martes, 28 de octubre de 2014

LA PROSA PERIODÍSTICA DE JON LEE ANDERSON

COMPRÉ el libro con desgano, sin estar plenamente convencido de sus bondades. Es que yo no me guío en mis lecturas por las modas, yo sigo mis propios juicios. Tenía noticias de Jon Lee Anderson por un periodista en las redes sociales. Me había topado con algunos de sus artículos en revistas del medio, pero no le había hecho mayor caso. (Anteriormente, Kapuscinsky, no me había convencido.) Pero, peor, ver publicado El dictador, los demonios y otras crónicas, de Lee Anderson, en el sello de Anagrama, me parecía un poco frívolo. Debía ser que Herralde, su director y editor, me recordaba el premio del mismo nombre que le dieron a Bayly, un escritor más inclinado al escándalo que al ejercicio serio de la escritura.
El asunto es que, hasta el otro día, yo me quedaba, en cuanto a crónicas y reportajes, con García Márquez, Vargas Llosa y Tomás Eloy Martínez. Pero luego de leer a Lee Anderson mi percepción cambió.
¿Cómo calificar su prosa periodística? Cuando empecé a desmenuzar el primer perfil de su libro, el muy celebrado de Pinochet, me “enganchó” la entrada (“Sólo he sido un aspirante a dictador”). “Bien –pensé–, buen lead”. Luego, el efecto de retardo de la acción en el relato –un recurso literario que se encuentra en los novelistas– hecho sin apuro. El manejo en paralelo de la historia y sus escenarios evoca levemente la técnica de escritores como John Dos Passos y Vargas Llosa –que lo llama “la técnica de los vasos comunicantes”–, bien logrado.
Anderson se sabe no solo poseedor de un talento natural, sino que se preocupa por esmerilarlo. En las descripciones de sus “perfilados”, además, balancea la información (ítem que ciertos periodistas, ganados por compromisos políticos, parecen haber descuidado) y recoge el testimonio de los bandos en conflicto. Luego deja que el lector saque sus propias conclusiones. Como debiera ser.
Lee Anderson ha planeado este libro con la intención de proyectar un halo de luz en la oscuridad de la vida de sus biografiados (desde Hugo Chávez hasta el rey Juan Carlos I de España).
¿Cómo calificar, entonces, su prosa periodística? De brillante, forjada en el fragor de la búsqueda de la verdad. Qué diferente sería el periodismo si los que viven de él, tuvieran como Anderson el escrúpulo de la honestidad a la hora de escribir y publicar. Otro sería su destino y otros sus lectores.

Freddy Molina Casusol 

Lima, 28 de octubre del 2014


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