DENTRO
de pocos meses se instalará la Asamblea Estatutaria en San Marcos. Ella será la
encargada de establecer un nuevo conjunto de normas que regirá la vida de los
docentes y estudiantes sanmarquinos. Más allá de la implicancia legal que esto
significa, es pertinente preguntarse: ¿Hacia dónde va la universidad? ¿Cuál es
la dirección que debe tomar teniendo en cuenta un entorno en el que los cambios
científicos y tecnológicos son cada vez más acelerados? ¿Debe ser una meta de
San Marcos el ubicarse entre las mejores universidades del mundo? ¿Se debe dar
paso solo a una universidad cuyos conocimientos tengan una aplicación práctica
en la sociedad o debemos procurar construir un puente entre los saberes prácticos
y las humanidades? ¿Debemos aspirar a un tipo de universidad que tenga como
objetivo –más allá de la obtención del diploma– que su discente se preocupe por
el conocimiento como una forma de enriquecimiento personal? ¿Debemos desde ya apostar
por la calidad como norte en un futuro inmediato?
Durante
las últimas décadas se ha hablado desde las cátedras de una universidad
“crítica”. Es verdad, debe haber un sentido de cuestionamiento, un poner de
cabeza toda teoría o todo conocimiento establecido. Esa es la manera de avanzar
de la ciencia. No hay nada fijo o inmutable. Sin embargo, el contenido que se
la dado a la palabra “crítica” ha sido desde una única posible acepción: el de
cuestionar el sistema socio-político de turno. Debido a esa postura, la
universidad devino politizada. El empobrecimiento académico se vio reflejado en
la calidad de los debates estudiantiles de los setentas y ochentas en San
Marcos: muy alejados de los protagonizados, por ejemplo, por los integrantes del
Conversatorio Universitario de 1919, quizás la última generación de brillo
intelectual de la universidad.
La
política en la universidad debe ser entendida como un cotejo de ideas, como un
intercambio de puntos de vista asentada en la razón. Debiera la universidad,
como bien ha expresado Mario Bunge, “estudiar el proceso político de manera
científica, hacer ciencia política en lo posible…” y “hacerse en la calle, en
los partidos políticos, donde quiera que sea, menos en la universidad”. Esto
traería como beneficio que los alumnos no distraigan sus mejores esfuerzos en
estériles activismos o tratando de enderezar entuertos administrativos. Ya tendrán
tiempo suficiente para, en una edad madura, dedicarse a la actividad política a
tiempo completo si esa es su vocación y si esta, honradamente, está dirigida a
servir a la sociedad.
San
Marcos tiene un premio Nobel de Literatura; pero no tiene uno de Física,
Química o Medicina. En las universidades del extranjero se mide la excelencia
por la cantidad de premios Nobel que cuentan. Es un indicador que señala cómo
van las cosas por dentro. Es necesario plantearse metas mayores. El nuevo
diseño de la universidad tiene, como dicen los ingenieros industriales, que planearse
con prospectiva, es decir, mirando hacia el futuro.
La
universidad necesita una nueva reforma universitaria. La concebida en Córdoba a
principios del siglo XX –de la que se desprendieron importantes derechos como
el de la cátedra paralela– ya se agotó. San Marcos se tiene que alinear con el
siglo XXI.
¿Qué
exige una sociedad como la peruana de una universidad mayor como San Marcos? La
respuesta, sin duda, es: ser rectora espiritual. Los últimos hechos, relacionados
a la conducción manifiestamente mafiosa de la universidad en los últimos diez
años, nos ha puesto de espaldas a esa misión. Es necesario recobrarla.
La
universidad no debe andar por el mundo divorciada del Estado. Es más, como se
ha dicho en otras partes, debe integrar una tríada con el sector empresarial
para coadyuvar al desarrollo del país. La universidad podría poner los talentos
y el empresariado el financiamiento de proyectos de investigación dentro de un
plan estratégico nacional de largo plazo.
Dentro
de pocos meses, la universidad se refundará. ¿No es ese suficiente motivo para
que como comunidad académica de docentes, estudiantes y graduados –reconocida
por la nueva ley universitaria– nos planteemos el rumbo a seguir?
San
Marcos, finalmente, ha sufrido intervenciones, como las del 48, 87 y 95 en el
siglo pasado. Y de todas ellas –incluyendo la crisis actual– ha vuelto a
renacer. Es esta otra oportunidad para hacerlo de nuevo.
Freddy
Molina Casusol
Lima, 11 de enero del 2016
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