sábado, 21 de diciembre de 2013

EL LEÓN VIEJO Y UN JOVEN CRÍTICO

EN 1989 fue presentada para su aprobación en la Facultad de Letras de San Marcos, la tesis de bachiller de Carlos García - Bedoya Maguiña, Para una periodización de la literatura peruana. La tesis fue precedida de sendos elogios del crítico literario Tomás Escajadillo, quien había oficiado de asesor del joven García Bedoya. Escajadillo –que por lo general era circunspecto y de muy poco hablar en las sesiones de Facultad– aquella vez fue muy locuaz, no escatimó elogios para su asesorado, a quien presentó como una joven promesa en los estudios críticos de la literatura peruana. En su alocución destacó que esta durante años había estado bajo el influjo de Luis Alberto Sánchez, cuyo libro La Literatura Peruana estaba plagado de errores, y que trabajos como el del joven García Bedoya eran un aporte para su mejor comprensión. García Bedoya era hijo del distinguido embajador Carlos García Bedoya Zapata. Venía, pues, acompañado del prestigio del padre (los profesores de literatura de San Marcos decían: “el hijo del embajador García Bedoya estudia en la Escuela”).

Luego de las formalidades del caso y las palabras elogiosas del asesor, la tesis fue aprobada sin mayor trámite. El joven García Bedoya ya era Bachiller (en una época cuando para ello era indispensable presentar una tesis). Pasado el tiempo, un año más o menos, encontré en una librería del centro de Lima, la afamada tesis en forma de libro. Había sido publicada en el sello de Antonio Cornejo Polar, crítico de renombre y exrector de San Marcos, Latinoamericana Editores. El joven tesista había recibido un espaldarazo. Cornejo no era cualquier crítico, su nombre se codeaba con el de Ángel Rama, crítico uruguayo que cuestionó a Vargas Llosa en el tema de los demonios literarios cuando este publicó García Márquez. Historia de un deicidio.

Después de pujar el precio con el vendedor, me llevé el susodicho ejemplar. Ya en mi casa, y acomodado en el sofá, me dispuse a leer la tesis que un año atrás había aprobado (ya que era miembro, en calidad de estudiante, del Consejo de Facultad). La primera impresión fue, sin exagerar, de fiasco. Me parecía que esa artificiosa propuesta de periodización de la literatura peruana de García Bedoya no era lo que Escajadillo había dicho en el Consejo: un desarrollo de las ideas literarias de Mariátegui expresadas en sus 7 ensayos, sino que era deudora de la división hecha por Macera en sus Trabajos de Historia (volumen I), que tiempo atrás había leído en la edición especial de la Facultad de Ciencias Sociales. Bueno, me dije, no era la primera vez que se exageraba las bondades de un libro por obra de un apologista, así que lo dejé pasar. La sorpresa vino después. Me llamó mucho la atención la extensa nota final con la que el joven García Bedoya dejaba malparado a Luis Alberto Sánchez, en especial las fechas y datos de nacimiento de ciertos poetas (los de Lauer y Marco Martos, por ejemplo). Algo había adelantado Escajadillo en sus elogios a García - Bedoya Maguiña, de que este había hecho una serie de enmiendos a Sánchez, los cuales habían sido detectados en las sucesivas ediciones de su Literatura Peruana.

Luego de leer la nota y tener la sensación de que se había ensañado –con afanes de lucimiento intelectual, creo– con Sánchez, tuve una inquietud. Echado como estaba en el sofá, me incorporé y fui a mi pequeña biblioteca. Mi padre hacía muchos años atrás había comprado cuando era adolescente, y a instancias mías, La Literatura Peruana de Luis Alberto Sánchez. La abrí, y una por una comencé a cerciorarme si las rectificaciones de García Bedoya concordaban con las que había publicado en su libro. Y con no poco sobresalto descubrí que buena parte de ellas habían sido corregidas por el viejo maestro. ¿Qué había pasado? Cuando veo la fecha de edición, compruebo que era la de 1981 y las correcciones del joven tesista se habían hecho tomando como base la de 1975 (como él mismo lo indicó en su nota). Exaltado por el hallazgo llamé por teléfono a Marco Gutiérrez, profesor de literatura de San Marcos. Al notar mi tono de voz ansioso por el fono, me preguntó: “¿Qué pasa, Freddy”? “He descubierto algo, profesor”, le dije. Y le conté. Luego lo inquirí: ¿Tiene usted La Literatura Peruana de Sánchez”. “Sí”, me dijo. “¿La de 1975?”, volví a interrogar. “No recuerdo”, contestó. ¿Lo puedo visitar en este momento?”, me atreví a decirle. “Ven”, me respondió. Ya en su oficina, me llevó a su estudio y sacó los ejemplares de La Literatura Peruana de Sánchez. Eran los de la edición de 1975. Luego comencé a verificar, una por una, las rectificaciones hechas por el joven García Bedoya en su nota final. Todo estaba bien; pero había un problema. Si él había sido presentado como una joven promesa que iba a enderezar los errores del viejo maestro, ¿cómo podía explicar que para redactar sus puntillosas correcciones a Sánchez, se hubiera basado en la penúltima edición de La Literatura Peruana, la de 1975, y no en la última, la de 1981, donde aquél había corregido buena parte de sus errores? La falta era tan elemental que hubiera hecho sonrojar a cualquier estudiante de los primeros años de Estudios Generales de Letras. Lo peor de todo es que había arrastrado en su error a Cornejo Polar, en cuyo sello, Latinoamericana Editores, había sido publicada la tesis; a Tomás Escajadillo, quien fue asesor de la misma; y a Miguel Ángel Huamán, futuro crítico literario, a quien agradecía la lectura del trabajo (“cuyas incisivas críticas –decía– han ayudado a hacer más riguroso este modesto esfuerzo”). Ninguno se percató de esta “gaffe”.

Tras tomar un café con Marco Gutiérrez y escucharlo lamentarse del carácter sociologizante en el que habían incurrido los estudios literarios[1], me puse a escribir un artículo sobre el asunto, pero me salió tan malo que desistí en publicarlo. Muchos años después –2004–, visitando la librería de San Marcos, me topé con la segunda edición de la tesis del no tan joven García Bedoya. No revisé su contenido porque lo conocía de sobra. Curioso, me fui a la parte final. Para sorpresa mía ya no figuraba la nota que había originado el juicio severo del joven crítico con el viejo maestro. En su lugar los editores habían puesto otra cosa. Advertidos, con seguridad, de que no era conveniente republicarla, la habían suprimido. Eso es lo que imagino.

Todavía tengo en mi casa esa primera edición, esa en la que el entonces joven crítico parecía rectificar al viejo maestro. Cada vez que la veo evoco lo que me dijo alguna vez un amigo: “Freddy, la historia siempre se repite: el león joven quiere derribar al león viejo”.

Siempre, hasta que el león viejo le recuerda, de un zarpazo, cuál es su lugar.

 

Freddy Molina Casusol

Lima, 18 de diciembre de 2013



[1] En 1991, Carlos Arámbulo López, en una nota en la que recuerda a T.S. Eliot y la necesidad de revisar el aparato crítico, escribió: “Decimos esto porque notamos cómo los estudios críticos sobre literatura peruana han sido copados por una vertiente historicista con nombre propio: la de las literaturas heterogéneas propuesta por Antonio Cornejo Polar. A este respecto notamos cómo una ‘nueva’ generación de críticos o aprendices de críticos suscriben, sin mayores aportes personales las tesis (homogéneas) de Cornejo. Citamos como ejemplo el trabajo de Carlos García Bedoya, joven egresado de la UNMSM, seguidor fiel de Cornejo, quien anunciaba en el título de su libro Para una periodización de la literatura peruana un aporte ordenador o que pusiese de manifiesto la imbricación entre las dos secuencias pertinentes con respecto a este tema: la secuencia histórica y la literaria. Finalmente, y como resultado de una fugaz lectura de las tesis de Jauss, la preminencia de lo histórico sobre lo literario es notoria. Su trabajo resulta periodizando más la historia del Perú que la de su propia literatura, no obstante el estudio, forzado, de los trabajos de Ángel Rama, claramente rastreables cuando García Bedoya enfoca el tema de la coexistencia temporal de diversas corrientes literarias”. Y luego de saludar la publicación de la tesis de Camilo Fernández, Las ínsulas extrañas de E.A. Westphalen, remató con lo siguiente: “Desde aquí abogamos por un resurgimiento del ambiente polémico que deseche el compadrismo y la sobonería mutua imperantes en los estudios literarios, lo cual solamente nos conduce por el sendero del abotargamiento mental, la inanez y la repetición simiesca.”. Ver “Nueva crítica y nueva novela”, Carlos Arámbulo López, en Revista, suplemento cultural de El Peruano, 7 de marzo de 1991, C/22.

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