LA ÚNICA vez que vi a Haya de la
Torre sería en 1978, cuando ejercía la Presidencia de la Asamblea
Constituyente. Salió unos segundos por uno de los balcones del Congreso de la
República, en circunstancias que pasaba la Procesión del Señor de los Milagros.
La gente que lo reconoció coreó su nombre: “Haya, Haya, Haya”. Haya respondió
el saludo agitando un pañuelo con la mano. Menos de un año después moriría en
su lecho de enfermo, a la venerable edad de 84 años. Por ese entonces, ya se le
consideraba un patriarca y leyenda viva del APRA –Alianza Popular
Revolucionaria Americana–, que Luis Alberto Sánchez, Armando Villanueva –aún
vivo– y Manuel “Cachorro” Seoane, lo ayudaron a fundar. Recuerdo mucho, como si
fuera ayer, cuando una tía, que era profesora y tenía amistades apristas, me
llevó una noche a la Casa del Pueblo de Alfonso Ugarte. Eso me hizo sentir como
una persona grande, pues siendo aún un niño de unos diez años, ya pisaba un
lugar para mayores. Recuerdo que lo primero que hice una vez traspuse el umbral
del Partido del Pueblo –como así se autodenominaba y se sigue denominando el
Apra–, fue dirigirme a las mesas de ajedrez donde se podía ver filas de
aficionados concentrados en el juego. A mí me gustaba mucho el ajedrez, de modo
que mientras el olor a madera añeja se filtraba en mis narices y me parecía
enorme el local del partido, yo ya me sentía ganado por las ideas de Haya que
aún no conocía. La segunda vez que fui a la Casona de Alfonso Ugarte, la cosa
fue totalmente distinta. Haya había muerto y el partido se había dividido en
dos. Se celebraba el “Día de la Fraternidad” y un muchacho de mi barrio me
llevó al mitin del Apra. “Haya o no Haya, Haya será”, “Víctor Raúl, Víctor
Raúl, Víctor Raúl”, vociferaba el gentío. Como yo era más curioso que el
muchacho que me había llevado –que era varios años mayor que yo–, le pedí a
éste que me condujera a la Plaza San Martín (no conocía bien Lima), donde en
esos instantes Andrés Townsend Ezcurra, quien había sido expulsado del Apra,
había convocado otro para demostrar que la mitad del partido estaba con él. “El
Apra está en las calles y no en Alfonso Ugarte”, coreaban los partidarios de
Townsend. La verdad, comparando ambos mítines, el de Alfonso Ugarte y la Plaza
San Martín, estaban muy parejos. En los dos había una asistencia masiva,
desbordante. Por otra parte, como a muchos les ha ocurrido de jóvenes, a mí el
Apra me atraía, por esa aura de grandeza que tenía, por lo que se decía de ella
y por lo que significaba su Jefe Máximo Víctor Raúl Haya de la Torre para el
Perú. Todavía late en mi memoria la envidia que tenía cuando veía desfilar a
los “chapistas”, es decir los chicos del Apra, con sus antorchas –con la forma
de la estrella de cinco puntas aprista– por las calles de mi barrio de La
Perla, en el Callao. Yo quería ser como uno de ellos. Luego me acostumbraría a
no serlo –y ahora me alegro no haberlo sido nunca–. En mi etapa escolar,
recuerdo, haber leído por primera vez El
Antiimperialismo y el Apra, en la edición oficial del partido: la de tapa roja
y con la estrella adornando una esquina de la carátula. Después de su primera
lectura, ya estaba de acuerdo con las ideas de Víctor Raúl y había que hacer la
revolución indoamericana. Ya en la universidad –San Marcos– tuve que apaciguar
mis simpatías por el Apra, pues ésta era vista por los estudiantes como la
bestia negra que había que aniquilar. Luego, no sé si a punta de una lectura de
todos los textos acerca del debate Haya-Mariátegui (con los cuales nos embutían
los militantes izquierdistas en la universidad, para convencernos de que las
ideas del Amauta eran superiores a las de Haya de la Torre), o porque poco a
poco me persuadí de que éstas no servían –el puntillazo final me lo dio Víctor
Hurtado con su desconcertante Hayismo–leninismo, conjunto de punzantes
artículos periodísticos que desnudaban la dualidad ideológica del fundador del
aprismo–, mudé de ideas. Desde entonces, no he tenido ningún acercamiento al
Apra ni a su pensamiento. Esto hasta hace algunas semanas cuando llegó a mis
manos un libro editado por el Congreso de la República. El libro Haya de la
Torre y la unidad de América, antología de textos que nos acerca al primer
Haya, auroral, juvenil, que escribió como manifiesto de batalla “¿Qué el Apra?”
–que el cubano Julio Antonio Mella satirizó en su momento con su “¿Qué es el
Arpa?”–, y que propugnaba la idea de bloques continentales, adelantándose a
planteamientos como los de la Comunidad Europea, merece leerse. Aunque ahora yo
no tengo ninguna simpatía por el Apra, porque muchas de sus ideas –pasadas del
ideario a la acción, especialmente durante el primer gobierno de Alan García–,
pienso, fueron nefastas para el país, creo que este libro de Haya es bastante
recomendable para discutirlas y tener un panorama general respecto a su
pensamiento. Un libro que nos permite también, por qué no decirlo, entendernos
a nosotros como peruanos.
Freddy Molina Casusol
Lima, 3 de Abril de 2010
El sueño del libertador.
Haya de la Torre y la unidad de América. Selección, introducción y cronología
de Luis Alva Castro
Antología de homenaje. Fondo
Editorial del Congreso del Perú, 2004.
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