Su rostro achinado, con un aire oriental entremezclado con alguna de las razas cobrizas del Perú, inundó todo el cuadrilátero de la ventanilla de mi casa. Sin perder tiempo al verme, deslizó unas palabras amables que yo supe esquivar. Enseguida adiviné, viendo sus fachas y sus cuidados modales, que era un Testigo de Jehová. En ese momento yo no estaba con ánimos de recibir las palabras del Señor, así que le lancé antes de que continuara una frase de despedida.
Leyendo en mi cara que tenía todas las de perder y que lo mejor era dar vuelta atrás y tratar de encontrar en otra casa otra “víctima” para sus sermones, el hermano, acompañado por una hermana que, por el modo que se conducía y miraba –hacia los costados, como no muy contenta con el peregrinaje–, me dejó la revista oficial del grupo: “¡Despertad!”.
Ni bien se fueron, y a punto de continuar viendo la transmisión deportiva por la televisión, que había dejado inconclusa antes de su llegada, se me ocurrió husmear en el contenido de la revista. No pudo haber sido un encuentro más feliz. No porque haya encontrado en sus páginas súbitamente la gracia divina, sino porque leyendo sus primeros párrafos reconocí el nombre de un personaje que días atrás había captado mi atención en una publicación científica: William Paley.
Paley era un clérigo y teólogo inglés que en 1802 formuló una interesante razonamiento. Partiendo de la idea de que si al caminar por una senda se tropezara con una piedra, él concluiría que esa presencia se debía a un proceso natural; y que, por el contrario, si se encontrase con un reloj vería en éste un diseño con propósito.
En este sencillo ejemplo, que influenció en Charles Darwin –pero en sentido inverso– en su teoría de la evolución, se inicia el apasionante debate que hasta ahora sigue rondando la mente humana: ¿Somos producto de un diseño con un propósito o de la selección natural?
Dawkins en escena
Richard Dawkins es un etólogo –un estudioso del comportamiento animal que, para Mario Bunge, el filósofo argentino, es sólo un divulgador científico– que en 1976 se hizo conocido por un sugestivo y revelador libro El gen egoísta. En él planteaba que somos unas maquinas de supervivencia programadas para sobrevivir y cuyo propósito es perpetuar la existencia de los genes de nuestros cuerpos.
Posteriormente Dawkins escribió un libro llamado The Blind Watchmaker (El relojero ciego), en el que actualiza la teoría de la evolución de Darwin con información nueva y en el que recuerda, justamente, a William Paley, el teólogo inglés, a quien acuden –entre otros– los Testigos de Jehová para dar fe de la existencia de un diseño divino en la creación del mundo.
Pero el asunto no queda aquí. Dawkins, en el 2006, publicó un libro titulado The God Delusion (La falsa ilusión de Dios), en el que razona, entre otras cosas, una existencia donde no haya religión y pidiendo que el lector imagine un mundo sin conflictos como el de Israel y Palestina, cruzadas y/o cacería de brujas como en el pasado.
Éste último libro y los dos anteriores, El gen egoísta y El relojero ciego, son un ataque en regla a las tesis creacionistas que consideran que el universo tiene un diseño con propósito, y que detrás de esto está Dios.
¿Creo Dios al hombre con un propósito?
Según la Biblia, Dios se tomó cinco días para crear todo lo que existe actualmente sobre la tierra; y en el sexto, creó al hombre. La Iglesia Católica tratando de ajustarse a los tiempos modernos para no aparecer como anacrónica, concibió en la época de Juan Pablo II, una singular idea para acomodarse a los nuevos modos de explicar nuestra presencia en el planeta.
Según los padres de la ortodoxia romana, Dios le dio el soplo divino al primer hombre que tenía capacidad de raciocinio y se podía distinguir de sus primos hermanos, los simios. Así, de esta forma ingeniosa, empalmaban la teoría de la evolución de Darwin y el dogma cristiano que hacía aparecer a Adán súbitamente sobre la faz de la tierra.
Pero hecho esto, ¿cuál es el propósito de su existencia? Para los Testigos de Jehová, Dios hizo a los seres humanos como expresión de su amor. Sin embargo, dicen que “aunque el propósito original de Dios se truncó momentáneamente (haciendo alusión a la caída del hombre en el Paraíso, debido al pecado de Adán), la Biblia garantiza que se realizará en el futuro”.
O sea, no ofrecen una respuesta teológica satisfactoria a este hecho divino y probablemente la posterguen hasta el Día del Juicio Final.
Un ateo convicto y confeso
Para Dawkins lo anterior no es ningún problema. Él es un ateo convicto y confeso. Para él la explicación del universo sigue las leyes de la lógica y el razonamiento, expresadas en la teoría de la evolución y la selección natural, la cual está justificada en los hallazgos científicos de los paleontólogos.
Dawkins desmonta en su God Delusion las tesis creacionistas. Él cree que el origen del desencuentro del hombre con las posiciones a favor de la evolución se debe a su creencia o apego al dogma religioso que le impide ver la existencia humana como algo fuera de lo divino.
Sin embargo, ésta última debe deberle algo a lo metafísico, a algo que escape de la razón. Si no cómo entender, por ejemplo, las teorías de la reencarnación en las culturas orientales que pretenden darle un sentido al paso del hombre sobre la tierra, a través del ensayo y el error por diversas vidas hasta encontrar la perfección y confundirse, finalmente, en el mar llamado Dios.
Lo que queremos decir es que Dios, el Karma, el destino, o como quiere llamársele, tiene un espacio en nuestra existencia, el cual no puede alcanzar a comprenderse a partir de razonamientos lógicos, pues la certeza de Dios es un acto sencillamente de fe.
Epílogo
Ya no he vuelto a ver al amable Testigo de Jehová que tocó mi puerta hace algunas semanas. A veces, cuando observo a un grupo de sus colegas, todos elegantemente vestidos, golpeando discretamente las puertas de las casas en la búsqueda de un nuevo converso, trato de reconocer en alguno de ellos el rostro cobrizo que quiso llevar a mi vida la palabra de Dios. La verdad me gustaría conversar con él, agradecerle porque me hizo pensar en la existencia divina y la evolución humana a partir de un cotejo de ideas –aunque se me haya visto herético en algunas partes–.
El relojero ciego de Dawkins –título con el quiso festejar el caos sin propósito de la creación, ironizando con el concepto del relojero de Paley que daba cuenta de un diseño deliberado– es un ejemplo de cómo el hombre ha alcanzado altas cotas de pensamiento en su propósito de explicar el origen inicial y de cómo el enigma de la creación –desde los tiempos del Big Bang– es todavía un coto cerrado para la comprensión humana.
Mientras no se descorra este velo, Dawkins y sus partidarios van a tener que compartir la explicación del universo con aquellos que la entienden como un hecho divino. Lo van a tener que hacer a pesar de su disgusto y nadie sabe si estén condenados a esto hasta el fin de los tiempos.
Freddy Molina Casusol
Lima, Enero del 2010
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