«El criollismo es más aún. Es viveza
criolla. Hay una palabra que expresa mejor, más gráficamente, este “valor”,
inscrito en la singular tabla axiológica del criollo. ¿Qué es esa viveza? Un
mixtión, en principio, de inescrupulosidad, y cinismo. Por eso es en la
política donde se aprecia mejor este atributo». La contundencia de este
enunciado condice con el contenido general de un texto que opta por la franca
denuncia sin ambages, decididamente confrontacional, provocador desde su mismo
título: Lima la horrible (1964).
Sebastián Salazar Bondy realizó en este
ensayo un ajuste de cuentas con el pasado colonial de Lima. No pocos limeños antiguos
tenían una nostalgia de esa Lima del puente a la alameda, que surgía
irreductible en las letras de las canciones, en sus tapadas y en los balcones
que la adornaban (y que alcanzó con Aldo Brunelli, personaje de El loco de los balcones, una obra
teatral de Vargas Llosa, el punto más alto de exaltación). Con este tipo de perspectiva
se impedía observar la nueva configuración social que iba adquiriendo la ciudad
con la irrupción de los migrantes llegados de los Andes. Salazar lo veía muy
claramente: Lima no era el Perú, y menos el jirón de la Unión. Así, con elegante
prosa, se abocó a la tarea de desmoronar la visión de la Arcadia Colonial,
añorada a partir del criollismo al que reprocha como reproductor de un pasado
que se resiste a ver el presente.
Al respecto señaló: «El mito colonial se
esconde en el criollismo y por medio de sus valores negativos excita el sueño
vano de la edad dorada de reyes, santos, tapadas, fantasmas, donjuanes y
pícaros». Todo eso correspondía al siglo XVIII, a los tiempos de cuando la
Perricholi se metía a la cama con el Virrey Amat y los limeños eran
estremecidos por los terremotos que despertaban su devoción religiosa. De una
Lima que, efectivamente, se había ido.
En contraste con lo expuesto por
Salazar Bondy, consta otro texto igual de esencial a los limeños, el de Raúl
Porras Barrenechea y su Pequeña Antología
de Lima (1935). A Porras no le incomodaba citar a Ricardo Palma, a
diferencia del anterior que lo hace para condenarlo –«Su fórmula (para componer
sus Tradiciones Peruanas), tal cual
él mismo la reveló fue: mezclar lo trágico y lo cómico, la historia con la
mentira»–. Salazar Bondy hacía participe a Palma de la continuación del mito
arcádico de la Colonia. Porras recoge la prosa elogiosa del chileno Vicuña
Mackenna hacia la Lima colonial («la segunda ciudad de España, si no era más
todavía»), rescatando una visión positiva de ella. Rescata igualmente el
arrobado verso de Luis Fernán Cisneros acerca de la limeña coqueta y los
piropos que esta recibía en las calles (inadmisibles hoy con las sanciones
sociales y jurídicas vigentes). Esto implicaba, bajo ningún supuesto, que el
maestro Porras terminara suscribiendo visión pasadista alguna. El conspicuo
historiador peruano tendía a desceñir los elementos negativos de ese periodo
para ofrecer una mirada matizada, amable, conciliadora si se quiere, ajena a
toda visión excluyente.
La selección de Porras (ampliada el
2002 en la edición de la Fundación M.J. Bustamante de la Fuente) se ve
beneficiada por su oficio de historiador, el cual le permitió escoger con vista
aguda de águila los textos más significativos sobre el rostro de la ciudad,
desde su fundación hasta su etapa republicana.
El ensayo de Salazar, a su vez, está
alimentado por la rebeldía del escritor. Salazar quería fustigar, incitar
conciencias, llamar la atención, entre otras cosas, sobre la cruda realidad de
las barriadas, a las que la frivolidad limeña, simplemente, no prestaba un
enfoque crítico.
Lima ya no es reconocida, como apuntó
Porras, por los dos accidentes geográficos más visibles entonces: el Cerro San
Cristóbal y el río Rímac. Tal vez el primero lo siga siendo en parte (los cerros
El Pino y El Agustino rivalizan con él), pero el segundo ha sido reemplazado
por el Metro de Lima, convirtiéndose ambos en símbolos de una capital
conquistada por los hijos o bisnietos de la migración, esto es de los nuevos
limeños.
Esta nueva Lima es la de la edificación
inconclusa en sus fachadas, y de expresiones musicales como las de la cumbia
andina y amazónica, acompañadas por otras menos nobles como el reggaetón.
Salazar registró la presencia del
cholo, el serrano y el chino, como trabajadores que perfilaban con su esfuerzo
el presente de la ciudad. Tal vez valga hacer una observación anacrónica: con
la presencia masiva migración de los venezolanos, ¿podremos decir más adelante
que el limeño del futuro será la fusión de los hijos de los venezolanos con los
hijos de Gamarra?
Cabe anotar en esta parte que,
entre el trabajo de Porras (1935) y el de Salazar Bondy (1964), median cerca de
treinta años. Los cambios dramáticos de la ciudad de décadas más tarde, no han
sido condensados en un ensayo globalizador de envergadura. Quizá el libro de
Rolando Arellano y David Burgos, La
ciudad de los reyes, de los Chávez, de los Quispe (2004), cubra
esforzadamente ese vacío.
Porras y Salazar Bondy,
finalmente, registraron una realidad. Corresponde hacer un reconocimiento de lo
que se viene. Por lo pronto, aunque les cueste a algunos admitirlo, Lima ya
dejó de ser la del puente a la alameda.
Publicado en La Jornada Cultural No. 5
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