MI AMIGO Fernando
O. se ha empeñado en estudiar El capital
de Karl Marx. Tamaña empresa no es nada fácil, pues entre los que se reconocen
como marxistas, hay muy pocos que puedan decir: 1) Que lo hayan leído; y 2), Que
lo hayan comprendido. La única vez que yo intenté hacerlo fue cuando estaba en
la universidad. Le pedí prestado a una amiga uno de los gruesos volúmenes de la
edición argentina de Cartago –“expropiada” a su “ex” cuando ambos terminaron–
para escudriñar un punto: la idea de Marx sobre los medios de comunicación que
un profesor, muy alegremente, había interpolado en un texto suyo para intentar
formular una teoría marxista en relación a ellos (¿podían ser los medios de
transporte, vías, o, mejor dicho, los rieles, que aparecían anotados por Marx, contrafuertes
para fundar seriamente una?).
Pero, mejor,
regresemos con mi amigo.
Fernando
robándole el tiempo a su esposa, a sus hijos, y, sobre todo, a sus amigos que
lo queremos tanto, se ha sumergido en las aguas de El capital para desentrañar sus misterios. Se ha pasado estos meses
examinando los temas del valor, la importancia en el pasado del patrón oro y la
circulación del capital. Atrás ha dejado su afición por la Física y la Mecánica
Cuántica.
Su persistencia
en el tema –donde me abruma de datos– ha tenido la virtud de hacerme volver la
mirada hacia un libro, del cual ya no tenía sino un viejo recuerdo, y que he
vuelto a recuperar en una librería de viejo para comentarlo aquí.
A finales de los
ochenta, en la vorágine sanmarquina, donde las citas de Marx salpicaban en los
vasos de cerveza que apurábamos en La Curva, había un librito, delgadito él, de
Ernest Mandel, un economista trotskista, acerca del trabajo que a mi amigo
Fernando le estaba quitando el sueño. El
capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx, así se
llamaba. Yo, por esos años, no lo pude leer porque había conceptos que no podía
entender; pero, transcurridas tres décadas, y con varias lecturas encima, ya pude
atisbar, con cierta dificultad, lo que decía.
Mandel escribe su
análisis como una introducción a El capital.
Lo hace con un conocimiento de las varias versiones que componen los capítulos
del estudio principal de Marx; conoce el plan de trabajo inicial y las modificaciones
sucesivas que tuvo (Como se sabe, en vida Marx solo pudo editar el primer
volumen; en tanto que los siguientes fueron ensamblados por Engels con los
materiales que aquel dejó tras su partida); y tiene un buen manejo de las
fuentes, hecho que el lector debe agradecer pues se convierte en una guía autorizada
para seguir el rastro de su redacción. (Anteriormente había escrito La formación del pensamiento económico de
Marx. De 1843 a la redacción de El capital: estudio genético. Para quienes
están interesados en el tema, pueden empezar por allí. Es un texto más
asequible).
Mandel era un
intelectual serio –como buen trotskista que se lo precie–, pero eso no lo
eximió de cometer el mismo error común de los marxistas –que es el de su mentor,
Marx–: profetizar el derrumbe del capitalismo. Desde la primera edición de su
libro en 1976, han pasado cuarenta años desde que anunció, refiriéndose a las
crisis cíclicas del sistema, que era “sumamente improbable que el capitalismo
sobreviva otra media centuria de crisis (militares, políticas, sociales,
monetarias, culturales), como las que han ocurrido ininterrumpidamente desde
1914. Es muy probable además, que El
capital y lo que representa –a saber, un análisis científico de la sociedad
burguesa que representa la conciencia de clase del proletariado en su nivel más
alto– terminará por probar que ha hecho una contribución decisiva a la
sustitución del capitalismo por una sociedad sin clases de productores
asociados”[1].
Pues bien, a
pesar de todo lo predicho por Mandel, ha sucedido todo lo contrario, quince años después que arribara a esta conclusión se derrumbó la Unión Soviética y la
sociedad comunista instaurada, vía golpe de estado, por Lenin en 1921. El mismo
año de su anuncio, la viuda de Mao y la Banda de los cuatro salieron del poder
en China, poniéndose fin al experimento social llamado Revolución Cultural, que
fue el preludio de la apertura comercial –o, mejor dicho, la entrada del
capitalismo– estimulada por Deng Tsiao Ping, su nuevo primer ministro. Claro,
de todas las experiencias político-sociales, inspiradas en el credo de Marx –y
Lenin–, la única que queda en pie, a costa de una gran impopularidad (y debido
a la insularidad que la favorece), es la de Fidel Castro. Sostenida en el
pasado con el petróleo de la ex URSS –y hasta hace poco con el de Venezuela–, esta
vieja dictadura caribeña que pasa, ella sí, la media centuria, ahora coquetea
por una apertura comercial, para lo cual pide que EE.UU. la desbloquee y así
abrirse al mundo capitalista. Es decir, el mundo ha ido por otro rumbo que las
intenciones de Mandel no hubieran querido aceptar. Algún lector avisado podría
decir: “Pero aún faltan diez años, Mandel habló de cincuenta años y solo han
transcurrido cuarenta”. Es cierto, pero todo conduce a pensar que es dudoso que
el capitalismo sea sustituido por otro sistema que lo supere en eficacia; y si
lo hay bienvenido sea, pero el comunismo no es. Porque no ha sido nada más
irónico que descubrir en las últimas décadas que la etapa superior del
esclavismo, feudalismo y capitalismo, como sus apologistas defendieron era el
comunismo, terminó negado en las sociedades donde se impuso para convertirse de
nuevo al capitalismo.
No he visto a mi
amigo Fernando las últimas semanas. Tengo dos hipótesis al respecto: 1) Que
sigue imbuido en El capital (en su versión audio-libro, con el cual duerme por
las noches); o 2) Que ha tirado la toalla y no estoy enterado de que ha vuelto
a la normalidad. Pienso que la primera es la más probable, conociéndolo.
Mientras se dilucida el tema, la pesadilla que fue para mí entender los
vericuetos económicos en los que se metía Marx para entender el capitalismo de
su época, solo ha durado un par de semanas, en las que robándole tiempo a otras
lecturas volví al pasado, con alguna poca nostalgia, para escribir este
comentario al que pongo fin en esta última línea.
Freddy Molina Casusol
Lima, 2 de octubre de 2016
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