martes, 25 de noviembre de 2008

HISTORIA DE MAYTA (o el difícil arte de la venganza en Vargas Llosa)

BUENA PARTE
 de la crítica coincide en señalar que el escritor Mario Vargas Llosa zanjó sus diferencias políticas, literarias y personales con sus adversarios en El pez en el agua (1993) Empero, pocos se han fijado que muchos años atrás, en 1984, merodeaba por la mente Vargas Llosa tomarse un desquite con los viejos fantasmas del pasado que giraban alrededor de su anterior vida izquierdista. Historia de Mayta, novela ambientada en torno a un fallido intento de rebelión en Jauja[i], le sirvió para espantar ciertos demonios literarios. Algunos críticos han afirmado que es una novela tendenciosa; es decir que no expresa con autenticidad la atmósfera que pretende reflejar: el drama humano de un revolucionario socialista[ii]. Vargas Llosa, indudablemente, utilizó los personajes de Historia de Mayta, para deslizar sus obsesiones anti-izquierdistas, las cuales salieron con fuerza luego en sus referidas memorias. Con esto no queremos decir que la novela sea “reaccionaria”, como algunos de sus feroces críticos de la izquierda han pretendido presentar. Una novela es una hechura de las filias, fobias y rabias de un escritor. Y eso no es novedad, ya lo han hecho otros. Dante se tomó un desquite de sus enemigos en la Divina Comedia [iii]. Pero en el caso del escritor peruano, este lo ha hecho para ejercer distancia con su pasado “revolucionario”.

Un ejemplo de lo anterior es el ajuste de cuentas contra Julio Ortega, intelectual velasquista de los años setenta, que es mencionado de manera velada en Historia a través del propio Mayta, cuando se hace referencia a “los intelectuales que se venden al Congreso de la Libertad” –institución que se descubrió después recibía financiamiento de la CIA–. El rostro de Ortega aparece iluminado por Vargas Llosa en El Pez en el agua, cuando el escritor recuerda el episodio del Congreso de la Libertad y las bofetadas que Ortega proponía para los diplomáticos que se oponían a la revolución velasquista.

En favor del escritor se puede argüir que por la época en que estaba escribiendo la novela –mediados de los ochenta– se estaba gestando en él una postura liberal[iv], de modo que, para afirmarse, ejerció una acción de violencia consigo mismo y ciertos personajes del espectro intelectual.

Esto es explicable en los intelectuales que se desilusionan y mudan de ropaje ideológico hasta asumir un nuevo aparato de análisis para la comprensión de la sociedad. Vargas Llosa habría ejercido esa violencia con la izquierda y consigo mismo, sumándose ciertos odios y molestias contra socialistas de viejo cuño. Esas molestias se habrían trasladado al personaje central de la novela, Mayta, mezcla de algunas fobias del escritor: izquierdismo y trotskismo, a los que añadió un toque de humor negro: ser homosexual.

A través de la humanidad de Mayta se puede identificar la hartura de Vargas Llosa con el marxismo desde los tiempos que era estudiante de San Marcos. Mayta sería uno de sus mayores ajustes de cuentas[v]. Y nos arriesgamos a decirlo de quién: de Aníbal Quijano, por entonces alumno de Sociología. Alguien que vea con ojos agudos el personaje de Mayta, podrá descubrir tras la pesquisa en artículos y la propia novela que el personaje sin duda está inspirado, en parte, en Quijano y los trostskistas de San Marcos. En Historia… Vargas Llosa hace decir a Mayta:


Mal hecho, Mayta, muy mal hecho. ¿Por qué se dejaba ganar siempre por el mal humor y la impaciencia cuando se hablaba de los intelectuales? ¿Qué otra cosa había sido León Davidovich? Lo había sido, y genial, y Vladimiro Ilich también. (Historia.., p. 28)

que repite con tono irónico el escritor en sus memorias:

Los trotskistas de San Marcos no eran en ese momento más de media docena, congregados en torno a quien creíamos su ideólogo: Aníbal Quijano. El futuro sociólogo peroraba cada mañana en el patio de Letras, con palabra fluida y datos abrumadores, sobre los avances de los partidarios de León Davídovich en la propia Unión Soviética. “Tenemos veintidós mil camaradas trotskistas dentro de las fuerzas armadas soviéticas”, le oí anunciar, con sonrisa triunfante, en una de sus peroratas” (El pez en el agua, p. 243).

Burla que se puede rastrear en un artículo escrito en 1991 sobre los pacifistas británicos:

Fui a curiosear y ahí estaban, redivivas, algunas caras de los sesenta, como la del aristócrata Tony Benn, la de Vanessa Redgrave y la de un irredento amigo trotskista a quien no veía hacía veinte años. Le pregunté qué opinaba de los trastornos en la URSS y los países del Este y me respondió, con un brillo tierno en los ojos cansados: “Que ha llegado la hora de León Davidovich” (“Los pacifistas”, en Desafíos a la Libertad, p. 34).


Pero no solamente en Quijano habría recaído el peso de darle espesor al personaje, sino que Mayta también recogería reminiscencias de un militante de izquierda, a quien Vargas Llosa ha “acusado” de haberle quitado la enamorada: Félix Arias Schreiber. 

Arias Schreiber aparece disfrazado en la novela Conversación en la Catedral como Jacobo, el marxista ortodoxo que planea en la oscuridad la separación del trío de amigos de la célula partidaria, integrada, además de él, por Santiago Zavala (Vargas Llosa) y Aída (Lea Barba). ¿El propósito? Quedarse con la manzana de la discordia, Lea Barba. La imagen de Schreiber “suave y conspirativa, con la misma modestia y abandono en el atuendo y la misma acuciosidad a la hora de preguntar, la siempre excluyente perspectiva política a flor de labios y escribiendo para un periodiquito tan marginal y precario como el que sacábamos en San Marcos”[vi], es equiparable de varias maneras a la descripción que hace el novelista de Mayta en Historia:


De las vagas impresiones que me dejaban de él esas rápidas entrevistas que teníamos a lo largo de los años, una de las más rotundas que guardo es la frugalidad que emanaba de su persona, de su atuendo, de sus gustos. (Historia, p. 24).

Para confirmarla, veamos a Vargas Llosa en El pez en agua, evocando a Lea y Arias Schreiber:

Mientras viví en Europa, apenas supe de ellos. Que se habían casado y tenido hijos, que ambos, o por lo menos Félix, había seguido la fracturada trayectoria de tantos militantes de su generación, yéndose y regresando al partido, liderando o sufriendo las divisiones, fracciones, reconciliaciones y nuevas divisiones de los comunistas peruanos en las décadas de los cincuenta y los sesenta. (El pez…, pp. 248-249).

Imagen que, curiosamente, presenta fuertes semejanzas con el personaje creado por el escritor en Historia:

Mayta era un revolucionario de la sombra. Se había pasado la vida conspirando y peleando en grupitos ínfimos como aquel en el que militó (Historia, p. 77).

Debemos subrayar, por último, que en el caso de Schreiber no hay un deliberado ajuste de cuentas como sí ocurre con Ortega o con Ernesto Cardenal
[vii]

Como contrapunto a lo anterior, se puede mencionar además la complacencia del escritor peruano en colocar antiguos amigos como personajes de sus novelas. Este es el caso de Javier Silva Ruete –el “Javier” de La Tía Julia y el escribidor–, antípoda literario de Enrique Chirinos Soto, vivamente retratado en La Fiesta del Chivo en la figura de Henry Chirinos, y suma perfeccionada del difícil arte de la venganza en Vargas Llosa.



Freddy Molina Casusol
Diciembre del 2000



Crédito de la foto de Felix Arias Schereiber y Lea Barba:
http://librosyrecuerdos.blogspot.com/2010/01/historia-de-mayta-o-el-dificil-arte-de.html


[i] Ricardo Letts, legendario dirigente de la izquierda peruana, fue quien presentó a Vargas Llosa al personaje real que inspiró al Mayta de Historia, y uno de los que recibió los mayores espolonazos del escritor en sus memorias. Ver El pez en el agua, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1993, p. 419, y "El joven Vargas Llosa", Silvia Rojas, en La República, 9 de mayo de 1997, p. 20.
[ii] Ver La Generación del 50: un mundo dividido, Ediciones sétimo ensayo, 1988, p. 157. Ver también los artículos: "El ande en llamas", Dante Castro, en Suplemento Unicornio de Cambio, 7 de mayo de 1990, pp. 12-13; e "Historia de Mayta: la novela y los críticos", Birger Angvik, en Hueso Húmero No. 25, pp. 111-119.
[iii] Ver el prólogo de La Divina Comedía, introducción y cronología Vintila Horia (Editorial EDAF, Madrid, España), donde se habla del tema de la venganza en Dante.
[iv] Vargas Llosa a mediados de los ochenta reclamaba para sí la calificación de pragmático alabando el sentido común de los británicos, quienes lo elevaron a categoría de filosofía política. Ver "Una cabeza fría en el incendio" en Contra viento y marea (III) (1964-1988), Seix Barral-Biblioteca Breve, 1era. edición, marzo de 1998; y las entrevistas "Ahora soy un pragmático", en El Nacional, 2 de noviembre de 1985, y "Soy pragmático, no ideológico", en El Observador, 23 de octubre de 1981.
[v] Revisando materiales para apuntalar esta tesis encontramos que el crítico peruano Miguel Gutiérrez ya había desarrollado un similar planteamiento: “El más alto ejemplo de la literatura como venganza o arreglo de cuentas con el mundo, su ciudad natal y los hombres de su tiempo es, sin duda, Dante. En parte VLl utiliza la novela como instrumento de venganza o de arreglo de cuentas, aunque esto no le confiera sosiego y liberación, sino gratificaciones sadomasoquistas”. Ver La Generación del 50: un mundo dividido, p. 158.
[vi] El pez en el agua, p. 249.
[vii] Con Cardenal, Vargas Llosa no tuvo ninguna concesión y su retrato va en proporción directa a la animadversión extrema que éste incubó en los años setenta y ochenta respecto a sus colegas de izquierda. Ver la serie de artículos publicados en Caretas bajo el título "El intelectual barato", reeditados en Contra viento y marea (1962-1982), Seix Barral-Biblioteca Breve, 1era. Edición, noviembre de 1983. Y más acerca de Cardenal, en Sobre la vida y la política: Diálogo con Vargas Llosa, Ricardo A. Setti, Editorial Kosmos, mayo de 1989.

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