La única vez que la vi fue en Junio de 1986. Había sido
invitada a la Semana
de Integración Cultural Latinoamericana (SICLA). Larga, delgada, blanca como un
amanecer, bellísima como una madonna, allí estaba Gioconda Belli en una mesa del
Hotel Crillón, acompañada por dos o tres poetas, cuyos nombres ya no recuerdo. Tiempo
atrás había leído algunos poemas suyos, sobre todo el impactante «Reglas del
juego para hombres que quieran amar mujeres mujeres». Lo había leído completo
en un suplemento cultural ahora desaparecido, y desde ese momento quedé
seducido por su vigorosa personalidad femenina.
Porque Gioconda Belli no sólo es intensa, sino que, también,
contraría esas leyes no escritas de la dialéctica de la poesía, aquellas que
indisponen y someten la forma al contenido para obedecer al compromiso social.
Expresión viviente de lo que cierta versificación poética es
capaz de hacer: transformar la materia más espuria en poesía pura, la Belli es la personificación de
lo que Simone de Beauvoir avizoraba en El
segundo sexo, una mujer libre, fuerte y emancipada; pero, al mismo tiempo,
tierna, dulce y maternal, capaz de vencer la resistencia de cualquier hombre
escurridizo al amor de una hembra, sobre todo de una hembra transgresora de la
sociedad patriarcal.
En esta su personalísima antología, Escándalo de miel (2009), Gioconda Belli invierte el signo de eso
que Patricia Kaas titulaba en una canción: “This is a man’s world” –“Este es un
mundo de hombres”–. De entrada lo marca con su “Y Dios me hizo mujer”, que
recuerda, por el título, la película de Roger Vadim, “Y Dios creó la mujer”,
protagonizada por Brigitte Bardot –quien como la Belli erotiza con su cuerpo hecho metáfora la audiencia masculina–.
En esta muestra, por otra parte, hay dos momentos con los que
esta poetisa –aunque no se lo proponga– estimula la lubricidad del otro sexo.
El primero se encuentra en el poema “Recorriéndote”. Ella
declama en la mitad del poema: «[quiero] irte besando, mordiendo/ hasta llegar
allí/ a ese lugarcito –apretado y secreto– que se alegra ante mi presencia/ que
se adelanta a recibirme/ y viene a mí/ en todo su dureza de macho enardecido».
Como hemos podido
apreciar son pocas mujeres que se atreven a evidenciar ese tipo de confesiones.
Quizás la peruana Marita Troiano en Extrasístole
o Almudena Grandes en La edades de Lulú
se acerquen a esa intencionalidad (en realidad, esta última hace algo mucho más
atrevido al describir el sabor de un falo en la novela).
El segundo está en “Anoche”: «[Abría los ojos/y todavía
estabas como herrero/ martillando el yunque de la chispa/ hasta que mi sexo
explotó como granada».
Gioconda Belli sabe ser, pues, una hembra lujuriosa, capaz
de gritar sus orgasmos a medio mundo.
Pero de todos sus poemas, el más bello es «Reglas del
juego…» (poema que, en mi opinión, alcanza las cimas alcanzadas por el poema
veinte de Neruda)–: “El hombre que me ame/ reconocerá mi rostro en la
trinchera/rodilla en tierra me amará/mientras los dos disparamos juntos/contra
el enemigo”.
Aquí la poetisa demuestra que su compromiso político va de
la mano del hombre que ha escogido para amar. Un compromiso que no la ha atado
de manos para escribir en el aire un canto a la libertad.
En fin, el lector se puede deleitar con la poesía de
Gioconda Belli en este volumen envuelto en fragancia de mujer, una fragancia
embriagadora que ni la misma alquimia de Circe hubiera podido lograr.
Freddy Molina Casusol
Lima, 25 de julio de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario