viernes, 5 de abril de 2013

CARTAS A HITLER

¿Qué hizo que los alemanes apoyaran durante la segunda guerra mundial a Adolf Hitler? ¿Qué tan cierto es que el líder alemán los sedujo tan solo con el poder de su oratoria hasta arrastrarlos a una conflagración bélica por toda Europa? Este libro del historiador Henrik Eberle, Cartas a Hitler (Tempus, 2009), nos da algunas respuestas. Nos permite penetrar en la conciencia de los alemanes de a pie. En los campesinos, estudiantes, amas de casa y fervorosos simpatizantes del nacionalsocialismo. Cuando uno recorre sus páginas, causa asombro saber cómo la semilla del antisemitismo estuvo sembrada en el pueblo alemán. Uno puede entender al examinarla que lo ocurrido en esos años fue consecuencia de una manera de pensar instalada en la conciencia del demos germano. Hitler sería simplemente una expresión de ese ideal. Una parte de las cartas reproducidas en este libro refleja un odio al judío. Delación, pedido de exterminio, denuncias, aparecen indistintamente en contra de ellos. Estas misivas, rescatadas de los archivos soviéticos donde yacían guardadas, eran respondidas en algunos casos por Rudolf Hess –el segundo hombre de importancia del partido nazi– y Alberto Bormann, director de la cancillería privada. En ellas, se puede ver la relación –tantas veces negada– de Hitler con el esoterismo y la astrología, y que investigadores como Trevor Ravenscroft (Hitler: La conspiración de las tinieblas), han estudiado con detenimiento. Aparecen cosas curiosas como, por ejemplo, los pedidos hechos al jerarca nazi para autorizar el uso comercial de su nombre en marcas de cigarrillos, autorización que, por supuesto, el Führer negó. Frascos de miel –para aliviar “su enorme gasto de energía física y mental– y huevos de Pascua con notas de agradecimiento, le eran enviados también por sus más fervorosos devotos. Sin embargo, el autor del libro señala que si bien es cierto había “calcetines, tartas, cuadros, maquetas de barcos”, “lo más valioso que podían obsequiarle sus seguidores era un poema”. El libro reproduce varios de ellos donde la sujeción a su figura era incondicional. Pero no sólo estos se manifestaban, sino que organizaciones religiosas como los Testigos de Jehová expresaban al mismo tiempo su protesta por el recorte de las libertades religiosas en la Alemania Nazi. Cuenta Eberle que fueron mil doscientos miembros de esa congregación que murieron en un campo de concentración o bajo el filo de una guillotina. En conclusión, este libro nos permite echar una ojeada en la conciencia alemana de la época, en las mujeres, niños, hombres, que siguieron a Hitler hasta ver a su país en ruinas, y que a pesar de la catástrofe que se avecinaba en abril de 1945 todavía seguían confiando en él. Tal vez una explicación –a modo de colofón de esta reseña– sea intentar una explicación de su ascenso en el poder. Quizás esto tenga que ver, como tantas veces se ha dicho, con lo injusto que significó para el pueblo alemán el Tratado de Versalles. El rechazo a este tratado es, sin duda, uno de los elementos que permiten entender el apoyo multitudinario que Hitler tuvo en vida (retratado por la documentalista Leni Riefenstahl en “El triunfo de la voluntad”). Él encarnaba el resurgimiento de una nación herida en su orgullo, pero un orgullo cargado de un odio visceral en contra del judío –a quien vieron como el responsable de sus males– que al final se fue en contra suya. Estas Cartas a Hitler nos recuerdan esa parte negra de la historia contemporánea que debemos evitar: la de la guerra y el racismo más feroz.

Freddy Molina Casusol 
Lima, 5 de abril del 2013

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