BORGES tuvo mala
suerte en el amor. Ninguna de las mujeres a las que amó –incluida María Kodama–
lo veía como un personaje de sus relatos, un malevo, un guapo cargado de
virilidad. Más bien lo veían necesitado de cariño. Por un lado era así, pero
por otro, en realidad, se aprovechaban de él, de su fama, ese aparente
cariño maternal que le profesaban estaba teñido de algún tipo de interés.
Dos han sido las
mujeres que han estado más cerca del escritor argentino (aparte de su madre): Estela Canto y María
Esther Vásquez. Las dos escribieron sendos libros que perfilan su ser íntimo –Borges a contraluz, la primera; y Borges. Esplendor y derrota, la segunda–.
De ambas estuvo muy enamorado y de ambas recibió sendos rechazos.
Lo que pasaba era que Borges, ansioso de amor
femenino, las espantaba: era muy posesivo. Eso lo perdía. Las llenaba de
halagos en cuentos y poemas que les dedicó, y terminaba por asfixiarlas.
Estela Canto en Borges a contraluz narra los tímidos
acercamientos que tuvo Borges con ella. A diferencia de María Esther Vásquez, la
Canto es más descarnada a la hora de describir su relación con él. En sus
líneas disecciona al hombre que conoció en su juventud, en el mejor momento de
su producción intelectual. Es más cerebral. En cambio, María Esther Vásquez es
más tierna, más protectora. Incluso le enmienda la plana a la Canto cuando esta
omite en su libro pasajes que le son desfavorables, como aquel donde a gritos
le pide a Borges –ya reconocido en el mundo de las letras– que cumpla su
promesa original de matrimonio y se case con ella. Interesada (después Borges,
generoso, ante su pedido, le daría permiso para vender el manuscrito de El Aleph en una subasta, con el fin de
que pudiera aliviar sus penurias económicas).
Una vez Borges le
confesó a su amigo Bioy Casares: “He pasado la mitad de mi vida pensando en
mujeres”. Tal vez lo dijo evocando su primer amor, la adolescente Concepción
Guerrero, o recordando a la madura Ulrike von Kullman y otras tantas, de quienes
estuvo muy prendado.
María Esther
Vásquez, su asistente, quien conoció de sus desamores, escribió: “Detrás de ese
anciano febril, conocedor de literaturas y lenguas, dueño de una erudición sólo
comparable a su memoria prodigiosa, burlón con quienes lo atacaban, duro y
cruel con quienes menospreciaba, se ocultaba un adolescente romántico,
temeroso, encendido de pasión, que temblaba ante el contacto de una mano
querida”.
Así era Borges, Borges enamorado.
Freddy Molina
Casusol
Lima, 10 de enero del 2016
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