viernes, 17 de julio de 2015

LAS MEMORIAS DE ABIMAEL

I

ESTAS memorias son un fiasco. Uno esperaba más, quizás revelaciones sobre los miembros de la cúpula senderista, algún hecho fuera de lo común o algún otro inesperado que muestre la personalidad íntima de Guzmán. Pero no. Apenas hay un atisbo de confesión, de abrirse al mundo, al inicio. (Abimael no cedió a la tentación “burguesa” de poner sobre la mesa el perfil de su humanidad). Luego, todo se vuelve plano, lineal. Justifica esa cerrazón a la sujeción que le impone la concepción comunista, aquella que le dice que su vida se diluye en la hechura social, en la lucha de clases. Vaya ardid el que usa el Presidente Gonzalo para sustraerse de su fuego interno. En esa hilacha de apertura que son las primeras páginas, el líder senderista hace gala de humor. Es un instante, pero lo hace. Rasga una página con la pluma y escribe, muy orgulloso de su origen, que nació en “La República Independiente de Arequipa”. Bien, camarada Gonzalo, ex quinta espada del marxismo, ya ve cómo no es difícil sonreírle a la vida. Eso es mucho mejor que lo que mandó a hacer en Lucanamarca y Tarata, ¿no es verdad?

Guzmán el día de su captura
II

En la segunda parte de estas memorias –que hacen brillar de lejos, por lo mal hechas que están, las escritas por Bryce y Vargas Llosa– el lector puede asistir de manera retrospectiva a las viejas discusiones de los sesenta protagonizadas por los bandos moscovitas y pekineses. Guzmán hurga en sus recuerdos y las revive con la intensidad de esos años. Suspendido en el tiempo las evoca.

III

El camarada Gonzalo quiere suplantar el análisis con la hipérbole. Para todo lo que significa destacar las luchas campesinas o movimientos populares, tiene remojada en los labios la expresión “más grande”. Ese tipo de artilugios puede engañar al seguidor obnubilado; pero no así al que está atento a los sofismas con los que mina su prosa. En Guzmán no hay un examen de la realidad del país –al que ha dedicado un fárrago de páginas– que sea la aplicación de un Marx de Miseria de la Filosofía o de un Engels en El papel del trabajo en la transformación del mono al hombre o el Anti-dürhing. Eso sería mucho pedir. En las memorias de Guzmán lo que hay es un calzamiento –con tirador– de citas tomadas de las Obras Completas de Mao. No hay más, y eso es lo único que se le puede criticar a él: ser un vulgar divulgador del Gran Timonel.

IV

Luis de la Puente
Líder de las guerrillas del 65
Si hay un momento interesante en Memorias desde Némesis –así se llama este libro de Guzmán– es cuando enjuicia las guerrillas del 65 y da detalles de sus viajes a Albania y a la China. Salvo esos tres instantes –tapados por una montaña de páginas que dan cuenta de las luchas internas en el Partido con Saturnino Paredes y los afanes, traducidos en las diversas conferencias espaciadas por el tiempo, de organizar o reconstituir una estructura partidaria– lo demás, que se encuentra hacia la mitad del libro, es soberanamente aburrido. Abimael no sabe lo que es hacer unas memorias. Suple ese vacío, y por allí lo confiesa, con documentación partidaria que tranquilamente podría ir en un anexo –comentado por él mismo–. Esta documentación, al margen de servir de una especie de arqueología histórica para un buceador en los orígenes del partido gonzalista, es un estorbo para los fines de lecturabilidad. Interrumpen como una gran digresión, y solo se explican por el afán de Guzmán de llenar su obra con pretendidos análisis de la realidad nacional, los cuales, aparte de estar marcados por el esquematismo –propios del intelectual limitado que es–, salen sobrando por su impertinencia.

V

El libro de Guzmán puede verse desde otro ángulo como un apéndice del libro de Ricardo Letts, La izquierda peruana, o como una corrobación de lo escrito por Carlos Iván Degregori en El surgimiento de Sendero Luminoso. En ese sentido pueda cobrar interés su publicación. (Aparte de intentar nuclear y galvanizar a sus huestes dispersas desde su captura). Con su escritura ha querido dejar constancia de su paso por la historia, una marcada con sangre.

VI

El "luciferino" Saturnino Paredes
Hacia la mitad del libro la lectura ya casi se hace inviable. Los llamados a Lenin y Mao para validar sus desencuentros con la línea “derechista”, “reaccionaria” o “revisionista” del PC del Perú encarnados por el siempre luciferino Saturnino Paredes y el no menos vituperado Jorge del Prado, hacen que uno, al comprobar que la retahíla de denuestos se repite y que otro alud de documentación partidaria, con los mismos esquemas mentales de siempre, espera en las siguientes páginas, desista de leerlo. No provoca sino cerrarlo y olvidar la mala experiencia. Lo otro es autoinfligirse una sesión de tortura.

VII

Unas “memorias” fallidas que, como en el anterior trabajo de Guzmán, De puño y letra, no satisfacen y no hablan del final de la camarada Norah –Augusta La Torre–, esposa del autor, limitándose este a recordarla en su labor de miembro de la Escuela de cuadros en la República Popular China. La firma de Elena Yparraguirre, quien aparece también suscribiéndolas, no se entiende sino desde la inútil figuración.

Freddy Molina Casusol 
Lima, 17 de julio del 2015

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