lunes, 12 de abril de 2010

RECUERDO DE HAYA Y UN LIBRO

LA ÚNICA vez que vi a Haya de la Torre sería en 1978, cuando ejercía la Presidencia de la Asamblea Constituyente. Salió unos segundos por uno de los balcones del Congreso de la República, en circunstancias que pasaba la Procesión del Señor de los Milagros. La gente que lo reconoció coreó su nombre: “Haya, Haya, Haya”. Haya respondió el saludo agitando un pañuelo con la mano. Menos de un año después moriría en su lecho de enfermo, a la venerable edad de 84 años. Por ese entonces, ya se le consideraba un patriarca y leyenda viva del APRA –Alianza Popular Revolucionaria Americana–, que Luis Alberto Sánchez, Armando Villanueva –aún vivo– y Manuel “Cachorro” Seoane, lo ayudaron a fundar. Recuerdo mucho, como si fuera ayer, cuando una tía, que era profesora y tenía amistades apristas, me llevó una noche a la Casa del Pueblo de Alfonso Ugarte. Eso me hizo sentir como una persona grande, pues siendo aún un niño de unos diez años, ya pisaba un lugar para mayores. Recuerdo que lo primero que hice una vez traspuse el umbral del Partido del Pueblo –como así se autodenominaba y se sigue denominando el Apra–, fue dirigirme a las mesas de ajedrez donde se podía ver filas de aficionados concentrados en el juego. A mí me gustaba mucho el ajedrez, de modo que mientras el olor a madera añeja se filtraba en mis narices y me parecía enorme el local del partido, yo ya me sentía ganado por las ideas de Haya que aún no conocía. La segunda vez que fui a la Casona de Alfonso Ugarte, la cosa fue totalmente distinta. Haya había muerto y el partido se había dividido en dos. Se celebraba el “Día de la Fraternidad” y un muchacho de mi barrio me llevó al mitin del Apra. “Haya o no Haya, Haya será”, “Víctor Raúl, Víctor Raúl, Víctor Raúl”, vociferaba el gentío. Como yo era más curioso que el muchacho que me había llevado –que era varios años mayor que yo–, le pedí a éste que me condujera a la Plaza San Martín (no conocía bien Lima), donde en esos instantes Andrés Townsend Ezcurra, quien había sido expulsado del Apra, había convocado otro para demostrar que la mitad del partido estaba con él. “El Apra está en las calles y no en Alfonso Ugarte”, coreaban los partidarios de Townsend. La verdad, comparando ambos mítines, el de Alfonso Ugarte y la Plaza San Martín, estaban muy parejos. En los dos había una asistencia masiva, desbordante. Por otra parte, como a muchos les ha ocurrido de jóvenes, a mí el Apra me atraía, por esa aura de grandeza que tenía, por lo que se decía de ella y por lo que significaba su Jefe Máximo Víctor Raúl Haya de la Torre para el Perú. Todavía late en mi memoria la envidia que tenía cuando veía desfilar a los “chapistas”, es decir los chicos del Apra, con sus antorchas –con la forma de la estrella de cinco puntas aprista– por las calles de mi barrio de La Perla, en el Callao. Yo quería ser como uno de ellos. Luego me acostumbraría a no serlo –y ahora me alegro no haberlo sido nunca–. En mi etapa escolar, recuerdo, haber leído por primera vez El Antiimperialismo y el Apra, en la edición oficial del partido: la de tapa roja y con la estrella adornando una esquina de la carátula. Después de su primera lectura, ya estaba de acuerdo con las ideas de Víctor Raúl y había que hacer la revolución indoamericana. Ya en la universidad –San Marcos– tuve que apaciguar mis simpatías por el Apra, pues ésta era vista por los estudiantes como la bestia negra que había que aniquilar. Luego, no sé si a punta de una lectura de todos los textos acerca del debate Haya-Mariátegui (con los cuales nos embutían los militantes izquierdistas en la universidad, para convencernos de que las ideas del Amauta eran superiores a las de Haya de la Torre), o porque poco a poco me persuadí de que éstas no servían –el puntillazo final me lo dio Víctor Hurtado con su desconcertante Hayismo–leninismo, conjunto de punzantes artículos periodísticos que desnudaban la dualidad ideológica del fundador del aprismo–, mudé de ideas. Desde entonces, no he tenido ningún acercamiento al Apra ni a su pensamiento. Esto hasta hace algunas semanas cuando llegó a mis manos un libro editado por el Congreso de la República. El libro Haya de la Torre y la unidad de América, antología de textos que nos acerca al primer Haya, auroral, juvenil, que escribió como manifiesto de batalla “¿Qué el Apra?” –que el cubano Julio Antonio Mella satirizó en su momento con su “¿Qué es el Arpa?”–, y que propugnaba la idea de bloques continentales, adelantándose a planteamientos como los de la Comunidad Europea, merece leerse. Aunque ahora yo no tengo ninguna simpatía por el Apra, porque muchas de sus ideas –pasadas del ideario a la acción, especialmente durante el primer gobierno de Alan García–, pienso, fueron nefastas para el país, creo que este libro de Haya es bastante recomendable para discutirlas y tener un panorama general respecto a su pensamiento. Un libro que nos permite también, por qué no decirlo, entendernos a nosotros como peruanos.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 3 de Abril de 2010

 

El sueño del libertador. Haya de la Torre y la unidad de América. Selección, introducción y cronología de Luis Alva Castro

Antología de homenaje. Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2004.


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