 RESULTA extraño que Una pasión crónica, el
libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los
estudiantes de periodismo. Yo tengo una hipótesis: los profesores de periodismo
no leen, y como no leen, o desconocen su existencia, no lo tienen como
referencia. Es el mismo caso de Víctor Hurtado, su libro Pago de Letras (1998, 2004), que debería servir de modelo para los
que buscan una prosa en la que se funden la literatura y el
periodismo, es poco mencionado. (Ya no hablemos de Otras disquisiciones (2023), extensión de Pago y su libro mayor –ahora en dos volúmenes, publicado por Artífice–, parece estar condenado a ser solo
abierto por espíritus selectos, cultivados en el Renacimiento.) En la lista del
olvido también podemos encontrar a Manuel Jesús Orbegozo, cuyo libro, MJO. Testigo de su tiempo, que muestra
los secretos del oficio, goza del poco codiciado privilegio de la inexistencia
en la mente de los estudiantes. Claro, si el docente, que es quien debe
orientarlos no lee, menos lo va a hacer el pupilo. Y hablamos de los peruanos,
cómo será con los extranjeros. ¿Habrán leído, al revés y al derecho, Todos los hombres del presidente? ¿Les
suena Jon Lee Anderson y Oppenheimer? ¿Vargas Llosa y García Márquez en sus
notas periodísticas? ¿Leila Guerriero? Pregunto, supongo que sí. Volvamos al
libro de Jáuregui. Se nota que es un libro diseñado para un iniciado en estas
lides. Lo indican las entradas. La mayoría de ellas remiten a las clases de
Jáuregui en la universidad (evocan los “Borges vino a casa”, de Bioy). Va
soltando los “tips”, las “pepas”, en cada uno de sus capítulos. (Tengo
entendido que el editor, muy amigo del periodista, lo empujó a volcar toda su
experiencia de profesor de crónicas y entrevistas, para
que no se pierda.) En Jáuregui hay un estilo identificable (se le puede
detectar en su Usted es la culpable,
quizá su mejor libro), uno de la calle, pendenciero, quimboso, zigzagueante y
rumboso, como era él mismo en su barrio de Surquillo. Como la escritura de
Ribeyro: tiene un sello de agua (aunque la IA urda ahora estragos entre los
escritores). Una pasión crónica
debería tener además del subtítulo –Tratado
de periodismo literario– otro que diga: Memorias
de un periodista en un aula de clase. Porque eso es lo que se observa desde
el primer capítulo: la subjetividad del hombre de prensa zambullido en la
docencia. Del temor inicial se pasa a la destreza del ducho. Asimismo, la lingüística, su
primer amor, le tendió la mano al autor en la puja por explicar el significado
y los significantes en la redacción de la prosa periodística con gambetas.
Saussure, Bailly y Sapir le sirvieron de “punteros mentirosos”. Finalmente, el libro alterna
las lecciones del periodista con crónicas que él mismo escribió y fueron
publicadas en diferentes medios escritos de la capital. (Quién más que él para ser
su propio modelo.) Un libro que debería estar en el estante de un periodista (y
de otros que pretendan serlo).
RESULTA extraño que Una pasión crónica, el
libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los
estudiantes de periodismo. Yo tengo una hipótesis: los profesores de periodismo
no leen, y como no leen, o desconocen su existencia, no lo tienen como
referencia. Es el mismo caso de Víctor Hurtado, su libro Pago de Letras (1998, 2004), que debería servir de modelo para los
que buscan una prosa en la que se funden la literatura y el
periodismo, es poco mencionado. (Ya no hablemos de Otras disquisiciones (2023), extensión de Pago y su libro mayor –ahora en dos volúmenes, publicado por Artífice–, parece estar condenado a ser solo
abierto por espíritus selectos, cultivados en el Renacimiento.) En la lista del
olvido también podemos encontrar a Manuel Jesús Orbegozo, cuyo libro, MJO. Testigo de su tiempo, que muestra
los secretos del oficio, goza del poco codiciado privilegio de la inexistencia
en la mente de los estudiantes. Claro, si el docente, que es quien debe
orientarlos no lee, menos lo va a hacer el pupilo. Y hablamos de los peruanos,
cómo será con los extranjeros. ¿Habrán leído, al revés y al derecho, Todos los hombres del presidente? ¿Les
suena Jon Lee Anderson y Oppenheimer? ¿Vargas Llosa y García Márquez en sus
notas periodísticas? ¿Leila Guerriero? Pregunto, supongo que sí. Volvamos al
libro de Jáuregui. Se nota que es un libro diseñado para un iniciado en estas
lides. Lo indican las entradas. La mayoría de ellas remiten a las clases de
Jáuregui en la universidad (evocan los “Borges vino a casa”, de Bioy). Va
soltando los “tips”, las “pepas”, en cada uno de sus capítulos. (Tengo
entendido que el editor, muy amigo del periodista, lo empujó a volcar toda su
experiencia de profesor de crónicas y entrevistas, para
que no se pierda.) En Jáuregui hay un estilo identificable (se le puede
detectar en su Usted es la culpable,
quizá su mejor libro), uno de la calle, pendenciero, quimboso, zigzagueante y
rumboso, como era él mismo en su barrio de Surquillo. Como la escritura de
Ribeyro: tiene un sello de agua (aunque la IA urda ahora estragos entre los
escritores). Una pasión crónica
debería tener además del subtítulo –Tratado
de periodismo literario– otro que diga: Memorias
de un periodista en un aula de clase. Porque eso es lo que se observa desde
el primer capítulo: la subjetividad del hombre de prensa zambullido en la
docencia. Del temor inicial se pasa a la destreza del ducho. Asimismo, la lingüística, su
primer amor, le tendió la mano al autor en la puja por explicar el significado
y los significantes en la redacción de la prosa periodística con gambetas.
Saussure, Bailly y Sapir le sirvieron de “punteros mentirosos”. Finalmente, el libro alterna
las lecciones del periodista con crónicas que él mismo escribió y fueron
publicadas en diferentes medios escritos de la capital. (Quién más que él para ser
su propio modelo.) Un libro que debería estar en el estante de un periodista (y
de otros que pretendan serlo).miércoles, 30 de julio de 2025
UNA PASIÓN CRÓNICA
 RESULTA extraño que Una pasión crónica, el
libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los
estudiantes de periodismo. Yo tengo una hipótesis: los profesores de periodismo
no leen, y como no leen, o desconocen su existencia, no lo tienen como
referencia. Es el mismo caso de Víctor Hurtado, su libro Pago de Letras (1998, 2004), que debería servir de modelo para los
que buscan una prosa en la que se funden la literatura y el
periodismo, es poco mencionado. (Ya no hablemos de Otras disquisiciones (2023), extensión de Pago y su libro mayor –ahora en dos volúmenes, publicado por Artífice–, parece estar condenado a ser solo
abierto por espíritus selectos, cultivados en el Renacimiento.) En la lista del
olvido también podemos encontrar a Manuel Jesús Orbegozo, cuyo libro, MJO. Testigo de su tiempo, que muestra
los secretos del oficio, goza del poco codiciado privilegio de la inexistencia
en la mente de los estudiantes. Claro, si el docente, que es quien debe
orientarlos no lee, menos lo va a hacer el pupilo. Y hablamos de los peruanos,
cómo será con los extranjeros. ¿Habrán leído, al revés y al derecho, Todos los hombres del presidente? ¿Les
suena Jon Lee Anderson y Oppenheimer? ¿Vargas Llosa y García Márquez en sus
notas periodísticas? ¿Leila Guerriero? Pregunto, supongo que sí. Volvamos al
libro de Jáuregui. Se nota que es un libro diseñado para un iniciado en estas
lides. Lo indican las entradas. La mayoría de ellas remiten a las clases de
Jáuregui en la universidad (evocan los “Borges vino a casa”, de Bioy). Va
soltando los “tips”, las “pepas”, en cada uno de sus capítulos. (Tengo
entendido que el editor, muy amigo del periodista, lo empujó a volcar toda su
experiencia de profesor de crónicas y entrevistas, para
que no se pierda.) En Jáuregui hay un estilo identificable (se le puede
detectar en su Usted es la culpable,
quizá su mejor libro), uno de la calle, pendenciero, quimboso, zigzagueante y
rumboso, como era él mismo en su barrio de Surquillo. Como la escritura de
Ribeyro: tiene un sello de agua (aunque la IA urda ahora estragos entre los
escritores). Una pasión crónica
debería tener además del subtítulo –Tratado
de periodismo literario– otro que diga: Memorias
de un periodista en un aula de clase. Porque eso es lo que se observa desde
el primer capítulo: la subjetividad del hombre de prensa zambullido en la
docencia. Del temor inicial se pasa a la destreza del ducho. Asimismo, la lingüística, su
primer amor, le tendió la mano al autor en la puja por explicar el significado
y los significantes en la redacción de la prosa periodística con gambetas.
Saussure, Bailly y Sapir le sirvieron de “punteros mentirosos”. Finalmente, el libro alterna
las lecciones del periodista con crónicas que él mismo escribió y fueron
publicadas en diferentes medios escritos de la capital. (Quién más que él para ser
su propio modelo.) Un libro que debería estar en el estante de un periodista (y
de otros que pretendan serlo).
RESULTA extraño que Una pasión crónica, el
libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los
estudiantes de periodismo. Yo tengo una hipótesis: los profesores de periodismo
no leen, y como no leen, o desconocen su existencia, no lo tienen como
referencia. Es el mismo caso de Víctor Hurtado, su libro Pago de Letras (1998, 2004), que debería servir de modelo para los
que buscan una prosa en la que se funden la literatura y el
periodismo, es poco mencionado. (Ya no hablemos de Otras disquisiciones (2023), extensión de Pago y su libro mayor –ahora en dos volúmenes, publicado por Artífice–, parece estar condenado a ser solo
abierto por espíritus selectos, cultivados en el Renacimiento.) En la lista del
olvido también podemos encontrar a Manuel Jesús Orbegozo, cuyo libro, MJO. Testigo de su tiempo, que muestra
los secretos del oficio, goza del poco codiciado privilegio de la inexistencia
en la mente de los estudiantes. Claro, si el docente, que es quien debe
orientarlos no lee, menos lo va a hacer el pupilo. Y hablamos de los peruanos,
cómo será con los extranjeros. ¿Habrán leído, al revés y al derecho, Todos los hombres del presidente? ¿Les
suena Jon Lee Anderson y Oppenheimer? ¿Vargas Llosa y García Márquez en sus
notas periodísticas? ¿Leila Guerriero? Pregunto, supongo que sí. Volvamos al
libro de Jáuregui. Se nota que es un libro diseñado para un iniciado en estas
lides. Lo indican las entradas. La mayoría de ellas remiten a las clases de
Jáuregui en la universidad (evocan los “Borges vino a casa”, de Bioy). Va
soltando los “tips”, las “pepas”, en cada uno de sus capítulos. (Tengo
entendido que el editor, muy amigo del periodista, lo empujó a volcar toda su
experiencia de profesor de crónicas y entrevistas, para
que no se pierda.) En Jáuregui hay un estilo identificable (se le puede
detectar en su Usted es la culpable,
quizá su mejor libro), uno de la calle, pendenciero, quimboso, zigzagueante y
rumboso, como era él mismo en su barrio de Surquillo. Como la escritura de
Ribeyro: tiene un sello de agua (aunque la IA urda ahora estragos entre los
escritores). Una pasión crónica
debería tener además del subtítulo –Tratado
de periodismo literario– otro que diga: Memorias
de un periodista en un aula de clase. Porque eso es lo que se observa desde
el primer capítulo: la subjetividad del hombre de prensa zambullido en la
docencia. Del temor inicial se pasa a la destreza del ducho. Asimismo, la lingüística, su
primer amor, le tendió la mano al autor en la puja por explicar el significado
y los significantes en la redacción de la prosa periodística con gambetas.
Saussure, Bailly y Sapir le sirvieron de “punteros mentirosos”. Finalmente, el libro alterna
las lecciones del periodista con crónicas que él mismo escribió y fueron
publicadas en diferentes medios escritos de la capital. (Quién más que él para ser
su propio modelo.) Un libro que debería estar en el estante de un periodista (y
de otros que pretendan serlo).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
LA IA, EL FUTURO QUE YA ES HOY
HAY que empezar por una certeza que, tarde o temprano, será una realidad: la IA nos va a pasar por encima. La visión de una superinteligenci...
 
- 
FUE PINTADO en los años ochenta cuando los grupos de izquierda en San Marcos tenían la hegemonía política en el campus universitario. Exacta...
- 
EN EL CENTRO: Mirando a César Lévano . Foto: Ernesto Jiménez Por: Freddy Molina Casusol LOS OCHENTA en San Marcos estuvieron dividi...
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario