
YA NO RECUERDO quién me habló de Eligio
García Márquez. Lo que recuerdo fue que me dijeron: “Léelo”. La vez pasada, con
la garganta atravesada por el dolor de una gripe veraniega, estuve merodeando
en esa maravilla del caos y del azar que es la feria del libro del jirón
Amazonas en el centro de Lima, cuando, doblando una esquina y fijando la vista
a poca distancia, distinguí un libro colorido, de fondo violeta, en la parte de
abajo de un stand y en medio de otros tantos que no capturaron mi atención.
Todavía con la garganta que me ardía de dolor lo levanté. Tras las claves de
Melquiades. Historia de cien años de soledad, decía. Autor: Eligio García
Márquez. De inmediato mi entusiasmo se disparó por dos razones: porque el
título prometía y porque lo escribía el autor de quien ya me habían hablado
pero no recuerdo quién. Me puse a revisarlo como lo hacen los lectores
profesionales: el arranque, las páginas de en medio y el remate final. Luego,
no lo pensé dos veces, lo compré casi sin regatear el precio.
Con mi joya en la mano y con la garganta que me ardía como los mil
diablos, fui a un lugar para leerlo con calma. Tras descartar varios lugares
por considerarlos inadecuados, me metí a un chifa –vaya lugar que escogí–, pedí
una infusión y rogué que nadie me molestara con un “cómpreme un caramelo o una
barra de chocolate”.
La última vez que me quedé hipnotizado leyendo un libro fue en mi
adolescencia. Tendría diecisiete años cuando cayó en mis manos Un mundo para
Julius de Alfredo Bryce. Recuerdo que desde el momento que posé los ojos en la
primera línea no paré hasta el amanecer. La novela me había hecho olvidar el
tiempo, las horas pasaban y ya no distinguía el día de la noche. La acabé en la
madrugada con la sensación feliz de haber tenido una experiencia sin igual.
Solo interrumpí la lectura para pedirle a mi madre algo para tomar. Ella me
instaba a cenar, pero yo no quería. No quería que el momento que estaba
viviendo se fuera. Esa misma sensación la sentí cuando estaba leyendo el libro
de Eligio García Márquez. De pronto el tiempo desapareció, y los comensales
apenas eran percibidos por mí por el ruido sordo que hacían al momento de
comer; todo se había extinguido, el único movimiento que percibía era el de mi
mano estirada recogiendo los caramelos.
El haz de luz amarilla proyectada sobre la mesa, mi único acompañante,
formaba en el vidrio que lo cubría un círculo concéntrico. Lo demás había
quedado eclipsado.
Las primeras cien páginas fueron arrolladoras. Entonces, pensé, era
verdad lo que me habían dicho, Eligio García Márquez merecía ser leído. Pero
quién iba a pensar que el hermano menor de Gabriel García Márquez hubiera sido
capaz de auscultar así la obra de su hermano. Lo que me llamaba la atención,
mientras devoraba página tras página, era que hubiera estado en la sombra. No
había escuchado a ningún crítico nacional o foráneo mencionar que existía un
trabajo que pacientemente desmontara las fuentes de creación literaria de Cien
años de soledad. El esfuerzo del hermano menor de García Márquez, en cuanto a ambición
por abarcar la totalidad del espectro, es equiparable al de Vargas Llosa con su
García Márquez. Historia de un deicidio. Es más, me atrevería a decir que para
entender a García Márquez, hay que leer obligadamente los estudios de ambos
(así como las compilaciones de Juan Gustavo Cobo Borda, El arte de leer a
García Márquez y Gabriel García Márquez. Testimonios sobre su vida. Ensayos
sobre su obra, entre otros). Pues, mientras uno penetra en los entresijos de la
ficción, el otro hurga, en forma de un gran reportaje periodístico, en las
fuentes orales y escritas, cotejando los datos y enderezando las fechas que
forman parte de la novela.

Eligio García Márquez, desde hacía mucho tiempo atrás, tenía el
propósito de sino biografiar a su hermano, seguir la pista de su famosa obra,
Cien años de soledad. Eso, al parecer, lo obsesionaba. En 1996, para el libro
de Silvia Galvis, Los García Márquez, declaró: “Uno de los sueños de mi vida ha
sido escribir un libro, no sobre Gabito, sino sobre Cien años de soledad en
Colombia y en América Latina. Quiero reconstruir la cantidad de circunstancias
que se cruzaron para que se diera ese azar preciso que fue Cien años de
soledad. Me llama la atención saber por qué García Márquez empezó a escribir el
libro en Barranquilla y no siguió. Por qué luego de muchas vueltas, de repente,
lo hizo; quiero reconstruir las condiciones en que lo escribió y las
circunstancias que existían en el momento en que la novela apareció, es decir,
en el momento exacto del boom (…) mi idea es hacer la génesis de la novela,
donde el personaje no sería Gabito, sino el libro.” Y vaya, hizo realidad su
sueño cinco años después, el 2001, en Tras las claves de Melquíades. Historia
de cien años de soledad. Un libro donde libera a los fantasmas que lo asediaban.

Uno de los aspectos que más me gustó del
trabajo de don Eligio, fueron los pormenores del lanzamiento de Cien años de
soledad y el papel que le cupo al libro de Luis Haars, Los nuestros, para el
conocimiento de la obra iniciática de García Márquez –así como del adelanto de
varias partes de la trama–. Eso para mí era una novedad. No lo había leído en
ninguna parte. Por lo menos con los detalles y la emoción que imprime el autor
en su texto, en ningún lado. Él hace partícipe al lector del acontecimiento. Lo
involucra. Resulta emocionante saber que, en una especie de cadena humana que
los vinculó, Haars es conducido por Cortázar a Vargas Llosa y García Márquez
comparece ante él gracias a Carlos Fuentes. Del mismo modo cómo certifica,
anotando las publicaciones, la influencia de Faulkner, Sófocles y Virginia
Woolf en Cien años de soledad. Una delicia conocer estos detalles.
Cuando acabé las primeras cien páginas, en
una lectura casi ininterrumpida –solo detenida para enviarle un mensaje de
texto a una amiga contándole mi entusiasmo por el hallazgo– ya era muy tarde.
Casi había consumido todos los caramelos de limón que había puesto en la mesa.
Salí del chifa con la garganta todavía adolorida y la vista embotada por el
esfuerzo, y con una serie de ideas que orbitaban a mi alrededor, pero estaba
contento. Había sido una lectura provechosa. Ya en casa, tumbado en el sofá,
degusté el resto. Y como al inicio, cada descubrimiento fue un gozo.
Por último: ¿Y por qué tituló Eligio
García Márquez su libro Tras las claves de Melquíades? Eso lo tendrá que
descubrir el propio lector leyéndolo. No se defraudará, se lo aseguro: está
cargado de pasión.
Freddy Molina Casusol
Lima, 11 de febrero
del 2015
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