ES UN BUEN LIBRO. Descubre el verdadero rostro de Alejandro Toledo y su
mujer Eliane Karp. El autor se ha tomado la molestia de cruzar información y
mostrar pruebas concluyentes. Pero nadie le ha hecho caso; su denuncia no ha
tenido ningún eco. Más bien, por allí se ha recordado, para descalificarlo, su
oscuro pasado con el gobierno de Fujimori, cuando se entendía bien con
Vladimiro Montesinos para coordinar los contenidos de un importante programa
televisivo. No obstante, Historia de dos aventureros (2005)
podría pasar perfectamente como un modelo de periodismo de investigación, al
nivel –tal vez en una versión reducida– de los trabajos de Oppenheimer o de
cualquier otro periodista de prestigio. Para escribirlo Umberto Jara se ha
tomado su tiempo, como debe hacerse en este tipo de investigaciones, sopesando
la información, conteniendo la respiración ante cada nuevo descubrimiento,
pista o hallazgo. Lamentablemente tuvo que conformarse, debido a sus malos
antecedentes o a que el momento no era propicio (el fiscalizado ocupaba el
sillón presidencial), a que ninguna editorial de importancia lo publicara. De
allí que no figure en Historia el nombre de una editorial y sí
el del tiraje: 15.000 ejemplares, como para asegurarse que alguno llegara de
todas maneras a las manos de Toledo. O también se puede pensar sobre esto
último –esta es otra lectura– que quien se encargó de hacerla –quizás un
enemigo del expresidente–, la financió para, utilizando las indagaciones de
Jara, dañar su reputación. De cualquier forma, uno no puede dudar de la buena
pluma del escritor de Historia de dos aventureros. Es un buen
narrador. Si su propósito era llevar de la mano, desde el comienzo hasta el
fin, al lector con su relato, lo ha cumplido con creces. Jara lo entretiene y
mantiene en vilo, pero sobre todo –y eso es lo que más importa– saca a la luz
las mentiras de Toledo, aquellas que, por un mal entendimiento de los peruanos
de lo que es la benevolencia, le han perdonado. Toledo, para empezar, nunca
estudió Economía en Harvard. (Es, sí, doctorado en Stanford, pero en Educación,
desde 1992; antes, en 1972, obtuvo una maestría en esa misma universidad en
Educación y, en 1974, la de Economía de Recursos Humanos.) Pero su mentira
mayor fue presentarse como “profesor” de esta universidad. Esto lo hizo por
primera vez en 1995, cuando fue candidato a la Presidencia de la República, enfrentando a Fujimori, quien ganó esa elección,
quedando muy rezagado con apenas tres puntos porcentuales. “Nunca fue profesor
de Harvard –escribe Jara–. Solo [fue] un investigador visitante que pagó por su
matrícula en un instituto al que podía acceder cualquier profesional para
escuchar clases, leer o investigar los temas de su elección sin el extenuante
rigor académico de los matriculados en las carreras regulares”. “Cuando la
prensa –prosigue el periodista en su descripción del personaje– lo enfrentó con
las evidencias, Toledo afirmó tener los cheques con los pagos hechos por
Harvard y se comprometió a mostrarlos. En el instante de afirmarlo sabía que
nunca los iba a exhibir porque no existían, pero lo dijo con una convicción de
militante y esa audacia llevó la mentira al confuso cajón de las dudas. Había
aprendido que, en política, lo que cuentan son las imágenes, los fulgores, la
confusión del tumulto”. Mejor dicho, los peruanos, si damos credibilidad a lo
indagado por Jara, fuimos víctimas de un embauque. Pero el asunto no queda allí
nomás. Su mujer, Eliane Karp le siguió los pasos en estas malas artes. Apurada
por conseguir financiamiento de una lujosa casa en La Molina, engañó a
Eugenio Bertini, funcionario del Banco de Lima Sudameris, firmando un documento
donde decía que estaba casada con Toledo. Lo hizo porque era la única manera de
conseguir un préstamo de esta entidad bancaria: afirmando en 1997 que todavía
mantenía una sociedad conyugal con su exmarido –de quien se divorció en 1992 y
con quien se volvió a casar, discretamente, en el año 2000–. Es decir, cometió
un delito[1]. Karp y Toledo eran, pues, una pareja de
inescrupulosos que podían valerse de cualquier artimaña para conseguir sus
objetivos, como ocurrió en el caso de las firmas falsas en que se vio
involucrado el partido del expresidente, Perú Posible, que, junto a otras
agrupaciones políticas –entre ellas Perú 2000, que alentaba la re-reelección de
Alberto Fujimori–, sorprendentemente habían superado para su inscripción el
medio millón de firmas, las cuales, en las sumas y restas hechas por Jara ese
año 2000, llegaban en conjunto a los veintidós millones –seis menos que la
totalidad de habitantes del país–, cosa que no hubiera sido posible sin una
“fabrica de firmas” y la participación de Montesinos y el Servicio de
Inteligencia Nacional. “Si se quiere ver desde otro ángulo –advierte Jara–, se presentaron
más firmas que el padrón de electores que suma 14 millones”. Audios, atestados
policiales, conversaciones con un extraño informante, Markus Wolf –reedición de
“Garganta Profunda”–, le sirvieron a Umberto Jara para reconstruir el
itinerario político del hombre que se comprometió con el rescate de la
democracia en tiempos de dictadura y se erigió como el nuevo “Pachacutec”. Un
hombre plagado de falsedades que nos recuerdan que en política no siempre los
más idóneos son los que la ejercen. Quizás, por último, en algunas partes de su
investigación Jara haya cometido inexactitudes –señaladas por el periodista Gustavo
Gorriti como desinformación–, y que no sea la persona más idónea para poner al descubierto la
mascarada de la expareja presidencial, puesto que la verdad en él –como reza un
viejo dicho– suena dudosa; pero lo que ha hecho al escribir este libro, es un
servicio a la sociedad para que, con información en la mano, en una próxima
oportunidad no se deje engañar por la voz engolada de un falso inca y de una
mujer belga “progresista” hablando un quechua improvisado, cuyo propósito en la
vida, tal como se desprende de la lectura del texto, es en realidad alimentar
la vanidad del poder.
Freddy Molina Casusol
Lima, 5 de julio del 2012
[1] Beto Ortiz en su
libro Maldita Ternura (2004) presenta a Eliane Karp con el
nombre cambiado de Julianne Park, pidiendo que le den las respuestas de una
encuesta televisiva sobre cultura nacional. Con ellas, aprendidas de memoria,
apareció en el programa de Ortiz, Beto a saber, engañando al
electorado que la vio y que creyó en la campaña del 2000, que tenía un profundo
conocimiento del país. Ver Maldita Ternura,
Beto Ortiz, Alfaguara, pp.82–85.
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