HASTA que leí a Héctor Abad Faciolince no entendía bien el por qué algunos escritores jóvenes y vendedores de libros detestaban a Paulo Coelho. Yo atribuía esa aspereza a un asunto de esnobismo, a un sentirse superior sobre un escritor de gran éxito de ventas y con un gran público que consumía sus novelas como como Verónika quiere morir o Brida. En otras palabras, la envidia. Pero no le daba importancia, miraba con el rabillo de los ojos esas conductas que me llevaron, en alguna oportunidad, a leer en una librería del jirón Quilca un letrero que decía: «Aquí no se venden libros de Paulo Coelho». Pues, Abad, en su ensayo “Por qué es tan malo leer a Paulo Coelho” –recogido en su libro Las formas de la pereza– me ha hecho ver las simplezas y los ardides camuflados en la estrategia narrativa de Coelho. Antes de eso tenía cierta condescendencia con este autor brasileño porque, después de todo, podía servir como entrada para lecturas de mayor envergadura, ya que consideraba que era preferible leerlo a hundirse, como el Titanic, en la mediocridad de Misterio. Pero este es uno de los notables ensayos de este periodista y escritor colombiano. Hay otros como el de “Trece tesis sobre periodismo y literatura” donde establece las fronteras entre cada uno de ellos. Para eso apela a la distinción puesta por Aristóteles entre discurso poético y discurso histórico, siendo el segundo cómo sucedieron los hechos y el primero cual debió haber pasado. Abad es de esa estirpe de periodistas culturales que cabalgan entre la literatura y el periodismo. Allí tenemos, como buenos ejemplos, a Tomás Eloy Martínez y Xavi Ayén. Uno de los ensayos más sugestivos es aquel que le dedica a la posmodernidad (“Divertimento sobre la postoscuridad”). Trae de inmediato el recuerdo del libro de Sokal y Bricmont (Imposturas intelectuales), que sacudió a la intelectualidad francesa y cuyos íconos quedaron desnudos frente a la audiencia, a la que quisieron impresionar con sus malas analogías de conceptos científicos. Por fin alguien cercano dice lo que se comenta en algunos corrillos: que toda esa producción escrita en un lenguaje oscuro “es pura basura retórica, indescifrables cortinas de humo escritas en jerga posmodernista, deconstruccionista, lacandeleuzista….”. Y nada describe mejor a estos embusteros que estas líneas: «Deslumbran con palabras y no iluminan con ideas. Se lanzan al neologismo con una glotonería envidiable. Emplean una forma inútilmente complicada para decir banalidades, y lo triste es que hay lectores que confunden la hondura del pensamiento con la dificultad que han tenido para descifrar tal pensamiento». La baratija a cambio del oro del lector desprevenido. Por otra parte, coincido con Abad, en “El devorador de libros”, de que hay una especie de ley que funciona así: para un buen libro hay una mala adaptación cinematográfica; y, viceversa, para uno malo, hay una buena. (Eso está en mi tesis de licenciatura. Permítaseme el publicherry) También en el hecho de que, para iniciarse en la lectura, uno debe empezar con lo que le es cercano. Comenzar con Arguedas y Todas las sangres puede ahuyentar a un escolar de la capital si se le trata de introducir, de frente, en la literatura andina. Hay expresiones en quechua que le podrían generar distancia; en cambio, si se lo hace desde Redoble por Rancas, de Scorza, donde hay una suerte de realismo mágico, o Warma Kuyay (el amor de un niño), del propio Arguedas, podría ganar un lector para ese mundo. De menos a más, in crescendo, es la clave (Ver “Un libro abierto”). El ensayo que remite al nombre del libro, “Las formas de la pereza”, evoca al ocio creativo profesado por los griegos. (Y los romanos que lo entendían solo como un estado para reparar las energías y continuar con el trabajo.) «Para Sócrates –anota– el ocio era el bien superior»; y para Aristóteles, la felicidad. Con un estilo pausado Abad Faciolince nos entrega un puñado de textos exorcizados por su pluma, los que, podemos asegurar, se pueden leer con placer y sin ser asaltados por un insolente bostezo.
viernes, 25 de abril de 2025
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LAS FORMAS DE LA PEREZA
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