miércoles, 30 de julio de 2025

UNA PASIÓN CRÓNICA


RESULTA extraño que Una pasión crónica, el libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los estudiantes de periodismo. Yo tengo una hipótesis: los profesores de periodismo no leen, y como no leen, o desconocen su existencia, no lo tienen como referencia. Es el mismo caso de Víctor Hurtado, su libro Pago de Letras (1998, 2004), que debería servir de modelo para los que buscan una prosa en la que se funden la literatura y el periodismo, es poco mencionado. (Ya no hablemos de Otras disquisiciones (2023), extensión de Pago y su libro mayor –ahora en dos volúmenes, publicado por Artífice, parece estar condenado a ser solo abierto por espíritus selectos, cultivados en el Renacimiento.) En la lista del olvido también podemos encontrar a Manuel Jesús Orbegozo, cuyo libro, MJO. Testigo de su tiempo, que muestra los secretos del oficio, goza del poco codiciado privilegio de la inexistencia en la mente de los estudiantes. Claro, si el docente, que es quien debe orientarlos no lee, menos lo va a hacer el pupilo. Y hablamos de los peruanos, cómo será con los extranjeros. ¿Habrán leído, al revés y al derecho, Todos los hombres del presidente? ¿Les suena Jon Lee Anderson y Oppenheimer? ¿Vargas Llosa y García Márquez en sus notas periodísticas? ¿Leila Guerriero? Pregunto, supongo que sí. Volvamos al libro de Jáuregui. Se nota que es un libro diseñado para un iniciado en estas lides. Lo indican las entradas. La mayoría de ellas remiten a las clases de Jáuregui en la universidad (evocan los “Borges vino a casa”, de Bioy). Va soltando los “tips”, las “pepas”, en cada uno de sus capítulos. (Tengo entendido que el editor, muy amigo del periodista, lo empujó a volcar toda su experiencia de profesor de crónicas y entrevistas, para que no se pierda.) En Jáuregui hay un estilo identificable (se le puede detectar en su Usted es la culpable, quizá su mejor libro), uno de la calle, pendenciero, quimboso, zigzagueante y rumboso, como era él mismo en su barrio de Surquillo. Como la escritura de Ribeyro: tiene un sello de agua (aunque la IA urda ahora estragos entre los escritores). Una pasión crónica debería tener además del subtítulo –Tratado de periodismo literario– otro que diga: Memorias de un periodista en un aula de clase. Porque eso es lo que se observa desde el primer capítulo: la subjetividad del hombre de prensa zambullido en la docencia. Del temor inicial se pasa a la destreza del ducho. Asimismo, la lingüística, su primer amor, le tendió la mano al autor en la puja por explicar el significado y los significantes en la redacción de la prosa periodística con gambetas. Saussure, Bailly y Sapir le sirvieron de “punteros mentirosos”. Finalmente, el libro alterna las lecciones del periodista con crónicas que él mismo escribió y fueron publicadas en diferentes medios escritos de la capital. (Quién más que él para ser su propio modelo.) Un libro que debería estar en el estante de un periodista (y de otros que pretendan serlo).


domingo, 27 de julio de 2025

EL SITIO DE LA LITERATURA

 

EL cuarto ensayo es el núcleo del libro. Es la extensión de un artículo de Mirko Lauer publicado en La República que auscultaba la posibilidad de que Vargas Llosa asumiera el premierato durante el gobierno de Fernando Belaunde. El texto es subsidiario de aquellas columnas políticas de los años 90 en las que Lauer analizaba el escenario nacional, y se pueden encontrar compilados en su libro Días divididos (1994). La prosa es periodística, no muy brillante; solo cumple. No es vertiginosa como la de Guillermo Thorndike o muy adornada y de elegante estilo como la de Luis Alberto Sánchez en el semanario Visión Peruana, dirigida por Hildebrandt, y que reunió en Examen de conciencia (1988). Resulta extraño que a lo largo de su carrera no haya sido un referente del periodismo nacional habiendo tenido todo el potencial para serlo. Un hombre culto, sí; con variadas inquietudes intelectuales. Allí tenemos sus libros (hablamos de los más destacados) de crítica a la artesanía, sobre la pintura peruana, de gastronomía y otro dedicado al arte milenario de interpretar el I Ching. Tiene, además, una traducción de El sonido y la furia, de Faulkner. Como poeta es recordado por Sobre vivir, y, como promotor cultural, por Hueso Húmero y la editorial Mosca Azul. Pero, a pesar de ello y de él mismo, Lauer parece un intelectual recluido en el catastro de su producción. No ha sido como Macera que, casi enclaustrado como él, dejó una luminosa producción. Lauer se ha conformado con ser, al final, solo el columnista de La República y el Pedro Rojas de No, mi General, de Thorndike. 

En cuanto al libro, que enjuicia la relación de los escritores y la política peruana en el siglo XX, podemos decir que no alcanza la agudeza de Sobre el 900, de Luis Loayza. Su enfoque se encuentra en el primer párrafo de la introducción cuando precisa, sin equivoco, que su libro “parte de la noción de que la literatura no es solo los textos mismos, sino también la organización que los produce, los distribuye, los consume, i.e. los permite, y en la cual los textos son un momento no un final.”, es decir, del modo de producción, una categoría marxista, usada por críticos como Ángel Rama, para no desceñir el solipsismo del creador de palabras del contexto socio-económico que lo envuelve. La sensación que causa es similar a la que provocó ver cuando la famosa Mesa de Todas las Sangres, que deprimió a Arguedas, fue invadida por sociólogos. Lauer se asienta en el peso de las ciencias sociales, en Flores Galindo y Quijano, para impregnarle un aire de “cientificidad” al contexto en que se mueven los escritores convocados para el análisis. La literatura aparece sometida por ese peso. 

El tercero de sus ensayos ha envejecido: ahora hay literatura de la migración en nuestra narrativa. Incluso, cuando Lauer lo esbozaba, la hubo, sino qué era Arguedas, un migrante de la sierra a la costa, en El zorro de arriba y el zorro de abajo (llamada inicialmente Harina mundo), que miraba con ojos de extrañeza y rechazo el nuevo mundo que lo desbordaba. Es útil (asumiendo la carga ideológica que lo ciñe) para explicar su inexistencia. 

En el cuarto, Lauer es sumamente arbitrario. Exuda su inquina ideológica contra Vargas Llosa. Lo hace parte de una “ofensiva articulada y vigorosa del pensamiento reaccionario”, sin contar que el escritor se topó por el camino con la política como una obligación moral con el país, que tuvo un antecedente cuando integró la Comisión Investigadora por los sucesos de Uchuraccay (1983), y como consecuencia de las críticas al acontecer nacional que desarrollaba en sus columnas de opinión. A Vargas Llosa lo invitó Belaunde para ser primer ministro; él no alardeó haber sido “llamado”, por ejemplo, por la dictadura velasquista para colaborar con ella. Tampoco cuadra que diga de él que “defendió intereses particulares frente a algo que un liberal llamaría el interés general de la sociedad” (refiriéndose indudablemente a la oposición del escritor a la estatización del sistema financiero en 1987) cuando hubo empresarios, como Gianflavio Gerborlini, frente a la radicalidad del plan de gobierno del Fredemo, que preferían “los comunistas a Vargas Llosa” (ver El pez agua, 1993, p. 263). Esta última puntualización de Lauer por “el interés general” habría que traducirla como la pervivencia en el pensamiento del crítico de las nacionalizaciones al estilo de Velasco, un dictador militar al cual respaldó. 

En el segundo de sus ensayos dedicado a Luis Alberto Sánchez y su Literatura Peruana lamenta (mejor dicho, exige) que no se perciba en la citada obra una teoría literaria como marco de las reflexiones acerca de autores y libros, y que se desvíe a lo biográfico. De los cuatro trabajos presentados, este es el más versado y el que tiene una prosa más suelta y menos contaminada por lo sociológico (aunque la apuesta del crítico, hay que recordarlo, fue por ese lado). 


Con todo, 
El sitio de la literatura (1989) suscita variadas reflexiones a partir de cuatro instantáneas de la literatura en el Perú del siglo pasado. Permite, además, contar con el enfoque (marxista, sí; lo cual no es pecado grave) de un intelectual que ha tenido una importante presencia en nuestro quehacer cultural.

martes, 22 de julio de 2025

LA CIUDAD ACORRALADA

HAY tesis que salen de los estantes de las bibliotecas universitarias y se convierten en libros. Este ha sido el caso, en Antropología, de la tesis de Rodrigo Montoya, escrita en Francia y publicada por Mosca Azul Editores como Capitalismo y no capitalismo en el Perú; la de Arguedas, Las Comunidades de España y del Perú; la de Vargas Llosa en la Complutense de Madrid sobre García Márquez, y así otras tantas. Esta tesis, con un aparato teórico lo suficiente solvente para sustentarla, alcanza esa categoría, la del dominio público. Dynnik aborda un tema poco ahondado en los estudios de Sendero Luminoso: el de las motivaciones de los jóvenes de los ochenta y noventa para plegarse a un movimiento subversivo. A diferencia de otros trabajos donde se establecen elaboraciones teóricas de laboratorio para entender el fenómeno, este sustenta sus interrogantes en un trabajo de campo. El autor entrevista a una treintena de jóvenes que fueron de Sendero. Hay que recordar algunos trabajos precursores que anteceden su esfuerzo. Allí tenemos los de Carlos Iván Degregori, Gustavo Gorriti y Víctor Peralta que lo abordan desde distintos ángulos (y los artículos de Raúl Gonzáles, también). El de Dynnik tiene la dimensión de la novedad. El autor de La ciudad acorralada tuvo que pasar una serie de inconvenientes para hacer su investigación: visitar a los presos de SL en las prisiones y esperar su disponibilidad de tiempo, superar las desconfianzas iniciales e ir a otro centro de reclusión para obtener la autorización de una delegada, entre otras. El capítulo 2 tiene interesantes extractos de una entrevista hecha a Elena Iparraguirre sobre los orígenes de Sendero Luminoso. En él nos enteramos que, como buena parte de los partidos de izquierda, SL surge de un fraccionamiento de una rama mayor. Sale de PC-Bandera Roja, el cual a su vez se desgaja del tronco del PC-Unidad, comandado por Jorge del Prado

Asimismo, la entrevista a Iparraguirre da cuenta de ese proceso del cual surge la figura de Abimael Guzmán como encargado de la reconstitución del partido fundado por Mariátegui. Saturnino Paredes aparece en el trayecto como el personaje inicuo que tipifica al gobierno de Velasco de “reformista-nacionalista”, mientras el resto de sus camaradas del PC-Bandera lo tildaba de “fascista y corporativo”. La expulsión resolvió esta y otras disensiones ideológicas. 

Este capítulo recuerda una idea errónea de SL: que había encontrado el “equilibrio estratégico” y que estaba cerca de tomar el poder. Eso estaba muy lejos de ser cierto. 

Por esas fechas, finales de los ochenta e inicios de los noventa, si es cierto que alimentaban esa percepción con el incremento de atentados terroristas –que alcanzaron su punto de clímax en la capital con el atentado de Tarata en el centro de Miraflores–, los seguidores militarizados de Guzmán eran duramente golpeados por el accionar de las Fuerzas Armadas en los Andes. Incluso se cree que, debido a esto último, el autodenominado Presidente Gonzalo traslada el escenario de la guerra popular a la capital, lo cual, a la postre, significó su derrota total debido a la desconexión que existía entre la realidad y la ilusión de una victoria revolucionaria.

En cuanto a la metodología empleada podemos notar que el autor emplea la técnica de la entrevista y como instrumento un cuestionario de 41 preguntas de carácter abierto. Eso nos advierte del enfoque cualitativo que opta para su investigación, el cual le permite analizar la subjetividad del entrevistado y encontrar patrones para explicar su ingreso a Sendero. 

El capítulo 3 es el más denso, es el que contiene el núcleo de la investigación con la transcripción comentada de las entrevistas. Abarca casi la mitad del trabajo. 

En las primeras entrevistas se puede leer que Sendero canaliza la rebeldía de los jóvenes y su anhelo de justicia. La idea de pertenecer a un movimiento que buscaba la transformación social los atraía, el propósito de trascender, de formar parte de una historia mayor era seductor. También se puede apreciar que la pertenencia a un entorno familiar donde tíos universitarios había tenido militancia de izquierda y les daban discursos en el sentido de hacer la revolución, los preparó mentalmente para cuando les tocó ingresar a la organización senderista. (El autor habla de adoctrinamiento en una parte cuando comenta un testimonio.) Pero cuando se incorporaron a SL y les informaron a esos familiares, que involuntariamente incidieron en su decisión, estos hicieron reparos.

De otro lado, la tesis demuestra que en los años ochenta y noventa Sendero hacía trabajo político en las universidades públicas (entre ellas, San Marcos), captando estudiantes, quienes escalaban en la organización, primero, como simpatizantes hasta alcanzar la categoría de combatientes. 

Asimismo, Dynnik glosa un curioso artículo publicado por el periodista Gustavo Gorriti en The New York Times, en agosto de 1992, donde se plantea que “el PCP-SL era un fundamentalismo antidemocrático y cuyo crecimiento se gestó bajo el autoritarismo de Fujimori” (Nota 84, p. 147). 

(Gorriti debe referirse a las políticas de mercado implementadas durante el primer gobierno de Fujimori, rechazadas por la izquierda debido a que, a su juicio, habían incrementado las condiciones de pobreza de la población, el caldo de cultivo de la subversión.)

Al siguiente mes, el 12 de setiembre, Abimael Guzmán es capturado. La ciudad acorralada (IEP, 2021) es un libro que genera reflexiones sobre el tema de violencia. Se ha asegurado un lugar en los estudios del fenómeno senderista.

LA IA, EL FUTURO QUE YA ES HOY

HAY que empezar por una certeza que, tarde o temprano, será una realidad: la IA nos va a pasar por encima. La visión de una superinteligenci...