domingo, 19 de febrero de 2017

LEER A BLOOM

SOLO hay una forma de leer a Bloom: con amplitud. Él gusta de la estética, del juego literario de por sí, de la magia de las palabras. Ajena a su concepción se encuentra la oscuridad sociologizante –que él fustiga llamándola “Escuela del Resentimiento”–. Claro, Rama y Fernández Retamar tienen lo suyo en los estudios literarios y no hay que perderlos de vista; pero Bloom te hace amar la literatura. Cuando uno lee Shakespeare. La invención de lo humano –uno de sus libros más célebres quizás, después del afamado El canon occidental–, tenemos al mismo tiempo que al degustador de un buen texto, a un perspicaz crítico capaz de desmontar los mecanismos de relojería que componen este. Por ejemplo, cuando te involucras en su análisis sobre La comedia de los errores, de inmediato quieres leer la obra para corroborar lo que dice. Y esa es la originalidad de Bloom: la de ser capaz de seducirte con sus interpretaciones como lo podría hacer un buen escritor de ficciones. Él busca que veas la literatura como quien contempla la Mona Lisa: extasiado y suspendido en el tiempo, sin reparar en las fuerzas histórico-sociales que la han hecho posible. Bloom es un amante del arte por el arte, te enriqueces leyéndolo.

Lo mismo no pasa con Ángel Rama. Cuando uno lo lee de pronto en alguno de sus ensayos, se ve envuelto en una especie de torbellino cuyo centro son las condiciones políticas y sociales que hicieron posible el  texto literario; en otras palabras, el modo de producción. Rama, y otros como él, parten de la idea que un autor está sometido a esos condicionantes, los cuales son una especie de titiritero invisible que someten los hilos de la ficción o la poesía. Un creador pasaría ser algo así como un modesto operador de la ouija. Precisamente esto es lo que combate Bloom. Él devuelve la dignidad perdida al autor de un texto en esas escaramuzas sociologizantes impregnadas de marxismo. Vive y compara escritores de otras épocas con el que es motivo de la reseña. En ese momento, uno nota su gusto por la literatura, por la buena literatura. En ese instante, un mecanismo de selección le permite discenir lo substancioso de lo banal. En Genios se lo puede ver así, en acción, cuando, desde diversas interpretaciones, habla de “El Yavista”. Simplemente magnífico.

Respecto a Bloom y un escritor de nuestros tiempos. Cuando Alvaro Vargas Llosa colocó a Bloom y su libro El canon occidental en una entrevista a su afamado padre, Vargas Llosa lo obvia, con lo cual un puede pensar o que no lo ha leído o que nunca ha escuchado de su existencia –lo que sí sería un tanto sorprendente, pues Bloom es bastante conocido en el ámbito anglosajón por donde se mueve nuestro premio Nobel–. El hecho aconteció en 1995, un año después que apareció El canon[1]. Lo que llama la atención es que en teoría Bloom sería el tipo de crítico que encajaría perfecto con el productor literario Vargas Llosa: distante de la oscuridad sofocante consagrada por cierta señoreante crítica, y cercano a sus puntos de vista en cuanto al amor por la literatura en sí. Vargas Llosa siempre menciona a Edmund Wilson como su modelo de crítico literario; pero nunca a Bloom. A menos que la admiración del escritor peruano por Wilson sea superior al influjo que ejerce Bloom, se puede comprender esa extraña omisión.

Bloom brilla solitario en el espectro de la crítica literaria actual, dominada por enfoques de corte marxista, posmoderno y de género. Es el último de su especie. Por eso hay que leerlo: porque ya no hay otros –ni habrá en el futuro cercano– que rompan lanzas como él.

Freddy Molina Casusol
Lima, 19 de febrero del 2017




[1] Ver Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas. Selección y prólogo de Jorge Coaguila. Tierra Nueva Editores, 2010, p. 290.

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