jueves, 21 de febrero de 2019

BERTOLUCCI, EL ÚLTIMO EMPERADOR DEL CINE



Ni bien exhaló el último suspiro y sus detractores se le vinieron encima. El último tango en París (1972), que tuvo como protagonistas a María Schneider y Marlon Brando, fue el motivo de la discordia. Bernardo Bertolucci ha pasado al recuerdo por esa secuencia, entre erótica y transgresora, en la que se fuerza a una casi púber Schneider –Mónica Belluci tuvo una escena más cruda en Irreversible (2002)–. Empero, Bertolucci ha dejado una huella que está más allá de esa provocación convertida en fotograma. Fue uno de los grandes directores de la cinematografía mundial. Para erigirse en ese pedestal ha dejado varias obras maestras, entre las que destacan nítidamente El conformista (1970), Novecento (1976) y El último emperador (1987).

Bertolucci, admirador en su juventud de Jean-Luc Godard, quien le escribió despectivamente en la parte posterior de una foto de Mao, luego de ver El conformista: «Debes combatir el individualismo y el capitalismo», tuvo en Pier Paolo Pasolini al maestro que guió sus inicios en el cine –fue su asistente de dirección en la película Accatone (1961)–.

El cine de Bertolucci, un cine profundamente político, se cimentó apoyándose en las obras literarias de escritores famosos como Borges o Alberto Moravia.











El conformista, adaptación de la obra literaria del mismo nombre de Moravia, y ambientada en la Italia de Mussolini, es un film, en el fondo, sutilmente antifascista, muy acorde al espíritu del cineasta. Cuenta la historia de Marcelo Clerici, un hombre cuya máxima aspiración era la de cultivar el aurea mediocritas griego, esto es, la de llevar una existencia como la de cualquier individuo común y corriente. El ideal de Clerici –a la sazón, un agente fascista– se ve interrumpido cuando se le encarga la tarea de eliminar a su profesor de filosofía francés. Godard, vio en esta puesta en escena, una concesión con el enemigo político, lo que provocó un debate sobre el uso que debe tener el cine.

La escena del baile de Julia, la mujer de Clerici, y Ana, la esposa del profesor Quadri, sugiriendo una relación prohibida, ha pasado como una de las escenas más sensuales en la historia del cine –superada largamente por la protagonizada por Emmanuelle Seigner y Kristin Scott Thomas en el film dirigido por Polanski, Luna de Hiel (1992)–.

Novecento, en cambio, es un fresco de la Italia campesina, en la época del fascismo. La película tiene como eje central la vida de dos personajes que nacen el mismo día y casi en la misma hora: Olmo y Alfredo. El primero es hijo de padres jornaleros y el segundo es hijo del hacendado. Esas dos vidas paralelas –que Plutarco habría reclamado para una semblanza– se confrontan desde la niñez hasta el final de su vejez, representando la colisión de dos clases antagónicas.

Bertolucci busca claramente esa oposición ya que responde a un modo de ver el mundo de su tiempo (incluso aún ahora): socialismo versus capitalismo. El director italiano estratégicamente divide los momentos históricos del film de acuerdo a las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El de la caída del fascismo, significativamente corresponde al de la última estación.

El último emperador constituye indudablemente la obra cumbre de Bertolucci, la que resume su largo recorrido en el cine. Para su realización le fue concedido el acceso a la Ciudad Prohibida, lugar de residencia de los emperadores chinos. La autobiografía de Puyi, Yo fui emperador, le ayudó en la tarea de recrear la mentalidad y el escenario fastuoso de la China premaoísta.

El film gira alrededor de la vida de Puyi, el último emperador. Y es a través de su transformación de un hijo del Cielo a jardinero en la nueva sociedad construida, que se observa la caída de la dinastía imperial Qing, la invasión japonesa en Manchuria y el arribo al poder del Partido Comunista en China.

La Revolución Cultural, uno de los fondos históricos del film, no es motivo de condena por parte del cineasta (ya se conocían los abusos de la Banda de los Cuatro, liderada por la viuda de Mao, Jian Qing). Simplemente la presenta y deja que el espectador forme su propio juicio.

Antes de desaparecer, Bertolucci dejó dos filmes, Soñadores (2003) y Tú y yo (2013), que no hicieron sino ratificar sus dotes para hacer del cine un espectáculo cargado de una dura y turbadora belleza.



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