LA ÚNICA VEZ que fui al fútbol fue para ver a mi
ídolo, el gran Humberto Horacio Ballesteros, en el estadio de Alianza Lima. Eso
debe haber sido a mediados de los años setenta. Mi papá me dijo para ir y yo le
dije que sí.
Recuerdo que entré de la mano con él a la tribuna
norte o sur, no recuerdo bien. Yo veía el estadio grandote. Recuerdo cuando iba
subiendo las gradas de la entrada y pude ver al final el césped verde, impecable,
limpiecito, era impresionante.
Justo nos habíamos situado detrás del arco de
Ballesteros. Y allí, cuadrado en los cuatro palos, estaba él. En ese momento,
para mala suerte mía, se cobró un penal en contra del Atlético Chalaco, equipo
donde tapaba, y tuve que resignarme a ver cómo su arco era batido por Freddy
Ravello, penalero del Alianza Lima, que casi nunca erraba un tiro desde los
doce pasos. Esa tarde ganó Alianza al Chalaco por 4-0.
"Huaqui" Gómez Sánchez |
Mi padre decía que era el mejor “wing” que había visto en su vida. Me hablaba al igual que de él, de Vides Mosquera, “El Loco” Seminario, Víctor “Pitín” Zegarra, “Titín” Drago y otros jugadorazos que movían la de cuero los domingos por la tarde para diversión de los asistentes. Mi papá decía que la gente se iba al estadio temprano y con el precio de una entrada podía ver los “dobletes” o “tripletes”, suerte de maratones futbolísticas de hasta tres partidos seguidos, y salía de noche, feliz y contenta por la perfomance de la matinee.
A mí papá le gustaba mucho el fútbol. Es más, lo
jugaba, y, por lo que me decía –y no tenía por qué mentirme–, lo hacía muy
bien. Le decían, allá por las calles del Callao, adonde fue a parar como
provinciano recién llegado de la capital, “Grimaldo”.
Grimaldo era un centro
foward velocísimo que era la sensación de los años sesenta. Y lo llamaban así
porque corría duro en la cancha.
Manuel Grimaldo |
A diferencia de mi papá, yo era malísimo jugando el
fútbol. Es posible –y nadie podrá desmentirme– que haya sido el peor jugador de
todos los tiempos. En el colegio para el único puesto que me elegían era para
arquero, al último, cuando todos se repartían a los mejores.
Solo tuve un
momento, digamos, de “gloria” deportiva.
Fue en la secundaria, cuando en un
partido de fútbol, de “chiripa”, metí dos golazos: uno desde la media cancha y otro
de cabeza.
Ballesteros y su hijo (1972) |
Yo, de niño, era hincha acérrimo de Universitario de
Deportes, el club de mis amores. Yo me pasaba las tardes de mi niñez escuchando
los partidos de la “U” por la radio en los tiempos que movían la redonda Rubén Techera,
Percy Rojas, Oblitas y tapaba en el arco “Papelito” Cáceres, a quien le faltaba
un dedo pero eso no importaba porque las atrapaba todas. Recuerdo que yo seguía
con pasión el Torneo Descentralizado –como antes se llamaba la liga peruana–,
sacaba sumas y restas, goles a favor y en contra, y, ni hablar, nadie nos
alcanzaba en la tabla. Apuntábamos para campeones. Todavía entre los entendidos
se comentaba el subcampeonato de la Copa Libertadores de 1972 donde le paramos
el “macho” a los equipos uruguayos de Peñarol y Nacional, y la hazaña de 1967 cuando
en menos de 24 horas la “U” despachó a River Plate y Racing en su cancha. Fueron
los años del reinado de los “diablos rojos” de Independiente de Avellaneda
(ganó la Libertadores, tres veces consecutivas), que luego se llevó a sus filas
al Trucha Rojas y al Ciego Oblitas, desmantelando así al equipo crema.
Juan Carlos "El Ciego" Oblitas |
El momento más vibrante de pasión futbolística fue
cuando Perú campeonó en la Copa América de 1975.
Todavía recuerdo el gol de “chalaca” de Juan Carlos Oblitas a Chile en el Estadio de Alianza. Golazo.
Y
más todavía el que le hizo para la final el “Cholo” Hugo Sotil, recién bajadito
del avión, al meta colombiano Zape en una noche lluviosa y cancha llena de
barro. Era un buen equipo el peruano. Estaban en la defensa, el “Granítico”
Héctor Chumpitaz, el “Panadero” Díaz y Julio Meléndez Calderón; en el medio
campo, Eleazar Soria, Quesada y el “Poeta de la zurda” César Cueto; en la
delantera, Cassareto y Teófilo “El Nene” Cubillas, y en el arco Otorino Sartor.
Cuando campeonó Perú hubo caravanas de autos haciendo sonar el claxon por las
calles de Lima, la bandera en el hombro de la gente y la canción, compuesta por
Augusto “Polo” Campos, “Contigo Perú”, se entonaba con fervor patriótico.
Después de 36 años, el Perú ganaba un campeonato sudamericano. Luego vinieron algunas alegrías como las clasificaciones al Mundial de Argentina 78 (del que tras un excelente inicio en donde quedamos primeros en nuestra serie, fuimos humillados 6-0 por Argentina, que luego se coronó como campeón) y España 82. Y, otra vez, las decepciones (solo interrumpidas por el subcampeonato de Cristal –con buena actuación del “Coyote” Rivera– en la Libertadores de 1997).
Todavía recuerdo el gol de “chalaca” de Juan Carlos Oblitas a Chile en el Estadio de Alianza. Golazo.
Hugo Sotil y Marcos Calderón (DT) |
Después de 36 años, el Perú ganaba un campeonato sudamericano. Luego vinieron algunas alegrías como las clasificaciones al Mundial de Argentina 78 (del que tras un excelente inicio en donde quedamos primeros en nuestra serie, fuimos humillados 6-0 por Argentina, que luego se coronó como campeón) y España 82. Y, otra vez, las decepciones (solo interrumpidas por el subcampeonato de Cristal –con buena actuación del “Coyote” Rivera– en la Libertadores de 1997).
El Cienciano que clasificó para la segunda edición
de la Sudamericana 2003, era un equipo de hombres “reciclados”, de futbolistas por
los que nadie daba nada.
Causó alguna sorpresa que dejara en el camino a Alianza
Lima, pero no se esperaba mucho de ellos. Ya serían eliminados en la siguiente
fase. Pero no sucedió así. Este equipo de Cienciano tenía hambre de triunfo,
hambre de victoria. ¿A qué debía esto? A que Carty, Acasiete, Ibáñez,
Maldonado, Morán, Bazalar, García, entre otros, se acordaron, al final de sus
carreras deportivas, que alguna vez amaron el fútbol y se entregaron dando todo
lo mejor de sí.
Carty y Julio García |
Yo recién me interesé por la campaña de Cienciano
cuando le ganó 4-0 a la U de Chile en el partido de ida. Pero mi escepticismo
volvió cuando les ganaron en el partido de vuelta por 3-1. Con todo habían
pasado a octavos de final. Ahora les tocaba con el Santos de Brasil. No creía
pudieran pasar. Santos era el subcampeón vigente de la Copa Libertadores y sus
jugadores, individualmente, eran muy superiores al del equipo cusqueño.
“Imposible”, dije. Esperando que los fueran a golear el día del partido ni siquiera me asome por el televisor. Cuál sería mi sorpresa cuando en un instante de zapping para ver cómo iba el encuentro, me topo con que Cienciano estaba ganando en el estadio de Vila Belmiro. Al final, con gol de Robinho, el partido concluyo 1-1. Una alegría.
“Imposible”, dije. Esperando que los fueran a golear el día del partido ni siquiera me asome por el televisor. Cuál sería mi sorpresa cuando en un instante de zapping para ver cómo iba el encuentro, me topo con que Cienciano estaba ganando en el estadio de Vila Belmiro. Al final, con gol de Robinho, el partido concluyo 1-1. Una alegría.
A partir de allí todo cambió. Cienciano, dirigido con
la sabiduría silenciosa de Freddy Ternero, daba confianza a todo el que
hinchaba por él. Eliminó al Santos en el partido de vuelta en Cusco. Luego al
Independiente de Medellín, al que le ganó en su casa y en el Cusco. Los goles
de Carty –y su especial festejo– se hicieron costumbre y empezaron a ser
celebrados por todas las hinchadas, las de la “U”, Alianza, Cristal, porque
Cienciano, como decía la canción compuesta para este equipo por el trío Do Re
Mi–“Upa upapapa”–, “jugaba por el Perú”.
Después de tanto tiempo teníamos un equipo ganador,
que jugaba con garra, que no se amilanaba con el equipo más guapo que se le
ponía al frente. En la primera final, jugada en Buenos Aires, con River Plate,
lo demostró. 3-3 quedó el cotejo. Le jugó de tú a tú en una Bombonera repleta
de hinchas argentinos. Un poquito más y les ganan porque el partido estaba 3-2
a su favor, pero un gol, en los últimos minutos, del chileno Salas, emparejó la
cuenta. Cienciano era, pues, una realidad.
Todavía recuerdo el 19 de diciembre del 2003. Ese
día jugaba Cienciano, en Arequipa, con River para definir al campeón de la
Sudamericana. Recuerdo aún cuando desde un receptor portátil de radio–tomando
un emoliente, justo en la esquina de la avenida Venezuela con Universitaria–
escuché el gol de Lugo. Gol, carajo, de Cienciano. Fue un momento difícil de
describir. Junto con Bazalar, que se arrodilló en la cancha pidiendo tiempo, viví
los últimos minutos del partido. Hasta que acabó. Cienciano era el campeón. Por
allí escuché el claxon de un automóvil, la noche se puso hermosa y, de pronto, el
cielo se iluminó.
Recuerdo cuando llegué a mi casa y me encontré con
mi papá. Estaba muy emocionado. El partido lo encontró jugando billar en un
local, adonde iba por las noches luego del trabajo. Esa noche estaba colorado,
sonriente, de recibir tanto abrazo porque era el único cusqueño a la mano y
porque veían en él una manera de felicitar al Cienciano. Pasarían tal vez por
su mente los recuerdos de su juventud, cuando recién llegado de la sierra pasaba
las tardes de los domingos en el estadio disfrutando los dribblings de “Huaqui”
Gómez Sánchez, las corridas de Grimaldo y los goles de Miguel “El Loco”
Seminario.
Esa noche los canales de televisión abrieron sus
noticieros con reportajes y notas elogiando al campeón de la Sudamericana. Y al
día siguiente, como nunca lo he hecho, compré los periódicos deportivos y El
Comercio que salió con una foto espectacular del Cienciano en primera plana. Allí
estaban Maldonado, Morán, alzando la copa. Celebraron de todas partes del Perú,
del Cusco, Arequipa, Piura, de todas las regiones porque este equipo
provinciano, con jugadores casi acabados, había llegado al lugar más alto del
fútbol de esta parte del continente.
Esa semana, desde el lejano 1975 cuando Perú ganó el
campeonato sudamericano, fue la mejor de todas después de muchos años. Y lo
digo yo, ahora que ya no está mi papá, con toda la autoridad que me da el haber
sido el peor jugador de todos los tiempos.
Freddy
Molina Casusol
Lima,
Setiembre-Octubre del 2015
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