los largos párrafos a varias columnas, que presentaban un acontecimiento con apenas o una nula disposición visual. Esto se debe a que la cultura de la imagen ha reconfigurado los hábitos mentales del homo sapiens. Los avances tecnológicos, de otro lado, han potenciado de forma exponencial lo que Marshall Mc Luhan había visto en los mass media: como extensiones de los sentidos del hombre. Mc Luhan, un visionario para su época, había vislumbrado el advenimiento de la era de la imagen, pero se detuvo en la televisión; prefirió atender las implicaciones de la electricidad en el telégrafo, el teléfono, la televisión y por supuesto, el ordenador . Todavía en su época, el ordenador era un armatoste de cientos de kilos de peso que ocupaba prácticamente un cuarto y era accionado por cantidad de tubos incandescentes y tarjetas agujereadas colocadas a voluntad por el usuario. No pudo imaginar lo que varías décadas después iba a significar éste, con la aparición de la Internet, en la vida del hombre.


La revolución de las comunicaciones
El mundo ya no se puede entender sin la Internet. La aldea global que había visto Mc Luhan ya es un hecho. La internet es el campo de acción del homo videns. El homo videns interactúa con otros de su especie en el ciberespacio, a través del ordenador, desde el cual, y desde cualquier parte del planeta, se conecta a la red. El competidor del homo sapiens ha retomado, pues, el camino nómade de su primer antecesor, el homo erectus, desplazándose a grandes distancias virtuales, y también geográficas, confirmando lo que decía Alvin Tofler en La Tercera Ola: la transitoriedad de las relaciones sociales del hombre del futuro. Este movimiento incesante del homo videns, obviamente alentado por la sociedad moderna, ha tenido consecuencias visibles en el consumo de los mass media, especialmente los escritos. Leo Bogart, un investigador dedicado a estos temas[3], ha detectado que este tipo de migraciones del homo videns, es uno de los factores que explican la perdida de lectores en la prensa escrita. El otro elemento, y el más importante, es la presencia de la televisión en la vida cotidiana de la gente, promoviendo la cultura de la imagen, la cual ha incidido durante decenios en la manera de leer los diarios de ahora. Por otra parte, la revolución de los multimedia ha hecho estallar ciertos paradigmas teóricos que estuvieron de boga en la década de los setenta en la reflexión de los mass media. La teoría de la aguja hipodérmica ha tenido que batirse en retirada, al comprobar que el nuevo hombre del futuro –es decir, el homo videns–, es casi inmune al bombardeo de la información que pretende inocularle ideas o modas pasajeras. Ya no es un ente pasivo que recepciona sin mayor discusión éstas, sino que las confronta y resemantiza en los foros de la Internet. El homo videns, con la ayuda de su ordenador conectado a la red, sabe discernir la información buena de la mala o interesada y es difícil engañarle. Es más, exigido por las relaciones de transitoriedad de su entorno y de los volúmenes de información que le es ofrecido, ha tenido que armar estrategias para acceder a ella con mayor rapidez. Se las ha ingeniado para hiperfragmentar la información, “trozarla” para “digerirla” mejor y sin perdida de tiempo. En ese sentido, le está ganando la batalla al homo sapiens, afincado en la cultura escrita, quien ve que sus seguros reductos, como el libro y los diarios impresos, comienzan a tambalearse, obligándolo a replantear sus ideas si desea sobrevivir. Y se ha dicho de él –del homo videns–, y de la cultura que profesa, que su esencia es democrática porque cualquiera puede acceder a sus productos; a diferencia de lo que ocurre con el homo sapiens, quien es acusado de elitista porque se cierra alrededor de su producción impresa, la cual es vista como de difícil acceso para el inubicuo hombre-masa.


La cultura escrita amenazada

En esta colisión entre el homo videns y el homo sapiens se ha puesto en tela de juicio la pertinencia del libro, producto cultural por excelencia en el desarrollo evolutivo del segundo de los homos mencionados. Se ha profetizado su pronta extinción, como al igual que otros medios impresos, que ya están sufriendo el avatar de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que están moldeando las nuevas maneras de ver y escuchar en la naciente sociedad de la información. Ésta, en su avance incesante, ha dado acceso a millones de cibernautas de casi todo el conocimiento producido por los seres humanos, convirtiendo la Internet en la nueva biblioteca de Alejandría. Es decir, una revolución de la magnitud que tuvo la Reforma de Lutero, quien puso en las manos del lego las páginas de la Biblia. Lo digital, en este avance, ha desplazado lo analógico y lo visual ha puesto en cuestión lo escrito. Lo cual ha obligado que la prensa de papel reformule sus estrategias y permita el paso de su prima hermana: la prensa digital, de la cual se ha prestado ideas que ha puesto en práctica en sus ediciones impresas. Las dos han empezado a rivalizar por el favor del lector y las dos compiten en la transmisión de información, siendo la segunda la más favorecida por tener como aliado la Internet, que le proporciona velocidad en tiempo real. Umberto Eco, un conocedor de los mass media desde los tiempos de los “apocalípticos e integrados”, y otros han salido al frente para decir que la tradición escrita representada por el libro se va a mantener porque resulta imprescindible para el lector del pasado y del futuro, la presencia física, y no la descargada de una web, del libro. Lo cual nos dice que la sensación hedonista de palpar el libro como una necesidad íntima de su existencia, difícilmente podrá ser suplida por los bytes emanados de las URL o los protocolos electrónicos de las http://. Sensación que se puede hacer extensiva a la prensa de papel, medio masivo por excelencia del homo sapiens, que ha sabido resistir con singular éxito las embestidas de la televisión y otros medios catalogados alternativamente como “fríos” o “calientes por Mc Luhan: la radio y el cine, entre otros. Pero que ahora está sucumbiendo con el desarrollo en progresión geométrica de la Internet y las nuevas tecnologías, que han hecho que el ordenador, la cámara fotográfica y el vídeo sean de acceso masivo a la población. A esto se ha llamado decir, por los expertos de los media, una “crisis” porque, al tener el hombre-masa acceso democrático a la tecnología de la información, ha cuestionado la existencia del periodista y el fotógrafo, quienes ven sus puestos peligrar al ver cómo el homo videns convertido en blogger lanza información al ciberespacio y al ciudadano de a pie convertido en fotógrafo, capturando imágenes de un hecho noticioso con su cámara-celular. La cultura escrita está, pues, en peligro. Amenazada con ser encerrada en un chip de última generación o en la USB de un estudiante universitario, apenas atina a conciliar con la cultura de la imagen cediéndole espacios que antes eran casi de su exclusivo dominio, como la prensa de masas.


La prensa de masas

La prensa de masas es hija de la Galaxia de Gutenberg. Pero ahora se encuentra en retirada. Incluso, algunos agoreros de los media, han adelantado su desaparición dentro de unos pocos años a merced de la prensa digital. Para el estudio de su pasado quedará El ciudadano Kane de Orson Welles, que servirá para reconstruir las rutinas de trabajo de los antiguos seguidores de William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer. Se cree que sobrevivirán al exterminio de la prensa de papel en EE.UU, cuna del periodismo moderno, The Washington Post, The New York Times, Wall Street Journal y el USA Today. El despido de periodistas y la reducción de personal en importantes empresas periodísticas como The Miami Herald son el anuncio de lo que se viene. El mundo de la comunicación, dicen los entendidos, pertenecerá a los infografistas, esa nueva especie producto de la hibridización de la imagen con el texto escrito. Variante hiper-especializada del homo videns, los infografistas ya han salido a decir que son los nuevos comunicadores del futuro mirando por encima del hombro a periodistas, fotógrafos y editores. También, desplazándose como saltamontes en diferentes países que requieren sus servicios, están los diseñadores, quienes han aparecido para salvar del hundimiento a la prensa escrita y se encargan de rediseñar diarios y revistas. En sus manos ha quedado el remozamiento de periódicos de vieja alcurnia como Le Figaro y Le Monde, los cuales para armonizar sus contenidos con la nueva sociedad de la información, han tenido que aceptar como nuevos postulados los niveles de lectura y la fragmentación de la información en un intento por mantener la fidelidad del lector con el medio y detener su migración a la sala de navegación de la Internet. No obstante, todo indica que la prensa de masas desaparecerá y su lugar será ocupado por una prensa de nichos, que tenderá a la atención de lectores especializados en áreas temáticas. La formación de la opinión pública que Habermas había detectado en los cafés, y que la prensa popular y masiva amplificaba en el viejo modelo que se resiste a caer, ahora es producido por el homo videns en los foros de la Internet. A pesar de ello, el futuro no está aun escrito. Mario R. García[4], conciliando posiciones opuestas ha dicho que lo ideal será encontrar un profesional que maneje las bondades de la imagen y el texto. Habla de un WEditor, una nueva raza mediática que responda a las exigencias de la sociedad de la información y que realice las tareas de periodista y diseñador. Una posición similar a la de Sartori, quien se ha manifestado por un síntesis armónica entre el hombre que lee y el hombre que ve. En suma, este es el futuro que nos espera, este es el futuro que vivimos ya en esta era de la imagen, en la que el homo videns viene tomando ventaja sobre el homo sapiens, y que el ciberespacio, la prensa escrita y digital, solo son un campo de batalla en la carrera evolutiva de la comunicación humana.


Freddy Molina Casusol
Lima, octubre del 2008

[1] Este trabajo ha sido elaborado en parte con información proporcionada por Mario Munive, editor de contenidos del diario La República de Lima y especialista en rediseño de diarios.
[2] Categorización de Giovanni Sartori. Ver Homo videns. La sociedad teledirigida, Giovanni Sartori, Taurus, 1998.
[3] Ver La prensa y su público, Leo Bogart, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1985.
[4] Cubano residente en Estados Unidos y rediseñador de diarios de prestigio internacional. Para más información sobre el tema, ver: http://www.garcia-media.com/


jueves, 10 de abril de 2008

LA CRÍTICA DEL CINE DE REFERENTE ANDINO: el caso de José Carlos Huayhuaca

Resulta paradójico que el crítico más preparado para hacer una película de referente andino, no la haya hecho nunca jamás. José Carlos Huayhuaca (Cusco, 1949), colaborador y fino ensayista de la revista Hablemos de cine, autor de varios artículos y ensayos sobre cinematografía andina, le pasó, en nuestra opinión, lo que Macera dijo sobre Porras, Valcárcel y Jorge Guillermo Leguía: "No han completado su obra y han hecho menos de lo que su grandeza podía dar". Si bien es cierto esta puede ser una crítica excesiva, la medida es justa si se tiene en cuenta que Huayhuaca ha sido uno de los principales –aunque es bueno subrayar no el único– fustigadores del cine de referente andino, enarbolado principalmente por Federico García. Es una lastima que no la haya hecho, pues, él posee, la imagen, el trazo, que puede seguir ese cine; él maneja el delicado bisturí del lenguaje cinematográfico que podría dar forma a ese cine que ha calificado por su escritura de “rudimentario”. Ha sido un desajuste de cuentas que el cineasta Huayhuaca haya cedido el paso al ensayista. Pablo Guevara, uno de sus colegas y más duros críticos (lo acusa de un “esteticismo enfermizo”), decía de él cuando todavía no se aventuraba a hacer un largometraje: "Por ejemplo, un cineasta como Huayhuaca, con todo lo perfecto que es –porque busca la perfección, la calidad en la técnica– siempre tiene la propuesta correcta sobre el género que trata. Se nota que conoce, que ha visto, que ha gustado y que ha visto el peso. O sea que su puesta en escena nunca es mala. Digamos que es uno de los cineastas con más visión de puesta en escena que hay en el Perú. Auténtico ah, auténtico. Pero, ¿qué es lo que pasa?, no entiendo qué es lo que evade. Tiene los elementos mecánicos, operativos, para ir más lejos y no va más lejos[1]". Lo mismo se le puede aplicar ahora para el cine de referente andino. Quizás sea por el prurito de ser descubierto en falta cinematográfica el que no arriesgue y se diga de él finalmente: “es un buen crítico, pero no un buen realizador”, como parece sentenciarse luego de verse en las pantallas Profesión Detective, una película muy alejada de sus verdaderos intereses reflejados en su producción escrita. Tal vez sea que en el fondo le pasa lo que a ciertos artistas asalta en el momento decisivo: que un insondable temor se apodere de él a la hora de expresar una realidad, que como a Chambi –a quien bien ha retratado– lo llama urgentemente. Cuando en 1991, le preguntan por qué a diferencia de otros cineastas cusqueños, no optó por un cine de referente andino, él contesta: "Por razones puramente financieras, no he conseguido el socio que me complemente en ese aspecto, y yo tengo muy mala habilidad para esas cosas, me concentro en los problemas puramente artísticos, en fin, ese es otro asunto, con esto solamente quiero explicar que entre los muchísimos proyectos que pude haber hecho y que tengo la esperanza de hacer en el futuro, sin duda hay películas que tratan del mundo andino, sino que me parece que hablan desde ese punto de vista[2]". Él ha pasado años auscultando ese mundo. Lo conoce, pero sospechamos, no lo ha terminado totalmente de asumir. Su mirada es la de un observador; la de un intelectual que no se compromete con su entorno. Él ha asumido la visión de un antropólogo, probablemente la de su admirado Levi Strauss, de quien ha bebido las aguas del estructuralismo. ¿Pero eso es malo?, se preguntará alguien desconcertado. Ciertamente no. Es una opción. Quizás se siente más cómodo pergeñando, a través de ensayos, una realidad que no se acomoda en él. No obstante, sería inexacto y tendencioso decir que él no ha abordado visualmente la realidad andina. Sí, la ha abordado, pero penínsularmente, en su libro Martín Chambi, fotógrafo; y luego –descontando un proyecto de largo sobre Huamán Poma de Ayala con el que ganó la beca Guggenhein– un ominoso silencio visual se ha cernido sobre él. De Huayhuaca podemos decir por último que, para el cine andino, fue una promesa que no fue.

Freddy Molina Casusol

Crédito de la foto: http://www.caretas.com.pe/1447/cine/86-1-c.gif
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[1] Ver "Cine peruano: no hay capacidad para ver el país" (Entrevista a Pablo Guevara), en Cine Club No. 45, diciembre de 1983, p. 75.
[2] Ver "Mi formación es estructuralista" (Entrevista al cineasta José Carlos Huayhuaca), Freddy Molina y Fabricio Rebatta, en Revista, sección cultural del diario El Peruano, Lima, 4 de junio de 1991, p. V.

miércoles, 6 de febrero de 2008

EL CINE DE FEDERICO GARCÍA HURTADO

Por: Freddy Molina Casusol

Los inicios

Federico García Hurtado (Cusco, 1937) es uno de los raros especímenes del cine peruano. De él se puede decir que se encontró el cine por el camino y que lo condujo por las veredas que él quiso transitar. La presencia del cineasta que había dentro de él se comenzó a demostrar desde joven con una inquietud personal. García ha confesado: “Desde muchacho tuve afición por la fotografía. Un pariente mío tenía un laboratorio fotográfico que me abrió las puertas del mundo mágico de las imágenes: desde entonces quedé atrapado para siempre. En el colegio, yo era el fotógrafo oficial; sacábamos una revista al final del año y todas las fotos eran mías” . Esa preocupación por expresar en imágenes el mundo que se le presentaba alrededor toma fuerza cuando, muchos años después, presentada la oportunidad de expresar las condiciones miserables de unos trocheros de la selva, decide, sin consultar a nadie, filmar lo que estaba viendo con los rollos de película que tenía a la mano, contraviniendo las ordenes de sus superiores. “Entonces, yo, en lugar de filmar esa especie de fiesta nacional que había: chorros de petróleo en donde los obreros se bañaban y todo esto a lo que la prensa le dio una gran difusión; filmé más bien a “los trocheros” y se llamó así la película. Fue mi primer documental y fue muy bien recibido por el Ministro de aquel entonces, hoy senador Fernández Maldonado, el primero que me apoyó. A partir de entonces decidí dedicarme al cine y ya no lo abandoné más” . Obsérvese bien: el cineasta habla con orgullo y emoción en primera persona del singular: yo. Ese yo del artista, que egoístamente trata de manifestarse, se rebela e irrumpe en el momento oportuno, escogido por las circunstancias y el azar, quien moldea la situación y la revierte para empezar a dar a conocer su propia propuesta.


Un salto dialéctico

Sus inicios en el periodismo a través de la revista Oiga lo llevaron a conocer al espigado Sebastián Salazar Bondy, pero el proyecto de hacer una película con él se frustró y tiempo después la cámara que adquirieron la tuvieron que vender. El guión para esa película que nunca se rodó, hecho en base a la historia de un carro que pasaba sucesivamente por las manos de un hombre de clase alta, de otro de clase media y de un chofer , fue uno de los preámbulos por el que tuvo que pasar Federico García antes de dar, para llamarlo en los términos que caramente apreciaría, el “salto dialéctico” al cine documental. Y este se da cuando transcurridos los años, posesionado como funcionario en el órgano de movilización de masas del Estado velasquista, se hace cargo del Departamento de Cine de Sinamos (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social). Desde allí comienza hacer “el pago” indispensable, el tributo necesario, el camino previo hasta llegar al largo. Los cortos de Sinamos eran la consecuencia natural de la mirada que tenía el régimen de facto por el cine. Este debía ser un brazo, una especie de continuación visual al estilo de Mc. Luhan, de las proyecciones proselitistas del gobierno. Y paradójicamente, como quien debe ser seguir haciendo el pago antes de llegar a su meta, Federico García, ve prohibidos sus cortos Tierra sin patrones (1971) y Huando (1972) por otra oficina del Estado que vela por la buena imagen del régimen, la OCI (Oficina Central de Información). Era que dentro del régimen, de propiedad social de la época, la amplitud era tal que dentro de ella rivalizaban dos posiciones entre sí, haciendo posible el veto a los cortos de García.


La astucia de un creador

Cuando en 1982 el crítico de cine Isaac León Frías, en una mesa redonda que analizaba la realidad y el deseo del cine peruano, le pregunta a Federico García sobre el nacimiento de su primera película, el cineasta evoca y contesta: “Comenzó, en la medida en que yo era funcionario de SINAMOS todavía. El proyecto inicial era hacer un documental en el Cusco sobre la Reforma Agraria. Yo llegué al Cusco y me encontré con la posibilidad de hacer el largometraje que les planteé a los campesinos y que aprobaron. Pero cuando llegué a Lima, ya no era director de cine de Sinamos. Pero el Sinamos aportó un millón doscientos mil soles, no para hacer Kuntur Wachana, sino para hacer un ciclo de comunicación audiovisual. Con este capital nosotros pagamos a los técnicos, para que hicieran la capacitación, y no solamente hicimos cine, sino xerigrafía, periodismo, y varias cosas. Lo único que había en el contrato era una cláusula que decía: al final de este ciclo se hará una película, sin decir de que naturaleza era la película. Ocurre que hicimos Kuntur Wachana con esto, pero naturalmente, fue una audacia en el sentido inclusive económico: con un millón doscientos mil soles no se podía hacer un largometraje. Después gestionamos un crédito al Banco Industrial con el cual se pudo continuar con la película, pero ya no era funcionario de SINAMOS, había renunciado” .

Esta cita muestra la audacia y el espíritu de aventura de García, algo similar a la cometida por Sanjinés en Bolivia. Convencido de la posibilidad de hacer un largometraje, acomete su destino para sacar adelante su proyecto personal. El creador zafa de las circunstancias que lo atan para dar a conocer su criatura. No era suficiente mostrar una realidad a través de un documental, sino que había que ampliarla a escalas mayores. Astutamente, como cuando lo hizo con su primer corto, elude los corsés burocráticos y rompe con las limitaciones del medio para dar a conocer su yo artístico. Su egoísmo creador, persuadido de sus potencialidades, se manifiesta, advierte el resquicio y revierte la naturaleza a la que estaba atado para transformarla a su favor. Pero aún más, temiendo ser desairado, esconde sus cartas hasta el final. Se puede rastrear en esto una estrategia andina de sobrevivencia –no hay que olvidar que García es hijo de un comunero cusqueño (además de serlo de una señora de rancio abolengo: Hurtado de Mendoza)– que hace recordar las palabras dedicadas por Luis E. Valcárcel, padre del indigenismo peruano, a la conducta del indio: “Se hizo maestro en el arte de disimular, de fingir, de ocultar la verdadera intención. A esta actitud defensiva, a esta estrategia del dominado, a este mimetismo conservador de la vida, llamáronle la hipocresía india. La raza gracias a ella, protege su vitalidad, guarda intacto el tesoro de su espíritu, preserva su ‘YO’ ” .


Donde nacen los cóndores

“En realidad, gran parte de esto es casual. Por el año 64, (...), yo estaba haciendo un documental en la zona del Valle Sagrado de Los Incas sobre la reforma agraria; pero cuando llegué me encontré con los viejos dirigentes indígenas a los que yo había conocido en mi época de organizador de sindicatos, fundamentalmente con Saturnino Willca, un viejo amigo al cual yo he amado muchísimo. Con él reconstruimos la historia de la formación de los sindicatos en el Valle Sagrado y la figura de Mariano Quispe que fue otro de los organizadores, pastor de ovejas de la hacienda Huaral (nota: léase Huarán), quien fue muerto por envenenamiento; luego, a partir del año 63 en adelante, surgió la insurgencia de un grupo de jóvenes que finalmente termina con la toma de tierras. Todo esto era mucho más rico para una película de reconstrucción histórica en el género de ficción que para un documental; entonces me lancé a la aventura de hacer con los propios comuneros una película de ficción en donde los protagonistas son ellos mismos. El que mató, por ejemplo, a Mariano Quispe, volvió a trabajar el papel para la película. Así nació mi primera película que es Kunturwachana: (Donde nacen los cóndores), que me abrió el campo del cine...” . Véase bien, otra vez el azar, las circunstancias, factores ajenos a un análisis materialista dialéctico de la vida, favorecen a García. Todo indicaba que el destino lo empujaba a concretizar sus ideales. Y otra vez, como en el documental inicial sobre los trocheros trastoca la idea y la transforma en otro producto para hacerlo asequible a un gran público. De allí parte también la idea que atraviesa la mayor parte de las películas de Federico García: la de convertir a los protagonistas de los hechos en actores reales de su propio drama. Idea probablemente prestada del neorrealismo italiano, pero que caracteriza a su cine en cuanto a su afán de denuncia y la presencia colectiva de masas en el encuadre y planos generales, en oposición a lo que justamente tratamos de resaltar de él: su afán individual de destacar, de sobresalir a las circunstancias que lo encadenan o pretenden condenar.


Un momento fundamental de la historia peruana

Filmada a postrimerías del régimen de Velasco, Kunturwachana (1977) recibió una cierta cantidad de dinero de Sinamos para su realización, sin sospechar ésta la naturaleza de su contenido. Estrenada en 1977, un año después que Los perros hambrientos de Luis Figueroa, se dijo de ella que era “la expresión orgánica, el manifiesto casi de un momento fundamental de la historia peruana de este siglo; más allá de sus mayores o menores logros de tipo estrictamente cinematográfico” . Una apreciación justa pasados los instantes de las entusiastas adhesiones o impugnaciones a ultranza. Pero a pesar de ser una película con “una factura técnica bastante aceptable, una contundente captación del majestuoso escenario andino, algunos excelentes momentos de movilización popular, y dos o tres buenos personajes campesinos” , pecaba “en las peligrosas simplificaciones ideológicas típicas del indigenismo” . Esto último encierra una de las principales acusaciones a las que fue sometido posteriormente el cine de referente andino de Federico García: el maniqueísmo que dominaba a sus personajes colectivos, divididos en indios y gamonales, y que hacia de él una extensión del indigenismo más ortodoxo, en el que las honduras psicológicas de los personajes, la intrincada red de relaciones sociales que generaban tales o cuales conductas, como decía un crítico de sus películas –José Carlos Huayhuaca–, se disolvían frente al asunto del compromiso social, y que, como en la literatura, significaba en muchos casos la devaluación del artista.


Un hereje

“Mi preocupación no es fundamentalmente la del lenguaje, la del desarrollo dramático, la de la forma, la de los planos, que es todo lo que tiene que ver con la arquitectura cinematográfica. Mi preocupación es que la historia sea clara en primer lugar, sumamente clara porque está dirigida a un público que no va a entender circunloquios o artificios del lenguaje cinematográfico. (...) El hecho de que diga que no me preocupa fundamentalmente no significa que no trabaje todos los materiales fílmicos. Cuando digo que no soy cineasta, estoy diciendo una verdad de perogrullo, porque al hacer películas soy cineasta. Tal vez demasiado extrema la frase, pero es para explicar que la posición fundamental no es la del lenguaje. Probablemente escribo con letra burda, con letra gruesa, pero con letras grandes y bien entendibles para los que quieran y puedan leer este tipo de mensaje sencillamente porque no pueden leer la letra de imprenta o la cursiva, o sea no me preocupa el tipo de caligrafía...” , declaraciones que constituyen una herejía si se tiene en cuenta que el lenguaje cinematográfico, y no solo el contenido, es materia de tratamiento para un cineasta. Expresiones que de por sí contrastan con las vertidas por el cineasta peruano Armando Robles Godoy, escrupuloso defensor del lenguaje cinematográfico, quien aboga por la independencia del lenguaje del cine como cualquier otro arte, al cual adjudica una semantización propia, y por el cual expresa que alcanzara ese estatus el día que se libere de cualquier anclaje que lo someta en sus posibilidades. A pesar de ser sensiblemente interpelado por la crítica local nosotros queremos ver que en esa redacción cinematográfica imperfecta, adornada de maniqueísmos que la afean, el cine de García está explorando, balbuceando un lenguaje que manifieste el interior del mundo andino, asunto aún no logrado. Pensamos que en esa búsqueda por representar la visión colectiva de un mundo que se niega a encerrar en un primer plano o un plano detalle, está la búsqueda de un sistema de referencias visuales que represente sincrónicamente el tiempo y espacio andino, tan diferentes al occidental. Por lo tanto, aunque se le reclama, con justa razón una “buena redacción”(que, por otro lado, puede entenderse en García como una manera subconsciente de reconocer una impericia técnica), insistimos que, en esa interrupción extraña de montajes periodísticos en la linealidad narrativa como sucede, por ejemplo, en El caso Huayanay: testimonio de parte, que delata un afán por remarcar innecesariamente una historia al espectador sin apelar al solo gesto del registro visual, está también la búsqueda infructuosa de un lenguaje que refleje el mundo del campesino de los Andes.


Claves andinas

Como en su anterior film Federico García armó un revuelo con la historia de Laulico (1980). García en esta oportunidad apela al mito del Apu Wamani, como fuerza liberadora para movilizar a los campesinos de la película. Laulico, a tenor de su realizador, “es una película que está hecha en claves andinas. Un hombre que no pertenece a esta cultura difícilmente la va a entender en su totalidad; va a ser simplemente una película de aventuras, una especie de “western andino”, de hecho, en condiciones bastantes primitivas. Pero en realidad trata de expresar a través de los mitos andinos, el anhelo de liberación social, económica y cultural del hombre del ande, quien ha creado una suerte de “cultura de residencia”(nota: léase “resistencia”) a lo largo de estos quinientos años de diáspora en su propio territorio” . Obsérvese que, como en el primer film de la Escuela del Cuzco, Kukuli, se apela al recurso del mito, porque esa es la manera de expresarse en el mundo andino y porque hay de parte de García una identificación más clara con él que en Kunturwachana, donde a pesar que la simbología del cóndor y la revuelta campesina están presentes, éstas quedan un tanto en un segundo plano ante la denuncia social. No obstante, podemos ver tanto en Laulico como en Kunturwachana, la instrumentalización del discurso mítico para legitimar una propuesta de cine político-social. Por otro lado la apelación a las claves de comunicación andina hace que las visiones impregnadas de lo occidental queden perplejas, como podría sucederle a un inglés ante la presencia de un ideograma chino. García dice: “Aureliano Machaca, a quien llamó Laulico, está preso en la cárcel de Jaquira, que es una cárcel de piedra cavada en la roca; ya desde allí, de hecho, la cárcel misma es un acontecimiento un poco extraño para el hombre occidental, porque tallados incluso en la misma roca están el sillón del juez y los asientos de los juzgadores (...) Este señor está allí en un proceso paulatino de toma de conciencia, porque él sigue siendo un bandido; pero en la noche escucha el “sureo” de una paloma que en la onomatopeya de este dice: “Qosqotary, qosqotary”, que traducido al castellano significa: “hay que volver al Cusco, hay que volver al Cusco” Yo lo puse en la película porque era una cuestión absolutamente vinculada a este mundo. Un crítico limeño no entendió esto jamás y lo señaló como un defecto en el sentido de que ¿por qué no había utilizado una cosa más tradicional como un simple olvido para alertar al personaje de que existían problemas? Luego en otra parte explica: “Para Laulico lo interesante es cómo canta esta paloma en la noche, porque las palomas cantan de día; la paloma canta en la noche y le dice: “volvamos al Cusco, volvamos al Cusco”, no es ningún silbido del exterior para que se fugue, sino una reflexión andina sobre lo que en ese momento es fundamental para Laulico y las claves por donde se mueve. (...) nosotros hemos partido del presupuesto que todo el mundo sabe que las palomas dicen “volvamos al Cusco”, mientras que un crítico tan avisado como el que vio esto lo dio como un chiflido” .

Esto hay que reconocer en García como un acierto, en cuanto a la transferencia del mundo andino en imágenes que otros cineastas no han podido lograr con éxito. Ese segmento, que hace resbalar a sus críticos, rescata bien las intenciones de García de representar desde adentro el mundo andino. Y quizás haya sido por ello que la película que revive la historia del abigeo Laulico, haya tenido éxito en la sierra y no en la capital donde fue duramente criticado. Posiblemente en este último detalle esté presente eso que declaró Federico García en su momento, y con lo cual estamos de acuerdo que: “este desencuentro cultural (...) está en la base de la tragedia peruana” .


Testimonio de parte

El caso Huayanay: testimonio de parte (1981), tercer largometraje de la trilogía andina de Federico García acusa un problema subyacente en el Perú formal y el Perú profundo: su divorcio y ruptura. Matías Escobar, como en la película, es ajusticiado por la comunidad por sus constantes abusos. Sin embargo, a diferencia de la vida real, la película no transmite el dramatismo del personaje, precisamente porque quien lo encarnó aparece acartonado y exagerado en la pantalla, de modo tal que las intenciones del cineasta se estropean hasta el punto de infligir una falla en la estructura del film por la mala elección del actor, que curiosamente pretendía ser un profesional. Este defecto de García ha resentido sus filmes, como por ejemplo sucedió años después con Amauta, una película que recreaba la vida del pensador socialista José Carlos Mariátegui y que se vio disminuida ante la carencia de recursos dramaturgicos de quien hizo el papel principal y que restó veracidad y fuerza a la película, independientemente de otros factores que la hicieron, a nuestro criterio fallida. Pero volviendo a El caso Huayanay, Federico García pone al tapete subyacente en las comunidades andinas donde el derecho formal –o derecho positivo para los especialistas– choca con el derecho consuetudinario o pre-derecho ejercido al interior de éstas. La película viaja en varios compartimentos que causan una cierta confusión dentro del espectador, pues da la impresión que no se sabe por donde quiere conducir la narración su realizador. Se apela al documental, al montaje periodístico, a la línea misma de la ficción para ambientar la puesta en escena, como vano intento de dar veracidad al film, pero que no dejan sino la impresión de un problema de uso de lenguaje, algo por lo que ha sido duramente cuestionado Federico García. En muchas oportunidades ha sido señalada una analogía entre él y Jorge Sanjines, sin embargo, debemos señalar un cierto éxito en el segundo para estos tópicos y que no se deja ver de modo notorio en García, a pesar de la presencia de los paisajes que dan cuenta del referente en que se mueve. Por ejemplo, la escena de la muerte de Escobar ante la masa de comuneros es escondida en una elipsis, que pensamos es ejecutada por las simpatías políticas de García para con el campesino. En ella se sugiere una ausencia de crueldad de éstos en la vida real y se busca la adhesión del espectador. En lugar de mostrar, Federico García, oculta, colocando unos primeros planos en el que una masa de campesinos, aparentemente exaltada, daba cuenta de Matías Escobar, y que a nuestro criterio, carece de verismo y cae en la artificialidad. Coincidimos por ello con lo que se ha dicho en otras partes, respecto al final de El caso Huayanay –donde aparece la fractura del Perú de adentro con el Perú formal–, que esta es la veta que debió, en muchos casos, Federico García seguir para su cine.


Ausencia de una película mayor

De las tres películas de Federico García que tienen un claro corte de referente andino, solo una, Laulico, según su propio realizador, ha significado con claridad lo que su creador ha pretendido hacer; esto es representar a través de claves andinas el mundo de los Andes. Las otras dos, Kunturwachana y El Caso Huayanay: testimonio de parte, son puestas en escena a partir de sucesos coyunturales: el proceso de adjudicación de tierra en la Reforma Agraria y el ajusticiamiento de un hombre acusado por la comunidad de cometer abusos bajo las ordenes de hacendados. De otro lado, es de notar que en las películas de García no hay un proceso que culmine en la edificación de una construcción mayor como si ha sucedido en la narrativa indigenista cuando Arguedas se propone primero a partir de Agua recrear la historia de un pueblo, Los ríos profundos de una provincia y al fin Todas las sangres de un país. Cada paso en él fue la elaboración previa para un movimiento mayor. Eso no ha sucedido en el cine de Federico García. De pronto cuando estaba delineando fatigosamente una línea de ese color, se desvía del género testimonial y aborda el biográfico con Melgar y Túpac Amaru, dándole a este último el aire de epicidad con el que intentó impregnar sus primeros trazos. La línea testimonial aparentemente se trunca y no es sino en una película que aún no ha sido exhibida, El Lenguaje de los zorros, que retoma la temática andina. Quizás haya sido una estrategia del narrador cinematográfico tomar un descanso. Nos atrevemos a decir que al igual que Faulkner para la elaboración de sus novelas, quizás García haya hecho uso inconsciente de la técnica de “los vasos comunicantes” a un gran nivel. ¿Qué queremos decir con esto? Que tal vez, Federico García en estos dos últimos filmes, agotado por la complejidad de un tema que escapaba de sus manos decidió explorar otras vertientes; es decir bordeando lo mismo de siempre, pero de manera indirecta con la idea de oxigenarse y abordarlo luego con fuerza, como parece lo ha hecho en El lenguaje de los zorros, si las señales no son erróneas. Es decir trabajar a dos manos: con una explorar en un género mientras la otra descansaba del otro . Sin embargo, a pesar de todo lo antes dicho, es lamentable en él la carencia de una película que englobe de manera total y satisfactoria el mundo andino que él ha querido expresar en su cine.

LA GRAN USURPACIÓN

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