A TRUMAN CAPOTE LE PASÓ una cosa
maravillosa: leyó en una nota periodística la idea que le daría su primera
novela de no ficción, A
sangre fría. Sí, en las dos versiones
cinematográficas –la que tuvo como una de sus protagonistas a Sandra Bullock y
en la otra al actor Philip Seymour Hoffman, que ganó el Oscar con la
interpretación del escritor–, se puede ver a Capote exaltado, brincando de
felicidad por el hallazgo. Un brillo en sus ojos se instaló cuando observó que
allí, en esa aparentemente insignificante nota que daba cuenta de la muerte de
una familia de granjeros en Kansas, estaba el germen de una obra literaria que
iba a revolucionar el género novelístico. Y pensar que, posiblemente, fue vista
como un simple “suelto” para llenar espacio, como uno de los tantos que mandan
a hacer a los periodistas para cumplir con su misión informativa. Un hecho de
sangre que tranquilamente pudo haber sido explotado por el amarillismo
periodístico, pero que en las manos de un novelista en ciernes, como era
Capote, fue transformado en materia artística. ¿Qué podemos deducir de todo
ello? Que la labor del periodismo es importantísima, que sin proponérselo puede
influenciar vidas, trastocar universos personales, que su tarea es de primer
orden, que tiene una responsabilidad social ineludible. ¿Qué hubiera pasado si
el periodista encargado de la nota no la hubiese hecho? Aparte de faltar a su misión
informativa, nos hubiera a privado a los lectores de una obra de primera
magnitud. Otro ejemplo de lo mismo: Vargas Llosa. Vargas Llosa, cuenta por
allí, que la idea de escribir Los
cachorros vino a su mente cuando
leyó un recorte periodístico acerca del percance que había sufrido un recién
nacido. Éste había sido emasculado por un perro. Eso lo hizo pensar en lo
trágico que iba a ser en el futuro para este niño la pérdida de su miembro
viril; eso lo hizo fantasear hasta trasladar ese conjunto de imágenes en una
narración de corto aliento, que ha tenido sus replicas en el teatro y en el
cine. Como podemos apreciar, otra vez tenemos la ubicua presencia del
periodismo en la literatura, cumpliendo su rol de surtidor de historias para
alimentar la imaginación de nuestros escritores. Otro ejemplo más, si lo
anterior quedó corto, con el mismo Vargas Llosa. Esto ocurrió con Historia de Mayta, novela que cuenta la historia del guerrillero que quiso articular una
revolución en los Andes. ¿Cómo se apropió de la mente del novelista esta idea?
Por una ínfima nota periodística que había leído en Le Monde.
Leyéndola le vino la idea de recrear esa vida apática de Mayta,
transformándola, convirtiendo, cual alquimista de las palabras, el hecho
noticioso en materia ficticia y creando un personaje inolvidable en la galería
de personajes vargallosianos. ¿Qué hubiera, pues, sucedido si esa nota no
hubiera sido escrita, si no hubiera traspasado el filtro informativo? Eso; no
nos hubiéramos sorprendido con el argumento de la novela, que al explayarse
descubre que revolucionario troskista de la trama era homosexual. Una crueldad
del escritor sí, pero válida para el hacer literario, el cual no hubiéramos
podido paladear si el rol del periodismo, de informar, comunicar, de hacer el
traslado de los hechos noticiosos a los consumidores del medio, no hubiera
tenido cabida en la sociedad. Así, con estos tres ejemplos, tomados al azar y
forzando la memoria, hemos querido honrar la tarea del periodista. Una tarea
que no es menos que la de un escritor profesional, una tarea que, aunque
aparentemente modesta, sirve, como hemos visto, para alimentar vocaciones,
crear nuevos mundos y así saciar la imaginación de los lectores con nuevas
historias que les ayuden a soportar sus vidas, muchas de ellas carentes de
emociones.
Freddy Molina Casusol
Lima, 16 de junio del 2012
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