jueves, 21 de junio de 2007

¿EN QUÉ MOMENTO SE JODIÓ VARGAS LLOSA? (o las inquisiciones de una profesora de literatura)


El otro día una profesora de literatura me preguntó si me había puesto a pensar en que a la mayoría de los autores peruanos se les reconocía con la sola mención de su apellido, sean los casos de Vallejo, Eguren y Arguedas, y que lo mismo no pasaba con Vargas Llosa, ¿verdad?
En ese momento me atreví a lanzar una respuesta incompleta, imperfecta e insatisfactoria que se remontaba a esa especie de mal peruano de no reconocer a nuestras glorias en vida y que eso sólo ocurría –es decir su inmortalidad– cuando éstas ya no se contaban entre nosotros.
La pregunta de la profesora me hizo reflexionar mucho y me pareció tan parecida a la muy famosa y manida pregunta de Zavalita en Conversación en la Catedral, ¿en qué momento se jodió el Perú? Al menos así lo sentí.
Parafraseándola uno podría preguntarse, ¿en qué momento se jodió Vargas Llosa? Vale decir en el reconocimiento en la escena nacional de sus calidades literarias equivalentes a un reconocimiento casi universal entre los peruanos de los autores arriba mencionados.
Quizás la respuesta encuentra sus raíces a principios de siglo cuando incursionó con fuerza en la literatura nacional esa corriente que recoge el amor por la tierra y la defensa del indio y se llama indígenismo.
Ensayos como Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel, presentada por el propio José Carlos Mariátegui, formaron parte de toda una corriente que tuvo como marco una época de cambios sociales –la irrupción de la revolución bolchevique a nivel mundial y la aparición en la escena nacional de movimientos políticos como el Apra y el Partido Comunista–.
Por aquel entonces los dos partidos mencionados incluyeron en sus plataformas de lucha la defensa de los derechos indígenas e intentaron amalgamar esa reivindicación con el socialismo. Y se creía, también, que la defensa de la tierra, la denuncia de los abusos cometidos por los gamonales en sus haciendas, era un deber de los intelectuales de avanzada.
Fue así como se creo un fárrago de obras de dudosa calidad artística que tuvieron como meta la denuncia y que los narradores afirmaran que a la hora de escribir su prosa o poética estaba nutrida de “las esencias mismas de la tierra”, y consideraran que cualquier artilugio que los separara de su entorno era una ofensa a su arte y por qué no a su compromiso con el pueblo.
Esa manera de pensar generó una tradición que obligó a pensar a nuestros intelectuales y escritores que cualquier desviación de esa ruta significaría alejarse de los canones, afincados en la defensa de lo indio y la tierra, y por último condenarse al ostracismo literario. Eso fue una especie de adelanto a las discutidas tesis de Sartre y la literatura comprometida que inundó el debate literario en la década de los sesentas.
Así se explica el que Arguedas, haciendo uso de su lírica y el conocimiento interior del indio, renegara de esa imagen artificiosamente creada y decidiera narrar lo que a su ojos era la ternura entrañable de los indios, que era negada en los cuentos de Ventura García Calderón y López Albujar.
Así como él, Ciro Alegría, el otro gran exponente de la corriente indigenista, fueron parte del fin de una época, de lo que algunos críticos en el caso del segundo han llamado con propiedad “una manera de narrar”, y que ha sido continuada en algunos casos por escritores como Carlos Eduardo Zavaleta y lo que se ha llamado luego neo-indígenismo.
Todos ellos, y los que los antecedieron, fueron depositarios de un conjunto de ideas que en el Perú tenía como identificación lo telúrico y lo nacional. Todos ellos, con su poderoso verbo lleno de imágenes, personajes y paisajes llenaron un vacío y crearon una conciencia entre los peruanos y sus capa intelectual para identificar lo que describían como lo que debía ser lo auténticamente peruano.
Pero la pregunta inicial era: ¿en qué momento se jodió Vargas Llosa para la literatura nacional? Quizás se jodió, exageradamente, cuando Luis Alberto Sánchez da la primera visión panoramica de la literatura nacional, escribe sus cinco volúmenes de La Literatura Peruana, y sigue de algún modo la línea anteriormente trazada –no en vano la introducción tiene una nota intitulada “el medio y el hombre”, que traducida de otro modo podría llamarse “la tierra y el hombre”–, la que todavía ejerce un gran influjo en la crítica y los gustos nacionales.
O quizás en su confrontación en los setenta con el establishment literario local –Vargas Llosa los llamó “intelectuales baratos” por su propensión a una doble existencia: por un lado se peleaban con el imperialismo, y por el otro gestionaban apresuradamente becas de estudios en las fundaciones norteamericanas– que tiene como orgullo ser heredero de las tradiciones anteriores orientando nuestras apetencias literarias y continuándolas, por extensión, en las currículas escolares y universitarias.
O tal vez porque era no bien visto por quienes pontificaban desde la crítica nacional y veían mal que un escritor peruano tildara a los abuelos de la literatura nacional –López Albujar y compañía– de aburridos y carentes de una preocupación por la técnica, calificada por los mismos de europeizante, y reivindicando en su desmedro a extranjeros como Flaubert y Faulkner en calidad de maestros.
Quizás eso, y, por último, otros elementos extraliterarios hayan empujado en el imaginario nacional que no se visualice todavía al llamado de su nombre la figura de Vargas Llosa como un símbolo de la literatura nacional, al nivel de un Vallejo y Eguren, como mi amiga, la profesora de literatura, bien ha observado.
Observación (o inquisición) que en parte he intentado resolver, sin pensar que yo, un profano de las letras, haya presentido que tal vez todo esto no ha sido sino una hermosa celada para hacerme perorar sobre un tema del que no soy docto –ha sido ampliamente desarrollado por Vargas Llosa en La Utopía Arcaica– y, de paso, absolver una interrogante que con seguridad le ha infligido un malvado alumno o alumna suya allí, en el remoto colegio donde heroicamente ella enseña.


Freddy Molina Casusol
Lima, setiembre del 2000
crédito foto: blogs.elcorreodigital.com

miércoles, 20 de junio de 2007

LOS ODIOS TERRENALES DEL DIOS HILDEBRANDT

Pocos dudan de que César Hildebrandt sea buen periodista. Lo es sin duda. Pero de lo que hay que dudar es que sea dueño de la verdad. El problema es que se cree un dios, un dios al cual no se le puede discutir su infalibilidad. Decimos esto porque durante semanas los televidentes hemos visto extrañados en su programa narrar sus desavenencias con Cecilia Valenzuela, a quien antes de ser cancelado el programa “Aquí y Ahora”, y con una dureza no exenta de bajeza coronó como miss “Tres por ciento”. Ocurrió que el atrevimiento de la periodista Valenzuela, para ser tildada así, consistió en intentar en su paso por la televisión hacer un programa de corte similar al de Hildebrandt. Por supuesto que éste se sintió ofendido porque su ex-pupila se había sumado a la competencia. Claro, él, con la típica ironía que lo caracteriza, dirá que era imposible que la Valenzuela compitiera con él, que el rating lo favorecía. Rating que lanza por la cabeza de sus enemigos, y con el que se solaza de tiempo en tiempo cual dios o emperador romano que saborea el zumo de las uvas. Pregúntamos: ¿Y desde cuándo el rating es termómetro para medir la calidad de un periodista? ¿Es más la chismosería chabacana de Magaly Medina –como parece dar a entender en los últimos tiempos Hildebrandt– que la seriedad y entereza periodísticas de Cecilia Valenzuela, porque el rating favorecía a la primera? ¿Era menos periodista Guillermo Thorndike porque fracasó en RBC Televisión cuando tuvo un programa político, cancelado poco después de la temporada electoral del 95? ¿Es menos Cecilia Valenzuela que la guapa Maritza Espinoza, quien tenía, antes de dejar el programa “Pecado Original”, un punto más que ella en el rating? No pues, no es así. No siempre tener en el mercado televisivo la mayoría es indicativo de calidad. Sorprende esa distorsión de un periodista que ha trabajado en Europa y conoce lo que es el buen periodismo. Lo que en realidad sucede es que César Hildebrandt utiliza la televisión para ventilar sus odios personales. Son muchas las veces que se le ha visto recurriendo al golpe debajo del ombligo, al faul artero, al “antifutbol” tipo Estudiantes de la Plata de la época de Bilardo. Eso, por ejemplo, sucedió con Alberto Beingolea, quien, por unas buenas noches, decidió desaparecer como comentarista invitado en el segmento deportivo del programa de Hildebrant. ¿Qué pasó allí?. Oído a la música: sucedió que Hildebrandt se excedió una noche, y ante el aviso inocente de Beingolea en el sentido de que no se perdieran los televidentes la entrevista a Juan Carlos Oblitas en el programa “Goles en Acción”, se refirió, delante de él, a “los amigos de Oblitas” que iban a realizar la misma. Golpe bajo. Luego otra noche, sugirió que el acceso de los periodistas del programa de Beingolea a los camerines de la selección peruana en las pasadas eliminatorias, era a cambio de notas complacientes. Por supuesto que eso no se lo permitió Beingolea y aprovechando un comentario que hizo éste sobre el “gol de oro”, lo aplastó tratándolo de “periodista que no sabe nada de fútbol”. Pronto Hildebrandt se dio cuenta de su error y apareció junto a Beingolea admitiendo con humildad su ignorancia en materia futbolística, pero con el rostro de que ese roce se había desencadenado por sus frases harto ofensivas. Lastima que esa sensatez terrenal, de la que él hizo gala en aquella oportunidad, no hiciera su aparición para el caso de Cecilia Valenzuela, periodista notable y valiente, a la que él injustamente ha maltratado en una bronca que él mismo comenzó con ensoberbecidos comentarios acerca del rating. Una pena, porque por ese camino los televidentes lo bajarán de su espléndido Olimpo y convertirán su rating de dos dígitos, en un humilde y modesto “tres por ciento”, para deleite y beneplácito de los que lo quieren ver reducido a su mínima expresión.

Freddy Molina Casusol
Lima, 16 de julio de 1998

"EL DIABLO EN CAMPAÑA"

ÁLVARO Vargas Llosa ha publicado un libro (en 1991, claro está): El diablo en campaña (Ediciones El País/Aguilar). En él pretende despejar los demonios de la campaña de 1990, que llevó a su afamado padre, el escritor Mario Vargas Llosa, a disputar la presidencia de la República.

El libro es un relato que, tal como él mismo ha descrito, roba la prerrogativa al escritor para dar paso a un cronista agazapado.

Vargas Llosa hijo se apoya en elementos nemotécnicos para dar vida al agitado mundo de un intelectual metido en la política. A diferencia de El pez en el agua –libro en el cual, su padre, da cuenta de los mismos acontecimientos con destreza técnica–, El diablo en campaña se deja ganar por las emociones, lo cual constituye de por sí un lastre, si de reconstruir una historia se trata.

Encontrar frases excesivas como: “La cultura de la libertad”, “La causa de la libertad”, “La hazaña de la libertad”, “Los amantes de la libertad”, repetidos como sonsonete en el oído del lector, despojando a la idea de su matriz original, convierten a su autor en un prisionero del clisé.

Otra vez, a propósito de una visita de su padre a Londres, dice: “Dile a Maggie (por Margaret Thatcher) que tiene un hijo que la admira”, con un acento de familiaridad impostado y poco creíble.

Y así, intermitentemente, el texto se ve plagado por las exaltaciones del periodista.

Tenía razón Enrique Chirinos Soto, especie de padre periodístico de Alvaro Vargas Llosa, cuando declaró que el hijo de Vargas Llosa debió esperar un tiempo para publicar su libro.

Y es que el paso del tiempo ayuda a aclarar las ideas y restablecer la proporción de las cosas.

Luis Alberto Sánchez decía que había que dejar envejecer los acontecimientos durante diez años. Basadre, por el contrario, pensaba que “la escrupulosidad de la espera puede traer la responsabilidad de la inacción, más grave que la del error”.

Entre estas dos valencias discurre un buen texto. Corresponde al relator encontrar la medida exacta para dar a conocer su opinión, análisis o testimonio.

A ese género corresponde los libros de historia y las memorias.

Pero el libro de Alvaro Vargas Llosa, es una crónica apresurada, apretada por el cierre periodístico. Y eso le quita peso, densidad.

No obstante, es rescatable en otros aspectos, sobre todo en lo que se refiere a la chismografía.

Max Silva Tuesta, conversando con Carlos Alberto Seguín, decía: “Lo característico del chisme es el placer de contar algo que se supone verdadero”. ¿No tienen, pues, mucho de chismosos los historiadores, los periodistas, los novelistas, los politicólogos, los biógrafos, los conversadores? No sé quién lo dijo, pero si no lo dijo nadie, yo lo digo: conversación sin un chisme no es una conversación.”

Y el libro de Vargas Llosa hijo es, en parte, un catálogo político de chismes. Como es el hecho de contar que “un prominente político peruano” le había confesado a su padre haber escuchado a Alan García decir que tenía 100 millones de dólares (un hecho no comprobado; pero, quizás, probable) y que éste quería superar el caudal personal del empresario más rico del Perú, Dionisio Romero. O sea una habladuría.

Y de neurosis.

“Yo tuve siempre la certeza de que había micrófonos en el interior de la casa de Barranco donde se producían las reuniones, a pesar de que alguna vez hicimos una inspección profesional. Pero había mil formas, por supuesto. La más probable es que los autos de la policía que “cuidaban” los alrededores de la casa tuvieran aparatos para detectar el sonido de las voces que venían desde el interior”.

Párrafo que recuerda los delirios de persecución sufridos por Jorge Edwards en la Cuba de Fidel Castro, y que son descritos por éste en Persona non grata.

A pesar de esto último, al joven Vargas Llosa se le puede justificar –tal vez con alguna desmesura– los excesos por el hecho de su juventud: tenía 24 años cuando escribió esta su “opera prima” (aunque su padre a los 26 tenía en la gaveta una obra maestra: La ciudad y los perros).

Como de igual modo –para guardar el equilibrio–, se puede considerar su libro una pieza imprescindible para hurgar en los entretelones de la campaña política del 90.

O sea permite vertebrar un estado de ánimo.

Y de las estrategias de las agencias de publicidad y de los periodistas internacionales –como la de la francesa tercermundista de France Presse y la colombiana de Reuter, que no encontraban diferencias entre el general Pinochet y Vargas Llosa, padre–.

Y de Chirinos Soto, autodenominado termómetro electoral y sus deliciosos “memos”, coloreados de galicismos.

Y conocer al otro hermano, Gonzalo, cuya carta enviada a su padre, pocas horas después de que éste volara a París tras la segunda vuelta, remata el libro; y en la cual, entre otras líneas, dice lo siguiente:

“Bienvenido nuevamente, maestro, al lugar donde siempre perteneciste: tu escritorio (...) La derrota en las urnas no significa, pues, sino un triunfo para aquel mundo que ya reclamaba tu presencia: la literatura. La contienda del 10 de junio no fue entre tú y un misterioso desconocido, sino entre dos fuerzas superiores: la política y la literatura. Felizmente para nosotros, los intelectuales de este mundo, ha quedado establecido nuevamente que la literatura es la fuerza suprema por excelencia, obligándote a reintegrarte a sus filas. La política, pues, tendrá que resignarse a jugar un papel secundario en tu vida.”

Que es un íntimo y sentido homenaje de un hijo a un padre, pero también el de un discípulo a su mentor intelectual.

En resumen, el libro de Alvaro Vargas Llosa, cargado en varios tramos de emociones que molestan, es el itinerario de un escritor metido en la política.

Escrito con la pasión del momento, cumple su cometido: retratar el estado de ánimo de su creador. Y también, el de su entorno.

Una lectura necesaria, una “instantánea” de la época, el joven Vargas Llosa nos ha hecho el favor de desnudar al “diablo” metido en él... a pesar de sus pecados.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 02 de febrero del 2003


sábado, 16 de junio de 2007

SUSANA ROTKER Y UNA AMIGA

“En Memoria de Susana Rotker” es uno de los más hermosos artículos de amor que he leído. Publicado ayer por El Comercio de Lima realmente me sorprendió. En un principio pensé que se trataba de uno de esos artículos aburridos que escriben ciertos intelectuales sobre la realidad latinoamericana. Pero no, cuando atisbé en sus primeras líneas entendí que no se trataba de uno más del género sino de un homenaje del escritor argentino Tomás Eloy Martínez a su esposa recientemente fallecida. “Era tan hermosa que uno contenía la respiración”, “Después supe que ella se creía fea y sin talento”. “Me gustaba su método de trabajo, un día se encerraba desde la tres de la tarde hasta las tres de la madrugada, luego salía con cincuenta páginas de prosa fluida”, “yo escribo lentamente, apenas dos páginas diarias de inferior calidad si las comparo con las de ella”. Recuerdos de ese tipo son recogidos por la pluma de Eloy Martínez para expresar su agradecimiento hacía la mujer que hizo posible sus tres últimos libros, rompiendo, escribe, con esa ley de hierro que desaconseja que las columnas periodísticas tengan que convertirse en un confesionario, pero lo otro, como él mismo parece reconocer, hubiera sido un imperdonable acto de ingratitud. A la esposa de Eloy Martínez, para los que no lo saben, la arrolló un auto un veintisiete de noviembre del 2000, cuando ambos salían de revisar unos borradores en una Biblioteca de Nueva Jersey. Cuenta el escritor que cuando se aprestaban a cruzar la pista sintió una especie de viento que se la arrebataba de las manos y luego de la embestida, vio el cuerpo destrozado y la sonrisa dibujada en el rostro de Susana. Qué fortaleza de espíritu, pensaba, para no sucumbir y desmoronarse y escribir esas líneas de homenaje con esa sobriedad que se le ha admirado a Tomás Eloy Martínez en libros como La Novela de Perón, esa novela del dictador argentino que tan bien ha revivido en sus páginas. De él se puede decir que admirar su entereza, su fortaleza para entregar su arte, para agrandarse a su máxima expresión ante la desgracia, es muy poca cosa. Qué pobres nos hace sentir cuando cuenta su drama, cuando describe con proyección cinematográfica ese momento fatídico que lo golpeó. Eloy Martínez conoció a su esposa en una redacción periodística, cuando estaba en sus planes sacar El diario de Caracas y necesitaba un crítico de cine y la más famosa era Susana Rotker. “Es la mejor”, le dijeron. Y él se enamoró tímidamente de ella como quien dice “esta mujer es demasiado para mí”. Viajaban de aquí para allá y eran, cuando se podía, ciudadanos del mundo. Cuenta que tuvieron una hija, que Susana escribía kilométricamente, que era talentosa, que era inteligente y que era muy hermosa, tan hermosa que él parecía sentirse el patito feo de la película. Ahora que no está Susana Rotker, me pregunto, si Tomás Eloy Martínez podrá escribir novelas prodigiosas como Santa Evita, pieza literaria magistral que arrancó los elogios de García Márquez (“Esta es la novela que siempre quise leer”). Finalmente, mientras esto ocurre, no puedo dejar de pensar con nostalgia en una amiga, que, escapando del país, allá en Hamburgo, me ha inspirado a escribir estas líneas.


Freddy Molina Casusol

Lima, 15 de enero del 2001 

 Foto: Vasco Szinetar. Tomada de: www.analitica.com/Bitblio/msocorro/rotker.asp

viernes, 15 de junio de 2007

CINE, RACISMO Y OTROS ASUNTOS (sobre la cinematografía nacional)

LLAMÓ mi atención conocer que un profesor de la Universidad, Balmes Lozano, exponía y recomendaba a sus alumnos la lectura de un texto, Batallas del Cine Peruano, en el cual presenta sus puntos de vista sobre el cine y revela incisivas objeciones a las ideas de un conocido crítico y realizador José Carlos Huayhuaca, advirtiendo entre otras observaciones un trasfondo racista en sus apreciaciones.

De un taimado arbitraje

El método y los instrumentos teóricos de la crítica del cine peruano, tomados de un aprendizaje extranjero, son puestos en duda por el profesor Lozano, en el supuesto que estos códigos aplicados a los productos culturales carecen de validez.

De otro lado, a la no pretender hacer a un lado ni aceptar a priori estos conocimientos, nuestro astuto crítico pretende desempeñar, el conocido papel de árbitro, de mediador como centro hegemónico en una “batalla” que se incline a su favor. Precisemos: a favor del cine de referente andino como demostraremos a continuación.

De una desafortunada defensa

Balmes Lozano levanta la espada y asesta la primera estocada destacando “cierto temor” de Huayhuaca sobre la participación de indios y gamonales en el cine. Dice:


Uno de los críticos ha expresado su alarma ante películas con protagonistas indios y gamonales: hay en esto una regresión... un retroceso puesto que el indio volvió a ser visto como una figura romántica, un ser exótico.... gracias a la Escuela del Cusco, el cine en el Perú renació de un modo saludable y vigoroso, en cambio la vieja perspectiva indigenista entró en un período postrero[1]

Vamos profesor Balmes, relea de nuevo el texto del artículo “para hacer cine, ir al cine” de Huayhuaca, que Ud, mismo reproduce en el polémico libro que publicó[2]. La cita aludida tiene como motivación central una legítima preocupación acerca de las limitaciones estéticas que redundan en lo afectivo, sentimental, maniqueista, en el enfoque de lo andino por parte del movimiento indigenista, reconociendo Huayhuaca sus méritos por ser continuadores de un proyecto de liberación nacional, a partir de una reivindicación existencial y material del indio, de inspiración mariateguista[3].

Y con respecto de los mensajes retóricos que se reducen a lo panfletario y reiterativo al tratarse de la temática andina, Huayahuaca a nuestro modo de ver percibe con mayor amplitud esta cuestión sugiriendo un mejor tratamiento del tema, a partir de una visualización retrospectiva de Chambi como modelo ejemplarizador.

Sólo el notable arte fotográfico que Martín Chambi desarrolló en el Cusco, superó largamente esa perspectiva exterior y estereotipada donde el testimonio más profundo y amplio, al propio tiempo que directo inmediato y sin deformaciones interpretativas panfletarias, de la cultura andina en su integridad, incluyendo en ella como parte del mismo problema y sin satanizaciones fáciles al hacendado...[4]

Como vemos, hay un consentimiento explícito en la participación de los sujetos sociales (indios y hacendados), pertenecientes a la realidad andina en el arte fotográfico; por tanto se deduce por lógica, que en Huayhuaca no existe ninguna alarma de tenerlos como protagonistas en el cine.

De esta manera, creemos que el profesor Lozano, interpreta a su antojo citas, desfigurando la real intención de su autor con el fin de inclinar el peso de la balanza a su favor, en una defensa poco afortunada del cine de referente andino.

De un racista escondido y una cuestión en debate: contenido o forma en el cine

Por otro lado, ciertas apreciaciones de Huayhuaca, son criticadas severamente por Balmes, al observar un aparente trasfondo racista en ellas:

El crítico y realizador Huayhuaca ha escrito: "El cine campesino... se cree campesino en la medida en que su materia lo es, su paisaje, su anécdota, sus figurantes o extras y en algunos casos sus actores principales pero no la visión que lo informa. Sólo que estos mistis ya no son gamonales enemigos, sino cineastas que por razones estético sentimentales o políticas, simpatizan con los campesinos, en sus escenarios imponentes y sus fiestas exóticas, con sus ritos encantadores y sus luchas de reivindicación..."

Pareciera entre otras cosas que el crítico en cuestión esboza, una ironía de trasfondo racistas, tal vez involuntaria pero en todo caso colindantes con proposiciones vertidas en los primeros años del presente siglo[5].

Atendiendo a una lectura integral del texto del artículo: “Dilema del lenguaje o compromiso: El cine de Federico García”, del cual se extrae la cita, consideramos que Huayhuaca enrumba con bastante claridad sus observaciones en cuanto a la elaboración de un lenguaje que redimensione y supere la tendencia presente del cine campesino, que relega el tratamiento del problema sobre lenguaje cinematográfico a un último término, desplegando mayor atención al compromiso que adquiere el mensaje en el film.

Es en este sentido que Huayhuaca ironiza por la persistencia meláncolico-afectiva de ciertas aproximaciones al contexto andino de algunos cineastas, con un claro signo de apropiación política parcelada, sumado a un fingido mimetismo en los procesos culturales de las comunidades del ande.

Balmes Lozano asocia, también gratuitamente, a José Carlos Huayhuaca con propuestas defendidas a principios de siglo por determinados miembros de la generación del 900 (se deduce que a ellos se refiere en el último párrafo)[6].

Como sabemos, Riva Agüero, prominente personaje del 900, en el campo literario, se convirtió en exponente de una corriente que desdeñaba los valores culturales del campo indígena.

Conjuntamente con Víctor Andrés Belaunde integraron un movimiento llamado posteriormente “hispanismo”. Asimismo, ejercieron una notable influencia, principalmente el primero, sobre Raúl Porras Barrenechea que descargó sus iras sobre Guamán Poma de Ayala catalogándolo de “indio resentido y un autor folklorico”, tal como lo recoge en una ponencia José María Arguedas[7].

Escudados en una propuesta que pretende ser progresista (hay un reconocimiento del mestizo, pero que sirve –señala Arguedas– para desvalorizar el aporte del indio)

Existe en ellos un soterrado menosprecio de origen racial que aflora instintivamente en sus escritos.

Luego de esto juzgamos que carece de sentido el reproche de Balmes a Huayhuaca, pues no es en esa dirección que orienta sus impresiones e insistimos que enfoca sus opiniones (Huayhuaca) a un mejor manejo del tema.

Colocando como parangón a Arguedas dice:

Temo que esta errónea concepción presida el trabajo de los realizadores del cine llamado campesino, así como el literatura presidió el trabajo de los novelistas latinoamericanos de la tierra y el mundo indígena, que postulaba de un modo declamativo y externo, su urgente reivindicación, hasta que José María Arguedas revolucionó el género dándole por fin una verdadera penetración y expresividad respecto de aquellos pretéritos mundos –requisito sine que non para su real reivindicación– cuando entendió en gran medida de una elaboración a nivel de lenguaje, de la creación de un lenguaje otro...[8].

De esta forma desechamos la presentación que hace de él Balmes, como exponente de una “posición más prejuiciosa que la oligarquía de ese tiempo”[9]

De lo realmente propuesto y existente en José Carlos Huayhuaca

Viejas controversias de antaño son traídas a colación por Balmes Lozano, teniendo como soporte puntos de vista literarios, en lo que respecta a la narrativa indigenista y como telón de fondo ciertas críticas de cine actuales vertidas por Huayhuaca:

La polémica giraba entonces en los tópicos que la crítica de cine recientemente ha planteado.

a) que los textos no son producidos por los pueblos indígenas.
b) que estos tratos no guardan un mínimo de legitimidad dado que son producidos por mestizos y con una visión exterior
 [10]

Huayhuaca a simple vista coincide aparentemente con los tópicos expuestos por Balmes Lozano. PERO la connotación dada por éste es de transmitir la autenticidad de la identidad campesina y no canalizar sus aspiraciones y deseos instrumentalizando sus referentes convirtiéndose casi instantáneamente en sus voceros, sin formar parte sustancial del proceso que sufre su entorno.

Ciertamente, Huayhuaca desautoriza la hechura con la cual es confeccionada las realizaciones de acento campesino, pero no descarta la posibilidad de desarrollo de esta nueva vertiente, a partir de un nuevo abordamiento de la problemática del ande, incidiendo para esto en un tratamiento estructural, que no descuide contenidos, ni recaiga en acercamientos simplistas, compaginando la labor creativa resueltamente en la esencia y la forma para su acabado final.

Lo realmente propuesto por Huayhuaca para el cine campesino está resumido en estas líneas que comprenden el final del “Caso Huayanay”:

Esta secuencia final del Caso Huayanay reaviva mi tambaleante fe en el cine campesino. Si en sus películas posteriores García siguiera por esta brecha abierta por él mismo, seré el primero en aplaudirlo. Un cine campesino sin folclorismo ni música de protesta, sin tics ni amaneramientos eisenstenianos, sin simplismos ni prejuicios ideológicos, sin acusaciones ni defensas apriorísticas, sino que se aboque a comprender (esto es a mostrar), cómo son posibles tal conducta y tal hecho, cuál es el sistema de relaciones sociales, cuál es la ideología que los ha generado[11]

Por ahora, no consideramos nada definitivo, pues hay mucho que descubrir e investigar, pero apostamos por un cine latinoamericano libre de todo tipo de ataduras, liberador y sin aprisionamientos mentales.

Lima, octubre de 1990

* Publicado en el diario El Peruano (07/06/91)

Crédito de la imagen: http://www.intergaleria.es/images/obras/77/oleos/foto%2001-m-600-op.jpg

[1] "El Cine Peruano. Batallas del Cine Peruano, acerca de la crítica y las películas de referente andino". Balmes Lozano, 1989, p. 154.
[2] Ver Caretas No. 1091, p. 8.
[3] "El Cine Peruano. Para hacer cine, ir al cine". J.C. Huayhuaca, p. 78.
[4] Ibid, p. 78.
[5] "El Cine Peruano. Batallas...", p.157
[6] Sobre la generación del novecientos ver la última entrega de Luis Loayza, en Hueso Húmero de Ediciones (Sobre el 900, 1990, 160 p.)
[7] Ver Indios, Mestizos y Señores. Razón de ser del Indígenismo. J.M. Arguedas, Editorial Horizonte, pp. 11-14.
[8] "El Cine Peruano. Para hacer...", p.127.
[9] "El Cine Peruano. Batallas...", p.157.
[10] Ibid. p.157.
[11] "El Cine Peruano. Dilema del Lenguaje o el Compromiso. El cine de Federico García". José Carlos Huayhuaca, p. 133. También en El Enigma de la Pantalla, José Carlos Huayhuaca, Univ. de Lima, p. 78. 

 


martes, 12 de junio de 2007

LA UNIVERSIDAD, EL PROFESOR LEAVIS Y UN INESPERADO DISCÍPULO

Hace algunos años estudiantes de San Marcos me invitaron a formar parte de un panel cuyo tema giraría en torno al rumbo de la Universidad. Dicha invitación se concretó debido a que creían, no sé si para bien, de que una lejana experiencia como delegado estudiantil de Letras sería de alguna utilidad en el conversatorio que pensaban armar y que formaba parte de un curso de pre-grado de su especialidad.

Por aquel entonces, preocupado por la perfomance que iba a tener frente a un pelotón de francotiradores, aspirantes para remate a periodistas, en una cabina de radio sanmarquina, tuve que dejar de lado algunos apremios para prepararme a la eventualidad de responder algunas preguntas espinosas, que con seguridad tenían listas mis inquisidores con el malhadado propósito de dejarme mal parado ante un exigido pero pequeño auditorio de estudiantes.

Abordar después de muchos años a mis héroes de años juveniles –hoy ya no lo son– como Luis Alberto Sánchez en La Universidad no es una isla y a Gabriel del Mazo en un texto sobre la Reforma Universitaria de Córdoba fue gratificante, por no decir exultante; sin embargo, al margen de la sorpresa que me tenían preparada mis anfitriones sanmarquinos –me colocaron en compañía del Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, cuyas paporretas de corte socialista y sus posturas demagógicas en cuanto al incremento a un medio de la proporción estudiantil en los órganos de gobierno, que ignoraban las razones históricas de la distribución por tercios del gobierno en la Universidad, son prescindibles– ha venido de nuevo a mi memoria el recuerdo de la pregunta que quedó flotando en el ambiente y que tenía como tenor la dirección a seguir por la Universidad.

“¿Cuál es el rumbo de la Universidad?”, preguntaban mis inquisidores. Salvando la situación aquella noche respondí, que para el caso sanmarquino ésta se encaminaba hacia un tipo de universidad norteamericana de orientación técnica y pragmática. Mi respuesta estaba enmarcada entonces en lo que creía y que consistía en que la Universidad debería responder a los requerimientos de la sociedad orientando sus recursos y potencialidades forjando profesionales que una vez egresados de sus crisoles la sirvieran.

Pasados varios años de esa respuesta, me han venido unas dudas terribles. Esas dudas se han alimentado luego de releer los ensayos “Cambridge y la irrealidad” (Contra viento y marea 1962-1982) y “Las dos culturas” (Desafíos a la Libertad), escritos con una diferencia de casi quince años por la fina pluma de Vargas Llosa, en los que justamente se toca los puntos básicos de una vieja discusión: los peligros de que la Universidad se convierta en una fabrica de títulos y que sus flamantes egresados devengan en automatas reñidos con el humanismo, so pretexto de que la ciencia y tecnología debieran imperar en sus paredes, o, por el contrario, que, como en la añeja Universidad de Cambridge, ésta devenga en una institución alejada de los conflictos sociales y alimente su quehacer aspirando bocanadas de saber en desconexión con la realidad.

A Vargas Llosa, del mismo modo como antaño le daba razón a Sartre en desmedro de Camus y Borges para luego virar en sentido contrario, le ha ocurrido en estos dos ensayos confrontados de que si antes inclinaba ligeramente la balanza hacía el viejo profesor F.R. Leavis de la Universidad de Cambridge, que abogaba por la segunda de las tesis mencionadas, hoy la inclina abiertamente del lado del profesor C.P. Snow, defensor de la primera, en una polémica que, según reseña en Vargas Llosa en Desafios a la Libertad, fue muy agria, sobre todo de parte del profesor Leavis que vio amenazado su pedestal de influencia intelectual en ese centro de estudios.

Particularmente, en este combate por las ideas, me he sentido atraído, por las viejas tesis del profesor Leavis; es decir la de crear en la Universidad un enclave donde el saber y la cultura, se erijan por encima de la temporalidad, un lugar que aunque suene anacrónico y se parezca a las imágenes que nos trajo el film El Nombre de la Rosa el espíritu tenga predominio para bien de la humanidad, y que para satisfacer las necesidades de la sociedad de mercado se creen institutos, politécnicos, que recojan a las mentalidades inclinadas por los saberes técnicos, tan indispensables como la ciencias humanas, en el desarrollo de una colectividad.

Quizás esa resistencia, que marcha a contracorriente con la idea moderna de Universidad, se deba al hecho de haber sido testigo en una universidad nacional de la amenaza que significa que instituciones cuya misión es la de preservar lo mejor de la cultura y conocimiento de una nación, se vean asaltadas desde afuera por la turbamulta de la politización y la estridencia de ideas fofas, y que revestidas con el ropaje de última ciencia universal casi las dejen, antes de irse, postradas y heridas de muerte.

Octavio Paz decía en un magnifico testimonio titulado Itinerario, que nos movemos en una sociedad de mercado –a la que describe en una brillante metáfora como una inmensa trilladora que nos persigue lista a triturarnos si no escapamos con celeridad de sus acerados dientes–, donde los libros como los cuadros son artículos de comercio; pero que éstas son más que eso: son obras. En ese sentido, el distinguía lo que era el negocio editorial y la literatura para los fines de la cultura.

De igual modo, se puede hacer extensiva esta idea para las humanidades con el fin de poder distinguirla de la ciencia y tecnología en el caso de la Universidad, ya que sus esencias y fines son distintos y casi encontrados.

Por ello, quizás sea la Universidad, alejada de los valores mercantiles, la encomendada para, en nombre del espíritu, resguardar el saber y otros conocimientos que amenazan con extinguirse irremisiblemente de nuestro horizonte cultural, a despecho de lo que puedan pensar los defensores del profesor C.P. Snow, quien vería de mal grado estas líneas que estoy acabando, y que peor, vería con malos ojos, si pudiera, al desaparecido profesor Leavis que, sonriendo risueñamente, contemplaría a este inesperado discipulo que le ha salido desde las lejanas orillas del Perú, y que sin su talento y genio intenta malamente defenderlo.

Freddy Molina Casusol
Lima, 18 de junio de 1999

Crédito de la foto: http://france-for-visitors.com/images/large/cathedrale-bayonne-from-cloister.jpg

lunes, 11 de junio de 2007

LA GUERRA DE TROYA o LA MESA 8 DE LETRAS

Cuando supe que los resultados de la mesa 8 de graduados de Letras habían sido alterados, me quedé azorado. ¿Cómo? ¿En qué instante se había perpetrado el transvase de votos de un candidato a otro? El ganador, Paul Munguia, me había informado que esto último había ocurrido 24 horas después de conocerse los resultados de las elecciones del 21 de mayo en la Casona de San Marcos.

La noche anterior, a las 8 pm. en el antiguo Patio de los Naranjos del ex Convictorio de San Carlos, tras una agotadora jornada de casi 12 horas, se procedió a dar por concluida la votación de los graduados de la Facultad y cerrar el ánfora que contenía las cédulas de sufragio.

A esas horas de la noche, la presidenta de la mesa 8, la licenciada Lita Ortiz, y el secretario de la misma, el graduado Llamil Vásquez Valencia, con la presencia del personero de la lista 3, José Antonio Pérez Frazer, y de los personeros de la listas 2 y 4, bastante contentos por el ambiente de camaradería que se había generado alrededor de la mesa en el transcurso de esas horas, empezaron el ritual del conteo de votos, que dio como ganador, al finalizar éste, al candidato Munguia.

En esos momentos, en el patio contiguo, los docentes también conocían los resultados de la elección de sus autoridades para los siguientes tres años en todas las facultades de la universidad.
Una vez concluido el conteo, la revisión e impugnación de un voto en la mesa 8 de la Facultad, 9 y 45 pm. exactamente, el graduado Llamil Vásquez procedió a llenar el borrador del acta con los siguientes resultados: Lista 2, Sanmarquinos de Letras, 11 votos; Lista 4, Unidad y transparencia en Letras, 15 votos; Lista 5, Compromiso con Letras, 13 votos; y, por último, Lista 3, representada por el graduado Munguia, 30 votos. Los resultados eran inobjetables, la lista del señor Munguia había ganado largamente las elecciones, y ni a Llamil Vásquez, invitado a tempranas horas de la mañana por el graduado Molina para suplir la irresponsable ausencia del secretario titular de la mesa, ni a la licenciada Ortiz, se les había cruzado por la cabeza que a la hora del llenado del acta había una trampa sembrada en el papel: la numeración de ésta no iba a correlativa a la del borrador. Pero de esto se enteraron todos al día siguiente, cuando en la revisión del acta –firmada por todos, incluido el personero de la lista ganadora y un personero de una de las listas competidoras al Consejo Universitario y Asamblea Universitaria– por la presidenta de la mesa, se concluyó que se había inducido al error a los miembros de la mesa al observarse los números de las listas cambiados; es decir no estaban en la misma ubicación que en el borrador tomado como base para llenar el acta respectiva. ¿Quién es el responsable de este entuerto que empaña las elecciones de graduados de Letras? A nuestro juicio, el Comité Electoral.

El Comité Electoral, conformado por conspicuos representantes estudiantiles como el señor Alejandro Pompeyo Cochachín Enrique, quien cuenta en su haber con 49 créditos y 7.131 de promedio ponderado en sus 13 años en la especialidad de Comunicación Social, y que además se ufana de estar en ese cargo gracias a las buenas relaciones con el grupo del doctor Marco Martos en la Asamblea Universitaria, tiene mucho que explicar en esta “falla” de los materiales electorales.

El señor Cochachín, así como un tal “Don Sofo”, estudiante de Filosofía que ofende la memoria de Luis Felipe Angell, “Sofocleto”, al asignarse ese seudónimo, forman parte de una mafia especializada en repartirse los cargos en San Marcos. Dice un libelo que ha circulado con relativa profusión por la Ciudad Universitaria que el tal “Don Sofo” ha desplazado, con la ayuda oportuna del primero en mención, de la Coordinación Cultural a una correcta egresada de Arte, ubicada en el cuarto lugar de orden de mérito de su promoción.

Estos, pues, son los representantes que, desde el Comité Electoral y otras instancias, actúan con desparpajo y temeridad cuando los docentes hacen mal uso del poder.

La licenciada Ortiz, informada por el señor Munguia del desbarajuste en la mesa 8, convocó al graduado Llamil Vásquez, secretario de la misma, a una reunión el miércoles 23 de mayo a las 10: 30 am. en el frontis de la Biblioteca Central de la universidad. El personero de la lista ganadora, José Antonio Pérez Frazer, y el graduado Molina, personero de la lista 2, estuvieron también allí presentes ante el llamado del candidato ganador, quien invocó en todo momento el respeto por los resultados obtenidos en las urnas dos días atrás.

A esas alturas la lista Patio de Letras, agrupación que reúne a un grupo de profesores de la Facultad, en competencia con otras dos listas más de docentes, había ganado en las tres categorías, Principales, Asociados y Auxiliares. La oposición a ésta apenas había podido raspar su ingreso al Consejo con la doctora Paquita Vexler y el profesor Conde como sus principales representantes.

Para Patio de Letras era motivo de preocupación la derrota tres días atrás de una de las listas de estudiantes que podía asegurar con sus votos el Decanato de Letras para la doctora Martha Barriga, cabeza de lista y eventual sucesora del doctor Marco Martos, decano saliente. Contaban en sus cálculos, ante un probable empate entre los aspirantes a suceder a Martos, con el voto del graduado para inclinar la balanza a su favor. La perdida del graduado, que en anteriores gestiones había votado siempre con ellos, ponía en peligro la elección de Barriga.

Patio de Letras, que debe su nombre a una famosa publicación de un ex decano de la Facultad, el lingüista Alberto Escobar, genera mucha resistencia entre diversos sectores de profesores y alumnos repartidos en la Facultad. Se la acusa de favorecer a sus allegados.

Una de las personas señaladas en este circuito de favores es la señora Edda Pratto, trabajadora de Letras y auspiciadora de la lista 4, Unidad y Transparencia en Letras. A la señora Pratto, quien se la vio celebrando el triunfo de Patio de Letras la noche del 21 de mayo en las afueras de la Casona de San Marcos, se la señala con el dedo índice como hacedora y desfacedora de entuertos en la Facultad y la que mueve las redes del poder desde el sector administrativo.

La señora Pratto tiene una larga historia. Empezó su carrera administrativa como encargada del jardín de la Facultad. Ese puesto, al parecer, se lo debió a un ex decano, el doctor Washington Delgado Tresierra, luego lo mantuvo durante el primer decanato del doctor César Kruger Castro en 1988. Así la conocimos nosotros, los que ingresamos en 1985 y 86, cuando tuvimos la oportunidad de tratarla en esos primeros años. Luego supimos, cuando estábamos alejados de San Marcos, que se las había arreglado para ser representante de los graduados, cosa que disgustó a muchos pues su doble condición de egresada de literatura y trabajadora de la Facultad ponía en entredicho la independencia necesaria para ese cargo, violando el principio de ser el nexo que ve desde afuera lo que acontece entre docentes y estudiantes de la universidad. La señora Pratto al ocupar esa representación se expuso –como así sucedió– a los intereses de grupo, el mismo que años después le daría el actual puesto que ostenta: Coordinadora del Integrado, el cual, imaginamos, le da un plus adicional a su boleta de pago.

Por ello, y otras razones que van desde un supuesto déficit económico en el manejo de la Unidad de Post Grado hasta la presencia indeseada de personajes como el señor Edwin Matos Araujo –a quien basta colocar su nombre en el Google para reconocer los beneficios que ha obtenido debido a sus vínculos con los docentes de Patio de Letras– como personero de la lista 4, hicieron que la elección de graduados de Letras tuviera inusual importancia hasta el punto de elevar los inscritos en el padrón de Letras y convocar a más del 50% de electores hábiles a la mesa de sufragio.

¿Quién sale ganando con este desaguisado en la mesa 8? Sin duda, el sector que tiene el poder en la Facultad y que se ve, involuntariamente, beneficiado con la no presencia discordante del graduado en el Consejo.

El viernes pasado, aprovechando la situación inédita que se había dado en la mesa 8 de graduados, los estudiantes del Centro Federado de Letras, tomaron a la fuerza la Facultad. José Carlos Ballón, profesor principal de Filosofía, a viva voz hizo retroceder a los amotinados logrando que se abrieran de nuevo las puertas de Letras. Detrás de él ingresaron los miembros del Consejo, la doctora Barriga, el doctor Larrú y los profesores Jorge Hani y Cumpa, para sesionar al amparo del quórum que decían tener.

Los estudiantes no se amilanaron y a los pocos minutos se reagruparon en el patio de la Facultad. Querían impedir el Consejo y reclamaban con insistencia la presencia del graduado en dicha sesión. El delegado de los estudiantes, Cóndor, uno de los promotores de la rebelión, estuvo a cargo de los principales ataques a la gestión de Martos, los cuales encendieron los ímpetus del profesor Ballón quien salió de la sala de sesiones para defenderlo y sugerir que se quería iniciar una “guerra popular”.

Unas horas antes, los miembros de la mesa 8 de Letras y los personeros de las listas 2 y 3, habían firmado un documento pidiendo al Comité Electoral se pronuncie por escrito ante el pedido de rectificación del acta electoral solicitado dos días antes.

Hoy viernes que termino de redactar estas líneas me he enterado que dicho Comité se ha cerrado en la legalidad del acta transcrita y no da cuenta de sus “fallas” en los materiales electorales proporcionados, los cuales han inducido al error. Pero lo peor es que el señor Marco Robles Rojas, candidato perdedor de la lista 5, Compromiso con Letras, ha asistido al Consejo de Facultad y votado en la sesión que eligió a la doctora Barriga como decana. Cuando, según nos han informado, el graduado Munguia cuestionó su presencia en dicha sesión, el señor Robles se limitó a responder el reclamo con un gesto de sarcasmo en el rostro.

Este es el panorama que se cierne sobre San Marcos. La de los malos representantes estudiantiles organizados como mafia siciliana y la de los favoritismos e intereses subalternos de grupo.

Después no se queje el profesor Ballón de que los estudiantes estén amenazando con una guerra popular, porque así como van las cosas no lo vaya a sorprender desprevenido una guerra de Troya o una toma de La Bastilla.

La mesa está servida, entonces. Escoja usted, distinguido profesor Ballón.

Freddy Molina Casusol
Lima, 1 de junio de 2007

Crédito de la imagen: http://farm4.static.flickr.com/3071/2282451228_45db14c4f6.jpg?v=0

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