Jorge Luis Borges le dedicó una enjundiosa recensión en 1955,
posteriormente reproducida en su Prólogos con un prólogo de prólogos (1975).
Ray Bradbury, autor de estas Crónicas Marcianas (1950) y
de Farenheit 451(1953) –llevada al celuloide por François Truffaut
en 1966–, es uno de los cuatro o cinco maestros de ese género considerado menor
entre los lectores más enterados –Isaac Asimov (la trilogía Fundación),
Arthur C. Clarke (“El centinela”, famoso cuento que da pie al film de culto2001:
Odisea del espacio) y Phillip K. Dick (Sueñan los androides con ovejas
eléctricas, adaptada al cine por Ridley Scott con el nombre de Blade
Runner) forman parte de esa reducida constelación–: la literatura de ciencia
ficción, que tuvo su edad de oro en los años cincuenta del siglo pasado.
A veces emparentada con la literatura fantástica, pero con vida propia, la
literatura de ciencia ficción tiene en los libros de Julio Verne, De la
tierra a la Luna, y H.G. Wells, La guerra de los mundos, connotados
precursores.
Respecto al autor que nos convoca, Ray Bradbury, este en sus Crónicas
Marcianas nos confronta con la incertidumbre del universo. ¿Qué hay
más allá de nosotros mismos? Bradbury apela a nuestros temores, angustias,
instinto de conservación y mecanismos de defensa, a la hora de colocar al
hombre en un escenario desconocido para él: el planeta Marte.
Los relatos de Bradbury, por otra parte, se inscriben dentro del contexto
que sigue al concluir la Segunda Guerra Mundial, el avance de la tecnología
militar y la aparición de la bomba atómica como arma de destrucción masiva. La
humanidad se planteó por aquellos días la posibilidad de migrar a otro planeta
para perpetuar la especie humana. (Luego vino el aterrizaje del Apolo 11 en la
Luna, para confirmar su propósito). Lo dice el personaje de su quinta historia
(“El contribuyente”), Pritchard: “… todas las gentes con sentido común querían
irse de la tierra. Antes que pasaran dos años iba a estallar una guerra atómica,
y él no quería estar en la tierra en ese entonces.”
Borges consideraba la sexta historia de las Crónicas
Marcianas –“La tercera expedición”– como la más inquietante. En
nuestro caso, nos ha llamado la atención la cuarta, “Los hombres de la tierra”.
De ella, creemos, se ha tomado la idea del desquiciamiento aplicado a la madre
de John Connors, protagonista del film Terminator 2, a quien los psiquiatras
toman como una demente cuando afirmaba venir del futuro para salvar a la
humanidad de su destrucción. De este capítulo, lindante con el absurdo
kafkiano, recordamos a la expedición terrícola en su llegada a Marte cuando es
encerrada en un manicomio y sometida a diversos exámenes por los psiquiatras
marcianos que no creen en la posibilidad de vida en la tierra (“La tierra es un
sitio de mares y nada más que mares”, dice uno. “La tierra es un sitio de
selvas”, añade otra).
La aventura culmina con el exterminio de los expedicionarios, así como el
de sus captores quienes, a diferencia de sus víctimas, sí estaban ganados por
la locura.
Bradbury compila sus veintisiete relatos abarcando un periodo que se inicia
en Enero de 1999 y culmina en Octubre del 2026 con la colonización de Marte.
Sobre esto último, el autor de El Aleph nos dice: “Los
marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando
la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su
victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje
humano sobre el planeta rojo –que su profecía nos revela como un desierto de
vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y
antiguos barcos para andar sobre la arena–”.
La sociedad que construye Bradbury en sus Crónicas Marcianas es
de corte distópico, una en la que se reproducen negativamente los modos de vida
de la tierra y en la que una tal “señora K” (conocida en nuestros lares por
razones poco encomiásticas) habita sorpresivamente la segunda historia
(“Ylla”).
Se cierra el círculo de Crónicas con la presentación de
los “nuevos marcianos”, simbolizados en una familia de colonos terrestre que se
observa en las aguas de un cauce:
“–Siempre quise ver un marciano -dijo Michael -. ¿Dónde están, papá? Me lo
prometiste.
–Ahí están– dijo papá, sentando a Michael en el hombro y señalando las
aguas del canal. Los marcianos estaban allí. Timothy se estremeció.
Los marcianos estaban allí, en el canal, reflejados en el agua:
Timothy y Michael y Robert y papá y mamá.”
Con una
escritura sencilla, sin mucho artificio, Ray Bradbury nos instala con sus Crónicas
Marcianas en un universo fantástico para discutir, aún ahora, la
condición humana de nuestro tiempo.
Publicado en La Jornada Cultural No. 6
No hay comentarios:
Publicar un comentario