EN 1989, cuando fue publicado, Sendero proclamaba que había logrado el “equilibrio estratégico” y desplegaba sus huestes en la capital pensando en instaurar pronto la República Popular de Nueva Democracia. Ese mismo año, en un golpe propagandístico, Abimael Guzmán, el Puka Inti, el inubicuo jefe de Sendero, ofrece una extensa entrevista a Luis Arce Borja, director de El Diario. Por esos días se discutía si medios de prensa como el antes mencionado, convertidos en cajas de resonancia de la subversión, merecían tener un espacio en la democracia (en esa misma situación estaba Cambio, soterrado vocero del MRTA, la organización subversiva liderada por Víctor Polay Campos). El MRTA, el otro actor de este drama, encajaba el serísimo golpe de Los Molinos (Junín), donde cayó una parte importante de sus cuadros militares en un enfrentamiento con el ejército. (“Batalla”, le llamaron.) En Lima, se tenía la percepción de que Sendero podía tomar el poder (aunque, luego se supo, con información a la mano, que estaba lejos de hacerlo). En San Marcos, donde el autor del libro enseñaba, las paredes de la universidad lucían pintarrajeadas con los lemas de Sendero y el MRTA, compartiendo los espacios con los de otras agrupaciones de izquierda como el PUM. En las aulas principales de la Facultad de Letras se podían leer los lemas alusivos a la guerra popular de Sendero, mientras que, en la entrada, al lado izquierdo se podía observar el símbolo del MRTA: un fusil y una macana, coronados con el rostro de Túpac Amaru, dentro de un círculo. Ese mismo año, 1989, Abimael Guzmán, el “Presidente Gonzalo”, convocó a un “paro armado” y sus huestes desfilaron en el campus de San Marcos. Grosso modo, ese es el marco histórico en el cual hizo su aparición Prensa y subversión, el libro de Carlos Oviedo.
Respecto al libro. El periodista arma bien su estrategia de trabajo para atacar el tema. Antecede a su estudio dos primeros capítulos en los que hace una reflexión sobre el terrorismo (la referencia de Walter Lacqueur, una autoridad muy recurrida en esos años, es acertada), y la violencia (Oviedo la trata de explicar remarcando la violencia estructural, es decir, las condiciones de pobreza de las poblaciones marginales).
Por otra parte, el autor ya tenía conocimiento sobre lo que iba a analizar en el capítulo 3 (“La propaganda subversiva y medios de comunicación”) desde Manejos de la propaganda política (1982), su anterior libro. Es pertinente recordar lo que decían los entendidos en el tema: al terrorista le interesa que se divulguen y magnifiquen sus acciones pues así publicitan la existencia de su organización. La notoriedad es vital.
Leer el libro de Oviedo es revisar el pasado de coches bomba y atentados terroristas. Es recordar cómo la propaganda senderista se exhibía colgada en los quioscos bajo el disfraz de periodismo y al amparo de la libertad de expresión, es decir, aprovechando las ventajas que da la democracia para, luego, intentar hacerla detonar por dentro. Es traer a la memoria los perros colgados en una esquina de la capital expresando su rechazo a las reformas de Deng Xiao Ping que contravenían lo hecho por Mao, el Gran Timonel, en China. También rememorar la vesania de Sendero, como la que tuvo con las SAIS de Puno donde masacró a un millón de animales (entre cabezas de ganado ovino, vacuno y alpacas) con el fin de alejar al campesinado de una economía de mercado. Ya habían pasado seis años de la masacre de Lucanamarca en la que Sendero asesinó a mujeres, ancianos y niños. Fueron 69 los asesinados a punta de machetazos y hachazos. Y estábamos a tres largos años de la captura de Abimael Guzmán, responsable de estos hechos de sangre.
Llama la atención que el estudio de Oviedo haya pasado desapercibido por esos años siendo, quizá, el único sobre la propaganda de los dos principales movimientos subversivos que asolaban el país. (La acaparaba Raúl Gonzales, el senderólogo, que era consultado para analizar las acciones de los seguidores del Presidente Gonzalo.)
Completa la investigación un análisis del tratamiento periodístico en los diarios de la época (Expreso, Hoy, La Crónica, La República, Actualidad, Cambio y el propio El Diario), en relación a un caso, el de Juanjuí, un poblado de la selva tomado por la fuerza por el MRTA que desplazó una columna de subversivos al mando del Comandante Rolando.
Prensa y subversión, un libro para recordar un pasado que no debe volver.
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