“Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, es el cuento más célebre de
Augusto Monterroso. No cabe más que en una sola línea. Raymond Carver es otro
ejemplo, con el minimalismo, de la economía de las palabras. Esas oportunas
afeitadas en sus relatos para que las elipsis hagan efecto, convocan la
participación del lector. El haiku es otro modelo de brevedad. Borges apostaba
por ella. Cuando le preguntaron qué opinaba de Cien años de soledad, respondió sarcásticamente
que le sobraban cincuenta años, ¿no? Arreola es uno de los maestros del relato
corto (ver Confabulario personal). Concisión, precisión e impacto figuran en su
escudo de armas. Separar la paja del trigo, eso es el microrrelato. Becerra ha
hecho suyo este axioma en sus 40 microrrelatos covidianos. Forzado al encierro
por la pandemia se puso manos a la obra y dio forma letrada a ciertos
acontecimientos que hirieron por esas fechas nuestra vida cotidiana. La
impronta poética se deja sentir en sus sentencias. Lo inesperado, lo absurdo y la
existencia cortada por la presencia invisible de un microbicho están allí. El
autor ha tenido el ojo clínico para encapsular esos momentos claves. 40
microrrelatos es fruto de la madurez. La manzana tenía que caer ya para cumplir
con la ley de la gravedad de Newton. Eureka.
40
microrrelatos covidianos
Hernán
Becerra Salazar
Grupo
Editorial Caja Negra
2021
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