jueves, 5 de noviembre de 2009

LA MALA NOVELA DE AYN RAND

Soporífera. Así se podría calificar la novela de Ayn Rand, La Rebelión de Atlas (Grito Sagrado Editorial, 2007), que vendría ser la versión liberal de la literatura comprometida en el realismo socialista. Rand utiliza la empaquetadura del género novelístico para promover las ideas liberales, pero no consigue seducir a su lector. Mejor hubiese publicado un ensayo con todas esas ideas que, salpicadas, a lo largo del texto exhiben eso sí las dotes de una pensadora singular a favor del individualismo. Tenía razón Vargas Llosa, en el prólogo de El regreso del Idiota Latinoamericano, al calificar la novela de Rand como “mamotreto ilegible”. Y es que a esta filósofa ruso americana, quien se consideraba asimismo como novelista, no le interesa mucho –o no se da cuenta– que su novela sofoque esas ideas que quería difundir en las voces de Dagny, el hermano de ésta, James Taggart, y un inescrupuloso llamado Francisco d’Anconia, en torno al manejo de una ficticia línea ferroviaria Taggart Transcontinental. No entendemos cómo esta novela tiene una acogida entre ciertos sectores empresariales que la reciben con beneplácito –leímos hace un tiempo atrás en un revista local que un empresario extranjero, entusiasmado con su lectura, la repartió por centenares entre sus empleados–. Tal vez sea que el aprecio va por la identificación con las ideas o por la descripción que se hace de los resortes que mueven el mundo de los negocios. Seguramente. Porque si hablamos de las cuestiones de forma, el libro de Rand es un ladrillo inamovible que golpea, sin respetar las leyes de la elipsis, en la mente del lector para preguntar por un tal John Galt –un millonario, a quien se lo hace surgir como el personaje de una isla misteriosa y pérdida como es la Atlantida–. Nada le hubiera costado a Rand hacer una economía de palabras para ahorrarnos a los lectores el estar zambullidos en una prosa fatigosa para rescatar las ideas esenciales de su pensamiento. Una mala novela que ya, en su página 190 –son 1,251–, nos tienta a dejarla como la vemos: en medio de una hojarasca de texto.

Freddy Molina Casusol
Lima, 5 de noviembre de 2009

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