SI EL LECTOR esperaba en sus páginas una historia del
diario Ultima hora o una biografía de
Raúl Villarán, un grande del periodismo nacional, se equivoca. Esto es, como lo
advierte la contraportada del libro, el “asesinato de un fantasma”. Guillermo
Thorndike, el encargado de perpetrarlo, fue no sólo un destacado escritor sino
un periodista-escritor, título que muchos quisieran ostentar en vez del superficial
redactor con el que se presentan a diario. Hildebrandt decía que era nuestro
Truman Capote. No le faltaba razón. Thorndike tenía una espléndida pluma. 1879, El caso Banchero, El año de
la barbarie, El Hermanón –quizás
uno de sus mejores libros– y La
revolución inconclusa –fallido texto hagiográfico–, son algunos de los
libros con los que Thorndike demostró su talento. Ganado por el periodismo
sensacionalista en algún momento, tuvo varios detractores, entre ellos el escritor
Mario Vargas Llosa, quien le dedicó –con alguna razón– unas duras líneas en El pez en el agua. Director de diarios
como La Crónica y La República, y de otros como Página Libre –desde el cual hizo campaña
a Fujimori–, Thorndike, al final de su larga carrera periodística, dedicó su
tiempo a escribir El rey de los tabloides
para hacer un balance de su itinerario personal. Raúl Villarán y Ultima hora fueron el pretexto. De allí
que El rey de los tabloides esté
lleno de evocaciones, de largos párrafos dedicados al San Isidro de su juventud
o a la frustrada rebelión aprista de 1948, que en el acto nos remiten a uno de
sus más comentados libros, El año de la
barbarie. Sólo en la primera parte de El
rey, el lector podrá encontrar la ansiada información sobre Villarán. Eso
sucede cuando entra en escena la tía Josefina, que vivió enamorada del padre de
Villarán; y luego surge la figura de Villarán a los veinte años, presto a
convertirse en el fundador de Equipo,
revista deportiva con la que quería competir con El Gráfico de Buenos Aires. Luego de esos pasajes, la figura de
Raúl Villarán se diluye, se confunde en el proceloso mar de recuerdos de
Thorndike. Thorndike inventa un Villarán que no se sabe con certeza cuán fiel
sea al original, aunque es necesario recordar que éste ya había advertido desde
la contracaratula que estas páginas no debían tomarse como una biografía
autorizada. De cualquier forma, el lector ávido por datos de Villarán, esperaba
que el ocasional biógrafo tuviera un mayor apego a la vida de su biografiado.
Lo mejor de El rey de los tabloides
se encuentra al último, en ese final irreverente donde la genialidad de
Villarán se manifiesta en esa entrevista con Pedro Beltrán, a la sazón dueño de
Ultima hora, quien escandalizado por
la proliferación de rumberas en las páginas de su periódico, decide ponerle un
alto a los excesos de su director, el señor Raúl Villarán. “¿Cuáles son sus órdenes
don Pedro?”, preguntó Villarán. “No más calatas”, contestó Beltrán.
“¿Definitivo, para siempre?”. “Ni una más”, repitió don Pedro, sin pensar que
por esos excesos el periódico había llegado a vender la friolera de noventa y
nueve mil ejemplares, cifra impensable para la época. Villarán, superando el
mal momento y la posibilidad de un infame despido, tuvo el gesto iconoclasta de
irse de la dirección de Ultima hora
con una última edición llena de calatas –en total veintiocho–, incluyendo las
páginas de política, opinión e internacionales. Ese fue el final de Raúl Villarán,
el rey de los tabloides, leyenda del periodismo nacional de ayer y de ahora,
que Guillermo Thorndike mezcló con sus recuerdos para presentarlo a las nuevas
generaciones de jóvenes periodistas, con la secreta esperanza de que por allí
surja alguno que se atreva a poner en una primera plana un titular como este:
“Chinos como cancha mueren en el paralelo 38”, y así rendir homenaje a una de
las últimas glorias del periodismo de este país.
Freddy Molina Casusol
Lima, 14 de julio de
2011
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