EL libro de
Faverón dignifica lo que debieron ser los blogs cuando proliferaron por el año
dos mil: un espacio ideal para discutir ideas, escribir comentarios de libros o
analizar hechos resaltantes, y no en lo que se convirtieron: un lugar de
chismes, reyertas y golpes bajos. En cambio, Faverón fue uno de los pocos le
dio un trato serio, profesional. Él ya venía de una experiencia periodística en
Somos de El Comercio. Su blog, Puente
Aéreo, la recogió para la blogosfera. Faverón relata que no sabía cómo
hacerlo y que su amigo Daniel Salas, paso a paso, lo orientó. En la primera
parte de las tres que lo componen, el autor coloca una serie de artículos que
tienen como impronta el antifujimorismo. Así tenemos algunos donde se
cuestiona a Keiko Fujimori y la opción política que representa en su
enfrentamiento a Humala en la segunda vuelta del 2011. El escritor repite un tip de la época
que se lanzó contra su padre, Alberto Kenya: que se había robado 6 mil millones
de dólares; tip que nunca fue demostrado y que formó parte de la campaña de
satanización al fujimorismo. Desde esa perspectiva, se puede ver Puente Aéreo como la fotografía de un
momento en el Perú, donde aún se hablaba de la presencia de una reserva moral,
que combatía, con desinfectante en la mano (y lavado de bandera en medio), la
corrupción fujimorista. Esa parte se puede decir que envejeció, si se
toma en cuenta que figuras como Susana Villarán –que integraba dicho conglomerado–
protagonizaron hechos de corrupción. Pero con todo, con las discrepancias del
caso, el esfuerzo por dar espacio a argumentos en el debate político, en medio
de una jungla de repetidores de frases huecas, es loable. En la segunda
sección, correlativo a ese antifujimorismo, Faverón lanza sus dardos contra César
Hildebrandt –a quien presenta como un hombre que no sabe nada de cine–, Marco
Aurelio Denegri –a quien califica solo como un corrector de estilo– y Beto Ortiz
–el “peor escritor de Lima” (aquí hay un exceso; sin intentar caer en el
magister dixit, Martha Hildebrandt, a la que juzga más por su cercanía al
fujimorismo que por su propia obra, le tenía en buena estima por su correcta forma
de hablar)–. Pero no se queda allí, sino que lo apabulla en su interpretación
del relato de César Vallejo, “Paco Yunque” (“Qué pasa cuando uno no entiende
los cuentos para niños”). En este caso tiene la razón porque el cuento de
Vallejo refleja aún esa contradicción que existe entre los que están en la
cúspide y la base de la pirámide social, y es la del abuso del que está en
desventaja. Un cuento ejemplar, sublevante. No se “victimiza a un cholito” como
Ortiz mal entiende. En esta segunda sección, casi finalizando, se destaca las
líneas que dedica a Gastón Acurio. Sí, es cierto, se consulta a Acurio, como si
fuera el oráculo de Delfos, por diversos temas como la política y la economía,
cuando su expertise es la cocina.
Acurio de jurado de un concurso literario, es como si se viera a Bryce Echenique,
el último de nuestros buenos escritores vivos, preparando una pachamanca. En la
tercera sección, dedicada a la literatura, se puede apreciar su interés por
Borges en varios post. Textos de coyuntura, de toma de posición frente al
racismo o lo que considera el autor es necesario defender (por
ejemplo, a su amigo Thays de la horda nacionalista gastronómica que lo quiere
ejecutar por confesar que no le gusta la comida peruana), al alimón con relatos
de gratos descubrimientos bibliográficos, como el del escritor uruguayo Mario
Levrero. Faverón no defrauda; puede caer antipático y pedante de entrada, pero resulta provechoso leerlo.
domingo, 1 de junio de 2025
PUENTE AÉREO
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