ME LOS DEJÓ una amiga hace algunas
de semanas. “Es el colmo”, me dijo luego. Sí, era el colmo. Su regalo estaba esperando
desde la última navidad para que lo recogiera de su casa. Yo no iba, sea por
flojera o porque no tenía tiempo (mentira) o porque, lo peor, creía que no
había acertado con la compra. Lo cierto es que cuando ya tirado en el sofá de
mi casa me puse a leerlos, sentí que había dejado pasar un precioso tiempo para
deleitarme con su lectura. Porque Baradit, el autor chileno de la serie Historia secreta de Chile, es un
escritor que hace lo que a mí me gusta: poner al descubierto lo que otros, por
corrección política o cálculo, ocultan.
Tres historias
sublevantes
Al abrir uno de los tomos (el 2), el
relato de Bernardo O’higgins, ilustre prócer de la independencia chilena, saltó
a la vista. No creo que al leerlo los chilenos se hayan sentido muy complacidos.
Baradit pone en duda su calidad de libertador, tras la perspicaz lectura de un
texto clave: su propio discurso de asunción de mando en 1817. Allí el prócer
chileno confiesa: “Después de haber sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas de
la Plata bajo las órdenes del General San Martín…”. O sea, fueron San
Martín y los argentinos quienes liberaron a su país de la tiranía española.
(Yo me preguntaba en esta parte, qué habrá dicho Sergio Villalobos, uno de los
principales historiadores chilenos, ante esta afirmación de uno de sus
compatriotas. Me preguntaba qué habrá sentido al leer la admisión que otros fueron
los que los liberaron). O’higgins, por otra parte, es un
viejo conocido nuestro. Existe en el jirón de la Unión la casa que lo albergó
en su exilio, hoy hecha museo (aún se recuerda que, durante su primer mandato,
la presidenta Bachelet la visitó), y que hace cerca de diez años, fue sede
de la exposición "La literatura y la vida", dedicada a la obra literaria de Vargas Llosa.
De todos los relatos escritos por
Baradit quizás el más penoso sea el destinado a Diego Portales, un hombre que ha
marcado la línea política de su país en el siglo XIX, y que es recordado por los
peruanos por estas nefastas líneas que escribió en 1836: “Chile debe dominar
para siempre en el Pacífico”, líneas que muy probablemente alentaron la guerra
de 1879. Portales no reconoció a los tres hijos que tuvo con una hija de la
aristocracia chilena de origen holandés. El retrato que se hace de él, es el de
un miserable. Nunca le interesó el destinó de esta niña de quince años, Constanza
Nordenflycht, que se consumía de amor por él como un personaje de García
Márquez, y a quien hacía, cada vez que podía, a un lado. Jamás le importó si no
fuera para sacar alguna ventaja de su posición económica. Este relato es
aleccionador porque lo desenmascara frente al lector que en los libros de
historia lo observa como un gran personaje político (en verdad, un manipulador
y conspirador, de acuerdo a Baradit). El hombre todopoderoso de Chile de esa
época tuvo un final violento, digno de un film de Tarantino. No se lo
contamos para no malograrles la lectura. Solo busquen el libro y léanlo.
La historia de Pinochet como el
caudillo del golpe del 11 de setiembre de 1973, que trajo abajo la presidencia
de Allende, se desmorona cuando Baradit, cuenta, atando cabos, que don Augusto
José Ramón Pinochet Ugarte nunca conoció los detalles del derrocamiento de su
jefe –porque lo era–, el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas de Chile, Salvador
Allende, sino hasta el final, cuando la balanza se inclinó hacia el lado de los
golpistas, realmente coordinados por el general Arellano Stark, el verdadero
operador del golpe, a quien posteriormente pasó al retiro. Luego a uno por uno
de los que participaron ese 11 de setiembre los fue eliminando, mismo Stalin, porque
podían rivalizar con él en el poder. Esta semblanza sobre Pinochet aficionado a
la astrología y lo esotérico, completa el perfil del dictador chileno elaborado
por Jon Lee Anderson y que está incorporado en su libro El dictador, los demonios y otras crónicas, que reúne una serie de retratos,
entre ellos el de Pinochet con su biblioteca como fondo (que Baradit, recuerda,
fue en buena parte comprada con dinero del Estado).
Colofón
Los relatos de Baradit no se cierran
con aquel que cuenta cómo el acta de independencia de Chile es hecha pedazos
por un soldado, durante el golpe militar de Pinochet, ni con el relato de
Arturo Prat, héroe chileno de la guerra de 1879 entregado al espiritismo, sino que
abren una puerta para que los pueblos del mundo revisen su propia historia llena
de falsificaciones, y reescrita muchas veces por una mano guiada por los intereses de
turno. Historia secreta de Chile debería
ser replicada en cada uno de nuestros países que conforman nuestro continente.
¿Y por qué? Por una sencilla razón: para conocernos mejor. Gracias, Eliana, por
tu regalo.
Freddy Molina Casusol
Lima, 30 de setiembre del 2017
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