jueves, 9 de abril de 2009

"LA GENERACIÓN DEL 50" de MIGUEL GUTIÉRREZ


La primera vez que leí el libro de Miguel Gutiérrez –La generación del 50: un mundo dividido– me pareció un libro peligroso. Mucho más peligroso que cualquier panfleto de Marx, Lenin o Engels divulgado con profusión, por aquel entonces, en San Marcos. Gutiérrez, en una curiosa aplicación del marxismo a la literatura, había escrito un ensayo que, por su poder de convicción, podía seducir a cualquier estudiante despistado que creyera que la única salida posible para todos los males del país era la revuelta social. Lo que más me disgustaba del libro era que el autor se las había ingeniado para, en una singular mezcla que combinaba a narradores y poetas con pensadores marxistas (de pronto, cuando uno estaba leyendo de lo más orondo un tópico literario, una especie de salto cualitativo lo hacía a uno tropezar con un análisis clasista del ambiente político o, peor, con un poema de Mao), difundir esta idea subrepticiamente. Recuerdo que por esos años en que salió La generación del 50 –a fines de los ochenta–, el país vivía un ambiente convulsionado: apagones, bombas en las calles, atentados terroristas a lo largo del país. Abimael Guzmán, el jefe inubicuo de Sendero Luminoso, se burlaba de los cercos policiales y sus huestes, aplicando la estrategia maoísta del campo a la ciudad, pretendían capturar el poder. Y San Marcos se había convertido, gracias al descuido de sus autoridades, en refugio de subversivos de todo pelaje que se pasaban la vida pintando la ciudad universitaria con lemas alusivos a la guerra popular y el accionar del MRTA en los vericuetos de la capital. La aparición del libro entonces no hizo sino agitar las aguas ya no de la marea político-social, bastante embravecidas por los conflictos sociales que caracterizaron al primer gobierno de Alan García, sino del ambiente literario-cultural. Recuerdo que un profesor y crítico literario, Luis Fernando Vidal, por esos días me pintó prácticamente a Miguel Gutiérrez como un sedicioso, a quien, en alguna oportunidad, cuando coincidieron en un conversatorio, le había dicho que midiera el tono de sus palabras pues tenían al frente un auditorio infiltrado con elementos de sospechosas simpatías senderistas. De Gutiérrez, por otra parte, decían las malas lenguas que era una especie de comisario cultural de Sendero, asunto que nunca ha sido comprobado y que ha quedado plenamente descartado por las investigaciones a las que ha sido sometido el autor. Han pasado cerca de 20 años desde que vio la luz la primera edición de La generación del 50: un mundo dividido, y Miguel Gutiérrez y sus editores han decidido, acertadamente, lanzar una segunda edición del libro que provocó las iras de la crítica especializada al ver catapultada en sus páginas la figura de Abimael Guzmán como un intelectual de la talla de Ribeyro o Pablo Macera. Esto último puede entenderse como un exceso de Gutiérrez tan parecido –claro está, salvando las distancias ideológicas– como el que tuvo Luis Alberto Sánchez con Haya de la Torre en su Literatura Peruana. Esta nueva edición que suplanta el color azul añil de la anterior por un amarillo ámbar y conserva el diseño de la carátula de Balmes Lozano –quien, curiosamente, no es mencionado esta vez en los créditos–, cuenta además con una nueva introducción del autor. La generación del 50 es, pasada la tempestad que lo censuró, no sólo un libro de imprescindible lectura por ser el testimonio de una época, sino porque Miguel Gutiérrez –quien se ha erigido, debido a la fuerza de su talento creativo, como uno de nuestros escritores mayores– sabe catar y decantar en igual nivel de significación la poesía y narrativa de la generación que ausculta. Un libro, en suma, que da cuenta de la aventura intelectual de un escritor peruano que, por el conjunto de su obra contenida en novelas y ensayos como La violencia del tiempo y La generación del 50, se ha ido convirtiendo con el transcurso de los años en el Victor Hugo de la literatura nacional.

Freddy Molina Casusol
Lima, 9 de abril de 2009




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