martes, 27 de agosto de 2013

MEMORIAS DE UNA CANTANTE

NO SÉ si es por la traducción o por lo que llaman los literatos la “textualidad” del escrito, pero esta edición de Memorias de una cantante alemana, un clásico de la literatura erótica de ese país, me atrae mucho. Yo anteriormente tenía la edición peruana de Popof, pero, la verdad, no me llamó mucho la atención. Sería el papel de poca calidad –periódico– o, como decía, la traducción; o, tal vez, se me ocurre pensar, que el traductor de esta edición –limpia, tersa, como la piel de una mujer– ha incluido partes que no existían –o de las que no me he percatado o no he leído bien– en la edición peruana –es verdad, rústica y un poco descuidada–. La introducción y el Epistolae Novae de Apollinaire que preceden el texto, el primero bastante erudito y el segundo más laxo, más los prólogos de los anteriores editores, hacen que esta obra tenga la importancia debida. Aunque no existe la plena seguridad que Wilhelmine Schroeder Devrient sea la autora de estas cartas –que en un arranque de emoción Apollinaire las compara con las Confesiones de Rousseau o las Memorias de Casanova–, lo que sí es certero es que todas ellas tienen el sello de una mujer. La femineidad que transmite cada línea es indudable. Wilhelmine, según el editor de la edición francesa de 1911, tenía un carácter fuerte; sin embargo, las cartas que dirige a su amigo muestran a una chica dulce, aunque con un perfil bastante decidido. Ella inicia su periplo sexual bastante jovencita, 14 años, de las “manos” –literalmente hablando– de su prima Margarita, dos años mayor que ella, a quien logra seducir para tener una relación lésbica, la cual, a su vez, fue iniciada en esos juegos amatorios por una baronesa que la llevó a su villa en Ginebra, Suiza. Lo que sí no me gustó, y me causó repulsión cuando la leí en la edición de Popof, fue la escena de sexo con un animal.  Y lo curioso es la aversión de la protagonista a las obras del Marqués de Sade, en especial Justine o los infortunios de la virtud –del cual recuerda varios pasajes para abominar de ellos–, si en algunas escenas se la puede ver utilizando el látigo para atizar una relación sexual o incrementar la voluptuosidad del gozo. El final –como prometía al inicio– parecía que iba a contar la desgraciada relación que tuvo con un amante que la hizo desdichada, pero de esto solo hace un breve bosquejo, casi un interludio. Con todo, con los detalles de sus orgías, de sus partes teñidas de recato, pudibundeces y pequeños descarríos adolescentes, sazonados con ardientes descripciones de corte sexual, Memorias de una cantante alemana es un libro que fluye bien en la mente del lector, aquel que ha tenido –como en los tiempos de la Wilhelmine– la mano vigorosamente ocupada mientras lo leía.


Freddy Molina Casusol 
Lima, 26 de agosto del 2013

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