¿Es la crónica periodística, como dice Angulo, "una hija incestuosa de la historia y la literatura"? ¿Es verdad lo que casi implícitamente afirma Guerreiro, que para escribir una crónica no es necesario estudiar una carrera de comunicaciones en la universidad? Veamos esto último, seamos sinceros, puede ser como no puede ser. García Márquez estudió derecho en su natal Colombia, para luego abandonarlo sin mucho pesar y dedicarse al periodismo. Escribió crónicas, incluso publicó un libro: Crónicas y reportajes. ¿Le ayudó su paso por la academia? Parece que no mucho, aunque no tenemos conocimiento de una declaración de Gabo al respecto. Vargas Llosa ha escrito dos libros de reportajes –Diario de Irak e Israel-Palestina–, ¿le sirvió la universidad? Quizás, tal vez más que a Gabo, pues si hay una cosa que caracteriza al escritor peruano es su meticulosidad, y eso se lo dio los claustros, los trabajos, precisamente, de fichar cronistas en la casa del historiador Raúl Porras Barrenechea, quien lo contrató para hacer esta tarea cuando era jovencito y vivía enamorado de Julia Urquidi. Tenemos, entonces, que el aserto de Guerreiro es una verdad a medias, confirmada y desmentida por dos notables escritores metidos a periodistas.
Despachada esta interrogante, tenemos la que la antecede, la de Angulo: ¿es la crónica una hija incestuosa de la historia y la literatura? Touché, tal vez ese concepto es el que se acerque a lo que ella es, un híbrido de ambas, con el peligro de verla convertirse en noticia de ayer, como canta algún salsero; pero con el inmejorable privilegio de ser rescatada para su estudio por los seguidores de Marc Bloch.
¿Son nuestros actuales cronistas latinoamericanos, por otra parte, continuadores de la tradición instaurada en nuestras tierras morenas por Cieza de León y Agustín de Zarate? Tal vez sí, porque sus historias refieren acontecimientos desconocidos, hechos increíbles, listos para ser consumidos por los lectores ávidos de aventuras. Así tenemos a Alejandro Almazán colocándote en el mismísimo centro de la prostitución de niños y niñas en “Acapulco kids”; a Toño Angulo pasando el filo de su pluma por el perfil de “Veguita”, en “Librero de viejo andante”; o a Pedro Lemebel acariciando con el terciopelo de las palabras el cuello de la chilena Mimí Barrenechea, en “Las joyas del dictador” ; todos ellos descubridores de nuevos mundos y todos ellos redivivos en Antología de crónica latinoamericana, magnífica compilación del periodista colombiano Darío Jaramillo, publicada hace algo de dos años atrás.
Para acabar y no aburrirlos –y así no contravenir la primera regla aquí enunciada (la segunda se las cuento otro día)–, el periodista literario –más conocido como “croniquero”– es una hechura de caballero andante, rescatista de la historia y malabarista de las palabras; y, en su más alta expresión, un semidios cuya hechicería verbal sirve no solo para desfacer entuertos sino para cautivar e insuflar de vitalidad nuestras letras periodísticas.
Así, y no de otra forma, se les puede entender, señores, hasta que alguien, con mejores lanzas, diga lo contrario y debamos, como el Quijote, tentar suerte con otros molinos de viento.
Freddy Molina Casusol
Lima, 02 de junio del 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario