La
prosa de Selenco es suave, sutil, como un susurro, parece una pluma pasada por
la oreja del lector. Vega gusta construir su edificio de palabras con
precisión, sin rugosidades y sin mayores sobresaltos; en su escritura lisa,
llana, en el calculado control sobre sus personajes, hay una invitación para
seguirlo en su peregrinaje narrativo.
En
esta oportunidad, el escritor hace uso de la segunda persona gramatical para
hurgar en la intimidad del protagonista (Ernesto –que podría ser él mismo
disfrazado–).
Ese
tipo de artilugios ha sido explorado por Carlos Fuentes en su excepcional La muerte de Artemio Cruz. Fuentes
utiliza alternativamente el Yo, el Tú y el Él; en cambio, Selenco Vega
experimenta con lo segundo.
En
Segunda Persona, se presencia a un aplicado
discípulo de Flaubert (al menos así lo veo); invisibiliza al productor de las
palabras y hace que la historia viva por su cuenta.
Después
de Orquídeas en el Paraíso de Enrique
Planas, no había tenido la oportunidad de repasar una buena novela breve. Con
ese influjo poético que le viene de Reinos
que declinan (2001), Selenco Vega nos ha regalado un instante de su mejor
literatura.
Freddy
Molina Casusol
Lima, 19 de marzo del 2016
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