martes, 13 de mayo de 2025

ASOCIACIÓN ILÍCITA

ES único en su género. Llama fuertemente el entramado el intercalado de citas en la redacción de los perfiles, la minuciosidad del autor en agotar todas las posibilidades de información que se extienden a las notas de pie de página, muy deliciosas, jalando la curiosidad del lector que desea en esa elongación conocer más detalles del asunto que se cuenta en el texto principal. Aguirre ha hecho las veces de arqueólogo textual y ha devuelto a la luz material bibliográfico y periodístico hundido en archivos; ha escarbado en el ciberespacio rescatando de blogs comentarios que ha evaluado e incorporado en el cuerpo mayor del texto y así negarles la indignidad del olvido. Empero, Aguirre cede en sus arrestos. Cede a la moda de los círculos poéticos que tienen a María Emilia Cornejo como un tótem. Participa, aunque ubicado en la asepsia del solo registro, en su desacralización. ¿Fue o no la poeta suicida autora de sus tres poemas (cuyo nacimiento fue reclamado por José Rosas Ribeyro, y tuvo como ocasional partero a Elqui Burgos)? (Las ventajas de la escogencia: si hay que cantar al amor, tenemos a la vista el Cancionero de Petrarca, La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre y La voz a ti debida de Pedro Salinas; más cerca: raptada por lo erótico, Extrasístole y Ad Libitum de Marita Troiano). La estrategia narrativa empleada por Aguirre en sus perfiles, se puede detectar en Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez: esconder al personaje y develar su rostro progresivamente para generar un aire de misterio desde el inicio. Para ese efecto el narrador dosifica la información. La novedad en Asociación Ilícita se puede encontrar en el acápite dedicado a Clemente Palma, el autor intercala citas de diferentes comentaristas y estudiosos de Palma en diferentes épocas. Aguirre es muy minucioso. Cruza información de las lecturas sobre sus biografiados. Aquí se nota una cuidadosa y precisa selección de citas. Presenta a los convocados como si fueran parte de una mesa redonda en torno a la obra de Palma. Los reúne y hace dialogar. El artilugio –que repite y alcanza su mejor desarrollo en el capítulo dedicado a Thorndike– le sirve para hacerlos confluir en un mismo espacio temporal. Una nota picante se encuentra en el acápite dedicado a Alberto Hidalgo. Hidalgo fue el mayor libelista que ha tenido el Perú. Sus escritos hacían delirar de ira a sus enemigos y víctimas. Ni Borges se salvó (lo recuerda en el prólogo de El otro, el mismo, Emecé, 1969). Pero Haya de la Torre fue uno de los blancos preferidos de Hidalgo. Le dedicó frases mordaces, hirientes, sarcásticas, cargadas de insidia y rencor. Aguirre consigna algunas, muy rotundas, pero hay una que nos quedó en la memoria y leímos en un libelo que nos alcanzó un bibliotecario de San Marcos: «A Haya lo pierde el ano». Brutal con el brulote el arequipeño cuando se le subía la nevada y la emprendía a tiros verbales con el desafortunado que se le cruzaba por el camino. Asociación ilícita es también subsidiario de ese intercambio flamígero de opiniones por quítame esas pajas que se suscitaba en los blogs hace veinte años. Peleas bobas que, vistas a la distancia, eran banales pero que sus protagonistas otorgaban importancia y dignidad en el circuito literario limeño. Aguirre se ha alimentado de esas reyertas, en las que el “maleteo” y la chaveta verbal estaban a la orden del día. Por último, en el balance general, los perfiles que presenta son muy parejos, no hay mayores desniveles, ha repartido bien la torta para todos. Todas reflejan parte de las discusiones en las cafeterías y bares de la ciudad, las cuales sirven de las veces como anecdotario para presentar a un autor en la Academia. Evoca –o repite– lo que se conoce de Scorza: un inescrupuloso en el mundo editorial, que, Rodolfo Hinostroza, en Pararrayos de Dios (2012), despacha; recuerda la quema de libros protagonizada por el filósofo-poeta Rubén Quiroz –a quien llaman “El hijito chuqui de Goebbels”–; retrata a poetas esquivas como Blanca Varela, y trae a la memoria a un Guillermo Thorndike que se vendía al mejor postor. Un fresco, una suerte de mosaico de la comidilla literaria de la ciudad, el libro de Aguirre se deja leer entre cervezas, una res de pisco o una copa de vino dependiendo la ocasión. Olé.

HECHOS Y OPINIONES ACERCA DE LA MUJER

  LA última vez me quiso dar con un rodillo de cocina porque dije una barbaridad y otras cosas más sobre las mujeres. Por eso, este libro, m...