domingo, 2 de octubre de 2011

EL “EXAMEN” DE L.A.S.

YO CRECÍ ADMIRANDO a Luis Alberto Sánchez. Su frente sabia, su voz modulada y precisa, sus ojos perdidos en la ceguera blanca que lo acompañaba. Admiraba su inteligencia, su vivaz juego de palabras con el que descolocaba a los periodistas con sus preguntas. “Maestro”, le decían. Y, en verdad, lo era. Mi tía me decía que cuando era estudiante de San Marcos se acercaba a hablar con él y que, mucho tiempo después, cuando otra vez lo hizo, él se acordó de ella. Dueño de una memoria prodigiosa, Sánchez, como se decía por aquella época, era la inteligencia en persona. Terco militante del Partido Aprista Peruano y amante de la Universidad Mayor de San Marcos, a la que llamaba “su eterna novia”, Luis Alberto Sánchez fue una de las últimas lumbreras intelectuales que tuvo el Perú. Culto, bastante bien informado, Sánchez, por los años setenta y ochenta, tuvo algunas apariciones televisivas. Primero en el programa “Testimonio” de César Hildebrandt; y luego con “La hora de Luis Alberto” que él mismo dirigía en el canal del Estado, donde derramaba toda su vasta cultura y conocimiento literario. Yo siempre me preguntaba qué hacía L.A.S. (sigla con la que era reconocido) al lado de políticos como Carlos Enrique Melgar o Armando Villanueva, si lo suyo era la literatura, la vida intelectual y el mundo de las ideas, que ya eran reconocidas en sus libros La Literatura PeruanaLa universidad no es una isla y Proceso y contenido de la novela hispanoamericana. Era que su sola presencia adecentaba la política, le daba el toque de inteligencia que necesitaba. Esa era su contribución. Por eso a muchos no les asombró que integrara la fórmula presidencial encabezada por el joven Alan García en 1985. Le daba el equilibrio necesario. Sus adversarios –que no eran pocos– le enrostraban en el plano intelectual que se dejara llevar por su portentosa memoria –que a veces lo traicionaba– para cometer gazapos en sus libros. Eso lo recordó Mario Vargas Llosa en El pez en el agua, cuando contó cómo el riguroso Raúl Porras Barrenechea quedó espantado aquella vez que el crítico chileno Ricardo A. Latcham dejó malparado a Sánchez, a propósito de las inexactitudes detectadas en su libro Proceso y contenido. A mediados de los ochenta, L.A.S., haciendo un alto en sus labores como vicepresidente de la República, regaló a los lectores y admiradores de su buena prosa, un conjunto de artículos que fueron publicados en el semanario “Visión Peruana” dirigido, para variar, por César Hildebrandt. Escritos buena parte de ellos en primera persona, Sánchez los escribe con una fluidez envidiable, sin el apuro del cierre, con la sapiencia de un hombre que supera los ochenta años y quiere, apelando a la confesión íntima, revelar sus secretos, sus anhelos y angustias. El recorrido de Sánchez en estos artículos pasa por su infancia y adolescencia, por sus lecturas más queridas Por ello, se puede decir que estos textos reunidos en Examen de conciencia (Mosca Azul Editores, 1988) son una especie de memorias anticipadas –o continuadas, si la memoria no me es infiel, de los seis volúmenes que por esos años salieron a la luz–, un extracto selecto de lo mejor de su pensamiento. Leer –o releer, como aconsejaba L.A.S– estos textos es más que un deleite, es una obligación, sobre todo ahora que andamos carentes de intelectuales de fuste que nos hagan soñar con las palabras.

Freddy Molina Casusol

Lima, 2 de octubre de 2011

 

Sobre Luis Alberto Sánchez puede leer el artículo "El intelectual comprometido" del periodista Raúl Mendoza Tume, publicado en el diario La República.

 









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