sábado, 22 de noviembre de 2008

TE QUIERO DEL TAMAÑO DEL MAR (*): Escritura y racismo en un libro de Jaime Bayly


UNO

Jaime Bayly ha publicado un libro. Más bien, debemos precisar, un hermoso libro de memorias que, con seguridad, resistirá en el tiempo y que junto a Los últimos días de La Prensa, se erigen como las dos mejores piezas literarias salidas de su pluma juguetona. Si de él se ha pensado que su especialidad es el escándalo y la estridencia, aquí nos encontramos con un eximio esgrimista de la palabra que hace y deshace el castellano a su antojo. Tenía razón Martha Hildebrandt, cuando refiriéndose a Bayly decía que “escribía bonito”. En Bayly podemos rastrear, a través de esos largos monólogos que dan forma a su inconsciente, la presencia de Joyce. No sabemos si ese uso de la técnica joyciana forman parte de una aprehensión deliberada del maestro irlandés o si es un acierto intuitivo del autor en su andar novelístico. Lo cierto es que su uso confiere al relato una calidez y un intimismo pocas veces visto en la literatura nacional, solamente visto en Vargas Llosa, quien lo emplea con eficacia en La ciudad y los perros. Se ha dicho, por otra parte, que Yo amo a mi mami, el notable libro de Bayly tiene una afinidad temática con Un mundo para Julius. En parte sí, pues el autor aprovecha los recursos del relato para confesar sentimientos infantiles, dándole un aire de ternura a la narración; y en parte no, porque la novela de Bryce es una especie de canto de cisne de una clase social. En estos primeros capítulos de Yo amo a mi mami, se percibe la madurez de un narrador en ciernes, a menos que las páginas que sigan nos engañen despiadadamente borrándonos la ilusión del rostro, en esa grata sorpresa que nos ha causado la incursión de la tierna y dulce Annie, protagonista de una de las historias del libro, en la literatura peruana.



DOS

Salpicado de frases y párrafos bastante significativos, Yo amo a mi mami es una cruda radiografía del racismo en el país. La madre –ficticia– del autor ayuda a reflejar esa situación. Ella, en varios pasajes del libro, hace gala de un menosprecio supino por los cholos e indios del país. “Qué barbaridad, qué insolencia, esta cholita igualada...”, llega a decir en una oportunidad de una enfermera –chola y mestiza de la selva– de una clínica por parecerle demasiado atrevida y mostrar las piernas. “Esta cholada es demasiado para mi gusto, esto no es para una señora como yo...”, dice otra vez cuando le toca asistir a la kermesse organizada por el párroco de Chaclacayo, a cuya iglesia asiste religiosamente todos los domingos llenándola de propinas. “Eres una india bruta y analfabeta, te he dicho cincuenta mil veces que no se dice la calor, la próxima te despido....”, dice en otra ocasión a su empleada, a quien se dirige en tono amenazador por no expresarse bien en castellano. Pero lo que la desnuda de cuerpo entero en lo que a continuación dice Bayly en una parte del libro: “y yo por supuesto me quedé en silencio y aterrado, pues cuando muriese quería irme al cielo con mi mami, mi papi y mi hermana y también, si los dejaban entrar, con los empleados, aunque ellos, según mi mami, vivirían en una zona aparte del cielo, o sea en un cielo más modesto para ellos.”, pensamiento que nos recuerda, pero en sentido contrario, el relato de Arguedas, El sueño del pongo. El racismo, pues, de Yo amo a mi mami es proverbial y merece un estudio aparte (irónicamente, el hijo del embajador inglés, “un rubiecito engreído que nos miraba a los peruanos como si fuésemos vicuñas”, se cobra la revancha por los connacionales indígenas). Hay mucho más, pero eso lo deben registrar los estudiosos del libro que se dediquen en el futuro a desenhebrar la ideología que alimenta a los seres que pueblan Yo amo a mi mami.


TRES

Espléndidamente escrito, Yo amo a mami es un parricidio y un saludable ejercicio del humor. El narrador, lo ejercita con su progenitor, de quien hace un retrato deliciosamente mordaz para el deleite y goce de los lectores. Lastimosamente la ausencia de redondez, esa a la que apelaba Cortazar para cerrar sus cuentos, no se ve en el capítulo final que queda algo corto. Este defecto formal, que se puede atribuir a una comprensible fatiga del escritor para concluir con el relato, no obstante, queda opacado al ser contrastado con el resultado global. Para el lector deseoso en desentrañar la identidad real de alguno de los personajes de Yo amo a mi mami, podemos satisfacer su curiosidad remitiéndolo a un libro singular, el de Ricardo Letts (La izquierda peruana, Mosca Azul Editores, 1981), cuya nota biográfica bien puede servir de apéndice al capítulo “No me digas tío, dime camarada”, en el que aparece magistralmente dibujado el rudo dirigente de la izquierda peruana. No podemos terminar estos apuntes, sin dejar de pergeñar en las páginas dedicadas a la hermana del autor: “¿Te puedo tocar un ratito el pelo?”. Éste es un capítulo notable por la delicadeza del trazo, la elegancia de la descripción y sensibilidad de la remembranza. No sabemos por qué, pero esa suavidad nos ha recordado la tersura descriptiva de Oscar Wilde en El retrato de Dorián Gray. En suma, Yo amo a mi mami es un temprano libro de memorias, una confesión pública de pecados infantiles y un retrato de familia cargado de una ternura y desenfado que hacen de su lectura un buen motivo para jugar un rato con la imaginación.

Freddy Molina Casusol
Lima, octubre de 2003

Crédito foto: http://www.ultimasnoticias.com.ve/ediciones/2002/08/04/unimg/p66s1g1.jpg
[*] Título tomado del capítulo I del libro de Bayly.

No hay comentarios:

LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señ...