jueves, 14 de julio de 2011

THORNDIKE Y “EL REY DE LOS TABLOIDES”

SI EL LECTOR esperaba en sus páginas una historia del diario Ultima hora o una biografía de Raúl Villarán, un grande del periodismo nacional, se equivoca. Esto es, como lo advierte la contraportada del libro, el “asesinato de un fantasma”. Guillermo Thorndike, el encargado de perpetrarlo, fue no sólo un destacado escritor sino un periodista-escritor, título que muchos quisieran ostentar en vez del superficial redactor con el que se presentan a diario. Hildebrandt decía que era nuestro Truman Capote. No le faltaba razón. Thorndike tenía una espléndida pluma. 1879, El caso Banchero, El año de la barbarie, El Hermanón –quizás uno de sus mejores libros– y La revolución inconclusa –fallido texto hagiográfico–, son algunos de los libros con los que Thorndike demostró su talento. Ganado por el periodismo sensacionalista en algún momento, tuvo varios detractores, entre ellos el escritor Mario Vargas Llosa, quien le dedicó –con alguna razón– unas duras líneas en El pez en el agua. Director de diarios como La Crónica y La República, y de otros como Página Libre –desde el cual hizo campaña a Fujimori–, Thorndike, al final de su larga carrera periodística, dedicó su tiempo a escribir El rey de los tabloides para hacer un balance de su itinerario personal. Raúl Villarán y Ultima hora fueron el pretexto. De allí que El rey de los tabloides esté lleno de evocaciones, de largos párrafos dedicados al San Isidro de su juventud o a la frustrada rebelión aprista de 1948, que en el acto nos remiten a uno de sus más comentados libros, El año de la barbarie. Sólo en la primera parte de El rey, el lector podrá encontrar la ansiada información sobre Villarán. Eso sucede cuando entra en escena la tía Josefina, que vivió enamorada del padre de Villarán; y luego surge la figura de Villarán a los veinte años, presto a convertirse en el fundador de Equipo, revista deportiva con la que quería competir con El Gráfico de Buenos Aires. Luego de esos pasajes, la figura de Raúl Villarán se diluye, se confunde en el proceloso mar de recuerdos de Thorndike. Thorndike inventa un Villarán que no se sabe con certeza cuán fiel sea al original, aunque es necesario recordar que éste ya había advertido desde la contracaratula que estas páginas no debían tomarse como una biografía autorizada. De cualquier forma, el lector ávido por datos de Villarán, esperaba que el ocasional biógrafo tuviera un mayor apego a la vida de su biografiado. Lo mejor de El rey de los tabloides se encuentra al último, en ese final irreverente donde la genialidad de Villarán se manifiesta en esa entrevista con Pedro Beltrán, a la sazón dueño de Ultima hora, quien escandalizado por la proliferación de rumberas en las páginas de su periódico, decide ponerle un alto a los excesos de su director, el señor Raúl Villarán. “¿Cuáles son sus órdenes don Pedro?”, preguntó Villarán. “No más calatas”, contestó Beltrán. “¿Definitivo, para siempre?”. “Ni una más”, repitió don Pedro, sin pensar que por esos excesos el periódico había llegado a vender la friolera de noventa y nueve mil ejemplares, cifra impensable para la época. Villarán, superando el mal momento y la posibilidad de un infame despido, tuvo el gesto iconoclasta de irse de la dirección de Ultima hora con una última edición llena de calatas –en total veintiocho–, incluyendo las páginas de política, opinión e internacionales. Ese fue el final de Raúl Villarán, el rey de los tabloides, leyenda del periodismo nacional de ayer y de ahora, que Guillermo Thorndike mezcló con sus recuerdos para presentarlo a las nuevas generaciones de jóvenes periodistas, con la secreta esperanza de que por allí surja alguno que se atreva a poner en una primera plana un titular como este: “Chinos como cancha mueren en el paralelo 38”, y así rendir homenaje a una de las últimas glorias del periodismo de este país.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 14 de julio de 2011

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