miércoles, 12 de enero de 2011

LA “NIÑA MALA” DE VARGAS LLOSA

Vargas Llosa ha creado en esta novela, Travesuras de la niña mala, el arquetipo de la mujer desleal y sin escrúpulos. “Lily, la chilenita”, al final, encuentra, después de tantas cabriolas en la vida, redención en los brazos de Ricardo, el único que la amó con desinterés. Empero, Vargas Llosa ya había boceteado una antiheroína de esas características en otra novela. ¿En cuál? En Lituma en los Andes, con Mechita, la chica del cantito piurano que fue ofrecida en prenda jugando a los dados en La Chunga, y que aparece y desaparece –dejándolo loco de amor– en la vida de Tomasito Carreño, el lugarteniente del cabo Lituma, en la mítica Naccos, escenario alejado y pedestre de los andes peruanos, donde se encuentra destacado. En Travesuras, el escritor escruta, como si fuera un tratado sobre el amor, los extraños vericuetos a los que conduce la pasión amorosa. Recuerda en esas fatalidades a las que somete a Ricardito, en su terco amor por la niña mala, las penas y decepciones retratadas en Justine o los infortunios de la virtud de Sade, que, como bien se sabe, recrea las desgracias y tristezas de su protagonista, Justine, quien –cándidamente– trata de enfrentar la vida siguiendo una correcta línea de conducta, pero que, a lo largo de una existencia plagada de contratiempos, crueldades y perversidades, es, a cada instante, desdecida para encumbrar otro modelo de vida en los que el arribismo, el tomar ventaja sobre los demás y la astucia son coronados con el éxito, los cuales, curiosamente, son encarnados por Juliette, su hermana mayor. Por otra parte, Vargas Llosa ha escrito una obra maestra, utilizando todos los artificios de la técnica literaria que él domina bien, para mantener en vilo a su lector. Si de él se dudaba, por ejemplo, que la cuestión erótica no era plenamente satisfactoria en obras como Elogio de la madrastra o Los cuadernos de don Rigoberto, esta vez el escritor demuestra, a través del dato escondido, el retardo del tiempo en el desarrollo de la acción ficticia y las elipsis, su destreza en este terreno. ¿Pero qué más hay en esta novela de Vargas Llosa? Hay el cumplimiento de un sueño, de un deseo. En alguna oportunidad el escritor peruano manifestó su anhelo de escribir una novela tomando como materia sus recuerdos parisinos. Si Travesuras de la niña mala, con el fondo de París, es aquella que imaginó, entonces ha cumplido con creces esa aspiración. Porque en ella se puede respirar las calles, los olores y los restaurantes de una ciudad que lo fue todo para Vargas Llosa cuando era un aprendiz de escritor y no pensaba ganar el premio Nobel. Asimismo, el final de Travesuras de una niña mala, es también un homenaje a la labor de creación de un escritor. Cuando la niña mala –o Lily la chilenita, la camarada Arlette, Mme. Robert Arnoux, Mrs. Richardson, la ex amante del japonés Fukuda y la que le robó el marido a Martine– le dice, al borde de la muerte y hecha un despojo humano, debido a la enfermedad terminal que la consumía lentamente, que la historia de amor de ambos era tema para una novela, el creador de la materia ficticia se engulle a sí mismo y termina descubriendo su raíz más íntima: la de ser un escritor. Una novela hecha, pues, por momentos, con pasión desbordante –y espléndidos toques de humor que desarrollan la línea trazada en Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia...– y que sólo un maestro del idioma como Vargas Llosa podía hacer.

Lima, 11 de enero del 2011

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