miércoles, 24 de diciembre de 2014

SENDERO LUMINOSO EN SAN MARCOS DE LOS 80. Un testimonio personal

EN EL CENTRO: Mirando a César Lévano.
Foto: Ernesto Jiménez

Por:
Freddy Molina Casusol

LOS OCHENTA en San Marcos estuvieron divididos en dos períodos: del 80 al 85 (año en que yo ingresé) y del 86 al 89. Del primer período no puedo decir mucho porque no lo viví; lo que sí puedo decir es que hubo, según algunos estudiantes de la época, intensa actividad política y cultural, en especial en el patio de Letras que recibía grupos de música y teatro o, en su defecto, recitales de poesía, eventos que le daban mucho color y vida a la Facultad. A esos años corresponden esas fotos que de cuando en cuando aparecen por allí para dar cuenta que Javier Diez Canseco tuvo, alguna vez, tribuna para hablar en nombre de IU en San Marcos. Lo que vivimos nosotros fueron rezagos de esos tiempos. Del segundo período puedo decir que fue el momento más difícil para la universidad. Sendero hacía actividad abierta dentro de ella. Tan es así que el vicepresidente de la República, Luis Alberto Sánchez, decía que la universidad era una mata de Sendero, lo cual, viniendo de él, sonaba a una amenaza de intervención –la cual se concretó en febrero del 87–.


Atentado contra García Rada
Visión Peruana, 25 de abril de 1985

Si el 80 fue el inicio de la guerra popular, el 86 fue el inicio de la escalada de violencia senderista en diferentes partes del país. El 18 de junio de ese año, los presos de Sendero se amotinaron en tres penales de la capital –El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara–. Las noticias de la rebelión de los presos senderistas llegaron a San Marcos. Y la verdad, aunque ahora muchos lo quieran negar, era que los querían ver varios metros bajo tierra. Todavía estaba en la memoria de la gente el atentado contra el presidente del Jurado Nacional de Elecciones, Domingo García Rada, el año anterior –le metieron un balazo en la cabeza–.


Libro de la época
denunciando lo ocurrido en los penales

Cuando llegó al patio de Letras la información del bombardeo del penal El Frontón –que nos parecía escuchar a la distancia–, recuerdo haber escuchado por lo menos a uno decir: “Que los maten” (Hubo 248 ejecuciones extrajudiciales, hecho que provocó que el escritor Mario Vargas Llosa dirigiera una carta abierta a Alan García con el título de “Una montaña de cadáveres”). Ese mismo día o al día siguiente, una columna de Sendero, haciendo vivas a las “luminosas trincheras de lucha”, la guerra popular y al “Día de la heroicidad” –nombre con el que bautizaron ese día para recordar a sus compañeros muertos en los penales–, subía por la rampa de la Facultad que conducía a Educación y Psicología. Era impresionante, la columna senderista se desplazaba como una serpiente piso por piso; no terminaba aún de bajar y la cabeza ya se enroscaba con la cola.


Caretas (1987)

No fue la única vez. En 1987, por el Día de la heroicidad, creo, Sendero desplegó a lo ancho y largo de la pared lateral del edificio de Administración, colindante con el Bosquecito de Letras, una inmensa bandera con sus colores, el rojo de fondo y el dorado con la hoz y el martillo. Al pie de la bandera había un estrado. Esa vez habían organizado un acto cultural y, con esos faroles direccionando la luz, el resplandor de esa bandera se veía con más intensidad en la oscuridad de la noche. Alguno de sus militantes había ordenado a los trabajadores que apaguen las luces de la Ciudad y toda ella quedó en tinieblas. Desde la Facultad, en penumbras, muchos nos guiamos a tientas por las escaleras para alcanzar el tercer piso de Psicología y contemplar el espectáculo. Era imponente. Pensamos que en cualquier momento iba a entrar la policía o las Fuerzas Armadas para interrumpirlo, pero no pasó nada. A los pocos días, la revista Caretas publicó en su portada "Show terruco en el proscenio de San Marcos". 


SAN MARCOS da a conocer
su posición frente a intervención

En el análisis de Sendero no cabía la posibilidad de que el gobierno ingresara a los recintos universitarios donde parte de su militancia se encontraba infiltrada. Lo que esperaba es que el gobierno se mantuviera inerte, temeroso de las protestas que le caerían encima en caso que la policía o el ejército osaran violentar la autonomía de los claustros universitarios. Para Sendero la situación era perfecta: las universidades –y los estudiantes– les servían de escudo en sus planes globales de conquistar el poder. Pero los cálculos no le funcionaron la madrugada del 13 de febrero de 1987. Esa noche el gobierno intervino tres universidades donde se sospechaba había presencia subversiva: San Marcos, la UNI y La Cantuta. Hubo 793 detenidos –entre ellos veinte docentes–.


La República, 16 de febrero de 1987

Se cometió abusos, como usualmente ocurre en este tipo de operaciones donde la brutalidad le da una patada a la inteligencia: en San Marcos, mataron a Enrique Pacheco Tenorio, guardián del Centro Médico; a un alumno se le introdujo una “pata de cabra” en el recto; y a un número indeterminado de estudiantes los llevaron al Estadio Olímpico y los vejaron; además hubo una serie de destrozos que dejaron a la universidad más derruida de lo que estaba. Según un testimonio recogido por La Gaceta Sanmarquina de ese mes, un(a) estudiante declaró que “cuando se fueron los policías nos dimos con la sorpresa que no se habían llevado a todos, con algunos compañeros coincidimos en que, primero, habían escogido algunos cuartos y, luego, rompieron todas las puertas; un compañero de otro cuarto dijo que había visto a uno de los oficiales con una lista de nombres y números de cuarto previamente seleccionados”. El rector de San Marcos, Campos Rey de Castro, denunció en el programa conducido por Hildebrandt, “En Persona”, los abusos cometidos por las fuerzas policiales; el rector de La Cantuta, Melciades Hidalgo, curiosamente dijo que si se lo hubiesen consultado, él hubiera autorizado el ingreso; y el rector de la UNI, José Ignacio López Soria, declaró que se había entrado a un proceso de “militarización y fascistización del país” (Caretas, No. 492).


Marcha senderista en San Marcos
Foto: El diario (24/07/88)

¿Era necesaria la intervención? Es una pregunta un poco complicada de responder. De hecho, se había violado la autonomía universitaria (solo podía ingresar la policía con orden expresa del rector). Pero habría que precisar qué se entendía por autonomía: si era para defender el derecho de la universidad para autogobernarse, ejercer la libertad de cátedra y todo lo que implicaba el espectro académico; o si se la entendía como extraterritorialidad, como un Estado dentro de otro Estado o embajada en un país extranjero.


El "Che" caído
Caretas, Febrero de 1987

La intervención del 13 de febrero de 1987 fue muy triste, muy dolorosa para los sanmarquinos de la época. Recuerdo que cuando fui a la Ciudad, un grupo de estudiantes se había congregado alrededor de la estatua del “Che” que yacía caída en el suelo; otros, airados, gritaban contra el gobierno. Y en la vivienda se podía apreciar los estragos que había dejado la policía a su paso. Como era de esperarse, el alumnado salió a las calles los días subsiguientes en movilizaciones de protesta que llegaban al centro de Lima (yo fui detenido, con dos amigos, camino a una de ellas. Dos días estuve en una carceleta de Seguridad de Estado, hasta que fui liberado unos minutos antes de que estallara un coche bomba a espaldas de la Prefectura donde quedaba ella) ¿Los resultados de la intervención? Se encontraron 6 revólveres, bombas caseras, una metralleta policial y abundante folletería y propaganda del MRTA –la del “negro” León Joya se podía apreciar– y banderas de Sendero. Lo discutible de esta requisa es que se mostrara todo esto a las cámaras de televisión al lado de obras de Lenin, Mariátegui y Marx, a los cuales dudosamente se les podía condenar al exilio intelectual. Eso sí –y los rectores de las tres universidades intervenidas debían una explicación–: ¿Qué hacían 50 requisitoriados y “de ellos sólo 6 por causas del terrorismo” en los recintos universitarios (información tomada de las declaraciones del senador Enrique Bernales al diario La República, 16 de febrero de 1987)  ¿Cómo podía justificarse esa presencia? Finalmente, cuál fue la actitud de Sendero tras la intervención? Se replegó, solo por un tiempo.


La "Entrevista del siglo"
El diario, 24 de julio de 1988

1988. Asumo una de las principales representaciones estudiantiles de Letras (Consejo de Facultad). Ese año Sendero rompe su silencio y El diario, su vocero periodístico, publica una larga entrevista a su líder, Abimael Guzmán Reinoso. Lo que dijo allí hizo crujir el aura de intelectual que el escritor Miguel Gutiérrez le había construido en La generación 50: un mundo dividido, libro que apareció publicado el mismo año de la aparición de la entrevista. Gutiérrez escribió: “… si Abimael Guzmán y el camarada Gonzalo son la misma persona, entonces quien viene dirigiendo este gran acontecimiento (la guerra popular) es un hombre de inteligencia superior, de voluntad y disciplina inquebrantables…”. Pues bien, cuando uno terminaba de leer la entrevista, no le quedaba sino asombrarse por la distancia existente entre lo dicho por Gutiérrez y lo que acababa de leer (Guzmán era de una indescriptible simpleza intelectual).


Las mujeres de Sendero
de Robin Kirk

En la Facultad, si bien era cierto que había infiltrados de Sendero, también lo era que había gente ligada al Partido. Recuerdo que un dirigente del Centro de Estudiantes de Comunicación Social terminó en Cantogrande (penal donde eran confinados los presos senderistas); otro, matón y prepotente, terminó ultimado a balazos por la policía en Chorrillos (lo encontraron in fraganti haciendo pintas para Sendero); y otra, bastante conocida, Mónica Feria –que venía de la Católica a estudiar Lingüística en San Marcos–, fue detenida y acusada años después de pertenecer al PCP-SL. ¿Cómo eran enrolados? Poco a poco. Primero en el radicalismo de izquierda y luego, cuando decantaban posiciones, optaban por Sendero o el MRTA (“Beto” León Joya, estudiante de Comunicación muerto en Colombia, integró el Batallón América del M-19, primo hermano ideológico del MRTA).


San Marcos en los 80

¿Dónde estaba guarecido Sendero? En la vivienda universitaria y el comedor (cuyas dirigencias habían sido copadas por sus prosélitos). En el estadio de San Marcos se podía divisar pintada en las graderías una gigantesca hoz y martillo, símbolo del PCP-SL, y en sus astas flameaban banderitas del Partido. Parecía esa parte de la universidad una zona liberada. ¿Y las autoridades? Nada, no decían nada. Es que había temor.

¿Y los profesores? ¿Cuál era la posición de los profesores? Había uno que les hacía el juego. Recuerdo que en una clase de Materialismo Dialéctico el susodicho profesor dividió a los alumnos en dos grupos –“Materialistas” e “Idealistas”– para que debatan entre ellos. Hasta allí todo bien, uno podía aceptar la confrontación dialéctica; pero lo que no pareció aceptable fue que dejara como tarea a todo el salón la siguiente pregunta: “Diga usted, por qué Izquierda Unida es revisionista”. ¿Sospechoso, no?


Hubo otro que declaró, en una entrevista que le hizo El diario (ya en manos de Sendero), que este era “un modelo de comunicación popular”.

Quienes sino ellos eran los que alimentaban la imagen de subversiva de la universidad en aquellos tiempos.

Aula de Letras (1989)
Foto (detalle): Jaime Razuri

¿Cómo era el ambiente? Lamentable. Todo pintarrajeado con consignas de Sendero (las más comunes: “Combatir y resistir”, “Rematar el gran salto con sello de oro”, “Viva el marxismo-leninismo-maoísmo- Pensamiento Gonzalo”). En la entrada de la Biblioteca de Letras había una iconografía de Sendero que visualmente hacía indistinguible la placa de su inauguración. El MRTA tampoco se quedaba atrás. En el frontis de la Facultad, a la mano izquierda, se podía apreciar el símbolo de la organización liderada por Víctor Polay (un fusil y una porra incaica, coronados con la imagen de Túpac Amaru).

Y broncas, en relación a disputas de espacios de poder, no faltaron. En Comunicación, una noche, estudiantes simpatizantes de Sendero rompieron las ánforas en el curso de unas elecciones estudiantiles, tomaron el pabellón de la Escuela y la llenaron de pintas de color rojo (En una de ellas a un amigo y a mí nos acusaron de ser “testaferros del imperialismo”).


San Marcos
Foto: Ernesto Jiménez

En octubre de ese año, a Hernán Pozo Barrientos, un estudiante de Antropología, lo mató una bala en la sien que provino del arma de un policía. Recuerdo que un grupo de estudiantes –entre los que estaba el antropólogo Rodrigo Montoya– estábamos apostados en una columna de la Facultad viendo como la policía –provocada, es verdad, por unos cuantos exaltados– hacía el amago de ingresar. En eso comenzaron a sonar las balas y nos metimos todos adentro para protegernos. No habían pasado sino unos minutos, cuando vi que entre varios –uno de ellos era un amigo mío, militante del PUM– cargaban una pizarra con una persona encima. Era el chico Pozo malherido. “Ayuda, compañeros, ayuda”, decían. Los vi cruzar raudos por el patio de Letras para cortar camino y llegar más rápido al Centro Médico. En esos momentos, todo era confusión en la Facultad. A los pocos minutos nos llegó la noticia de su muerte. Eso nos impactó. Cuando volvimos a la entrada alguien señaló que allí, al pie de la columna donde habíamos estado un rato antes, le había caído la bala a Pozo. Me quedé impresionado. En la noche, la televisión –canal 9– informó lo sucedido.


Pozo no fue el único estudiante muerto en una intervención policial en el campus, lo fueron también Javier Arrasco y Carlos Barnett, este último estudiante de Derecho.

Así eran las cosas en San Marcos de esa época, donde la vida, como decía un cantor de la Nueva Trova, podía no valer nada.


Puntos de vista enfrentados
Debate PUM-Sendero

1989. Los partidos políticos de la izquierda legal fueron un muro de contención en las pretensiones de tomar el poder por la fuerza. En la universidad pasó así. El PUM (Partido Unificado Mariateguista) y su militancia –que, en sus mejores épocas, según me confesó un amigo, tuvo 150 militantes activos en San Marcos– fue por momentos un freno a los intentos de Sendero por hegemonizar el movimiento estudiantil. Pero esta actitud no fue gratuita, ni por amor al arte. Lo que pasaba es que el PUM –como Sendero– sentía la necesidad de enfrentar a un rival que le disputaba los mismos espacios tanto a nivel nacional –el movimiento campesino y obrero– como universitario. Las tesis de ambos se sostenían sobre columnas diferentes. Mientras el PUM hablaba de la Asamblea Nacional (ANP) –como germen de poder– y la autodefensa de masas (rondas campesinas), Sendero sostenía el tema de la guerra popular y la importancia de la comunidad campesina para arribar, previa a una "revolución democrática" (que era así como llamaban a su lucha armada), al comunismo. Sendero tildaba al PUM, con desdén, de revisionista (y al MRTA, de "revisionismo armado").


Semanario Amauta (1987)

Quien confronta, para ser más precisos, a Sendero es el sector llamado "libio" encabezado por Javier Diez Canseco y Eduardo Cáceres, a quienes sus oponentes del otro sector, los "zorros" –liderados por Santiago Pedraglio y Sinesio López (quien estaba a favor de un Acuerdo Nacional con el Apra)–, llamaban "vanguardistas militaristas", pues, por debajo, alentaban la vía insurreccional, al estilo de Cuba y Nicaragua, para entrar al socialismo (y para lo cual, se decía, estaban preparando una milicia). Ambos, Sendero y el PUM, no fueron "partidos de masas". Nunca tuvieron una acogida mayoritaria en San Marcos. Fueron, en todo caso, "partidos de cuadros", porque movían militantes alrededor de sus concepciones marxistas-leninistas. Uno bajo la variante maoísta y el otro bajo la variante guevarista (por el "Che"). Estas diferencias llegaron, en 1989, al plano de la discusión teórica. Amauta, vocero del PUM, y El diario se trabaron en un intercambio de puntos de vista sobre la coyuntura política que tenía como protagonista el accionar del PCP-SL. Para los voceros del PUM –en este caso, Raúl Wiener–, la estrategia y táctica militar de Sendero contradecía en la práctica lo expresado por Mao. Los acusaban de "aventureristas". Por su parte, los de El diario acusaban a Diez Canseco y a los diputados y senadores de IU de "cacarear" y de formar parte del "cretinismo" parlamentario. Las pugnas entre el PUM y Sendero llegaron a las paredes de la universidad. Las consignas de cada uno se podían leer sobre todo en las paredes de Ciencias Sociales donde ya no había un espacio de descanso visual por lo recargadas que estaban.


Facultad de Ciencias Sociales
Foto (detalle): Víctor Bustamante

Una experiencia interesante, en el enfrentamiento de los estudiantes con Sendero, fue la Coordinadora por la Defensa de San Marcos. La Coordinadora fue una réplica a mayor escala de la Coordinadora de Letras formada en la Facultad para las elecciones estudiantiles de 1988. La Coordinadora por la Defensa de San Marcos estaba integrada en parte por estudiantes cristianos identificados, me parece, con las posiciones de la Teología de la Liberación del padre Gutiérrez (por lo menos, conocí a un par de ellos que iban por esa línea). Uno de sus principales animadores, y propulsor, era Zenón De paz, hoy profesor de Filosofía de la Facultad. Su prueba de fuego más importante ocurrió en una fecha que no puedo determinar exactamente, pero que coincidió con un paro convocado por Sendero. Esa vez, recuerdo, la Coordinadora organizó una marcha por la universidad para responder al paro convocado por Sendero. El clímax de esta marcha –en la que participé invitado por Zenón– se suscitó en el momento que la columna de la Coordinadora se cruzó con la de Sendero –que salió también a marchar– en la Facultad de Ciencias Sociales. Fue ése un momento electrizante. Recuerdo que fue saliendo de Sociales cuando las dos se vieron frente a frente. La de Sendero entraba mientras la de la Coordinadora salía. En silencio ambas se miraron. En los alrededores habían estudiantes contemplando la escena. Por un momento se pensó que iba a haber un enfrentamiento con los "sacos" –así se les llama a los de SL–. Pero no, no pasó nada. Todo terminó en paz.


1989 fue un año preelectoral en el país. En mayo, Mario Vargas Llosa oficializó su candidatura a la presidencia por el Fredemo (Frente Democrático) y Sendero convocaría a un paro armado en la capital (3 de noviembre). Esto provocó que Henry Pease, candidato por la alianza electoral IU, llamara a una Marcha por la Paz, iniciativa a la que se sumó el escritor peruano.



A comienzos de año, el 9 de enero exactamente, en la universidad se suscitó un hecho que involucró a toda la comunidad universitaria. A un joven estudiante de Psicología la gente de Sendero lo sorprendió en una clase del decano de Letras, César Krüger, y lo bañó en pintura negra como represalia por haber arrancado una propaganda del Partido de las paredes de la Escuela de Psicología. Esa agresión fue denunciada por nosotros como representantes estudiantiles del Tercio, en un medio de comunicación escrito.


Sendero derrotado en San Marcos
El Nacional, 8 de setiembre de 1989

En Letras se celebraron tardíamente elecciones en Setiembre para el recambio de gobierno en el Consejo de Facultad, pero la lista única que se inscribió lamentablemente no pudo ser reconocida por el Comité Electoral debido a que más de la mitad de la población estudiantil no fue a votar (los “fachos”, combinados con estudiantes pro Sendero y MRTA, derrotados políticamente en uno de sus principales bastiones, Comunicación Social, no pudieron por primera vez, desde que se instauró el sistema de cogobierno en 1985, presentar candidatos en la Facultad). En consecuencia, el Consejo Universitario anuló las elecciones y emitió una resolución en la que ordenaba que, en aquellas facultades donde no se había alcanzado el porcentaje requerido, la representación estudiantil vigente completara el resto del periodo siguiente de gobierno. Es decir, me quedé un año más en el cargo. Como curiosidad debo decir que la lista única tenía como candidato por Comunicación a Toño Ángulo Daneri, quien años después haría una destacada carrera periodística.


Epílogo

Fueron los años correspondientes entre 1986 y 1989, años muy duros, muy difíciles, para la universidad. Fueron años de intervención policial, de bombazos en las calles, apagones, huelgas, muertes en el campus universitario, presencia de Sendero en las aulas, de pintas que perturbaban todo lo que significativa un clima de tranquilidad académica, de violencia inusitada en el país, de renuncia de rectores como Cornejo Polar fatigados por la intolerancia política, de debates infructuosos de los estudiantes más radicalizados que terminaban en roturas de vidrios en las aulas de la Facultad, de disputas entre el PUM y Patria Roja por la captura del local de la Federación de Estudiantes del Perú –que, alguna vez, terminó en pistoletazos–; pero también fueron años que, con ojos de asombro, los de la juventud, uno veía un mundo nuevo, de escarceos amorosos en los salones donde las parejitas se metían por las tardes para hacer el amor, de música primera de Soda Stereo, de cine en la Filmoteca de Lima, de café en los restaurancitos destartalados a la espalda de Letras, de la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (SICLA) –en la que la poesía y el arte se confundieron en un hotel de la capital–, de la timidez del primer amor universitario. En otras palabras, de la juventud camino a la madurez. Cierro este testimonio, con estas palabras tomadas del libro de Luis Alberto Sánchez, La universidad no es una isla, que me enseñaron amar a San Marcos y que yo leía sentado por esos años en una esquina de la Facultad, y que desde entonces las tengo presentes cuando la evoco: “He padecido y padezco el mal de la Universidad –si mal fuere– desde hace cuarenta y cuatro años, es decir, desde el primer día de abril del año 1917 en que traspuse, ya como alumno, el umbral del inolvidable patio de los Naranjos del antiguo Noviciado de Jesuitas, donde, a partir de 1771, funcionó el Convictorio de San Carlos y, desde 1861, la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos. Me he identificado desde entonces, de tal manera, con los triunfos y fracasos de mi Alma Mater, que llevo tatuados en el alma indeleblemente sus luminosos estigmas. Me atrevo a afirmar que toda mi historia, al menos mi historia intelectual, gira en torno del nombre de San Marcos. Mi Alma Mater, lo ha sido de veras y por doble camino: como Alma y como Madre. (…) Llevo su tradición y su ambición metidas tan adentro que a menudo me ha sido imposible distinguir entre lo que yo pensaba de San Marcos y lo que San Marcos me impulsaba a pensar y decir”.

Lima, 24 de diciembre del 2014



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